El día que elegimos para ver el Templo de Oro no acompañó mucho por desgracia, aunque no llovía estaba nublado y tenía toda la pinta de caer una tromba.
Aún así, no habíamos ido hasta Kyoto para no verlo, así que nosotras y otros mil millones de turistas nos plantamos allí.
El templo y el recinto en el que se encuentra es bonito, pero como ya dije en su entrada, el templo de la Plata me parecio infinitamente más bonito que este.
Quizá sea que como ya he dicho el día no acompañaba, pero no me pareció más impresionante que otros templos y que hubiera mil millones de personas alrededor y tuvieras que ponerte de puntillas para verlo no ayudaba.
Aún así, es una visita imprescindible, y seguro que con sol y menos masificado tiene que ser digno de ver.




Después nos fuimos hacia el Kenninji, que tiene un jardín interior muy bonito y te puedes sentar en unas pasarelas de madera a ver la vida pasar.
Allí nos encontramos a los primeros españoles del día, unos chicos que rondarían los 30 y que vivían allí, mientras N se compraba unos grabados muy bonitos en el templo me contaron vida y milagros y qué les había llevado allí.


Ese día vimos algún templo más pero no recuerdo cual, tampoco debieron ser gran cosa si no tenemos fotos, así que por la tarde nos bajamos hacia el centro.
Estábamos tomando algo en un Starbucks después de comer cuando pasó una especie de charanga, entonces N dijo: han aparecido tipo seta, y una pareja que llevaba 20 min sentada a nuestro lado se empezó a reírse.
Resulta que ella era española (y no había oído la expresión) y el inglés, estuvimos un montón de rato hablando con ellos.
A los 15 minutos, se sentó otra pareja al lado y sopresa!, también eran españoles.
La primera pareja se fue y nos quedamos hablando con el matrimonio, que rondaría los 50 años y eran de Pamplona.
La gente del norte en seguida encontramos tema de conversación, y ellos iban a ir a ver las danzas de Otoño de las Geishas.
Nosotras nos lo habíamos planteado, pero pensamos que no quedarían entradas...pero ellos las acababan de comprar y decidimos ir juntos. Fue una de las cosas en las que mejor invertimos el dinero del viaje.

Duran alrededor de una hora, que se hace cortísima, y actúan unas 20-25 geishas en diferentes fragmentos: bailan, cantan y tocan el shamisen... yo me pegué toda la actuación con la boca abierta. verlas bailar es como transportarte al Japón de 300 años y entender porque se han convertido en un mito.
A la salida del teatro, ellas salen por la misma puerta que el resto de gente, y pudimos ver a varias de cerca mientras se montaban en los taxis.
El precio rondaría los 50 euros (había de varios precios), pero merece muchísimo la pena.
Al salir nos despedimos del matrimonio, que fueron majísimos, y si por casualidad leen este diario que sepan que fue un placer coincidir con ellos.