
Después de un largo viaje desde Barcelona, con Finnair vía Helsinki, aterrizamos en el aeropuerto de Seúl a las 8:30 de la mañana. Primera incidencia, una de nuestras maletas no aparecía. Nunca antes nos había pasado, pero estadísticamente supongo que ya nos tocaba. Nuestra primera relación con coreanos fue con el personal de tierra de Finnair. Eficientes y amables, nos tranquilizaron y ayudaron a hacer la reclamación además de proporcionarnos un neceser para cubrir las primeras necesidades.
No estábamos dispuestos a que el percance nos fastidiara el viaje, así que después de hacer el cambio de moneda en una oficina bancaria del aeropuerto, nos dirigimos a un mostrador de la compañía de taxis que nos proporcionó uno que nos conduciría al hotel.
En el trayecto del aeropuerto hasta Seúl, recibimos una llamada de teléfono, era del personal de Finnair que nos comunicaba que habían localizado nuestra maleta. Se había quedado en Helsinki. Nos garantizaron que llegaría a Seúl en el vuelo del día siguiente y que nos la harían llegar a nuestro hotel, como efectivamente así resultó.
Reconfortados en nuestro ánimo, y tras un trayecto de una hora desde el aeropuerto de Incheon, el taxi nos dejó a las puertas de nuestro hotel, el Doulos, un pequeño y sencillo hotel perfectamente situado, a 100 metros de la estación de metro de Jongno 3-ga de la línea 1 y a una distancia similar de Cheonggyecheon, el pequeño riachuelo canalizado que cruza el centro de Seúl.
Tras dejar las maletas en hotel, nos dirigimos a Insa-dong, con el objeto de tomar un primer contacto con la ciudad, comer algo y hacer un poco de tiempo para tomar nuestra habitación y descansar un poco. Paseamos tranquilamente por los comercios de la zona y cuando fue ya la hora, nos dirigimos al hotel para descansar un poco.
La tarde la dedicamos a recorrer Cheonggyecheon, junto con numerosos coreanos que disfrutaban de la misma experiencia. Llegamos hasta Dongdaemum, donde, después de disfrutar de un improvisado concierto (¿pop-rock coreano?) al aire libre por un esforzado espontáneo, entramos en un agradable restaurante de los muchos que pueblan la zona y disfrutamos de nuestra primera cena coreana, una deliciosa carne que cocinábamos nosotros mismos en una pequeña barbacoa en la mesa, acompañada de diferentes salsas (todas ellas picantes, por supuesto) y de los deliciosos aperitivos coreanos, sin que faltara el omnipresente en toda la cocina coreana kimchi. Fue también nuestro estreno con los palillos coreanos que, a diferencia de los chinos o japoneses, no son de madera, sino metálicos, algo más pesados y más delgados. La extrema amabilidad de la camarera y sus atentas explicaciones. no fueron más que el preludio de lo que sería toda nuestra estancia en Corea. Con su simpatía y amabilidad, la gente de Corea nos robó el corazón.
Saliendo del restaurante y con el estómago reconfortado, regresamos a nuestro hotel para emprender al día siguiente el que sí sería nuestro primer día de turismo en Seúl.