El 3 de mayo fue un día muy variado: vimos el Palacio de Dolmabahçe (si hay que elegir me quedó con el Palacio Topkapi) y luego nos trasladamos hasta Ortaköy. Después de ver su mezquita y los aledaños, nos dirigimos hasta la Plaza Taksim, desde donde bajamos hasta Galata por la célebre avenida Isklital. La primera impresión cuando paseas por Istiklal es que cualquier parecido con Eyüp o Fatih, pese a ser la misma ciudad, era pura coincidencia. Sin embargo, pronto descubres que sí tienen algo en común: esa eterna tendencia del estambulí de hacer de la calle un lugar de encuentro constante.
PALACIO DE DOLMABAHÇE
Después de cambiar unos euros en el Döviz, cogimos el tranvía en Beyazit y después de 9 paradas nos bajamos en Kabatas. A cinco minutillos andando estaba el Palacio de Dolmabahçe. La verdad es que el Palacio tiene una atmósfera un tanto... digamos fría. Supongo que será, como leí no recuerdo donde, porque en cierta manera representa el final de una época: desde aquí marchó para el exilio el último sultán Mehmet VI en 1922. Había servido de residencia oficial de los sultanes desde 1856.
El estilo del Palacio es ciertamente confuso: elementos barrocos, neoclásicos y hasta rococo se dan cita en las habitaciones del mismo. A quien le guste este tipo de ornamentos lo va a disfrutar. De hecho a mi madre le encantó. Para que os hagáis una idea de su majestuosidad, el Palacio está formado por 285 habitaciones, 43 salas, 68 lavabos y 6 hamam, además de contar con el salón del trono más grande de Europa (2000 metros cuadrados y 36 metros de altura). En total, 45.000 metros cuadrados. Quizás lo más asombroso (lo que más me lo pareció a mi por lo menos) es esa fachada de más de 500 metros que se extiende por la orilla europea del Bósforo y que apreciamos muy bien desde el crucero que haríamos por el estrecho.
El estilo del Palacio es ciertamente confuso: elementos barrocos, neoclásicos y hasta rococo se dan cita en las habitaciones del mismo. A quien le guste este tipo de ornamentos lo va a disfrutar. De hecho a mi madre le encantó. Para que os hagáis una idea de su majestuosidad, el Palacio está formado por 285 habitaciones, 43 salas, 68 lavabos y 6 hamam, además de contar con el salón del trono más grande de Europa (2000 metros cuadrados y 36 metros de altura). En total, 45.000 metros cuadrados. Quizás lo más asombroso (lo que más me lo pareció a mi por lo menos) es esa fachada de más de 500 metros que se extiende por la orilla europea del Bósforo y que apreciamos muy bien desde el crucero que haríamos por el estrecho.


La visita tiene cuatro partes: Selamlik (30 liras), el Harén (20), el Museo del Reloj y el Pabellón de Cristal. Nosotros solo vimos el Selamlik (son las dependencias administrativas y los salones oficiales), que a mi entender es lo que merece de verdad la pena. La escalera de cristal y el salón del trono son sus partes más destacables. La pena es que la visita es guiada, acelerada diría yo y se hace en inglés.
Advertencia: no se pueden sacar fotos en el interior del Palacio.
Para ir a Ortakoy cogimos el autobús, aunque mi recomendación es que por el precio que cuesta merece la pena coger un taxi, ya que la parada de partida queda lejos del Palacio si se va con niños o personas mayores.
Advertencia: no se pueden sacar fotos en el interior del Palacio.
Para ir a Ortakoy cogimos el autobús, aunque mi recomendación es que por el precio que cuesta merece la pena coger un taxi, ya que la parada de partida queda lejos del Palacio si se va con niños o personas mayores.
ORTAKÖY
Si hay una zona de Estambul que me gustó especialmente es Ortaköy, un asentamiento conocido desde la época bizantina y que tiene el encanto propio de los antiguos pueblecitos de pescadores. La plaza Iskele y sus callejuelas adoquinadas están abarrotadas de cafés, mercadillos, puestos de comidas (donde se pueden degustar las típicas Kümpir o papas rellenas, que diríamos en mi tierra). Por encima de todas ellas, como gobernándolas desde el silencio, se alza la Mezquita de Ortaköy, una miniatura que bien vale ella sola el viaje. Os recomiendo visitar esta zona los domingos, que es cuanto se instalan los puestos de artesanía, que le da un sabor muy especial.
La Mezquita, que besa la orilla del Estrecho de una forma casi mágica y está construida en piedra blanca, es en mi opinión, una de las más bellas, sino la que más, de todas cuantas visitamos: construida en 1854, fue utilizada por los sultanes que residían en el Palacio de Beylerbeyi, en la orilla asiática del Bósforo, que cruzaban en góndola el estrecho para venir a orar aquí. La mezquita parece levitar gracias a unos enormes ventanales por donde entra la luz del Bósforo. Por desgracia, aquel día estaba nublado y nos pudimos apreciar los efectos que que provocan en el agua.
La suerte que tuvimos es que entramos a comer justo en el momento en que empezó a llover y terminó cuando las últimas nubes daban paso nuevamente al sol. El sitio escogido (y que también reservé desde Madrid) fue The House Cafe Ortaköy: pizzas, las tradicionales albóndigas turcas con puré de berenjena, tablas de queso, pollo al curry... nada que se saliera de lo normal pero con unas vistas estupendas en la terraza (si reserváis pedid que os reserven en una de sus dos terrazas ya que desde el salón las vistas son peores).
La Mezquita, que besa la orilla del Estrecho de una forma casi mágica y está construida en piedra blanca, es en mi opinión, una de las más bellas, sino la que más, de todas cuantas visitamos: construida en 1854, fue utilizada por los sultanes que residían en el Palacio de Beylerbeyi, en la orilla asiática del Bósforo, que cruzaban en góndola el estrecho para venir a orar aquí. La mezquita parece levitar gracias a unos enormes ventanales por donde entra la luz del Bósforo. Por desgracia, aquel día estaba nublado y nos pudimos apreciar los efectos que que provocan en el agua.
La suerte que tuvimos es que entramos a comer justo en el momento en que empezó a llover y terminó cuando las últimas nubes daban paso nuevamente al sol. El sitio escogido (y que también reservé desde Madrid) fue The House Cafe Ortaköy: pizzas, las tradicionales albóndigas turcas con puré de berenjena, tablas de queso, pollo al curry... nada que se saliera de lo normal pero con unas vistas estupendas en la terraza (si reserváis pedid que os reserven en una de sus dos terrazas ya que desde el salón las vistas son peores).


PLAZA TASKIM, AVENIDA ISTIKLAL y GALATA
Hablar de Taskim no es hablar de grandes mezquitas, de espectaculares parques y jardines o de vistas inigualables. Pero esta plaza es la Puerta del Sol de Estambul, de ella parten y se concentran todas las manifestaciones que reclaman reformas y mejoras al poder político. Y no se escogió esta plaza por casualidad: en ella se erige el Monumento a la República, construido en 1928 y que conmemora el 5º aniversario de su fundación en 1923. Así es que nos encaminamos hasta allí en autobús (sirve el 40T o el 42T) y nos bajamos en la parada del mismo nombre que la plaza. Una inmensa bandera turca nos recibió y después de sacarnos unas fotos junto al monumento nos introdujimos en esa avenida tan atestada de modernidad, tiendas, centros comerciales gentío y cafés que es Istiklal Cadessi.
En ella pudimos disfrutar además de alguna sorpresa como la iglesia de San Antonio de Padua, la iglesia de rito católico más importante de Estambul y que tiene un aire veneciano inconfundible o la Iglesia (sin terminar)