Viernes 7 de agosto
Como no habíamos conseguido estar un día completo en la playa en Mykonos y ya habíamos visto lo principal de la isla, decidimos tomarnos con mucha calma el último día en la isla y dedicarlo completamente al relax playero
Con las experiencia de los dias previos, nos sabíamos qué playa escoger porque no queríamos una playa muy concurrida. Sin embargo, no podíamos irnos de la isla sin experimentar alguna playa-party. Así que nos encaminamos a la playa de Kalo Livadi que estaba cerca del hotel, era una de las más grandes de la isla pero también era famosa por su ambiente festivo.
En 10 minutos llegamos a la playa que disponía de un amplio aparcamiento. Como llegamos muy pronto, apenas había gente. En la playa habia 4 chiringuitos con sus respectivas zonas de tumbonas. Digo chiringuitos pero según los estandares hispanos, estos establecimientos distarían mucho de ser chringuitos y de hecho reciben el pretencioso nombre de beach clubs. Se trataba de bares y restaurantes modernos, de diseño, con música relajante y servicio de camareros a pie de playa. Las tumbonas eran practicamente colchones y cada sombrilla tenía un llamador para solicitar al camarero y por supuesto tenían wifi gratuita, o sea

*** Imagen borrada de Tinypic ***
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Zona chill out
Elegimos el que tenía una pinta más normal, una trattoría italiana llamada Altro, situado entre el Monarch y otro beach club llamado Mykonos White. Allí tomamos posesión de 3 tumbonas y una sombrilla. Al poco rato apareció para cobrarnos un camarero bronceado, musculoso y con melena, estilo proxeneta italiano, ya me entendeis. Fifty euros me dice. Tras una pausa dramática, le miro fijamente a los ojos y le pregunto ¿fifteen? No, me responde. FIFTY




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Pero no se llenarían las hamacas, pensareis. Ja






Y no sólo sacaban tajada por el mobiliario sino que por supuesto te ofrecían continuamente comida y bebida. El agua era Evian, las hamburguesas de Wagyu y las pizzas de rucula, no sé si me explico. Las cervezas a 8 euros, los zumos a 10€ y el mojito a 12€. Y cada poco pasaban los camareros con Möet Chandon en cubiteras con hielo cuyo precio no venía en la carta

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Aunque también habia otras familias con niños, el ambiente de la playa era joven y pijo a más no poder y la verdad es que nos sentíamos como pez fuera del agua pero nos relajamos y disfrutamos del día de playa. La playa era pequeña (500 metros de largo aproximadamente), de arena más o menos fina (para ser griega) y muy bonita pero era estrecha y estaba atestada. Además en medio de la playa unos operarios estaban montando un escenario en el agua para un concierto que iban a celebrar allí el fin de semana (hay montones de conciertos, raves, quedadas y similares por toda la isla en verano).
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A medida que avanzaba el dia, la música chill out fue dejando paso a la musica dance. Afortunadamente nuestro bar no tenía musica en la playa y en nuestra zona apenas llegaban los ecos de los machacones ritmos del Monarch. Nos dimos un paseo por la zona y comprobamos que el Monarch y el White estaban un nivel por encima del Altro, con gente más pija, camareros más guapos/as y muchas más cubiteras con champán que en el nuestro. Por la tarde en estos dos clubs la gente ya iba estando intoxicada y el ambiente era igual que en cualquier club urbano de moda un sábado por la noche, solo que en bikini. No quiero ni imaginar lo que costarían las tumbonas en estos antros...
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Por supuesto comimos en las tumbonas una ensalada de diseño, la nombrada pizza de rucula y alguna cosa más, todo ello aderezado con granos de arena, pagando por ello como si estuvieranos sentados en una mesa con mantel y velas.
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En caso es que pasamos el día muy tranquilos, leyendo, buceando, tomando el sol y por supuesto estudiando la fauna de la playa que era muy interesante y al final no nos arrepentimos de la experiencia beach-party aunque no fuera santo de nuestra devoción. Como todo en esta isla, nos pillaba unos cuantos años mayores...
A media tarde volvimos al hotel y tras ponernos guapos enfilamos hacia Chora para ver el atardecer y decir adiós a Mykonos con una agradable cena.
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Aparcamos en el mismo parking del puerto, paseamos por las callejuelas de Chora y nos acercamos al extremo oeste del puerto para ver atardecer. Tambien en esta zona se concentraba la gente aunque por supuesto no tanta como en Oia. Y el atardecer, pues muy bonito, pero vamos, tampoco nada distinto de cualquier atarceder de verano sobre el mar.
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Luego pasamos por la Pequeña Venecia donde la multitud que había asistido a la puesta de sol se iba dispersando en busca de abrevadero.
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Cenamos en un pequeño restaurante de comida griega en una encantadora placita peatonal del centro de Chora y nos despedimos de Mykonos con un paseo nocturno por el pueblo.
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Al dia siguiente no madrugamos, hicimos el equipaje y disfrutamos de la piscina del hotel hasta la hora de salida del vuelo. Deje a mi familia en el aeropuerto y me acerqué a Chora a devolver el coche de alguiler. Allí me recibió el mismo chulo que me lo había alquilado que estaba mucho más amable que el primer día. Después de asombrarse de que lo devolviera intacto (me dijo que en Mykonos habia muuuuuchos accidentes, y tal y como conducen, le creo a pies juntillas) le pidió a un amigo que me acercara al aeropuerto para que no tuviera que coger un taxi. Este último gesto de amabilidad me reconcilió con Mykonos y no me fui con tan mal sabor de boca.
El aeropuerto de Mykonos es pequeño e incómodo. Mientras esperabamos la salida del vuelo comimos fuera del mismo en un restaurante anexo. Allí junto a nosotros habia una reata de jóvenes italianos con gorra de beisbol, chanchas y camisetas de tirantes, con aspecto resacoso, que también estaban haciendo tiempo hasta el vuelo. Esta es la fauna de la isla. Para que os hagais una idea, les tiré una foto a escondidas
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El vuelo, de nuevo con Aegean Airways, fue corto, cómodo y puntual y puso punto final a nuestras vacaciones griegas.