
La ilusión iba en nuestras caras, pues llevábamos preparando el viaje más de ocho meses, a pesar del recelo que supone el tener que subir desde Madrid a Londres para después bajar hasta Johannesburgo, pero el vuelo directo costaba casi el doble y ya no había disponibilidad.
Cuando llegamos al aeropuerto de Madrid, y más concretamente a la ventanilla de facturación, la ilusión que llevábamos se coartó, pues nos informan de que no íbamos a poder entrar en Sudáfrica porque los datos de reserva del vuelo no se corresponden con los del billete. Que ir hasta Londres sí. Pero sólo eso.
La compra de los vuelos los habíamos hecho online, con una empresa inglesa, que no voy a nombrar, aunque con ganas me quedo, la cual nos había puesto el segundo apellido en lugar del primero, supongo que por aquello de que los inglese sólo tienen uno. Así que como en Madrid no pudimos solucionarlo, nos arriesgamos y fuimos a Londres. Para ser sincera, yo estuve a puntito de volverme a mi casita porque veía cruda la solución.
En Londres después de pasar por tres ventanillas de facturación, encontramos a nuestra salvadora, una empleada de rasgos hindúes que había vivido algún tiempo en España, que se desvivió, literalmente, con nosotros, para resolver el asunto, sus dos horas le llevó, y consiguió que en el último minuto nos acoplasen en el siguiente vuelo, y porque fallaron dos personas. Creo que la cara de Sabina, que así se llamaba la eficiente mujer y su amabilidad no la olvidaré en la vida.
Aunque tuvimos que ir separados en el avión, conseguimos “recuperar” la ilusión, aunque no pueda decir lo mismo del tiempo perdido. Y mejor aún conseguimos llegar a Johannesburgo, donde la cola de control policial duró 75 minutos, contados por mi reloj.
Decidme vosotros si no es empezar de forma atropellada y lo que es peor con cuatro maravillosas horas de demora.
Bueno, no lloraré al menos hemos llegado. Y lo cuento para que a otros no os pase lo mismo.