Nuestro vuelo salió en hora y las 17:00 aterrizamos en Marrakech (una hora menos que en España peninsular). Rellenamos el formulario para inmigración (aconsejable llevar bolígrafo, allí no hay) y nos sellaron el pasaporte. Recogimos la maleta, que nos habían llevado a bodega y salimos para encontrarnos con nuestro conductor, que habíamos reservado a través de la web transportedelujo.es. El precio era de 12 euros, pero al final nos salió por más, porque al ser por la tarde, no se puede pasar por la plaza, y nos dejó algo más lejos y el mismo conductor llamó a un maletero para que nos acompañase al riad. Nos dijo que le pagásemos 2 euros o 20 dirham y aquí tuvimos un problema. Nosotros no habíamos cambiado a dirham y no teníamos euros sueltos. El señor quiso quedarse con el billete de 5 euros que teníamos y le dijimos que no, tenía cambio para cobrarnos 30 dirham y él aseguraba que ese era el precio. Al final acabamos diciéndole al dueño del riad que nos cambiase y le pagamos los 20 dirham.
El Riad Bensaid está muy bien situado, como comprobamos después. Por lo demás, es bonito y las habitaciones son sencillas. El dueño nos enseñó la habitación, nos dio la clave del wifi y nos quedamos libres. En algunos comentarios había leído que te daban un té de bienvenida, pero nosotros no lo tuvimos, ni nos dieron información alguna. El dueño fue amable pero muy seco. El riad es recomendable, aunque los días primeros días la temperatura era muy baja y pasamos frío, a pesar de la calefacción.
Una vez instalados nos dirigimos hacia la Plaza Jemaa El Fna, el centro neurálgico de la ciudad. A esas horas ya casi había anochecido y nos dedicamos a dar un paseo de reconocimiento. La primera lección es que hay que aprender a esquivar motos y bicicletas, que pasan rozándote y a veces ni te das cuenta hasta que las tienes encima.
Recorrimos la plaza viendo a sus principales personajes. Es como un teatro, que a cada hora representa una función diferente. A esas horas ya casi no quedaban monos ni aguadores, estaban los músicos tocando en grupos pequeños, las tatuadoras de henna, y los puestos de comida. Los zumos de naranja te llamaban, qué pinta, y también te llamaban los vendedores, son un poco pesados.
Cambiamos dinero en el Hotel Alí, casi en la plaza, en una de las calles que sale de ella. Cambiamos a 1 euro/10,60 dirham. En la plaza, cerca del Café Argana, tenían el mismo cambio.
Ya de noche, nos acercamos hasta la Kutubia, para ver de cerca el minarete de la mezquita que dicen que se parece a La Giralda de Sevilla. Allí están los carros de caballo, ofreciéndote darte un paseo por la ciudad. Allí mismo está también la parada del autobús 19, que va al aeropuerto.
De vuelta a la plaza, se veía el humo que salía de los puestos de comida. Aunque no entraba en nuestros planes comer en los puestos de la plaza, dimos una vuelta por allí, y el agobio era constante. En todos los puestos te asediaban para que comieses allí. Incluso llegamos a tener problemas con un chaval que insistía en que mirásemos la carta de su puesto, que nos acabó insultando. Debo decir que no fue ni de lejos la tónica general del trato que recibimos allí. El agobio para que compres/comas en un sitio sí, pero lo de los insultos fue solo esa vez, entiendo que es un caso aislado aunque en nuestra primera noche nos sentó fatal.
Para cenar fuimos al famoso Chez Chegrouni, situado en uno de los extremos de la plaza. A pesar de que la noche estaba fresca, nos sentamos en la terraza, con unas vistas. Pedimos un zumo (batido) de aguacate para beber, dos sopas harira, un cuscús de pollo y una pastela. En total fueron 150 dirham. Todo estaba muy bueno, aunque a la pastela le echan demasiado azúcar por encima para mi gusto (así era en todos los sitios).

Después de cenar nos fuimos al riad, nos habíamos quedado helados en la terraza y nos costó volver a entrar en calor. Esos días coincidieron con una ola de frío en España y allí las temperaturas también eran bastante bajas, sin llegar a helar, ni mucho menos.