Quizás llegamos a Marruecos casi sin darnos cuenta. En las semanas previas al viaje hemos estado muy liados con circunstancias personales y el viaje casi ha quedado en un segundo plano. Hasta que de repente, llegó el día de montarse en el avión y cruzar al otro lado del estrecho. No somos conscientes que en algo más de una hora estaremos caminando en un nuevo país y un nuevo continente.
En el avión conocimos a un chico peruano con el que compartimos taxi hasta la Plaza de Jemaa el-Fna para abaratar costes. Tras un leve regateo con los taxistas cerramos el precio en 70dh. Nosotros nos bajamos un poco antes de llegar a la plaza, en un lugar que estaba más cerca de nuestro Riad. Cuando nos bajamos del taxi ya era de noche, nos echamos nuestras mochilas a la espalda y comenzamos a adaptarnos rápidamente al ritmo de la ciudad.
Nos vamos guiando por las calles con la aplicación maps.me, pero no conseguimos encontrar nuestro Riad. Se supone que estamos justo donde debería estar, pero no hay ni rastro de él. Nos acercamos hasta un hombre que está vestido con ropa típica marroquí en la puerta de un restaurante y en un momento estamos rodeados de chiquillos listos para guiarnos. El camarero nos dice que son de fiar, que vayamos con ellos que el Riad está a la vuelta de la esquina, y así fue. De ser por mí nunca me habría metido por ese callejón, le dimos algo de propina al chico que nos guió y pasamos al interior. Dentro del Riad se respira calma, Rachid nos sirve el té de bienvenida mientras el vapor y el aroma a menta fresca va perfumando el precioso salón que hay junto al patio.
En nuestra primera noche salimos a dar una vuelta a la plaza Jemaa el-fna y sus alrededores. Tras unos 15 minutos caminando llegamos al epicentro de esta mágica ciudad. Rápidamente comenzaron a acercarse vendedores de todo tipo. Los más insistentes eran los chicos de los tenderetes de comida, no te dejaban tranquilo ni un segundo, y se ponían muy pesados para que nos sentáramos a cenar en sus puestos. Para convencerte que su kiosco es el mejor de la zona tienen preparado un arsenal de frases que no te dejarán indiferente, "amigo la prisa mata", "aquí en la plaza todo es la misma mierda pero mi puesto es más barato", "amigo mi puesto es mejor que el corte inglés y más barato que ryanair", en fin, nos echamos unas risas dando vueltas por la zona. Al final nos sentamos a comer en uno de los puestos y resultó ser caro, comida escasa y de mala calidad, creo que en general es lo que abunda entre estos kioscos pero no deja de formar parte de la experiencia de descubrir esta plaza.
A la mañana siguiente lo primero que hicimos fue visitar las tumbas sadíes, situadas justo al lado de nuestro alojamiento. Las visitas a los monumentos en Marruecos son muy baratas, en la mayoría de los casos cuestan 10dh, menos de 1 euro.
Seguidamente callejeamos un poco por los alrededores y nos fuimos caminando hasta el barrio judío o Mellah. Por el camino íbamos encontrando esquinas y puertas preciosas. Una vez ya en el barrio judío disfrutamos viendo los numerosos tenderetes de especias que dan un toque de color y olor muy especial al mercado.
Pero sin duda, lo que más nos gustó del día fue la visita al Palacio Bahía, cuya entrada cuesta 10dh por persona. A pesar que el lugar estaba abarrotado conseguimos disfrutar la visita. Los techos de madera son espectaculares y sus patios llenos de plantas resultan muy vistosos. Parece imposible no acordarse de la Alhambra de Granada o el Alcázar de Sevilla viendo alguna de las salas porque tienen un estilo arquitectónico muy similar.
El gran patio reluce de una forma impresionante con su enlosado en mármol blanco. Está primorosamente decorado por fuentes y maderas en tonos azules y amarillos, una combinación muy llamativa.
Por la tarde nos adentramos en el zoco que comienza en la zona norte de la plaza, estuvimos callejeando durante un largo rato hasta terminar sufriendo lo que el compañero del foro Jorlena acuñó con un nombre acertadísimo, "el efecto mercadillo infinito", y es que no paras de ver puestos de artesanía uno tras otro hasta el punto de no saber cómo escapar de allí. Acabamos agotados por la caminata del día y con la cabeza saturada de ver tanto tenderete.
En lugar de ver atardecer desde las terrazas de la plaza Jemaa El Fna lo hicimos desde la de nuestro Riad. Mientras suena la llamada a la oración desde el minarete nos vamos preparando la merienda. Nos pedimos un té y lo acompañamos con unos pasteles que hemos comprado en el zoco. Necesitábamos descansar un poco y relajarnos con las vistas.
El resto de la tarde lo dedicamos a pasear tranquilamente y a disfrutar de una súper cena muy barata en el Restaurante Roti D´Or, para no perdérselo en Marrakech.
Echando un vistazo al mapa de la mini guía que nos regaló Rachid, decidimos acercarnos hasta el Palacio el Badi, del que no habíamos oído hablar mucho. La entrada nos costó 10dh y la visita nos sorprendió gratamente. Es verdad que sólo quedan ruinas de lo que un día fue, pero visualmente sigue siendo lo suficiente bello como para convertirse en una visita más que recomendable.
También ofrece buenas vistas sobre la muralla y además cuenta con un pequeño museo muy interesante que narra la historia de la ciudad a través de objetos de la cultura marroquí y fotografías antiguas.
Lo que más me ha sorprendido de Marrakech es que es mucho mejor de lo que me la imaginaba. Pensaba que recibiendo tanto turismo sería mucho más parecida a una ciudad occidental, que en parte lo es, pero sigue conservando toda su esencia.
Es una ciudad con embrujo y que atrapa rápidamente al viajero. Marrakech huele menta y sabe a naranjas recién exprimidas. Tiene una plaza que guarda dos caras, en la que todo es posible y que se transforma de la noche al día. En sus callejones de tonos salmón se esconden muchas sorpresas y tras sus misteriosas puertas se ocultan bajo llave los patios más bellos, oasis de calma y tranquilidad. En definitiva podemos decir que hemos caído rendidos ante los encantos de esta preciosa ciudad, caótica y exótica como ella sola.
En el avión conocimos a un chico peruano con el que compartimos taxi hasta la Plaza de Jemaa el-Fna para abaratar costes. Tras un leve regateo con los taxistas cerramos el precio en 70dh. Nosotros nos bajamos un poco antes de llegar a la plaza, en un lugar que estaba más cerca de nuestro Riad. Cuando nos bajamos del taxi ya era de noche, nos echamos nuestras mochilas a la espalda y comenzamos a adaptarnos rápidamente al ritmo de la ciudad.
Nos vamos guiando por las calles con la aplicación maps.me, pero no conseguimos encontrar nuestro Riad. Se supone que estamos justo donde debería estar, pero no hay ni rastro de él. Nos acercamos hasta un hombre que está vestido con ropa típica marroquí en la puerta de un restaurante y en un momento estamos rodeados de chiquillos listos para guiarnos. El camarero nos dice que son de fiar, que vayamos con ellos que el Riad está a la vuelta de la esquina, y así fue. De ser por mí nunca me habría metido por ese callejón, le dimos algo de propina al chico que nos guió y pasamos al interior. Dentro del Riad se respira calma, Rachid nos sirve el té de bienvenida mientras el vapor y el aroma a menta fresca va perfumando el precioso salón que hay junto al patio.
En nuestra primera noche salimos a dar una vuelta a la plaza Jemaa el-fna y sus alrededores. Tras unos 15 minutos caminando llegamos al epicentro de esta mágica ciudad. Rápidamente comenzaron a acercarse vendedores de todo tipo. Los más insistentes eran los chicos de los tenderetes de comida, no te dejaban tranquilo ni un segundo, y se ponían muy pesados para que nos sentáramos a cenar en sus puestos. Para convencerte que su kiosco es el mejor de la zona tienen preparado un arsenal de frases que no te dejarán indiferente, "amigo la prisa mata", "aquí en la plaza todo es la misma mierda pero mi puesto es más barato", "amigo mi puesto es mejor que el corte inglés y más barato que ryanair", en fin, nos echamos unas risas dando vueltas por la zona. Al final nos sentamos a comer en uno de los puestos y resultó ser caro, comida escasa y de mala calidad, creo que en general es lo que abunda entre estos kioscos pero no deja de formar parte de la experiencia de descubrir esta plaza.
A la mañana siguiente lo primero que hicimos fue visitar las tumbas sadíes, situadas justo al lado de nuestro alojamiento. Las visitas a los monumentos en Marruecos son muy baratas, en la mayoría de los casos cuestan 10dh, menos de 1 euro.
Seguidamente callejeamos un poco por los alrededores y nos fuimos caminando hasta el barrio judío o Mellah. Por el camino íbamos encontrando esquinas y puertas preciosas. Una vez ya en el barrio judío disfrutamos viendo los numerosos tenderetes de especias que dan un toque de color y olor muy especial al mercado.
Pero sin duda, lo que más nos gustó del día fue la visita al Palacio Bahía, cuya entrada cuesta 10dh por persona. A pesar que el lugar estaba abarrotado conseguimos disfrutar la visita. Los techos de madera son espectaculares y sus patios llenos de plantas resultan muy vistosos. Parece imposible no acordarse de la Alhambra de Granada o el Alcázar de Sevilla viendo alguna de las salas porque tienen un estilo arquitectónico muy similar.
El gran patio reluce de una forma impresionante con su enlosado en mármol blanco. Está primorosamente decorado por fuentes y maderas en tonos azules y amarillos, una combinación muy llamativa.
Por la tarde nos adentramos en el zoco que comienza en la zona norte de la plaza, estuvimos callejeando durante un largo rato hasta terminar sufriendo lo que el compañero del foro Jorlena acuñó con un nombre acertadísimo, "el efecto mercadillo infinito", y es que no paras de ver puestos de artesanía uno tras otro hasta el punto de no saber cómo escapar de allí. Acabamos agotados por la caminata del día y con la cabeza saturada de ver tanto tenderete.
En lugar de ver atardecer desde las terrazas de la plaza Jemaa El Fna lo hicimos desde la de nuestro Riad. Mientras suena la llamada a la oración desde el minarete nos vamos preparando la merienda. Nos pedimos un té y lo acompañamos con unos pasteles que hemos comprado en el zoco. Necesitábamos descansar un poco y relajarnos con las vistas.
El resto de la tarde lo dedicamos a pasear tranquilamente y a disfrutar de una súper cena muy barata en el Restaurante Roti D´Or, para no perdérselo en Marrakech.
Echando un vistazo al mapa de la mini guía que nos regaló Rachid, decidimos acercarnos hasta el Palacio el Badi, del que no habíamos oído hablar mucho. La entrada nos costó 10dh y la visita nos sorprendió gratamente. Es verdad que sólo quedan ruinas de lo que un día fue, pero visualmente sigue siendo lo suficiente bello como para convertirse en una visita más que recomendable.
También ofrece buenas vistas sobre la muralla y además cuenta con un pequeño museo muy interesante que narra la historia de la ciudad a través de objetos de la cultura marroquí y fotografías antiguas.
Lo que más me ha sorprendido de Marrakech es que es mucho mejor de lo que me la imaginaba. Pensaba que recibiendo tanto turismo sería mucho más parecida a una ciudad occidental, que en parte lo es, pero sigue conservando toda su esencia.
Es una ciudad con embrujo y que atrapa rápidamente al viajero. Marrakech huele menta y sabe a naranjas recién exprimidas. Tiene una plaza que guarda dos caras, en la que todo es posible y que se transforma de la noche al día. En sus callejones de tonos salmón se esconden muchas sorpresas y tras sus misteriosas puertas se ocultan bajo llave los patios más bellos, oasis de calma y tranquilidad. En definitiva podemos decir que hemos caído rendidos ante los encantos de esta preciosa ciudad, caótica y exótica como ella sola.