El día comenzó desayunando en la terraza de nuestra humilde casa rural mientras los rayos de la mañana iluminaban el tremendo muro de piedra de las paredes de Todra. Los pajarillos cantaban en el huerto que se extiende bajo la terraza y que llega hasta la orilla del río. La anciana que nos sirve el desayuno nos hace saber, mediante gestos, que el zumo de naranja que nos acaba de traer proviene del naranjo que tenemos a escasos 10 metros, ¡como para no estar bueno!
Nos hemos levantado temprano, así que tenemos tiempo para hacer alguna parada antes de llegar al desierto. Ayer me quedé con las ganas de perderme por el palmeral que rebosa vida en torno a la ciudad de Tinghir, mi idea es intentar cruzarlo y llegar a los restos de un antiguo Ksar que se ven al otro lado del palmeral.
Tengo que reconocer que cruzar el palmeral y encontrar el camino que conducía al ksar fue un poco complicado, y nos desorientamos varias veces, pero al final lo conseguimos y llegamos hasta las ruinas. Allí sólo estábamos nosotros.
Me está sorprendiendo mucho la cantidad de sitios por los que estamos pasando en los que merece la pena pararse y dedicarles un día completo. Hay tantos que la mayoría de ellos no parecen ser ni conocidos por el turismo, esto me encanta.
Tras esta visita, que no entraba en los planes del día, definitivamente nos pusimos rumbo al desierto de Merzouga. Sorprendentemente llegamos hasta el Riad sin perdernos, aquí dejaremos aparcado el coche mientras estemos en el campamento. En la casa nos recibe Yousef, seguramente el tío más loco y divertido de todo el desierto, se sienta con nosotros a tomarse un té y unas pastas para darnos la bienvenida. Mientras nos enseña cómo hacer un turbante bereber con nuestros propios pañuelos y nos va explicando las actividades que realizaremos a lo largo del día, el número de personas que seremos en el campamento y muchos más detalles.
El paisaje es de esos que te hacen empequeñecer. Pronto subimos a lomos de los camellos y marchamos al campamento.
Apenas sopla una leve brisa y notas cómo el polvo acaricia las crestas de las dunas creando efectos parecidos a los del agua al caer por una cascada.
Una vez llegamos al campamento nos subimos a una de las dunas más altas y nos sobrecogemos con la panorámica, sólo vemos montañas de arena hasta el infinito.
Estuvimos caminando a nuestro antojo hasta el atardecer mientras el resto del grupo fue llegando poco a poco hasta el campamento. En total éramos 9 personas para esa noche.
La cena en el desierto fue de las más abundantes de todas las que disfrutamos en Marruecos. Posteriormente Yousef y sus hermanos prepararon una hoguera y comenzaron la fiesta. El tío es un showman, animó a todo el grupo durante la noche, estuvimos bailando, cantando, tocando instrumentos y lo pasamos muy bien. Tuvimos momentos muy divertidos.
Antes de llegar al desierto no quería hacerme grandes expectativas, temía que fuera uno de esos sitios a los que siempre has querido ir y que cuando llegas resulta no ser para tanto. Pero el desierto de Merzouga sinceramente me atrapó desde que comencé a ver esas montañas de arena en el horizonte de la carretera, ahí ya supe que no me iba a defraudar.
Me quedo con la sensación de sentir cómo pasa el tiempo entre tus manos cuando coges un puñado de arena del Sahara y dejas que se te escurra entre los dedos mientras vas viendo como las sombras de las dunas se van alargando poco a poco con la caída del sol.
Nos hemos levantado temprano, así que tenemos tiempo para hacer alguna parada antes de llegar al desierto. Ayer me quedé con las ganas de perderme por el palmeral que rebosa vida en torno a la ciudad de Tinghir, mi idea es intentar cruzarlo y llegar a los restos de un antiguo Ksar que se ven al otro lado del palmeral.

Tengo que reconocer que cruzar el palmeral y encontrar el camino que conducía al ksar fue un poco complicado, y nos desorientamos varias veces, pero al final lo conseguimos y llegamos hasta las ruinas. Allí sólo estábamos nosotros.



Me está sorprendiendo mucho la cantidad de sitios por los que estamos pasando en los que merece la pena pararse y dedicarles un día completo. Hay tantos que la mayoría de ellos no parecen ser ni conocidos por el turismo, esto me encanta.
Tras esta visita, que no entraba en los planes del día, definitivamente nos pusimos rumbo al desierto de Merzouga. Sorprendentemente llegamos hasta el Riad sin perdernos, aquí dejaremos aparcado el coche mientras estemos en el campamento. En la casa nos recibe Yousef, seguramente el tío más loco y divertido de todo el desierto, se sienta con nosotros a tomarse un té y unas pastas para darnos la bienvenida. Mientras nos enseña cómo hacer un turbante bereber con nuestros propios pañuelos y nos va explicando las actividades que realizaremos a lo largo del día, el número de personas que seremos en el campamento y muchos más detalles.
El paisaje es de esos que te hacen empequeñecer. Pronto subimos a lomos de los camellos y marchamos al campamento.


Apenas sopla una leve brisa y notas cómo el polvo acaricia las crestas de las dunas creando efectos parecidos a los del agua al caer por una cascada.

Una vez llegamos al campamento nos subimos a una de las dunas más altas y nos sobrecogemos con la panorámica, sólo vemos montañas de arena hasta el infinito.


Estuvimos caminando a nuestro antojo hasta el atardecer mientras el resto del grupo fue llegando poco a poco hasta el campamento. En total éramos 9 personas para esa noche.


La cena en el desierto fue de las más abundantes de todas las que disfrutamos en Marruecos. Posteriormente Yousef y sus hermanos prepararon una hoguera y comenzaron la fiesta. El tío es un showman, animó a todo el grupo durante la noche, estuvimos bailando, cantando, tocando instrumentos y lo pasamos muy bien. Tuvimos momentos muy divertidos.
Antes de llegar al desierto no quería hacerme grandes expectativas, temía que fuera uno de esos sitios a los que siempre has querido ir y que cuando llegas resulta no ser para tanto. Pero el desierto de Merzouga sinceramente me atrapó desde que comencé a ver esas montañas de arena en el horizonte de la carretera, ahí ya supe que no me iba a defraudar.

Me quedo con la sensación de sentir cómo pasa el tiempo entre tus manos cuando coges un puñado de arena del Sahara y dejas que se te escurra entre los dedos mientras vas viendo como las sombras de las dunas se van alargando poco a poco con la caída del sol.