Itinerario de la jornada según Google Maps.
Esta jornada parecía de transición, ya que abandonábamos definitivamente la costa vasca y nos dirigíamos de nuevo hacia el interior. Sin embargo, terminó resultando un día bastante interesante. Salimos de Hondarribia y teníamos alojamiento esa noche en Vitoria/Gasteiz, con lo cual el recorrido completo de la jornada era de unos 160 kilómetros y cerca de tres horas en la carretera, ya que no teníamos intención de utilizar vías rápidas. Para ahorrar un poco de tiempo, decidimos llevar bocadillos, que podríamos tomar en alguno de los numerosos merenderos que con toda seguridad encontraríamos por el camino, como así fue. El tiempo ayudaba pues amaneció un día claro, con un sol espléndido. Volvía a hacer calor.
FUERTE DE SAN MARCOS (RENTERÍA).
Confieso que no había oído hablar de este sitio hasta que un amigo donostiarra me lo mencionó como lugar inexcusable para visitar, sobre todo si coincidía con un día despejado. Tuvimos suerte y así sucedió. Esta sorprendente construcción militar erigida en 1888 se encuentra entre San Sebastián y Rentería, en la cima del monte San Marcos, a 260 metros de altitud. Fue diseñado para formar parte del sistema defensivo de la zona, compuesto por ocho fuertes, de los que solo se construyó el de Nuestra Señora de Guadalupe en Hondarribia, que ya mencioné en la etapa anterior. Su función primordial era defender el Puerto de Pasajes. No tiene uso militar desde 1967, pero se encuentra muy bien conservado ya que está integrado en el Parque Lau-Hazeta, dentro de un espacio lúdico y cultural y en un escenario realmente precioso, con unas vistas alucinantes que abarcan una buena parte de la provincia de Guipúzcoa.
Impresionante vista de San Sebastian y su entorno.
En los alrededores del fuerte hay aparcamiento, merenderos y una pista que rodea el bosque, con el fuerte en su centro, desde donde ya se obtienen buenas panorámicas. Sin embargo, nos picó de verdad el gusanillo al ver a unas personas paseando por las dependencias del fuerte que servían de privilegiados miradores, sobre los árboles y nuestras cabezas. No sabíamos muy bien lo que nos íbamos a encontrar dentro, porque desde el exterior apenas se ve alguna que otra boca de cañón (es increíble cómo las construcciones quedan disimuladas en la zona interior del montículo), pero luego la visita superó ampliamente nuestras mejores expectativas.
Se accede por un puente que, sobre un foso, lleva a la puerta principal. Allí nos encontramos con una oficina de información, donde nos atendieron muy amablemente y nos entregaron un pequeño mapa orientativo. La entrada es gratuita. También vimos un bar-restaurante con una terraza situada en el antiguo patio de armas. Consultando el menú y su precio, nos dimos cuenta que no hubiera hecho falta traer los bocadillos. Pero bueno, daba igual.
El fuerte se empezó a restaurar en 1993 y se colocaron diversas réplicas de artillería y grupos escultóricos con soldados de época, repuestos de munición, etc. La idea era dar al lugar la apariencia de la época en que permanecía en funcionamiento y lo cierto es que se logra tanto en la vertiente militar como en lo referente a ofrecer una imagen de cómo era la vida diaria de los soldados que residían allí (incluso se conservan las antiguas letrinas). Hay varios niveles. A los inferiores se accede por túneles (bastante profundos, por cierto) y escaleras, lo cual añadía un toquecillo aventurero que no estaba mal, ya que estuvimos solos durante casi la totalidad del recorrido. Todo se encuentra perfectamente explicado con paneles informativos y es bastante más grande de lo que parece en principio.
Como ya he mencionado, desde la parte superior se tienen unas vistas privilegiadas de buena parte de la provincia de Guipúzcoa, entre las que se reconocen perfectamente San Sebastián y Pasajes. Estuvimos un buen rato arriba, tratando de identificar los lugares y sacando bastantes fotos.
Imponente vista de la Ría de Pasajes.
Otras vistas hacia el sur y hacia el oeste.
Cuando terminamos de verlo todo tranquilamente, fuimos a tomar nuestros bocatas en un merendero que hay junto al aparcamiento. Recomiendo mucho esta visita porque es diferente y resulta muy entretenido recorrer los túneles y ver las baterías, los cañones, las piezas de artillería, las municiones, las maquetas de soldados, etc. Y, sobre todo, si el día está despejado, las vistas son realmente espléndidas. Además, ¡es gratis!
ERMITA DE LA ANTIGUA (ZUMÁRRAGA).
Continuamos nuestro periplo contemplando una vez más los verdes paisajes vascos hasta nuestra siguiente parada, que fue en la Ermita de la Antigua, en una colina frente a Zumárraga, con buenas vistas de la campiña y la población, aunque los bloques de casas modernas le restaban encanto; resultaban mucho más bonitas las perspectivas que miran hacia las montañas.
Si se está por la zona, merece la pena acercarse hasta la Iglesia de Santa María de Zumárraga, más conocida como la Ermita de la Antigua, una joya de la arquitectura popular vasca. Como su interior es muy interesante, hay que tener en cuenta los horarios de acceso, que son los siguientes, según el folleto informativo que nos entregaron: De Semana Santa al 31 de octubre: de martes a domingo, en horario de 11:30-13:30 t 16:30 a 19:30; y del 1 de noviembre a Semana Santa, los viernes de 15:45 a 17:15 y los fines de semana y festivos, de 11:30 a 13:30, y de 16:00 a 18:00. El acceso es gratuito.
Los primeros documentos que mencionan esta iglesia datan de 1366 y se tiene constancia de que aquí rezó San Ignacio de Loyola en 1522. Hasta 1576 fue la iglesia parroquial de Zumárraga, cuando se construyó en el centro de la población la nueva Iglesia, llamada de Santa María de la Asunción. A partir de entonces, vivió siglos de abandono y deterioro, y se utilizó para otros menesteres como cuidado de enfermos, depósito de armas, etc. En el siglo XX se construyó la carretera que lleva a la ermita y en 1976 comenzó una profunda rehabilitación, se quitaron elementos añadidos, quedando a la vista la cubierta original.
Se trata de un ejemplo clásico de románico vasco con elementos arquitectónicos de transición entre románico y gótico. Su exterior es sencillo, con poca ornamentación. La portada es románica, con puerta y ventanales abocinados. En el exterior del ábside se encuentran un relieve y una ventana, ambos de estilo gótico.
El interior, bastante grande para la idea que se suele tener de una ermita (hay que recordar que fue la antigua iglesia parroquial), llama mucho la atención por la imponente mezcla de piedra y madera que presenta y, sobre todo, por la gran presencia de la madera. Se puede (y se debe) subir al piso superior, desde el que se aprecian en todo su esplendor el coro, las tribunas y la cubierta, en una gran exhibición de madera. También se aprecian tallas de ruedas (representan al sol y al fuego en la cultura céltica) y relieves, como dragones y cabezas y bustos de mujer.
En cuanto a las esculturas, se pueden ver cinco: la imagen de Santa María, la del Cristo Crucificado, la de la Piedad, la de Santa María de Zubiaurre y la de Santa Ana.
SANTUARIO DE ARANTZAZU (OÑATE).
Para llegar, hay que ir hasta Oñate/Oñáti y desde allí seguir casi una decena de kilómetros por una carretera que serpentea por la montaña entre bosques hasta alcanzar los 750 metros de altitud sobre el nivel del mar: el entorno es muy bonito, con mucha vegetación y el río excavando un profundo cañón. Hay varios aparcamientos, que empiezan a aparecer ya a un par de kilómetros del santuario. Cuando fuimos apenas había gente, así que no tuvimos ningún problema en llegar hasta el último, que está junto a la basílica. En épocas señaladas de peregrinación supongo que será otra cosa.
El nombre del santuario está relacionado con la leyenda de la aparición de la Virgen en este lugar, de la que existen varias versiones. Su nombre se refiere a la “abundancia de arbustos de espino”, por “aranza”, espino, y “zu”, “abundancia”. Según cuenta la leyenda más difundida, la aparición tuvo lugar en 1468, después de una gran sequía que se consideró un castigo divino por las enconadas luchas que enfrentaban a dos bandos opuestos, los oñacinos y gamboinos. El joven pastor que descubrió la talla corrió a avisar a los habitantes del pueblo pidiéndoles que acudieran en peregrinación a la cima donde se había producido el hallazgo para pedir por la lluvia, que empezó a caer mientras la gente bajaba la imagen al pueblo. En el lugar se estableció un pequeño santuario, que derivó en un incipiente monasterio. Sin embargo, su desarrollo fue muy complicado ya que a lo largo de los años se sucedieron las diputas por su control entre dominicos, franciscanos y jerónimos; además, sufrió los avatares de las guerras, los efectos de las desamortizaciones y tres devastadores incendios en 1553, 1622 y 1834.
La basílica, tal como la vemos ahora, se empezó a construir en 1950. En el innovador proyecto intervinieron más de 40 arquitectos y, al principio, no gozó del beneplácito de la Comisión Diocesana de Arte Sacro por considerar que no cumplía los preceptos de la Iglesia Católica en cuanto al diseño que se consideraba demasiado atrevido, a su juicio. Al final, la obra se realizó, la primera misa se celebró en 1955 y en 1969 se inauguró el complejo entero, a excepción de la cripta, que se terminó en los años 80 del siglo pasado.
La basílica, con su talla en punta de diamante, llama la atención a primera vista, ya que es completamente diferente a lo que estamos acostumbrados a ver en cuanto a la arquitectura sacra. La idea era realizar un compendio entre el arte del siglo XX y el concepto de religiosidad, ocasionando las controversias que he comentado antes y que llevaron a interrumpir las obras durante varios años. Consta de tres torres, dos laterales sobre una fachada principal de piedra lisa, que enmarcan unas grandes puertas de hierro de Eduardo Chillida, y otra, el campanario, exento, de 44 metros de altura y coronada por una sencilla cruz de hierro. Además, destaca un friso con las figuras de los apóstoles en piedra, cuyo peso supone entre 4 y 5 toneladas. También comprende una serie de arcadas exteriores en un lateral y el ábside sobre el acantilado, donde quedan restos de las construcciones anteriores. Desde esta parte, la vista es bastante espectacular ya que se aprecia como cuelga el edificio sobre el barranco.
El juicio en cuanto al diseño vanguardista dependerá de los gustos de cada cual, por supuesto. Yo reconozco que prefiero los templos románicos y góticos, pero tampoco viene mal la renovación de las concepciones artísticas. El interior es muy espacioso y puede albergar a una gran cantidad de personas. Al entrar, confieso que me quedé un tanto impresionada por las dimensiones y el aspecto del lugar, y es que no sabía muy bien si estaba en una iglesia, en una enorme sala de conferencias o en un moderno cine, a lo cual seguramente colaboraba la iluminación, tenue y de un color azul o violáceo. El órgano es inmenso y las condiciones de sonoridad son, al parecer, extraordinarias.
El ábside también resulta muy llamativo, con una superficie de 600 metros cuadrados. Obra de Lucio Muñoz, en él se enmarca una pequeña imagen de la Virgen en medio de una alegoría de la Naturaleza, para cuya realización el artista se inspiró en los paisajes de las tierras vascas. La iluminación de nuevo es aquí un tanto particular. Creía que las fotos me han salido mal, porque apenas se ve la parte superior a causa de un reflejo blanquecino, pero mirando en publicaciones he visto el mismo efecto, así que debe ser normal.
La cripta es lo único que se conserva del edificio del siglo XIX, pero también se ha adaptado a los tiempos modernos mediante unas pinturas impresionistas que vuelven a salirse de lo habitual, como si de una sala de exposiciones se tratase.
Por lo demás, como ya he mencionado, la ubicación es espléndida y merece la pena subir hasta aquí aunque solo sea por contemplar el escenario y su construcción, que desde algunos puntos concretos recuerdan al Monasterio de Montserrat, en Barcelona. Existen varios senderos en la zona para recorrer, seguramente muy interesantes si se va con tiempo disponible. Como esa tarde no era la más adecuada, ya que quemaba el sol y hacía bastante calor, nos conformamos con dar un agradable paseo por las inmediaciones hasta llegar a la zona posterior, desde donde se tienen las mejores perspectivas del monumento en su escenario, que descubren el santuario entre montañas, colgado prácticamente sobre un gran precipicio. Lo malo fue que el sol daba completamente de frente y no resultaba nada fácil captar alguna foto decente.
Como curiosidad, comentar que el santuario se utilizó para algunas escenas de la película “El día de la Bestia”, de Alex de la Iglesia.
El Santuario de Nuestra Señora de Arantzazu puede gustar más o menos, pero supone una visión diferente y contemporánea de arquitectura sacra, aunque más que rupturista me pareció una adaptación de las antiguas formas y elementos a conceptos nuevos, especialmente visuales. Además, el emplazamiento es extraordinario, lo que realza igualmente la escenificación. Se me olvidaba decir que la entrada es gratuita y que la basílica está abierta todos los días del año.
Desde aquí, emprendimos viaje directamente hacia Vitoria, donde nos alojaríamos esa noche, pero eso lo cuento en la etapa siguiente del diario.