El vuelo a Yogyakarta fue muy rápido y conforme nos acercábamos a la isla de Java lo que se veía por la ventana del avión era impresionante. Sobre el mar de nubes aparecían vocanes marrones casi en línea recta. Conos volcánicos que parecían flotar en un mar blanco. Es fácil entender lo de cinturón de fuego viendo todos esos volcanes en fila.


Por fin llegamos al hotel que era muy bonito, pareía un Riad marroquí, tenía sólo dos plantas y una piscina rodeada de palmeras en un patio abierto con habitaciones alrededor y unas zonas comunes muy bonitas con sofás y mesas para comer.



Obviamente nos dimos un baño en la piscina y salimos a explorar los alrededores.
La zona del hotel era muy tranquila y tenía un raro encanto. Era, como toda la ciudad, una zona de casa bajas y viejas , pero de vez en cuando había cafés y restaurantes de diseño, tiendas de ropa de diseño, locales yoga y muchos muros estaban pintados con dibujos muy chulos.



A mi me recordó un poco a los huttons de Beigin. Estuvímos andando un rato por la zona y cenamos en un local que tenía una barbacoa en la puerta y que estaba lleno de indonesios. La comida estaba muy buena, picante pero muy buena y los precios eran de risa.
Despues de cenar volvímos al hotel pero esta vez por una calle en la que había un arco al principio y dos estatuas de piedra a modo de guardianes.
La calle era muy parecida a la de nuestro hotel pero en esta había más restaurantes de diseño con "western food" y por supuesto bastante más caros. Ya casi al final de la calle mi hermano se paró enfrente de una tienda con los ojos como platos: ¡mamaaaaa uno porfa!. Era una heladeria, muy bonita al estilo occidental: " Il tempo de gelato".

