27 de septiembre de 2018
Mapa de la etapa 0
Hay viajes que salen bien y otros que salen no tan bien. La planificación siempre ayuda a minimizar los riesgos, pero cuando estamos tratando de viajes preparados con mucha antelación, con recorridos de más de dos semanas y con la atadura de unas noches en alojamientos ya concertados, hay un riesgo en particular del que es difícil esquivar: la meteorología. Y tras un buen puñado de experiencias previas en las que la suerte estuvo de nuestro lado, esta vez llegó el momento de sufrir las inclemencias del tiempo. Pero a todo llegaremos. Comencemos por el principio.
Esta nueva aventura, como cualquier “Etapa 0”, comienza en Mall… pues no, ya estamos en Barcelona. Aprovechando que se trata de una escala en la que nos sale gratis pernoctar en casa de mis padres, hemos llegado a la ciudad condal desde Mallorca la tarde anterior para así afrontar el vuelo principal lo más descansados posibles. Y ese vuelo nos llevará a la ciudad californiana de Oakland, en la que un pequeño aeropuerto intenta robar mínimamente el protagonismo a la vecina y archiconocida San Francisco.
Nos vamos a California, pero no es ese nuestro destino. El único motivo por el que aterrizar en Oakland y no en Seattle es el muy económico precio que nos ofrecía Norwegian, el cual hizo que mereciera la pena aterrizar lejos de nuestros objetivos y añadir un par de jornadas de carretera antes de alcanzarlos. El objetivo de este viaje son los Parques y Bosques Nacionales del interior de los estados de Washington y Oregón, en lo que se conoce como la parte estadounidense de la “Cordillera de las Cascadas”. Una sucesión de paisajes montañosos presididos por volcanes que, llevando ya años sin erupciones, destacan por mantener sus cumbres nevadas durante prácticamente todo el año.
Esta etapa preliminar no será muy diferente a las anteriores: llegar al aeropuerto, facturar, desear que las pesadas 12 horas de vuelo se hagan lo más llevaderas posibles, localizar la oficina de alquiler de coche y conducir unos pocos kilómetros poniendo rumbo ya a lo que de verdad nos interesa. El primer paso es dirigirse hasta la T2 del Aeroport del Prat, y lo hacemos mediante el Aerobús a sabiendas de que los 5,90€ por trayecto y persona son algo excesivos. Coger un taxi todavía subiría escandalosamente el precio, y la línea 46 de TMB no nos parece la mejor opción en esta ocasión ya que su itinerario hace que el trayecto dure unos 20 minutos más, y el riesgo de pasarlos a pie agarrando nuestras pesadas maletas no parece muy buena forma de empezar el día. La cuarta opción sería recurrir a los VTC, pero siendo algo que en Mallorca todavía no está tan extendido como en Barcelona, todavía no nos inspira suficiente confianza para ir a una cita a la que no podemos llegar tarde bajo ningún concepto.
¡Al lío!
Alcanzamos la terminal con un equipaje más “low cost” que nunca para un viaje transoceánico. Cómo mencionaba al empezar, la compañía escogida esta vez ha sido Norwegian gracias a su tarifa económica, pero viene con algunos sacrificios a cambio. El primero es que la maleta a facturar no debe exceder los 20 kg (a diferencia de otras compañías y tarifas, que elevan el límite hasta los 23 kg). Pero lo más novedoso es que esta vez no tendremos ningún tipo de comida a bordo, así que debemos responsabilizarnos nosotros mismos de traer las mochilas debidamente cargadas de los bocadillos y tuppers que creamos necesitar para el largo trayecto.
Obtenemos nuestras tarjetas de embarque mediante los kioskos automáticos de la zona de facturación, siendo necesario acercarse a los mostradores únicamente para dejar nuestros bultos. Allí nos espera una empleada de la compañía para hacernos las clásicas preguntas cada vez que nos dirigimos a los Estados Unidos: por cuántos días vamos, qué zonas planeamos visitar y si hemos mantenido el control de nuestro equipaje en todo momento. Siempre se sorprenden cuando en lugar de ciudades les enumeramos parques.
Tras pasar los controles de seguridad, completamos nuestras provisiones con lo único que no podíamos traer de casa: los líquidos. Nos gastamos casi 10 euros entre aguas y refrescos antes de pasar un control más para vuelos que salen de la Unión Europea, donde somos testigos de cómo algunos empleados de Aena ya están hasta las narices de los turistas despistados que no leen las instrucciones y provocan largas colas por su indecisión.
Dan las 13:15 cuando estamos ya esperando frente a la puerta de embarque designada, hora de echar mano de los tuppers que “La Lola” -también conocida como mi madre- nos ha preparado con todo el cariño. El vuelo empieza a acoger pasajeros puntualmente, y gracias a la amabilidad de un chico argentino conseguimos cambiar nuestros asientos del centro de la cabina por unos en el lateral izquierdo que nos permita disfrutar de una ventanilla. Las butacas son las habituales de clase turista, con un espacio para las piernas suficientes para un par de horas pero que nos obligará a levantarnos y dar un paseo por el pasillo varias veces durante el vuelo. En la parte trasera de los reposacabezas, una toma de auriculares y un conector USB acompañan a la pantalla en la que se inicia la aplicación de entretenimiento a bordo. Desde aquí se puede consultar el progreso del vuelo, comprar cosas del Duty Free o el servicio de bar -las pantallas incorporan un lector de tarjetas bancarias bajo ellas- y, lo más importante, acceder al catálogo de series y películas gratuito. Hay bastante material para amenizar el vuelo, aunque no todas ofrecen subtítulos en español -algunas ni siquiera los ofrecen en inglés-. Lo que más nos llama la atención es la ventanilla, que en lugar de la clásica persiana opaca de plástico incorpora un botón que hace que el cristal deje pasar más o menos cantidad de luz.
Las puertas a la aventura
Son chulas estas ventanillas...
Pasamos las primeras tres horas de vuelo revisando en el ordenador portátil resúmenes y clips atrasados de Operación Triunfo, jugando en el entretenimiento a bordo al Trivial y el Solitario y comiendo un par de minibocadillos de nuestro arsenal. Los conectores usb cargan nuestros móviles pero solo a veces, y eso es un inconveniente. Faltan nueve horas.
Echo mano del catálogo de video para ver Battle of the Sexes, con Steve Carell y Emma Stone. Muy digna. Quedan seis horas.
Gastamos otro pedazo de batería dee portátil con un capítulo de This Is Us y dos tercios de Deadpool 2. Más partidas al Trivial. Más solitarios. Quedan tres horas.
La tripulación comienza a repartir los formularios a entregar en el control de aduanas. En la ventanilla, que muestra cómo ya hemos superando el Atlántico y estamos sobrevolando Estados Unidos de este a oeste, empiezan a asomar las montañas rocosas. También asoma una columna de humo por un incendio que tiene lugar bajo nosotros. Quedan 90 minutos.
Las rocosas se queman
Últimas millas de vuelo
Con extrema puntualidad el avión toma tierra a las 18:00 aunque para nuestros cuerpos sean ya las 3 de la madrugada.
El trámite de los controles de inmigración pasa sin sobresaltos. Un pequeño cuestionario a contestar en los kioskos, posar para la foto y esperar turno para que uno de los agentes de Seguridad Nacional termine el proceso y selle nuestro pasaporte dando el visto bueno a nuestra entrada al país. A las 19:00 estamos ya en el vestíbulo de la terminal, tras recuperar unas maletas que no tardaron mucho en aparecer por la cinta de equipaje. El aeropuerto se siente pequeño, lejos de las macroinstalaciones de otras obras faraónicas que gestionan un volumen mucho mayor de tráfico aéreo.
No nos cuesta encontrar la parada frente a la terminal de la que sale el autobús lanzadera hasta las oficinas de alquiler de coche. Allí nos espera el mostrador de Alamo, en el que solo nos queda presentar nuestra reserva previa mediante el portal AutoEurope. Nos espera en el garaje una gama de vehículos SUV -son muchos días y mucho equipaje para ir paseando un turismo más pequeño-. Tenemos un Ford, un Hyundai, un Toyota… pero el que se lleva toda nuestra atención es el Jeep Compass. Con un maletero similar a las demás opciones pero unos interiores con acabados mucho más “Premium” tanto en la tapicería como en el panel de mandos, nos decidimos por él. Que además sea un 4x4 y que solo tenga 500 kilómetros en su historial es un añadido al que tampoco le hacemos ascos. Tras familiarizarnos con los controles básicos para los espejos y volver a poner el cerebro en modo “aquí no hay embrague”, salimos del aparcamiento y nos estrenamos con los 70 kilómetros hacia el norte que separan Oakland de Fairfield. Ya es noche cerrada y enseguida estamos circulando por las clásicas autopistas de cinco o más carriles en las que prácticamente todo el mundo supera en 10 o 15 millas el límite de velocidad.
Son las 20:45 cuando localizamos nuestro alojamiento para esta noche en Fairfield, todavía sin abandonar California. Para esta primera estancia, reservada por Airbnb al igual que todas las del viaje, nos hemos conformado con una habitación con baño compartido. Ya habrá tiempo para alojarnos en casas completas con cocina en lugares donde preveemos pasar más tiempo.
Nos encontramos la casa en total silencio, ya que ni la anfitriona ni los huéspedes de la otra habitación en alquiler están presentes. Podemos entrar sin problemas gracias a la cerradura con teclado cuyo código nos ha facilitado la dueña mediante la aplicación de Airbnb. Nos encontramos un cuarto pequeño, con una litera en la que la cama inferior es doble y la superior es individual, y un escritorio donde descansan dos pequeñas botellas de agua y unos aperitivos. Nos asomamos unos minutos a la cocina en la que mañana podremos disfrutar del desayuno incluido en la reserva, y vemos en las instrucciones para huéspedes que todavía queda una hora por delante en la que podríamos disfrutar del jacuzzi en el jardín exterior, pero hoy no es el día para ello.
Dejando la ducha para la mañana siguiente, nos encerramos en nuestro cuarto y mientras nos ponemos mínimamente al día en las redes sociales gracias al wifi, escuchamos como nuestros vecinos y la anfitriona llegan a la casa. Estamos demasiado cansados para salir a saludar, así que apagamos las luces antes de las 22:00 -o las 7:00, ya no sabría decir- y dejamos las cortesías para mañana.
El salto grande ya está hecho. Ahora falta devorar kilómetros.