El Monestir de Santa Maria de les Avellanes o, como propiamente se llama, de Bellpuig de les Avellanes está en la comarca de la Noguera, presidido por el Montsec y en la puerta de entrada al Prepirineo.

Lo fundó en 1166 la orden monástica de los Premostratenses pero en sus orígenes no estaba donde lo vemos ahora sino en una cueva cerca de Vilanova de la Sal. Esa cueva tenía el nombre de Bellpuig el vell y fue donde habitaron los primeros monjes con su abad, el beato Joan d'Organyà, llamado popularmente Sant Cap.

Los condes de Urgell, Ermengol VII y su mujer, Dolça de Foix, les apoyaron desde un inicio. Lo mismo hicieron los condes de Cabrera.
Pero, como todo el mundo imaginará, la vida en una cueva no era sencilla y eran tiempos convulsos. Así pues se decide la fundación de un segundo "monasterio" (si es que podemos considerar a la cueva como tal).
En 1195 las dos comunidades, los que aún vivían en la cueva y los que no, se unieron en un mismo monasterio que llamaron Nuestra Señora de Bellpuig de les Avellanes. Los condes lo convirtieron en su panteón familiar.
Como podemos imaginar, la etapa de mayor esplendor del monasterio fue la medieval, desde el siglo XII al XIV.
La obra más antigua del monasterio es el claustro románico, que data del siglo XII.

El conde Ermengol X financia las obras en el siglo XIV, que llevan a la irrupción del estilo gótico. De esta época destaca la iglesia. Cuando el conde muere, empieza la etapa de decadencia del monasterio.
Desde el siglo XV al XVII tuvo que luchar por su supervivencia porque hubo muchos intentos de clausurarlo. Los premostratenses de este monasterio acaban siendo los últimos de su orden en la Península ibérica.

A partir del siglo XVII vuelve a haber otra etapa de prosperidad. Se instala la Escuela de eruditos con algunos abades que se han considerado como los precursores de la historiografía catalana moderna. Se creó una biblioteca muy importante en el monasterio, que hoy ha desaparecido.
Fue, no obstante, época de guerras que afectaron a la estructura, lo que motivó reformas, ya en estilo neoclásico.
Con la desamortización de Mendizábal de 1835 los monjes premostratenses tuvieron que abandonar definitivamente el monasterio. Queda abandonado y la gente empieza a expoliarlo. Fue vendido varias veces sin que sus propietarios se preocuparan por el edificio lo más mínimo.
En 1906 lo compró un banquero de Lleida, que aprovechó para vender los cuatro sepulcros de los condes de Urgell, de estilo gótico. Hoy están en el Metropolitan de Nueva York.
Cuatro años más tarde llegaron los hermanos Maristas. Compraron el edificio e instalaron allí su seminario. Para ello emprendieron las restauraciones pertinentes. El seminario cerró en 1995. Hoy en día se realizan talleres, seminarios de historia, tiene un fantástico restaurante, una hospedería... Igualmente se organizan visitas guiadas.

Nosotros nos alojamos en la hospedería. Es un hotel de 3 estrellas con 37 habitaciones dobles que tienen todas las comodidades. 31 de esas habitaciones tienen vistas a la montaña y 18 m2; otras 6 (que son las que escogimos), se ubican en las esquinas y tienen ventanales que dan vistas frontales y laterales. Precioso.
El restaurante es fantástico. Muy buena comida y muy bien elaborada (con vistas al claustro). Se puede coger un a oferta que incluya también media pensión o pensión completa. Un menú de lunes a viernes cuesta 12 euros y 24,50 euros el fin de semana.
Un poco antes nos habíamos alojado en la hospedería de Vallbona de les monges y... años luz. En aquella habitación hacía frío, tú te hacías la cama, comías o cenabas en la misma mesa con gente que no conocías y tú quitabas y ponías la mesa para comer platos muy sencillos. Aquí, a pesar de que las habitaciones son sobrias, gozas de todas las comodidades. Pero se nota una gran diferencia de precio. Eso sí, hay wifi, no tele en las habitaciones.
Hicimos la visita guiada, que vale la pena para saber un poco más sobre el edificio y su historia. Y después tienes todo el tiempo que quieras para pasear por el precioso entorno y descubrir todos los rincones del monasterio.

De noche, vale la pena salir al jardín para disfrutar de las vistas del precioso cielo estrellado en un entorno único.