Amaneció un día espléndido y después de desayunar volvimos al coche para nuestra segunda jornada en el país vecino, esta vez en la zona de la Cerdaña francesa, en principio con dos objetivos: la Cueva de Fontrabiouse y una ruta senderista por los Lagos de la Bollosa (Lacs des Bouillouses).
Situación de la Grotte de Fontrabiouse.
GROTTE DE FONTRABIOUSE.
Para llegar tuvimos que dirigirnos hacia el norte, a la localidad de Fontrabiouse, que dista aproximadamente 37 kilómetros de Llivia, unos cuarenta minutos en el coche. Tomamos de nuevo la N-116 hasta Mont-Louis y luego la D-118 hasta el pueblo, muy cerca del cual se encuentra la entrada a la cueva. De camino, pasamos por el desvío que tendríamos que tomar por la tarde para ir a los lagos.
Itinerario desde Llivia en Google Maps.
Me gustan mucho las cuevas, así que cuando vi que estas están cerca de Llivia no lo dudé y las incluí en el programa de nuestras visitas en Francia, pues, además, encajaban perfectamente con la ruta de senderismo que queríamos hacer en los Lagos de la Bollosa.
Atravesando un bonito paisaje, llegamos a un pintoresco pueblecito construido sobre un macizo de piedra caliza muy antiguo. Una vez en el aparcamiento, que es gratuito, nos dirigimos a las taquillas, ya que, aunque la atracción cuenta con venta anticipada online, en este caso preferimos comprar las entradas in situ por si acaso teníamos que anular.
Naturalmente, lo primero que me pidieron al acercarme a la taquilla fueron los pasaportes sanitarios Covid, que escanearon concienzudamente. Según su página web, en 2021 la cueva abre del 5 de febrero al 7 de noviembre de 2021 y del 4 al 30 de diciembre, incluidos fines de semana y festivos, permaneciendo cerrada desde el 8 de noviembre al 3 de diciembre. La entrada general cuesta 12,90 euros, con algún pequeño descuento para niños, jóvenes y mayores. Si se desea hacer una visita “a la antigua”, algo más compleja y sin luz, el precio es de 19,90. Las visitas son guiadas, así que hay que atenerse a los respectivos pases, que varían según la época del año, si bien suele haber turnos tanto de mañana como de tarde. La visita dura entre 50 minutos y una hora.
Fontrabriouse y acceso a la cueva.
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Como el turno anterior acababa de entrar, tuvimos que esperar al siguiente. Nos dijeron que la visita sería en francés, lo cual no nos importaba porque hemos ido a muchas cuevas y más del 50 por 100 de las explicaciones son comunes a todas, el 25 se puede consultar en los folletos que entregan y el resto, bueno si lo captábamos bien y si no, pues tampoco pasaba nada. Sin embargo, lo que sucedió después nos dejó un tanto sorprendidos y lo voy a contar como simple curiosidad. Mientras, iré poniendo ya imágenes del interior.
La gente fue llegando en buen número y bastantes eran de nuestro país, así que para respetar el protocolo Covid, anunciaron que en el turno siguiente habría dos visitas separadas entre sí por un margen de 10 minutos, la primera en francés y la segunda en catalán. También proporcionan audio-guías en varios idiomas a 1,5 euros, que no cogimos. Nos daba un poco igual, así que decidimos esperar a la que sería en catalán porque había menos gente y, quizás, la entenderíamos mejor.
Cuando el guía convocó al grupo “en catalán”, lo hizo hablando en castellano, lo que nos descolocó un poco, pero bueno… Fuimos hasta el inicio del recorrido y el hombre, muy simpático por cierto, continuó hablando en castellano pese a insistir en que la visita era en catalán. Había muchos catalanes, la mayoría en el grupo, lógico teniendo en cuenta la proximidad geográfica, pero nadie dijo absolutamente nada sobre aquel contrasentido, de modo que seguimos el resto de la visita con las explicaciones del guía en castellano, con lo cual, nosotros encantados, claro está, pues así nos enteramos de todo perfectamente. En fin, lo extraño no era el idioma empleado, sino que el guía se empeñase en decir que la visita se hacía en catalán. Lo cuento como una simple anécdota, pero que nos llamó la atención.
Al contrario que en España, que son la excepción, en el interior de la mayoría de las cuevas francesas permiten hacer fotografías sin flash. Y en esta también, así que me despaché a gusto, pues es algo de lo que disfruto mucho, aunque luego las imágenes me salgan mejor o peor.
A lo largo de los siglos, un arroyo que nace en las altas cumbres ha excavado bajo el macizo el bello universo subterráneo que íbamos a visitar. Esta cueva fue descubierta en 1958 gracias a la explotación de una cantera de mármol que está frente al pueblo del que toma su nombre, aunque permaneció en el olvido durante casi doce años. Está situada a 1500 metros de altitud sobre el nivel del mar, lo cual la convierte en la más alta de estas características a la que se puede acceder en territorio francés.
Con 400 metros de longitud, se visitan dos niveles y cuenta con un lago subterráneo, varias salas y una colada de calcita de colores brillantes.
Fue abierta al público el 1 de julio de 1983 con 400 metros de galerías accesible, que pasaron a ser 900 en 1991.
Durante el recorrido fuimos viendo todo tipo de formaciones, cortinas, estalactitas, estalagmitas, fístulas, columnas, cristales y arbustos de aragonito.
Tal como suele suceder en las cuevas francesas, la iluminación era muy acertada y destacaba perfectamente los colores y las mejores formaciones. Tampoco voy a entretenerme en dar demasiados detalles, ya que lo mejor de las cuevas es verlas.
Tratándose de la primera quincena de agosto, el grupo era numeroso y confieso que la conducta de algunos de sus integrantes (una minoría, ciertamente) nos hizo sentir vergüenza ajena. Todos sabemos, y si no es así los guías siempre se encargan de decirlo, que un centímetro en una estalactita o estalagmita supone el paso de muchos años. Sin embargo, vimos chavales tocando las formaciones y niños incluso saltando o sentándose en alguna de ellas ante la mirada complacida de sus progenitores que no tenían pudor alguno en tomarles una fotitto de recuerdo con el móvil . Lamentable, la verdad.
Por lo demás, la cueva nos gustó, ¿más o menos que otras? Pues no sé, porque la verdad es que a mí me gustan todas . Esta tiene un laguito muy chulo y algunas figuras muy coquetas. La entrada quizás resulte un poco cara, pero si se está por la zona creo que es una visita a tener en cuenta.
EL ALMUERZO.
Entre unas cosas y otras, cuando terminamos era más de la una y media, tardísimo en Francia para buscar un lugar para almorzar. Y tampoco se nos había ocurrido comprar bocadillos... Enseguida nos dimos cuenta de que en el pueblo sería imposible, así que volvimos a la carretera y retrocedimos con la esperanza de que en Mont-Louis, un lugar muy turístico y frecuentado por españoles, habría un horario de restauración más relajado. Sin embargo, poco después de pasar el desvío que tendríamos que tomar después para ir a los Lagos de la Bollosa, vimos un restaurante junto a la carretera, con terraza y gente comiendo. Era nuestra oportunidad. No podíamos perder más tiempo. Aparcamos y la encargada, tras escanear nuestros pasaportes covid, nos confirmó que podíamos sentarnos. Fue muy amable porque antes de que empezara a servirnos la comida el resto de comensales terminaron y todas las mesas se quedaron vacías excepto la nuestra. Hasta que nos trajeron la carta no nos habíamos dado cuenta de que estábamos en una especie de hamburguesería, aunque muy a la francesa, bastante especial, por lo tanto. Mi marido pidió un menú que incluía una hamburguesa con diversa guarnición y que, según sus palabras, ha sido la mejor que ha tomado desde que podía recordar, pues la calidad de la carne era excelente. Yo me decanté por el magret de pato, también muy rico. De postre, tiramisú y cafés. Para beber, una copa de vino, una cerveza y la típica “carafe d’eau”. El precio, 42 euros.
Evidentemente, a continuación tocaba consumir las calorías acumuladas o al menos una parte, pero como se trata de una ruta de senderismo y para no mezclar los temas, el relato lo hago en la etapa siguiente.