Día 6. Viernes. Carvoeiro. Cuevas de Benagil en lancha desde Portimao. Algar Seco. Ferragudo. Faro. Total, 89 kilómetros, según en siguiente perfil en Google Maps.
Perfil del itinerario de la jornada en Google Maps.
Carvoeiro.
La noche anterior nos alojamos en este bonito pueblo del Algarve, muy turístico pero también muy pintoresco, con varias colinas rodeando la playa en torno a la cual se extienden unas casitas de colores que, según dicen algunos, recuerdan a las de las de las islas griegas. Bueno, no me lo parece tanto, aunque bonito sí que lo es. Se aprecia muy bien desde los miradores laterales; sobre todo el que hay yendo hacia Algar Seco.
Tampoco están nada mal las vistas que se obtienen desde el mar, en el curso de las excursiones que salen de Carvoeiro, de Portimao o de Benagil hacia las Cuevas.
El hotel que escogimos estaba en lo alto de uno de aquellos promontorios, se llama Carvoeiro Hotel y nos salió muy bien de precio, ya que por 68 euros nos dieron un apartamento enorme, con habitación, vestíbulo con armarios, baño, salón comedor, cocina totalmente equipada y una gran terraza con mesa y sillas. Ni que decir tiene que no utilizamos apenas nada de todo eso, dado que solo pasamos allí unas horas. Puede ser una buena opción para familias con niños, aunque, eso sí, está algo alejada de la playa y para bajar al centro del pueblo hay que caminar unos quince minutos, cuesta abajo y, eso es lo peor, regresar cuesta arriba .
De hecho, fue lo que hicimos para ir a cenar. La verdad es que podíamos haber llevado el coche, pues había aparcamiento de sobra, pero nos apetecía andar. Tras bajar una empinadísima cuesta, como ya era tarde nos acomodamos en la terraza exterior de un restaurante que vimos de camino con buena pinta y que luego no nos defraudó: pedimos sopas, espetada y entrecot. Lo que no me gustó fue un postre muy raro con mezcla de frutos secos, miel y aguardiente. No recuerdo su nombre, pero nos dijeron que era tradicional de la zona.
Después, de noche, dimos un paseo por el entorno de la playa, donde había ya muy poquito ambiente. Así que volvimos al hotel, escogiendo otra calle algo menos empinada pero más larga. En fin, que la cena la bajamos bien.
Cuevas de Benagil en lancha.
Esta excursión me dio mucho que pensar. La reservé desde casa, la anulé al ver el tiempo que iba a hacer y volví a contratarla la noche anterior, ya que nos había gustado tanto el paseo en bote por Ponta da Piedade que nos daba un poco de penita prescindir de la de las Cuevas de Benagil.
Tras desayunar en el hotel, salimos hacia Portimao, de donde salía el paseo en lancha que habíamos escogido. Existen otros de mayor o menor duración, y que parten desde Carvoeiro y Benagil. Esta la reservé con Civitatis, aunque ellos subcontratan a una empresa local. Nos costó 28 euros por persona y tiene una duración de dos horas, ya que recorre toda la línea costera hasta el entorno de la Cueva de Benagil. Se realiza en español (también había franceses) y lleva 15 personas como máximo creo recordar, quizás menos, todas provistas de chaleco salvavidas. Menos mal, Y no reiros, no.
Salimos puntualmente a las 11 de la mañana. Sin embargo, el día distaba mucho de parecerse al de Ponta da Piedade. El cielo estaba blanco por la calima, dotando al mar de un tono grisáceo en lugar de azul turquesa, lo que no favorecía la belleza de las panorámicas. No hacía frío. Antes de partir, estuvimos dando una vueltecita por el puerto de Portimao.
Tras pasar frente a las costas de Ferragudo, ofreciendo bonitas vistas de dicha localidad con sus casitas, su castillo y su playa, la lancha giró (viró, creo que se dice, no sé) a la altura del faro y enfiló su proa a muy buena velocidad, mostrándonos unas primeras y espectaculares imágenes de los acantilados desde el mar. De pronto, nos dimos cuenta del gran oleaje que había, lo que enseguida convirtió nuestra lancha en una especie de trenecito de montaña rusa
Muchas risas por aquí, muchas risas por allá por lo que se movía aquello. Había otras embarcaciones haciendo el recorrido, pero los kayaks no habían salido, pues era peligroso. Allí nadie se cortaba y los barquitos entraban en las cuevas, afrontando osadamente la fuerza de las olas. La verdad, daba cierta cosa, sobre todo cuando aceleraba para escapar de la corriente, y más a nosotros que íbamos en la zona de proa.
Al contrario que la mañana de Ponta da Piedade, el traqueteo de la lancha y mi empeño en mantenerme sujeta el mayor tiempo posible hizo que las fotografías salieran bastante peor. Desde luego, ni soñar con ponerme de pie para enfocar bien, Una vez lo intenté y quedé bien escarmentada
Pasamos por sitios muy bonitos, aunque carecían del colorido de los de Ponta da Piedade al estar ausente el sol. Y también vimos Carvoeiro, con su animada playa y sus pintorescas casitas asomándose al mar.
Punto y aparte merece el sorprendente paraje de Algar Seco, con la gente asomándose a través de sus ventanas naturales abiertas en la roca como consecuencia de la erosión. Nos llamó tanto la atención que decidimos ir allí después de comer. En la primera fotografía, se aprecian perfectamente el camino de pasarelas que lo recorre sobre el acantilado, con la procesión de senderistas surcándolas.
Seguimos con la lancha, descubriendo algunos de los lugares que habíamos recorrido la tarde anterior a pie, por la parte alta del acantilado, al hacer la ruta de los siete valles suspendidos.
El interior de algunas cuevas presentaban colores sorprendentes pese al día gris.
Y, al fin, llegó el momento que se considera estelar de este tipo de recorridos, la entrada a la Cueva de Benagil, con sus agujeros por los que se contempla el cielo azul y su preciosa playa, a la que solo se puede acceder nadando o en kayak, ya que está prohibido desembarcar en este tipo de excursiones.
El asunto estaba chungo, pues las olas rompían con mucha fuerza y se nos puso un nudo en la garganta. No obstante, la lancha entró, permitiéndonos hacer alguna que otra foto, hasta que aquello se convirtió en una especie de cascarón a merced de las olas, con lo cual pronto retrocedió sin darnos la consabida vueltecita por el interior para captar la cueva en toda su belleza. Sin embargo, así casi nos resultó más impresionante.
La lancha enfiló a toda velocidad para salir de la cueva y, de pronto, vi una ola enorme que venía hacia nosotros. Solo me dio tiempo a meter el móvil en el bolso a toda prisa. El agua cayó a plomo sobre la lancha, por encima de nuestras cabezas, y nos empapó a todos. Yo lo vi venir y me agarré con todas mis fuerzas al asa de la lancha, pero a mi marido el rebote le levantó y le hizo daño en la espalda. De vuelta en Madrid, incluso tuvo que ir al médico. Afortunadamente, ya se ha recuperado. Fue un momento de tensión, pese a las risas que se nos escaparon después. Luego, la persona que manejaba la lancha nos dijo que había tenido que tomar así la ola por cuestión de seguridad, para poder salir de la cueva. No sé, yo no entiendo de estas cuestiones marítimas; el caso es que en ese momento se suspendió la excursión y volvimos hacia Portimao a toda prisa, manteniéndonos bastante más alejados de la línea costera, donde las olas azotaban con mucha menos fuerza. No hacía frío, pero el remojón fue tan fuerte que el chico que iba a mi lado, y que fue el que recibió el impacto más fuerte, empezó a tiritar, así que nos proporcionaron toallas para cubrirnos. Cuando llegamos al puerto seguíamos completamente empapados, de arriba abajo. Menos mal que llevábamos la maleta con la ropa en el coche, porque tuvimos que cambiarnos todo lo que llevábamos puesto. Vamos, que tuve que poner a secar hasta los tres billetes de veinte euros que llevaba dentro del bolso (era de tela). Y la cámara de fotos ya no la pude utilizar durante el resto del viaje. Menos mal que al teléfono móvil no le afectó el remojón. Así que mucho ojo con este tipo de actividades si la mar está picada; no creo que haya problemas para la integridad personal de los excursionistas, pero sí que se pueden llevar un susto y un buen e imprevisto baño. Tampoco viene mal proteger la cámara de fotos y el móvil en una bolsa plastificada o similar. En cualquier caso, a partir de entonces ya no volvió a salir ninguna embarcación. No volví a hacer más fotos durante el regreso al puerto, pero al menos sí que nos quedó el recuerdo del interior de la Cueva de Benagil y de su "olita".
Ferragudo.
Desde Portimao habíamos visto las casitas de este pequeño y pintoresco pueblo, con varios restaurantes que ofrecen pescado fresco. Nos habían recomendado uno de ellos, pero cuando llegamos nos dijeron que por unas serie de problemas solamente disponían de pescado del día al peso, lo cual no nos convenció porque estábamos muy escamados de este tipo de ofertas, pues algo parecido en Almería nos salió por más de cien euros y el bicho era tan grande que se quedó la mitad en el plato.
Así que, como ya era muy tarde, tomamos un menú del día en la terraza de otro restaurante. No fue nada del otro mundo, pero me hizo gracia comer en Portugal con sangría. Y no estaba muy mal, ja,ja,ja, al menos no le habían puesto cilantro . Bueno, os ahorro los detalles, mejor ocuparse del pueblo, que es muy majo.
Después de comer, dimos una vuelta por el pueblecito, recorriendo sus callejuelas hasta la iglesia, desde donde hay un mirador desde el que se obtiene una buena panorámica de Portimao. También tiene un castillo privado, que habíamos podido contemplar desde la lancha por la mañana. Merece la pena dar un paseo por Ferragudo.
Algar Seco.
Desde Ferragudo, fuimos hasta el parking de Algar Seco, cerca de la Praia de Carvoeiro. Allí hay una ruta de pasarelas de madera que llevan hasta el pueblo, ofreciendo unas bonitas vistas.
Algar Seco es un monumento natural consistente en una serie de formaciones rocosas y cuevas escarpadas, con piscinas de aguas cristalinas, si bien hay que extremar las precauciones en días de fuerte oleaje, como aquel.
Dependiendo de la osadía de cada cual, se puede recorrer todo el conjunto de cuevas utilizando unas escaleras excavadas en las rocas, que serpentean por todo el conjunto de acantilado, conduciendo hasta una serie de curiosas ventanas, balcones y túneles, algunas con nombre como las Cuevas Boneca, si bien la presencia de un restaurante rompe bastante la belleza salvaje que podría tener este paraje tan singular, aunque muy concurrido a causa de su proximidad a Carvoeiro y al aparcamiento donde se dejan los coches cómodamente, convirtiéndolo en un destino accesible a todo tipo de visitantes, incluso los más vaguetes.
Me gustó bastante este sitio. Resulta muy entretenido para pasar un rato y sacar bonitas fotos, si lo permiten las personas que se aposentan en los lugares como si fueran sus dueños exclusivos.
Luego seguimos un rato por el sendero que lleva hacia la Praia de Vale Cobo, contemplando un nuevo y espectacular conjunto de rocas y acantilados, aunque no faltan los complejos hoteleros que se agarran a las rocas. Hay quien dice que apenas se les ve y que son respetuosos con el entorno natural. No sé. A mí no me gustan.
Cuando nos cansamos, volvimos al coche y enfilamos rumbo a Faro, donde nos alojábamos esa noche, poniendo punto final a nuestras vacaciones en el Algarve.