Pues entre unas cosas y otras, habíamos llegado a Faro, la etapa final de nuestra semana en el Algarve, que tardó más de dos años en llegar por culpa de la pandemia y que se había pasado bastante deprisa.
Situación de Faro en el mapa del Algarve.


Tenía reservado alojamiento en el Aqua Ria Boutique Hotel, situado en el mismo centro, junto al puerto, un establecimiento con muy buenas opiniones que nos salió por 72 euros la noche, sin desayuno. La habitación muy cómoda, si bien no tenía vistas, ya que el balcón daba a un patio, lo que nos vino bien después de todo, ya que estaba perfectamente insonorizada. Por lo demás, todo lo más interesante de Faro a unos minutos caminando.

El aparcamiento fue otro cantar. El hotel está en una calle peatonal (no lo sabíamos), así que nos costó localizarlo. Sin embargo, lo peor fue que en la mismísima Praça Dom Francisco Gomes, la que da al puerto, había una celebración de la Guardia Costera Portuguesa (o la Marina, no sé, la verdad), con exposición de gran cantidad de material, incluyendo conciertos y desfiles. En fin, un horror, con las calles cortadas y demás. No teníamos ni idea de tal evento, claro está. Lo cierto es que nos vimos metidos en aquel jaleo sin haber localizado siquiera el hotel, así que decidimos meter el coche en el primer aparcamiento cubierto que vimos. Después, nos dimos cuenta de que no se trataba de un parking público sino el de otro hotel, con lo cual el precio era evidentemente más caro. Sin embargo, claudicamos con tal de aposentar el coche y dejar de dar vueltas a lo tonto. En fin, iban a ser unas horas y tampoco nos íbamos a arruinar.

Antes de cenar, salí a dar una vuelta por el centro de Faro, la capital de la región del Algarve y sede su Universidad, que actualmente cuenta con una población cercana a los 70.000 habitantes. Desde tiempos muy antiguos, en su entorno se desarrolló una gran actividad comercial, basada en el intercambio de productos agrícolas, pescado y minerales. Bajo el nombre de Ossonaba, fue dominada por romanos y visigodos hasta la llegada de los musulmanes en el año 713. En 1249, el Algarve fue conquistado para los cristianos por el rey Alfonso III de Portugal. En 1540, Faro consiguió el rango de ciudad y en 1830 se convirtió en la capital del Algarve. Como tantos otros lugares en Portugal, resultó muy afectada durante el terremoto de Lisboa de 1755, por lo que tuvo que ser bastante reconstruida con posterioridad.

La economía de la ciudad y su zona de influencia se basa en la pesca, la industria conservera y la exportación de frutos y corcho, aunque también está ganando importancia el turismo, ya que aquí se encuentra el tercer aeropuerto más importante de Portugal, al que llegan buena parte de los millones de turistas que visitan anualmente el Algarve, si bien, curiosamente solo una pequeña parte de ellos se detienen a visitar su capital siquiera para dar un paseo.

Lo del aeropuerto resulta muy evidente, ya que los aviones sobrevuelan a baja altura el centro de Faro, atrayendo la atención de los forasteros. No es que sea algo inédito, pues sucede en otros muchos lugares, si bien quizás no resulta tan corriente en una ciudad de este tamaño. Al principio, sorprende un poco; luego, te acostumbras a verlos pasar tan cerca y al ruido que hacen.


Nada más salir del hotel, aparecí en el Jardim Manuel Vivar, frente a la Marina. Se trata de una zona muy animada, que cuenta también con varios edificios destacados alrededor, como la Igreja da Misericordia.




Caminando unos metros, se llega hasta el Arco da Vila, de estilo neoclásico, que se construyó sobre las ruinas de una antigua puerta en la muralla musulmana original.


Un panel informativo lo explica. Este arco separa de algún modo el casco antiguo de la zona más comercial y cosmopolita de la ciudad, donde se agrupan las tiendas, los hoteles, los cafés y los restaurantes.





Las calles empedradas del casco viejo me llevaron hasta Largo da Se, una plaza amplísima, donde se encuentra la Cámara Municipal, si bien lo que más atrae la vista es el edificio de la Catedral, en el mismo centro, cuyo origen se remonta al siglo XIII. Ya estaba cerrada, con lo cual no tuve ocasión de visitar su interior.

Cámara Municipal y lateral de la Catedral.



Continué caminando por la Cidade Velha, hasta que me topé con un edificio de color amarillo, muy extraño, que, al parecer, era una antigua fábrica de cerveza.




Por la rua do Castelo, salí hasta los restos de la antigua fortaleza, que se encuentran bastante descuidados, al igual que la muralla, que, no obstante, cuenta con algunos muros que se conservan bien.Me llamó la atención esta dejadez tratándose de lugares supuetamente históricos.



La rua Comandante Francisco Manuel va junto a la vía del tren, que circula en paralelo a la costa, hacia el Puerto. Siguiéndola, pude contemplar algunas casetas donde se guardan las tablas de surf y otros aparejos para actividades turísticas. Estaban todas pintarrajeadas, proporcionándoles un aire… peculiar. Como lo eran también los vagones del tren, igualmente "decorados".



Tras pasar la Rosa de los Vientos, vi a la derecha la llamada Porta Nova, otro arco abierto en tiempos en la muralla y que da paso al casco antiguo que acababa de visitar.



De nuevo en el Puerto, me dirigí hacia la zona más comercial, donde me reuní con mi marido. Cenamos en una de las terrazas de los numerosos restaurantes que ofrecían sus menús a los turistas. Tomamos unos entrecots, que no nos gustaron especialmente, sobre todo teniendo en cuenta el precio.

Después, dimos un paseo nocturno, durante el cual lo que más me gustó fueron los dibujos de los suelos de las calles empedradas. También había un concierto de los guardias costeros en el Jardim Manuel Vivar.








Al día siguiente, fuimos a desayunar a la misma zona comercial de por la noche, muy poco concurrida a esa hora. Entonces nos dimos cuenta con horror que el grueso de guardias costeros (o de la Marina) se disponían a hacer un desfile y estaban cortando las calles, lo que podía dejarnos encerrados hasta saber cuándo. Con el viaje de casi quinientos kilómetros que teníamos por delante no era cuestión de quedarnos allí sin saber hasta cuándo, así que sacamos el coche a toda prisa del parking. Por fortuna, un guardia se apiadó de nosotros y nos dejó salir en dirección contraria por una calle ya cortada al tráfico.



Ante tal panorama, desistimos de otras actividades, como la visita interior a la Catedral o la de la Capela dos Ossos, en la Igreja de Nossa Senhora do Carmo, decorada con los huesos de 1.200 monjes, lo cual tampoco me hacía una ilusión especial. Faro me dejó una impresión agridulce porque, pese a su centro animado, algunas zonas del casco antiguo me parecieron bastante dejadas.



Desde allí, emprendimos el regreso a casa, si bien hicimos un alto en el camino, pernoctando en la localidad jienense de Baños de la Encina, que forma parte de la Asociación de los pueblos más bonitos de España, al que le dedicaré una etapa en el diario de Viaje por España, ya que en el del Algarve no pinta gran cosa.
Castillo de Baños de la Encina.


Lo malo fue que había empezado una ola de calor en gran parte de la península, la primera de las que tan frecuentemente nos visitan últimamente –quién se lo iba a imaginar a mediados de mayo-, que nos llevaría a sufrir unas temperaturas cercanas a los cuarenta grados durante nuestro viaje de vuelta. Aunque no llegaba a tanto, también hacía mucho calor en el Algarve, lo que nos llevó a desechar la idea inicial de acercarnos a Loulé y a Cacela Velha, dos lugares que llevaba apuntados para visitar. De modo que quedan pendientes para la próxima vez.

Me ha gustado mucho el Algarve y no me importaría volver. Eso sí, igual que ahora, evitando la masificación y el calor de la temporada alta de verano. Mayo me ha parecido un mes muy interesante, tanto por la estupenda temperatura, las horas de luz, la falta de lluvia (el paraguas no salió de la maleta) y el buen ambiente, con bastante gente y todo abierto pero sin demasiados agobios.
