Hoy tenemos que cambiar de hotel. Mi hermana tiene que volver por la tarde a casa porque todavía no está de vacaciones, y mi madre y yo pasaremos las dos noches siguientes en un hotel en el barrio del Cannaregio, que será más práctico para descubrir el barrio, acompañar a mi hermana a la estación de autobuses y tomar nosotras el bus de vuelta el martes por la mañana.
Amanece soleado, así que volvemos a la plaza de San Marcos para no romper con la tradición. Todo sigue en su sitio pero esta vez iluminado por el sol de la mañana. Teniéndola a 10 minutos, es difícil no pensar en empezar aquí la ruta de todos los días.

Castelo
Como tenemos un poco de tiempo hasta las 11, hora a la que tenemos que dejar el hotel, damos un paseo por la frontera entre los barrios de San Marco y Castelo.
Mi idea es ir a desayunar a Rosa Salva, una pastelería típica de Venecia. Cruzamos algunas plazas y puentes y llegamos al campo Santi Giovanni e Paolo, en el que se ubica la basílica con el mismo nombre y la Scuola Grande de San Marco.
Allí mismo está Rosa Salva. Pedimos un café con leche, otro solo, dos pastas, un zumo de naranja y un bocadillo y nos lo comemos en el interior del local, en una de las mesas. Desayunamos muy bien por 22€. No es barato, pero creo que es un precio justo para Venecia en relación a la calidad y al hecho de sentarnos a la mesa. Además, en la sala hay fotografías en blanco y negro de Venecia hechas por Paola Casanova a modo de exposición.

Santa Maria dei Miracoli, que ya pertenece al Cannaregio, está muy cerca de la plaza. Llegamos en 5 minutos y descubrimos una de las fachadas más simples y bellas que hemos visto, y muy similar a la de la Scuola Grande di San Marco. El techo de vuelta de cañón y las ventanas circulares le dan un aspecto muy armonioso, y el mármol en tonos pastel que cambia según le toque el sol, refuerzan el aspecto ligero de la fachada. Parece que los muros laterales con arcos y columnas floten sobre el canal.

Antes de volver al hotel tenemos una cita ineludible con una de las librerías más bonitas que conozco: Acqua Alta. De camino, no nos cruzamos con casi nadie. Esta parte del barrio del Castelo, pese a estar tan céntrica, nos parece muy agradable para pasear en calma.

Hemos llegado a la Acqua Alta, con sus libros apilados unos sobre otros y sobre la góndola del centro de la tienda. Primero damos un paseo por el interior en busca de algún gato y de las terrazas. Encontramos un gato negro muy simpático, que debe ser el gato con más paciencia del mundo porque no se harta de hacerse fotos con todos los visitantes. Al fondo, hay un balconcito con vistas al canal, más adelante, un patio con una escalera hecha de libros viejos que, si se sube, promete unas bonitas vistas, y a la izquierda, otro patio pequeño con mesas en las que sentarse a ojear algún libro. Rebuscamos entre las montañas de libros viejos y nuevos, entre los pósters desgastados de pinturas clásicas y entre las libretas pintadas a mano. Aquí compraremos nuestros souvenirs “made in Venice”. Escuchamos a un chica diciendo “podría quedarme aquí a vivir”. Esa frase resume el alcance del encanto que tiene la librería, que es turística por razones obvias, pero tiene un fondo de libros bastante interesante, con mucho material de Venecia, y precios bastante razonables.

Volvemos al hotel, recogemos y vamos hacia la parada más cercana del vaporetto, en Rialto, para aprovechar las 24 horas de la tarjeta de transporte.
De pronto, por el canal, aparece una procesión de barcas a remos y góndolas llenas de Papas Noel cantanto, elfos, disfraces de reno y paquetes de regalos. Parece la cabalgata de Navidad. La gente pronto se concentra a las orillas del Gran Canal para ser testigos de la cabalgata más extraña y atípica que he visto nunca.

La cosa se alarga y el vaporetto no llega. Suerte que hemos validado los abonos de transporte porque, a estas horas, ya deben haber caducado. Al final, vemos la lancha de la policía poniendo orden entre tanta diversión, y el vaporetto, que intenta llegar hasta la parada.
Hacemos el tour diurno por el canal, entre elfos, cascabeles y palacios venecianos. Al final, si que vamos a tener algo de la Navidad que buscábamos antes de decidir venir a Venecia.

Cannaregio
Paramos en la parada Ferrovia, justo delante de la estación de tren. El hotel Agli Artisti está a 5 minutos de aquí, y pagaremos 93€ por dos noches en habitación doble con desayuno. Dejamos el equipaje y nos dicen que hay una tasa turística de 14€ que tenemos que pagar el efectivo. Aun así, sigue estando bien de precio para Venecia.
En lugar de tomar la calle principal, que va desde la estación al centro, vamos por las calles traseras del hotel. Pasamos por zonas residenciales con algunos jardines privados, y plazas en las que hay niños venecianos jugando a la pelota. Más típico, imposible. Pasamos el puente dei Tre Archi y caminamos al lado del canal por la fondamenta Cannaregio. Los canales en este barrio son más anchos que en otros y hay muchas de estas fondamentas que transcurren paralelas a ellos y permiten paseos agradables junto al agua.

Nos encontramos con algún Papá Noel en barca que se ha desviado del Gran Canal. Llegamos al Bar Alle Guglie, que tenía apuntado como recomendación, y entramos para tomar algo y descansar las piernas. Conseguimos una mesa con taburetes. Mejor eso que de pie. Está lleno, tanto dentro como fuera, en la calle. Pedimos dos refrescos, un Martini y 3 cicchetti y pagamos por todo 13,90€. Diría que esto es imbatible, y que este bar es de paso casi obligado si se viene a Venecia.
Atravesamos algunas calles hacia el norte y nos encontramos con la parte trasera de los bloques de pisos del Ghetto. Destacan por la altura atípica de sus edificios de hasta 7 plantas, pensados para alojar al mayor múmero posible de personas, por la ropa tendida y, especialmente, por ser el primer ghetto judío en Europa.

Atravesamos el puente del Gheto Novo, pasamos bajo un sotoportego y aparecemos en el campo di Ghetto Nuovo. En estra plaza están el Museo Hebreo de Venecia, varias sinagogas, varias galerías de arte y de fotografía, una Menorá gigante de madera, un olivo, y lo que no puede faltar en ninguna plaza veneciana: un pozo.

Al fondo, vemos una caseta con militares armados al lado de unos bajorrelieves de bronce en memoria a los judíos del ghetto que fueron deportados durante la Segunda Guerra Mundial. Creo que si se viene a Venecia, no hay que dejar de visitar esta plaza. Es un espacio de calma que invita a la reflexión, y que sobrecoge por la presencia de los muros acabados en alambre de espino que todavía se conservan a su alrededor. Hasta finales del siglo XVIII, los judíos que fueron acinados en este espacio solo podían salir del Ghetto durante el día.
Hemos entrado por el ponte de Gheto Novi y salimos por el del Ghetto Vecchio. Pasamos por delante de la Asociación Cultural Imagoars, en la que se exponen unas fotografías preciosas del Cannaregio, de Pietro de Albertis.
Empezamos a buscar un restaurante y acabamos llegando a la calle más comercial del barrio, la Rio Terà S. Leonardo, con camareros acechando en la puerta de los restaurantes y menús turísticos a 13,5€.
Perdemos a mi madre. Otra vez, ha sido engullida por las fauces de un restaurante, del Speranza. La seguimos hacia el interior del local, que huele a frito, y le decimos que todavía estamos a tiempo de salir, pero está cansada, así que nos quedamos. Aquí decidimos que sí que vamos a mirar las opiniones. Un 2,2 sobre 5, y dicen que los camareros son unos maleducados. De momento, nos han parecido todo lo contrario. Pedimos pasta y calamares fritos. El plato de pasta es enorme y la salsa está bastante mala. Los calamares vienen con patatas que también saben a calamares, y están rígidos como un muerto. Pero, lo que es maleducados, no podemos decir que lo hayan sido. Hasta ahora, que mi hermana acaba de volver del lavabo y por un problema con la puerta le ha caído una bronca del camarero que no consigue entender. Pagamos a desgana los 60€ de la cuenta y salimos sin despedirnos y sin ser despedidas. Aquí está el ganador de la competición por el “peor restaurante de Venecia”.
De camino al hotel, compramos algunos víveres en uno de los supermercados Despar que hay por la calle, bastante grandes y con platos preparados para llevar que hubieran sido mejor opción que la que hemos escogido.
Hacemos el check in en nuestra habitación, pequeña pero bastante bonita y con vistas a un jardín trasero, y nos vamos a tomar el café a un lugar que tengo apuntado y al que tengo muchas ganas de ir.

Está en la fondamenta del Ormesini, en la que hay bastantes restaurantes de aspecto muy diferente a los que había en la calle anterior, y muchos menos turistas. Es la cafetería Torrefazione Cannaregio, bastante moderna y con vistas a la parte trasera del ghetto, y en la que se puede escoger la variedad de café. El mío será un Miscela del Ghetto 100% arábica. El interior del bar es muy acogedor, pero no puede competir con tomar el café al lado del canal. Un café con leche y un cortado en la terraza nos salen por 4,5€.
Pasamos parte de la tarde allí, sin prisas, y volvemos a la estación para dejar a mi hermana, que se despide ya de Venecia. Por lo menos, va a tener la suerte de abandonar la ciudad con un cielo de color violeta maravilloso.

Venecia tiene el puente de los suspiros y el de los resbalones, que es justo el que estamos atravesando ahora. El puente della Constituzione, de Calatrava, queda bastante bien porque aporta a Venecia la variedad que le hace falta, pero es la cosa menos práctica que hay en esta ciudad, y eso es decir mucho...
Damos un paseo por los alrededores y acabamos en la Fondamenta della Misericordia. Descubrimos un local muy bonito al que volveremos mañana para desayunar. Es una cafetería y librería de cuentos infantiles y tiene una terraza decorada con flores y velas. A estas horas todo el barrio está bastante animado, en especial esta calle, en la que hay algunos bares.

Si Venecia está poco iluminada, el Cannaregio, a medida que las calles se alejan de la vía principal, lo está todavía menos. Miramos algunos escaparates y volvemos al hotel. Hoy vamos a recogernos pronto porque estamos bastante cansadas y hemos comprado la cena en el súper, así que nos la comeremos comodamente mientras vemos qué se cuece en la televisión italiana.