La ruta que haré a continuación es un paseo de unas 3 horas por los lugares más turísticos de Venecia, y por otros más alejados de los circuitos habituales. Ya puestas a tirar cosas por la ventana, voy a tirar también los pies en cuento llegue al hotel.
Empiezo cruzando el Ponte degli Scalzi para atravesar los barrios de Santa Croce y San Polo. Entre estos dos barrios, encuentro algunos edificios de viviendas con jardines, algunas iglesias y, en general, calles muy tranquilas para pasear en soledad.

Toda esta parte es como un laberinto de callejones que rodean los canales que fluyen en línea recta. La altura de los palacios desconchados impide que el sol llegue a iluminar el agua en el que se reflejan, pero de vez en cuando, al fondo del paisaje, aparecen los últimos rayos del sol de la tarde haciéndose un hueco a modo de punto de fuga de estos cuadros venecianos.

Me topo con el muro del Museo de Historia Natural. No tengo pensado entrar así que continuo explorando la maraña de calles hasta llegar a una plaza que, aunque no tiene nada de especial, me gusta por el buen ambiente que hay, veneciano y sosegado, en las terrazas de los bares. Entro a uno de ellos y pido un café para llevar. Encuentro una placa que indica que estoy en la frontera del barrio de Santa Croce.

Aquí cerca hay un museo que me quedaré con ganas de visitar por falta de tiempo: el Ca’ Pesaro con su colección de arte moderno. Podría desviarme e ir ahora mismo, pero me apetece más pasear porque creo que no hay nada que pueda competir con las calles de Venecia. Nada, o pocas cosas.

Ahora voy hacia el norte, el dirección al Gran Canal. Es una pena que haya pocos paseos al lado del agua en el canal más bonito de Venecia. Salgo justo donde quería para encontrarme de frente el Ca D’Oro, mi palacio fetiche, y continuo en dirección al mercado de Rialto para verlo a la luz del día. Tanto a estas horas como por la noche, es un lugar en el que apenas hay tránsito de personas. Las paradas del mercado continuan montadas pero podría decirse que "todo el pescado se ha vendido", y la gente se concentra más adelante, en el tramo en el que están los quioscos de souvenirs justo antes de llegar al puente de Rialto.
Cruzo el puente más famoso de la ciudad y callejeo entre la multitud hasta llegar a la plaza de San Marcos justo cuando se está poniendo el sol entre las nubes. No podía irme de Venecia sin despedirme de todo esto.

Ajena a todo, hay una garza que intenta pescar en las escaleras donde muere la plaza, y como no tengo ninguna prisa por irme, me quedo un rato hasta que veo que consigue algún pez. Es una buena forma de reconectar con la realidad de la vida de la laguna en un lugar que es tan bello que parece desconectado del mundo.

Me da la impresión de que he hecho la misma foto 20 veces, la de las góndolas con San Giogio Maggiore o Santa Maria della Salute de fondo, y que nunca acaban de satifacerme porque ninguna puede competir con la realidad.

Empiezo a cruzar el barrio de San Marcos en dirección al puente de la Academia, y encuentro un rincón que me sorprende no haber visto antes. Es una esquina del canal Orseolo, justo delante del Hotel Cavalletto, y parece un lugar de esos por los que se pasa casi sin querer, porque está lleno de tiendas y de góndolas aparcadas.
Vuelvo al Campo Santo Stefano, al San Vidal y cruzo el puente de la Academia para enlazar con el barrio del Dorsoduro. Vuelvo a parar aquí, igual que en Rialto y en San Marcos y vuelvo a hacer la misma foto 3 o 4 veces más de uno de los tramos más bonitos del Gran Canal.
A partir de este punto, elijo cruzar el barrio hasta el Canal de la Giudecca. De camino, me encuentro con los escaparates de los talleres de arte y de las tiendas de máscaras y productos típicos venecianos, y entro a alguna para mirar las agendas pintadas al agua y algunas artesanías. En muchas de estas tiendas se mezcla un poco de todo: pinturas de Venecia, antiguedades, cristal de murano, joyas...

Paseo por la Fondamenta Priuli y encuentro el squero di San Trovaso, que es uno de los últimos talleres de góndolas que quedan en Venecia, al lado de una iglesia. Todavía queda alguien trabajando.

Ya puedo ver al fondo el final del Dorsoduro. El cielo vuelve a estar violeta, igual que el día anterior, y en el Ponte Longo hay algunas personas intentando captar la magia del momento.

Me acerco hasta allí y descubro el paseo más romántico de la ciudad. Donde acaba el Dorsoduro, a lo largo, hay una fondamenta ancha con farolas rosas que mira hacia las casas de la Giudecca. Desde aquí se ve el Hotel Hilton Molino Stucky iluminado.

Paseo primero hacia el este, pasando por delante de algunos restaurantes y heladerías, de la Academia de Bellas Artes de Venecia y de la iglesia dello Spirito Santo. No llego hasta la Punta della Dogana porque quiero guardar energías para pasear por el centro de la isla. Sigo por el paseo hacia el oeste. Ya es de noche.
Camino por la fondamenta del Borgo, que está preciosa a estas horas con su pequeño canal de aguas tranquilas, sus casitas bajas y la iluminación de los bares y de algun farol que cuelga de las fachadas de los edificios. Toda esta parte está poco iluminada pero no tengo sensación de peligro en ingún momento, sino todo lo contrario. Es un placer pasear por aquí, de noche y en silencio.

Vuelvo a cruzar el campo Santa Margherita. Las copas de los arboles están adornadas por las luces de navidad y hay bastante ambiente en las terrazas. Hubiera parado en uno de los bares, el Caffe Rosso, para tomar algo y pensar que puedo ser capaz de diluirme entre la multitud y llegar a formar parte de aquello que pertenece únicamente a la isla. Pero la realidad es que solo estoy de paso por aquí.

Continuo por el noroeste, encontrando calles en las que se reúnen los ancianos a charlar y por las que pasan estudiantes con mochilas escolares, hasta llegar a la fondamenta Minotto, una calle lena de comercios y de bares, con un ambiente bastante local.

No sé cuántas veces más va a ser capaz de sorprenderme esta ciudad. San Marcos es una cita ineludible, pero descubrir estas calles que parecen en calma y que de repente se llenan de vida me otorga una visión más amplia de lo que es Venecia, y me ofrece la excusa perfecta para volver y redescubrir todo esto a la luz del día.

Encuentro una última plaza, el campo del Tolentini. Hay mucha gente reunida en ella, en los bares y en las escaleras de la iglesia que, como de costumbre, está acompañando a la plaza, y vuelvo a ver otra placa que me indica que he vuelto a Santa Croce.


Sigo el trazado de la calle en dirección al Gran Canal, pasando por detrás de la iglesia de San Simeon Piccolo, para salir delante de la estación. Parece que una de las funciones principales de esta iglesia sea la de dar la bienvenida y dejar boquiabiertos a los viajeros que llegan desde la estación. Vuelvo a cruzar el puente que me deja en el Cannaregio.

Los más de 15 kilómetros que dice Google Maps que he caminado en todo el día son señal de que hoy también será noche de cena del súper y de tele italiana. Así que volvemos al Despar más cercano, que conserva los techos del palacio en el que está instalado, y nos hacemos unos bocadillos de mortadela italiana y de queso justo antes de quedarnos dormidas.
A la mañana siguiente, tomamos el último desayuno y vamos dando un paseo hasta la estación de autobuses. Compramos dos billetes a 10€ cada uno y llegamos al aeropuerto con la línea 5 en unos 25 minutos. Se acaba el sueño de Venecia.
