La mañana se despertó con un sol radiante, desayunamos nuestros batidos, cafés y dulces y como ya estaba pagado el hotel, recogimos equipaje y salimos hacia Hegra, a fin de llegar con tiempo suficiente para negociar el cambio de la entrada de ayer. Llegamos a eso de las nueve y media y accedimos a las oficinas con nuestros tickets “caducados” para canjearlos por otros para esta misma mañana.
La ineficacia en Arabia no es solo cosa de policías de tráfico, pues la joven que nos atendió (con su negra abaya) nos dijo que las entradas eran para ayer y no para hoy. Le pregunté qué ocurre con las visitas reservadas cuando no se pueden llevar a cabo por cierre del yacimiento, tal y como ocurrió ayer. Y la joven no supo responder, pero llamó a otra que parecía más jefa. Ésta nos dijo que normalmente se canjean por otras, a lo que le respondí que perfecto, que así lo hiciera. Pero ahora nos sale con que eso no es posible hacerlo allí (¡en la oficina central del yacimiento!) sino que tenemos que ir a Winter Park y negociarlo con el responsable del autobús.
Yo no estaba dispuesto a recorrer otros 30 km y a quedar en manos de la presunta inoperancia del conductor del autobús, que seguramente no sabría nada del tema. Así que preferí la ineficacia conocida antes que la desconocida y le dije a esta buena mujer, que le preguntara al jefe (a sabiendas que los responsables en Arabia de cualquier cosa, son hombres) si había posibilidad de canjear las entradas allí mismo. Y tras consultar varios libros de registro, desapareció con nuestros tickets (menos mal que yo siempre llevo otra copia impresa) volviendo al rato e invitándonos a que tomáramos un café o unos dulces en el recinto que para ello hay habilitado para los visitantes.
Que nos permitieran el acceso al agua, dulces y te de la zona de espera, ya era buena señal. Al rato apareció el primer autobús de turistas, con una ocupación casi llena, personas que se acercaron a degustar lo allí ofrecido mientras llegaba la hora de la visita. Entra el personaje que parecía el jefe, nos dice que sigue en ello, pero que lo va a plantear a otro de mayor rango, por lo que le sugiero, antes de que se vaya, que le diga a su jefe qué posibilidades hay de integrarnos ¡solo 2 visitantes extra! con los viajeros de este mismo autobús, donde parece haber plazas de sobra. Tras un botellín de agua fresca y varios dátiles más, aparece nuestro hombre junto a otro vestido de inmaculado blanco, quien nos informa que no hay problema en que nos incorporemos con los componentes de esta visita, y que degustemos más frutos secos y más te. Le agradecemos la gestión y traspasamos, a los pocos minutos, junto con el resto de viajeros del bus, el acceso al yacimiento arqueológico.

Las visitas se pueden hacer de dos formas, pero siempre guiadas: o en autobús, como íbamos a hacerlo nosotros o mediante todo terrenos para 4 ó 6 personas.
El 80% de la cuarentena de pasajeros eran árabes (supongo que saudíes) y el resto una pareja de orientales (tal vez filipinos), dos mujeres mayores solas y 3 parejas europeas o anglosajonas.
El yacimiento arqueológico de Hegra o Mada’In Saléh, no es pequeño, pero ni la décima parte de la jordana Petra. Se visitan una media docena de tumbas, muy cuidadas y magníficas, así como un “mini-Souk” que tiene su punto. Las explicaciones en árabe e inglés, y el guía concede tiempo suficiente para sacar fotos de cada paraje. Es una visita que hay que realizar necesariamente si vamos a Arabia Saudí (es que si te dejas esto… ¿a qué vienes?), pero que nadie pretenda comparar esto con Petra, ni por extensión, ni por número de tumbas, ni por dimensiones ni por grandiosidad. Además, en Jordania vas totalmente por libre y no controlado como excursión de ursulinas.

Unas 3 horas después, volvemos a estar libres y emprendemos los casi 500 km que nos separan de nuestra parada de esta noche, la costera Yanbú, adonde llegaremos con los faros encendidos. Aprovecho para reseñar que es muy frecuente que en las carreteras (no en las autopistas), bien a la entrada de los pueblecitos o incluso en medio de la nada, encontremos cubas de camión (o más pequeñas) ancladas a tierra y conectadas a una especie de batería de grifos para servicio de la gente. Suponemos que son gratuitas, que las cuida alguien y que están destinadas a facilitar agua potable tanto para beber como para las abluciones que hay que realizar antes de cada rezo.
