Sábado, 28 de enero de 2023
Otra vez en la estación del norte, 3,93J me costó el UBER desde mi hotel. Enseguida marchamos con tan solo dos pasajeros en su interior (no pude tomar con calma el té que acabe de pedir en un chiringuito por 0,5J). Eso no fue un problema, en las siguientes paradas fueron subiendo pasajeros hasta que se llenó completamente. Tan solo nos separaba treinta kilómetros hasta mi nuevo destino. A las 08:00h llegamos a la estación de autobuses de As-Salt. 0,5J el trayecto.
As –Salt fue el centro administrativo durante el periodo otomano, que dejó uno de los centros históricos de Jordania más bonitos que databa de principios del siglo XIX. Su bella arquitectura de fachadas de caliza ya era suficiente reclamo para pasear por sus calles, a pesar de que la mayoría de los edificios eran privados y, por lo tanto, no se podían visitar su interior. De todas las ciudades de Jordania que visité ninguna le llegaba a la suela de los zapatos, incluida Ammán, tenían un casco viejo tan bien definido y magnífico. Además, sus habitantes eran conscientes del maravilloso legado otomano que poseían, quienes mimaban cada centímetro de sus impolutas calles. Y no entendí cómo Ammán acabó ganando la carrera por ser la capital del nuevo estado en detrimento de As-Salt, que fue también una seria candidata a ocupar tan privilegiado estatus.
Por fortuna, la mayoría de los remolones jordanos todavía seguían en sus nidos en aquellas primeras horas de una mañana soleada, y facilitaba un paseo más tranquilo sin la sonoridad de los atascos de órdago que se liaban en As-Salt al mediodía, sobre todo en las avenidas principales.

Seguí la propuesta que ofrecía el Visitor Information Center, ubicado en el Old Salt Museum, en la calle Municipality,era una antigua mansión otomana que se podía visitar con el Jordán Pas con elementos de cuando era propiedad de Saleh Al Naser Abu Jaber y otras curiosidades. El circuito, bautizado como Harmony Trail, según sus creadores, tenía una hora de duración a pie. Seguidamente visité la hermosa plaza Al Ein y subí a una terraza superior para tener una mejor panorámica de la Gran Mezquita, un hermoso edificio prohibido para los no musulmanes. La calle sinuosa seguía ascendiendo a la parte alta de la colina; tras un muro superior de esta había unos morenos y traviesos rapazuelos que me saludaron con una mirada reveladora de sus intenciones que cuando los perdí de vista me lanzaron unas chinas y dichosamente no acertaron con su objetivo, es decir, yo; quienes, como alma que lleva el diablo, se esfumaron a toda velocidad por las callejuelas ascendentes. ¡Menos mal que no se les ocurrió tirarme piedras de mayor tamaño!

Una de las pocas iglesias que habían se podía visitar su interior, datada de 1682, que según el mapa con reseñas que había adquirido gratuitamente en el Visitor Center los musulmanes y cristianos rezaban juntos: Al Khader Orthodox Church. La sala de rezo era de piedra abovedado que recordaba a una cueva.

Las otras dos iglesias, totalmente fortificadas, estaban cerradas al público. Pregunté a un camarero de una cafetería, mientras disfrutaba de un excelente café, cercano a la iglesia Dormition of Virgin Mary Orthodox, si sabía cuándo abrían y me dijo que permanecería cerrada. Me llamó la atención esos altos muros que las protegía, como si fueran fortalezas, probable indicativo de que no siempre tuvo que haber buen rollo entre credos. Después de callejear por la vertiente de la Mezquita bajé a pasear por el Bazar con una antigüedad de 150 años, ubicado en la calle Hamman, de una belleza extraordinaria a pesar de sus reducidas dimensiones. Y, para finalizar, baje a la carretera nacional donde se ubicaba el museo arqueológico en otro edificio otomano. Era pequeño pero tenía piezas interesantes encontradas en la comarca.


Aproveché para comer en un restaurante adyacente al Museo Arqueológico,recomendado por Lonely Planet, que no me convenció demasiado por 3J. En aquellas horas, la ciudad había perdido encanto a causa de las colas kilométricas de coches en la calzada. A las 14:30h descendí a la estación, agobiado por el caos jordano, para coger el autobús de vuelta Ammán. A medio camino nos pararon en un control policial, donde los hombres entregamos todos nuestros documentos para ser comprobados por el policía que estaba en el interior del coche. Estuvimos parados diez minutos. Partimos sin ninguna novedad. 0, 5J el trayecto.
Como todavía era temprano cuando llegué a la estación del norte, asistido por el navegador de Google Map, recorrí los seis kilómetros a pie que indicaba hasta el centro. Recorriendo barrios residenciales y una larga avenida flanqueada por negocios. Un paseo tranquilo y curioso que me enseñó un Ammán ajeno al turismo.

Tomé un merecidísimo jugo de plátano en la zumofrutería adyacente a mi hotel. Está vez me lo tomé de tamaño Big.
Las restantes horas de la tarde las pasé relajado en mi habitación. Y solo salí para comprar unos frutos secos para cenar. No me apetecía ir de restaurante. Tenía suficiente con las vivencias vividas en As-Salt. Y es que As-Salt había sido la gran sorpresa de Jordania, el inesperado invitado que acabó fascinándome.