El objetivo principal de la jornada era visitar el interior de la isla, es decir, las poblaciones de Mdina, Rabat y Mosta. Y también otras cosillas como el pueblo artesano de Ta’Qali, los acantilados de Dingli y los jardines de San Antón, que se encuentran en el palacio residencial del presidente de Malta. Unos treinta kilómetros en total, sin contar la vuelta al hotel, con el siguiente itinerario aproximado en Google Maps.

Antes de subirnos al autobús nos dimos cuenta de una novedad: teníamos la visita de un supervisor de la mayorista para lidiar con el asunto de la guía local, pues nuestra guía le había transmitido el problema. Era un chaval español muy majo, que nos aseguró que al día siguiente llegaría una sustituta. De momento, él se ocuparía de traducir las explicaciones que la guía local “cesada” daría en… inglés. Ni que decir tiene que la surrealista situación resultó un tanto violenta, aunque casi más para nosotros que para ella, que pareció tomárselo con filosofía e incluso continuó soltando algunos de sus incomprensibles chistes. Menos mal que poco a poco, todos nos fuimos acostumbrando y la jornada trascurrió en paz y armonía.
Mosta.
Tomamos una carretera hacia el interior de la isla para dirigirnos a Mosta, la primera parada del día, a unos seis km de nuestro hotel en Qwadra y a 17 km, aproximadamente, de La Valeta. Primero divisamos campos de cultivo y luego ascendimos por una colina que nos ofreció unas vistas estupendas del norte de la isla.

Paramos en un mirador con una escultura religiosa de color blanco, pero no recuerdo dónde estaba ni por dónde fuimos; y tampoco logro a estas alturas identificar el lugar en el mapa. El panorama parecía más verde que los días anteriores, quizás se trata de una zona más fértil. No lo sé.

Esa impresión se confirmó en Mosta, que nos recibió aposentada sobre un barranco boscoso. Situada más o menos en el centro de la isla, esta ciudad, una de las más grandes de la isla, cuenta con algo de más de veinte mil habitantes y desde tiempos antiguos ha sido un paso de referencia para los viajeros que cruzan de norte a sur y de este a oeste. Su población se ha dedicado tradicionalmente a la agricultura, cultivando los campos adyacentes, y se benefició de una posición interior que le proporcionaba protección frente a los ataques de los piratas berberiscos.

El principal reclamo turístico de Mosta es la Iglesia monumental de Nuestra Señora de la Asunción, más conocida como la Rotonda de Mosta, que atesora la tercera cúpula sin soporte más grande de Europa, tras las de Roma y Londres, y una de las mayores del mundo.

De estilo entre neoclásico y ecléctico, fue construida entre 1833 y 1866 por el arquitecto francés George Grognet de Vasse en el lugar que ocupó un templo renacentista anterior. Su diseño está basado en el Panteón de Roma.



Una vez dentro, impresionan las dimensiones de la cúpula, que mide 37 metros de diámetro y está decorada con los mismos dibujos geométricos que la del propio Panteón.


El interior es de estilo neoclásico. Las pinturas y esculturas son de los siglos XIX y XX. Son llamativas, pero no tienen demasiado interés artístico.

Esta iglesia está ligada a un acontecimiento histórico que sucedió durante la II Guerra Mundial. El 8 de abril de 1942, mientras se estaba oficiando una misa, una bomba alemana de 200 kilos golpeó la cúpula y cayó entre las repletas naves pero sin explotar, así que no hubo víctimas y los daños en la cúpula pudieron repararse bien. Los fieles lo consideraron un milagro. En la sacristía se exhibe una copia de la bomba, ya que la auténtica fue arrojada al mar. Al final de la visita, se puede visionar un documental sobre el tema.

Por la mañana, solo paramos a ver la iglesia. Así que, después de las excursiones, a última hora de la tarde, las cinco volvimos en autobús 31 desde el hotel (quince minutos escasos) para dar una vuelta y tomar unos helados. Así, de paso, comprobamos el funcionamiento del trasporte público, que utilizaríamos muy a menudo en adelante.


No es que Mosta cuente con muchos sitios destacados para visitar, pero no le falta una pequeña fortificación, una iglesia antigua, las inevitables esculturas de santos en las esquinas y varias calles típicas maltesas, de esas tan resultonas, con sus balcones de madera pintada de colores. Había algunas obras. Quizás están tratando de embellecer la ciudad para atraer visitantes al margen de la Rotonda, aunque no lo tienen fácil, pues desde cualquier rincón se divisa la inmensa mole de su cúpula redonda. Y tampoco queda mal.


Pueblo artesano de Ta Qali.
El pueblo de Ta’Qali fue utilizado como base aérea por la Royal Air Force británica durante la II Guerra Mundial. Tras la contienda, los antiguos hangares y las vetustas pistas de aterrizaje se reconvirtieron a Parque Nacional, con zonas verdes y senderos; también alberga el Museo de la Guerra y el Estadio Nacional de Malta. En una zona, se ha instalado un pueblo artesanal con talleres tradicionales de soplado de vidrio, orfebres y ceramistas, que elaboran y ofrecen obras únicas al tiempo que ofrecen demostraciones de su trabajo. En fin, no digo que no sea interesante, ni que las cosas que tenían a la venta no fuesen bonitas, pero… Bueno, no digo más, ya me entendéis. Solo saqué una foto de unos payasos de cristal, que se vendían en la tienda de soplado. Son similares a uno mío, muy antiguo, que me regaló una de mis tías, hace un montón de años. Bueno, el mío -el de abajo, a la derecha- es más grande y más guapo…
Me quedé blanca al ver que cada uno de los que se vendían allí costaba ¡360 euros!



En absoluto pretendo menospreciar la meritoria labor que realizan los artesanos aquí y en todas partes, pero creo que hay bastante sitios para ir en Malta antes que a Ta’Qali, salvo que no se haya visto nunca soplar vidrio, grabar miniaturas en plata o cocer cerámica. Eso sí, el paisaje es bonito y, en los alrededores, se pueden vislumbrar unas panorámicas fantásticas de Mosta, con la gigantesca mole de la Rotonda, y, sobre todo, de Rabat y Mdina, cuya ciudadela aparece en el horizonte como un ensueño de épocas pasadas.


Así que atentos los amantes de las fotos, porque desde la misma carretera se contemplan estampas espectaculares, incluso desde los autobuses públicos. No es que me quedasen muy conseguidas, pero el recuerdo permanece y las ganas de jugar con los efectos, también.

A continuación visitamos Mdina y Rabat, pero el relato lo voy a dejar para una etapa propia, ya que mi amiga y yo no nos quedamos satisfechas con lo que vimos y regresamos otra vez el último día de nuestra estancia en Malta.

Almorzamos en un restaurante típico del centro Rabat, no recuerdo qué, ni tampoco he localizado fotos, salvo de unos dulces que nos dieron para acompañar al café. Me parecieron algo empalagosos.

Acantilados de Dingli.
Estos acantilados se encuentran al norte de la Cueva Azul, tienen cinco kilómetros de longitud y alcanzan los 250 metros de altitud. En algunos puntos bajan en vertical hasta el mar y en otros forman pequeñas planicies, algunas cultivadas. Se puede llegar en el autobús público 201, que hace tres paradas a lo largo de los acantilados. Por cierto que muy cerca, en Ta'Dmejrek, se encuentra el techo de Malta, con una altura de 253 metros.

Fuimos a un mirador que hay junto a la Capilla de Santa Magdalena, de la que se tienen noticias de su existencia desde el siglo XV, aunque la construcción actual data del XVI. Sinceramente, me decepcionaron las vistas. Supongo que hay sitios mejores para asomarse y verlos en condiciones. Mi amiga y yo pensamos volver en otro momento por nuestra cuenta, incluso hacer alguna ruta de senderismo, pero al final priorizamos otros lugares, pues acantilados hemos visto un montón, y muchos, más altos y espectaculares.

Jardines de San Antón.
Para terminar las visitas de la jornada, nos dirigimos hacia el Palacio de San Antón, la residencia oficial del presidente de Malta. El edificio no está abierto al público, pero se pueden visitar los jardines y la capilla de la Virgen del Pilar, de 1722.


A principios del siglo XVII, un Caballero de la Orden de San Juan, llamado Antoine de Paule, comenzó a construir una villa en este lugar para su uso privado. En 1623, fue elegido Gran Maestre y transformó la casa en palacio, que se convertiría desde entonces en residencia de los mandatarios malteses, incluyendo a los gobernadores británicos. Por cierto, que aquí también se rodaron algunas escenas de la primera temporada de la serie “Juego de Tronos”.



Los jardines constituyen el parque público más famoso del país. Cuenta con senderos, árboles centenarios de todo el mundo, esculturas, urnas, fuentes, un lago artificial con patos, peces rojos y tortugas, así como una pajarera. Acogen eventos variados y también un renombrado espectáculo anual de Horticultura.

Se trata de un lugar tranquilo, bonito y vistoso por su gran surtido de flores, al que se puede llegar en autobús público. Además, con el calor que hacía, agradecimos la sombra de sus enormes árboles. Sin embargo, tampoco me parece una visita imprescindible si se va con tiempo justo.

