Aunque era domingo, madrugamos bastante para cumplir el programa, cuyo orden previsto se alteró por motivos logísticos. Sin contar la vuelta al hotel, el recorrido por los cuatros puntos que visitamos fue de unos 40 kilómetros, con el siguiente perfil en Google Maps.

Así, nuestra primera parada fue en los Templos de Tarxien, que se encuentran en la ciudad de Paola, adonde mi amiga y yo volveríamos más adelante, ya que también allí, apenas a 500 metros, se ubica el Hipogeo de Hal Saflieni. La distancia con La Valeta es de unos 7 kilómetros y se puede llegar perfectamente en autobús público.
Ciudad de Paola.


En Malta se encuentran los templos megalíticos más antiguos del mundo, anteriores incluso a las Pirámides de Egipto. Según se cree, unos 5000 años antes de Cristo grupos humanos procedentes de Sicilia se instalaron en Malta, dedicándose al pastoreo y al cultivo de cereales. Crecieron, prosperaron y mil años más tarde comenzaron a erigir templos hasta que en torno al 1800 a.C. desaparecieron misteriosamente, sin dejar rastro. Hay numerosas teorías al respecto: que las islas sufrieron un desastre natural que mató a sus habitantes, que una prolongada sequía arruinó las cosechas provocando una gran hambruna que diezmó la población y obligó a los supervivientes a emigrar, o que los malteses fueron esclavizados y exterminados por invasores italianos menos civilizados. No se sabe, pero lo cierto es que no volvieron a encontrarse rastros de presencia humana en el archipiélago hasta el año 900 a.C. Un siglo después, llegaron los fenicios, que empezaron a utilizar los puertos naturales malteses como bases comerciales.


En 1980, la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad los Templos de Ġgantija, en la isla de Gozo. En 1992, se extendió la catalogación a los templos de Tarxien, Hagar Qim, Mnajdra, Ta' Hagrat y Skorba, así como al Hipogeo de Hal Saflieni, todos en la isla de Malta.

Los monumentos megalíticos se denominan así por emplear en su construcción enormes bloques de piedra llamados megalitos. Los templos suelen contener recámaras semicirculares conectadas por estrechos pasadizos.


Templos de Tarxien.
Los templos de Tarxien no son los más impresionantes ni los mejor conservados de Malta, pero sí describen bien el proceso de evolución en su construcción. El yacimiento, que se encuentra bajo unas carpas para su protección, consta de cuatro templos. Del más antiguo, que data del 2200 a.C., apenas quedan unos restos. El más moderno se construyó cuatro siglos después, en lo que se considera el momento de esplendor de estas edificaciones. Por su pequeño tamaño, se supone que, al principio, eran tumbas individuales o cámaras mortuorias, si bien con el paso del tiempo se transformaron en templos para culto o ceremonias relacionadas con la veneración a los muertos.



En Tarxien, se desarrolló una forma de elemento decorativo espiral considerado independiente de los hallados en otros yacimientos europeos. Aquí se descubrió una escultura colosal, de 2,5 metros de altura, representando a una diosa-madre, cuya parte superior nunca fue encontrada.




Me gustó ver estos templos, pese a que algunos de sus elementos más destacados son réplicas, ya que los originales (las espirales, la escultura colosal, etc.) están expuestos en el Museo Arqueológico de La Valeta. Su disposición y la forma de visitarlos, mediante pasarelas, ayuda a comprender su distribución y cómo se organizaban. Evidentemente, son piedras “amontonadas” –según algunos visitantes-, pero se trata de montones de piedras que fueron colocadas así con un propósito concreto hace más de cuatro mil años. Ahí es nada
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Wiez iz-Zurrieq. La Cueva Azul.
Seguimos hacia el sur por paisajes un tanto descarnados hasta alcanzar la costa suroccidental en Wiez iz-Zurrieq, lugar temido por la violencia del oleaje y admirado por los fantásticos colores de las aguas de sus grutas marinas, sobre todo la Cueva Azul, a la que se puede llegar en unos barquitos si las condiciones meteorológicas lo permiten. El recorrido en barco era opcional y de pago, creo recordar que diez euros, los adultos.



Me gusta ver los acantilados desde el mar y entrar en las cuevas, aunque en una de esas excursiones, en el Algarve, sufrimos un percance por culpa del oleaje, aunque por fortuna no fue grave. Pero la mañana era estupenda, brillaba el sol y el mar estaba tranquilo. Nos apresuramos a sacar los tickets para ponernos rápidamente en la cola de embarque, ya que no paraba de llegar gente. Ni que decir tiene que es uno de los lugares más turísticos de Malta. Afortunadamente, solo esperamos unos pocos minutos.


No tuve suerte en cuanto a la ubicación en la barca. Me tocó detrás, junto al barquero, el peor sitio para hacer fotos, ya que tenía al resto de ocupantes (seis, creo) delante, extendiendo los brazos en todo momento con sus teléfonos para captar las vistas; un montón de manos, dedos y pantallas a esquivar sin éxito. Bueno, yo habría hecho lo mismo.



El barquero explicaba cosas en inglés y yo captaba casi todo porque le tenía al lado. A él le encantaba que le prestase atención y al percatarse de mis problemas con la cámara me animó a ponerme de pie en la barca para tomar mejor las fotos. Al principio, me daba bastante cosa, pero él me sujetaba por la chaqueta (de forma muy correcta, eso sí) y fui tomando confianza.





Según leí en un panel informativo, en Malta, la Gruta Azul se llama Gar-Il Hnejja y es la más cavidad natural más grande excavada por la erosión del mar en este lado de la isla. Forma parte de un complejo de siete cuevas, algunas de las cuales se comunican interiormente. La barca pasó por diversos arcos de piedra y penetró en algunas de esas cuevas.



Entramos también en la Gruta Azul a través de un arco natural de 30 metros de altura. En el interior, el agua adquirió unos colores sorprendentes, cuya máximo esplendor solo se pueden apreciar en días soleados, cuando los rayos de luz iluminan el interior de la cavidad.



La flora y la fauna submarina proporcionan una amplia gama de colores, que van del azul profundo al verde y del naranja al rojo. El tono rosa de los corales delineaba la parte inferior de las rocas de forma increíble, llegando casi a teñir el mar; creo que fue lo que más me llamó la atención.


No puedo decir que ha sido el paseo en barca de este tipo más bonito que he hecho, pero estuvo bien. Me gusto. Aunque para disfrutar de esa intensidad en los colores del agua se precisa pillar el momento del día adecuado, que el mar esté en calma y que brille el sol. En todo eso, tuvimos suerte.



Al acabar, me dio tiempo para dar una vuelta por la cala de Wiez iz-Zurrieq, un pequeño canal –o fiordo- de un tono azul que he visto en pocos lugares, aunque la multitud de barquitos a la espera de clientes y los bañistas tomando el sol sobre las rocas distorsionaban un poco el idílico panorama.

En esta zona costera nunca ha habido población estable debido a sus duras condiciones meteorológicas, pero desde tiempos remotos los barcos de pesca acudían al tranquilo canal en busca de refugio cuando el mal se enfurecía. Hoy en día, apenas se faena, pues los pescadores obtienen mayores beneficios llevando a los turistas en sus barcos a ver las cuevas.

Huyendo de las abarrotadas tiendas de recuerdos, me acerqué a la Xutu Tower, una torre costera de vigilancia que data del siglo XVIII. Se puede visitar, pero no me pareció tan interesante como para pagar por ello. Además, las vistas desde el exterior eran muy bonitas, sobre todo la panorámica de la isla de Fifla y de Filfoletta, un peñasco vecino.



Nos fuimos un rato después. Pero cuando creíamos que íbamos a parar en el famoso mirador sobre la Gruta Azul, nuestra peculiar guía local gruñó que no, que el autobús no podía ir allí. Apostaría que es mentira, pues van los buses de línea, pero en caso de ser cierto, podía haberlo dicho antes para acercarse (quien quisiera) a pie. En fin, la señora se estaba ganando a pulso lo que le ocurriría después. No pudimos ver la Cueva Azul a vista de pájaro, pero al menos disfrutamos de sus colores desde dentro.
