Nuestro vuelo fue con KM Malta Airlines, que unas semanas antes se había convertido en la nueva compañía aérea de bandera del país tras la quiebra de Air Malta. Dos horas y media después, aterrizamos en el aeropuerto internacional de La Valeta sobre la una y cuarto del mediodía, sin incidencias dignas de mención. No hubo que tocar el reloj, ya que la hora es la misma que en España.


Desde el aeropuerto hasta nuestro hotel tuvimos que recorrer unos 20 kilómetros, lo que nos llevó más de cuarenta minutos debido al intenso tráfico que encontramos en los alrededores de La Valeta. Por el camino, me fui fijando en el paisaje, bastante más árido de lo que me había imaginado, si bien lo que más me sorprendió a primera vista fue el aspecto de las poblaciones que me recordaron más a algunas del Norte de África que a las de la Europa mediterránea, salvo por las enormes cúpulas de las iglesias, claro está. La guía española (luego tendríamos otra local) nos comentó que uno de los principales problemas de estas islas es su falta de agua (no hay ríos y cada vez llueve menos por culpa del cambio climático), por lo cual la que consumen procede en buena medida de las desaladoras. Así que nos recomendó evitar beber agua del grifo, aunque no existía inconveniente en utilizarla para lavarnos los dientes.

La guía también aprovechó para enseñarnos el cuestionario de viaje que entrega la Oficina de Turismo Maltesa a sus visitantes a fin de que califiquen su experiencia en las Islas. ¡Menudo tocho! Parecía uno de los cuadernillos de los exámenes de la Universidad. Evidentemente, a la vuelta, nadie se decidió a acometer tan laboriosa tarea
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Por el camino, fuimos viendo algunas de las torres de vigilancia que salpican la costa norte de la isla hasta que, al fin, divisamos San Pawl Il-Bahar (la Bahía de San Pablo), en uno de cuyos barrios, llamado Qawra, está el hotel Soreda, donde nos íbamos a alojar las siete noches siguientes. Estábamos a unos 20 kilómetros de La Valeta, una media hora en autobús más o menos, dependiendo del tráfico.

Más que visitas culturales, muchos de los turistas que acuden a Malta buscan sol y playa, para lo cual acuden a las tres zonas de costa y resort: Sliema, que es bastante caro al estar frente a La Valeta, San Julián, donde se concentra la zona de intensa “marcha” juvenil, con grandes hoteles y rascacielos, y la Bahía de San Pablo, algo más alejada, supuestamente tranquila y familiar, aunque tampoco faltan bares, chiringuitos y discotecas según pudimos comprobar.

En la Bahía de San Pablo hay varios barrios, el nuestro era Qawra, situado cerca de las Salinas, al lado de uno de los paseos marítimos y a unos diez minutos caminando de la playa y de las zonas más turísticas y animadas. Evidentemente, no se trata de un hotel puntero y carece de vistas al mar, pues está en una manzana, entre calles. Es bastante grande y está en proceso de remodelación. Las habitaciones difieren mucho unas de otras, la nuestra era muy grande, daba a la calle y disponía de terraza con mesa y sillas. Otros no tuvieron tanta suerte y les tocó la versión interior, mucho menos atractiva. El mobiliario está un poco desfasado, pero los colchones eran muy cómodos y el aire acondicionado y demás servicios funcionaban bien. Tiene gimnasio, dos piscinas al aire libre y una cubierta. También dispone de animación nocturna. No es el tipo de hotel que yo hubiese reservado de ir por libre, pero reconozco que resultó mejor de lo que me imaginaba.

Nos gustaron los bufets del desayuno y de la cena (cuando la tomamos allí), variadísimos y de calidad muy aceptable, con un servicio de reposición bastante rápido, pese a que el comedor era enorme y coincidimos con dos o tres grupos de estudiantes en viaje de fin de curso. Y ya sabemos cómo y con qué rapidez devoran la comida los adolescentes… Además, el agua, el vino y la cerveza estaban incluidos. Otro aspecto positivo era que la estación central de autobuses que parten hacia toda la isla estaba a diez minutos caminando, con una parada de varias líneas a poco más de cincuenta metros de la puerta del hotel, algo que en los días siguientes nos vino estupendamente bien. Una recomendación para quienes se quieran alojar en apartamentos de esta zona es que miren bien lo que alquilan antes de reservar, ya que algunos edificios son antiguos y no están en buen estado de conservación.

Como no sabíamos qué tal estaría el asunto de la comida en la zona, llevamos desde Madrid unos bocadillos que nos tomamos tan ricamente, sentadas en la terraza de la habitación. Más tarde, nos dimos cuenta de que no hubiera hecho falta, pues en el paseo marítimo, que está al lado, hay todo tipo de restaurantes y bares donde sirven comida prácticamente a cualquier hora. También vimos numerosas tiendas y supermercados.
Foto de un mapa turístico de la Bahía de San Pablo.


Paseando por Qawra y Buggiba.
Brillaba el sol y hacía calor, unos veinticinco grados. Como esa tarde no había nada programado, pronto salimos a dar una vuelta. En el paseo marítimo nos sorprendió que algunos hoteles estén aposentados sobre la línea costera, con sus piscinas, tumbonas e instalaciones en la misma playa, que en esta zona no es de arena sino de piedras y roca. Según he leído, se trata de un buen lugar para hacer snorkel, pero en esta ocasión no iba en ese plan y no lo comprobé. Una pena.

Llegamos hasta Qawra Point Beach y luego a Qawra Pool, desde donde se tienen unas bonitas vistas de la costa y de las torres de vigilancia del otro lado de Salina Bay. En la punta, hay una pequeña península que es reserva marina y de aves, incluyendo fauna y flora endémica de las islas maltesas. Además, existen unos misteriosos círculos concéntricos gravados en la roca.


Tras superar la antigua torre vigía y el moderno Acuario Nacional, rodeamos la punta y empezamos a caminar por la Bahía de San Pablo propiamente dicha, donde nos topamos con el típico ambiente playero, con sus tumbonas y chiringuitos al borde del mar.

Cruzamos por el centro de la península y aparecimos en una plaza en la que se encuentra la iglesia, de construcción moderna tanto por dentro como por fuera, aunque intenta recrear un estilo tradicional en cuanto al color ocre de la fachada y la cúpula pintada en tono turquesa.


También nos acercamos hasta las inmediaciones del Parque de las Salinas, que es una Reserva Natural. Existen unos senderos para recorrer, pero notamos la presencia de mosquitos y preferimos contemplar el panorama desde lo alto de una pequeña colina.


Dos días después, volvimos a pasear por la bahía a última hora de la tarde. La guía local nos había comentado que podíamos ver un dolmen auténtico, datado entre los años 3150 y 2500 a.C., en los jardines del Hotel Double Three by Hilton (frente a la playa de Buggiba). Al tratarse de un monumento megalítico, el lugar donde se ubica se considera sitio arqueológico y no hay problema en visitarlo, aunque se encuentre en un establecimiento privado. Está muy bien conservado y lo han situado en un entorno bonito. Merece la pena acercarse si pilla de paso.

Tras ver el dolmen, seguimos caminando por el paseo marítimo. Era domingo y había una cantidad ingente de personas, en su mayoría jóvenes vestidos de fiesta. Habían terminado su jornada de playa y se dirigían a los hoteles, que habían convertido sus terrazas junto al mar en abarrotadas discotecas.

Al tiempo que, desde el exterior, escuchábamos la música atronadora y veíamos a la gente beber y bailar, pudimos disfrutar de una bonita puesta de sol.
