Al día siguiente, iniciamos el programa de actividades, cuyo primer capítulo era dirigirnos a La Valeta, aunque no para visitar la capital sino para conocer las llamadas “tres ciudades”. Pese a salir temprano, tardamos un buen rato en llegar por culpa del tráfico, tan intenso o más que la tarde anterior. Y eso tiene su explicación.
Con 316 km2, Malta es el quinto país más pequeño de Europa, superando en superficie solo a Ciudad del Vaticano, Mónaco, San Marino y Liechtenstein; cuenta con más de 540.000 habitantes censados (que se incrementan año a año), es decir, el séptimo país menos poblado de Europa. Sin embargo, ese medio millón largo de habitantes en un territorio tan pequeño, paradójicamente, convierten a Malta en el tercer país más densamente poblado de Europa, tras el Vaticano y San Marino. Y, claro, la mayor parte de esas personas, a las que hay que añadir una gran cantidad de turistas, se desplazan por calles y carreteras en trasporte público (autobuses, fundamentalmente) o en vehículos particulares. De modo que los atascos son el pan suyo de cada día, sobre todo en las horas punta. Y hay que tenerlo muy presente si se va a algún lugar con reserva previa.
Durante el trayecto, conocimos a quien –en principio- iba a ser nuestra guía local durante todo el viaje, una señora de mediana edad bastante peculiar, que se defendía francamente mal en español, algo de lo que no parecía ser consciente, ya que se atrevía incluso a contar chistes con la gracia imaginable. Aunque no era el objetivo principal de la jornada, fuimos a La Valeta y recorrimos el Puerto Pequeño hasta el Fuerte de San Telmo, una zona que, a primera vista, me dejó pasmada al contemplar ese encanto decadente que tanto me gusta. Pero a eso me referiré en las etapas dedicadas a la capital para no dispersar la información.

Por el camino, nos detuvimos unos minutos para tomar fotos en un mirador que ofrecía unas vistas extraordinarias del Puerto Pequeño, de Manoel Island con su fuerte y Sliema al fondo.



Nuestra primera parada formal fue para asistir en el teatro de la Fortificación de San Telmo al Malta Experience, un espectáculo audiovisual (una película, en realidad) en la que se narra la historia de Malta a lo largo del tiempo y que abarca unos siete mil años. Dura casi una hora, la vimos en español y aunque no se me hubiese ocurrido ir por mi cuenta, lo cierto es que nos vino bien para tener una idea anticipada de lo que íbamos a visitar en los días siguientes: su cómo, su dónde, su cuándo y su por qué. De todas formas, no lo considero un imprescindible, si bien merece la pena acercarse para ver la panorámica que ofrece la terraza del Bastión de San Lázaro. Aquí también se compran las entradas para visitar la Enfermería del Santo Hospital de los Caballeros Hospitalarios de San Juan.




Una vez vista la película y después de dar una vuelta por los alrededores, fuimos hasta el Gran Puerto de La Valeta, desde donde cruzaríamos hasta Vittoriosa, una de las “tres ciudades”. Aunque se puede llegar por carretera, en bus o en coche de alquiler, es más interesante, divertido y fotogénico hacerlo por mar, bien en ferry, en ferry rápido o en unos barquitos tradicionales malteses.
Zona del muelle desde donde zarpan los barcos hacia Victoriosa.



Todas estas embarcaciones parten desde el muelle que se encuentra junto al arco del Fuerte Lascaris, en la parte inferior de los jardines de Upper Barrakka -para entendernos mejor-, donde hay un ascensor que baja hasta el muelle. El ticket del ferry incluye la tarifa del elevador.
En la foto de la izquierda, el muelle y, arriba, Upper Barrakka. En la de la derecha, se distingue mejor el ascensor.



Durante nuestra visita, el ferry costaba 2 euros por persona (solo ida) y 3,80 euros (ida y vuelta). El paseo de media hora en barquito tradicional, 10 euros por persona.


Paseo en dghajsa, barquito tradicional maltés.
Al principio, no sabíamos cómo íbamos a llegar a Vittoriosa (Birgu), pues la travesía en los barquitos supuestamente era opcional y de pago. Sin embargo, nos entregaron los tickets sin ningún requerimiento y fuimos subiendo a bordo, seis personas como máximo en cada uno más el barquero, pues el espacio es pequeño y hay que equilibrar el peso. Por fortuna, el mar estaba muy tranquilo. No me suelen dar miedo los barcos, ni tampoco me mareo, pero estos me parecieron bastante frágiles, aunque seguramente no lo son. De todos modos, he oído que no salen cuando el mar está picado.


Este tipo de embarcación tradicional maltesa se llama dghajsa y deriva de las antiguas naves fenicias. Su propósito es el transporte de mercancías y personas, mientras que la conocida como “luzzu” es un barco de pesca. Guarda cierta semejanza con la góndola veneciana, pero es más pequeña y también más bonita al estar pintada con colores muy alegres y brillantes. Además, la forma de sentarse es diferente. Antiguamente, utilizaban vela mientas que ahora usan motor. Igualmente disponen de un toldo para que los pasajeros no se achicharren al sol, ¡menos mal!




La diferencia con el ferry –además del precio- es que estos barquitos no se limitan a cruzar de un lado a otro, sino que dan un paseo turístico por el Gran Puerto, ofreciendo panorámicas cercanas y muy vistosas tanto de La Valeta como de las tres ciudades fortificadas que están justo enfrente, en una zona que se conoce genéricamente como la Cottonera. Además, el barquero va contando historias sobre los lugares que se van divisando. Eso sí, en inglés. Bueno, algunos chapurrean algo de español.



Turistada o no, me gustó mucho el paseo, quizás porque todavía no habíamos estado en los miradores de La Valeta y fue mi primer contacto con tan impactantes panorámicas. Una vez disipada la bruma de las primeras horas, con la luz intensa de aquella mañana y pese al traqueteo y los reflejos del sol, las fotos quedaron resultonas aunque no tanto como las estampas en directo.



Es una forma diferente y muy vistosa de contemplar la parte de La Valeta que se asoma al Gran Puerto, las tres ciudades y Fort Ricasoli, donde se rodó Troya, la famosa película de 2003, con Brad Pitt y Eric Bana. No obstante, hay que tener en cuenta que con mala visibilidad no hubiese sido lo mismo y que la travesía en el ferry tampoco está nada mal.




Para terminar, entramos en la franja de mar entre las tres ciudades y desembarcamos en Vittoriosa. Pero eso queda para la siguiente etapa.

