Como ya he comentado, estuvimos dos mañanas diferentes en Mdina y Rabat, la primera con el grupo y la segunda, por nuestra cuenta, llegando en autobús público, cuya parada se encuentra en unos jardines exteriores que hay junto a la muralla, muy cerca de la Puerta de Vilhena. Ambas ciudades se hallan en una zona elevada de la isla, la una al lado de la otra. De hecho, la calle de San Pablo, la más importante de Rabat, comienza en la puerta de Mdina y continúa hacia el sur, hasta la plaza principal, donde está la iglesia de San Pablo.



En torno al año 800 a.C., los fenicios, convirtieron los puertos naturales de Malta en bases comerciales, se mezclaron con los lugareños y llegaron hasta el centro de la isla como lo prueban los restos encontrados cerca de Rabat. Se sabe que aquí convivieron más o menos pacíficamente fenicios, griegos y cartagineses. Los romanos tomaron Malta con la ayuda de los fenicios y trataron a los malteses como aliados, respetando sus costumbres y su culto. Sobre el primitivo asentamiento púnico, fundaron la ciudad de Melita.

Los árabes conquistaron el archipiélago en el año 870, derrotando a los bizantinos. Sus dirigentes se instalaron en Melita y la dividieron en dos: la ciudadela, Mdina, donde establecieron su capital, mientras que al resto lo llamaron Rabat (el Barrio). Esas denominaciones son las que se utilizan todavía.
Foto del plano de Mdina y Rabat que me facilitaron en la Oficina de Turismo de Mdina.


Rabat.
Allí se han encontrado restos de la antigua ciudad romana de Melita, como la casa decorada con mosaicos de colores que se ha convertido en el Museo de Antigüedades. Descubierta en 1881, las excavaciones se extendieron hasta 1924. La fachada neoclásica porticada se terminó un año después. Desde fuera, se pueden contemplar parte de las ruinas. No visitamos el interior.


Rabat se encuentra muy ligada a la figura de San Pablo, quien naufragó en la isla en el año 60, cuando era trasladado a Roma para ser juzgado. Según la tradición, el apóstol curó de unas fiebres al padre de Publio, el gobernador romano de la isla, que, muy impresionado, se convirtió al cristianismo. Tres meses después, Pablo siguió viaje hacia Roma, donde sufrió martirio. Publio, que ya era obispo, edificó una iglesia cerca de una cueva, bajo el foso de las antiguas murallas, donde se asegura que vivió el Santo durante su estancia en Malta. Hoy es la plaza principal de Rabat y allí se encuentra la actual Iglesia de San Pablo, construida en estilo barroco entre 1656 y 1681. En su entorno, hay una escalera que conduce a la cueva, convertida desde tiempos remotos en sitio de peregrinación.

Catacumbas de San Pablo.
El Derecho Romano prohibía realizar enterramientos en las ciudades, por lo que en los alrededores de la gruta donde vivió San Pablo, junto a la primitiva iglesia, se emplazaron cementerios de origen pagano, judío o cristiano. Fenicios, griegos, romanos y bizantinos excavaron tumbas en las rocas, algunas muy ornamentadas. Las catacumbas más interesantes son las de Santa Ágata y las de San Pablo, en el barrio de Hal-Bajjada. Aunque son más grandes, en las de Santa Ágata solo se puede acceder a una pequeña parte de sus 500 hipogeos, pues muchos están cerrados para preservar sus frescos.

Visitamos las Catacumbas de San Pablo, que contienen más de 30 hipogeos y, según la leyenda, aquí estuvo el mismísimo apóstol. Constituyen la prueba arqueológica más antigua del cristianismo en Malta.

Datan de la época romana y allí se realizaron enterramientos durante cinco siglos. En la Edad Media, se utilizaron para el culto y más tarde sirvieron como almacén de productos agrícolas.


Antes de bajar a las catacumbas, hay un museo bastante interesante sobre el tema. Luego recorrimos las cuevas con sus tumbas, moviéndonos libremente por su laberíntico trazado. Los pasadizos son estrechos y están poco iluminados, aunque creo que solo agobiarán a personas muy sensibles o claustrofóbicas.

La visita estuvo bien, pero me sentí satisfecha con esta “ración” de catacumbas y no me dieron ganas de entrar a ver las de Santa Águeda. Así que nos dedicamos a otros menesteres.

Las calles de Rabat.
Nos hubiera gustado entrar en el Museo Wignacourt, que está muy cerca de la Iglesia de San Pablo, pero nos entretuvimos mucho en Mdina y no nos dio tiempo.

Algunas de las calles de Rabat, quizás por el color amarillento de sus fachadas, me transportaron al Norte de África, si bien los balcones pintados, las hornacinas con santos en las esquinas y la gran cantidad de iglesias dejaban claro que seguíamos en Malta. Aun así, vi rincones con encanto para tomar fotografías, algunos muy cuidados y otros, no tanto.




Tras la dominación árabe, algunas órdenes religiosas se establecieron en Rabat, pues querían erigir sus monasterios en lugares tranquilos, pero no muy distantes del poder, asentado en Mdina. Posteriormente, llegaron los Caballeros, que prefirieron instalarse en la costa y en esta zona no construyeron gran cosa.

