Amanezco a las 6:00 con bastante energía (¡por fin!), así que me pongo a escribir un rato mientras Dani sigue profundamente dormido. Se levanta una hora más tarde, a las 7:00, y a las 7:30 ya estamos en el comedor, desayunando con Flori. El desayuno de hoy es sencillo pero bastante más completo que el del día anterior: hay tortitas, fruta cortada, algo de fiambre… vamos, lo justo para salir satisfechos. Terminamos sobre las 8:30, listos para dejar atrás Valbona.
Nos despedimos del encantador valle y ponemos rumbo a Kosovo. Volvemos por la misma carretera de montaña que recorrimos el día anterior, pero esta vez tomamos un desvío a medio camino, que nos lleva en dirección a la frontera. Aunque la vía está en buen estado, hay un detalle que no deja de llamarnos la atención: las vacas se pasean como Pedro por su casa. Literalmente. Cortan el paso con total tranquilidad, como si supieran que nadie les va a tocar el claxon.
Hacemos una parada rápida en el pueblo más cercano para sacar efectivo en el único cajero disponible. Me cobran 8 euros de comisión por la retirada (sí, 8), cortesía del banco. Dani en el camino, comenta algo que le llama especialmente la atención: en cada pequeña población hay un cementerio, siempre agrupado al final del pueblo, pero curiosamente sin vallar.( por cierto entierran juntos a católicos y musulmanes)
Seguimos nuestro camino por carreteras de montaña que, sorprendentemente, están en bastante buen estado. En la frontera, nos piden el pasaporte y nos estampan un nuevo sello, souvenir gratuito para el pasaporte. Aquí, un detalle importante: a Dani le llega un mensaje automático al cruzar la frontera, avisando que ya está funcionando el roaming. Lo activa sin pensarlo mucho y, a los pocos minutos, le llega una notificación con un cargo de 60 euros por el uso de datos. Así que ya sabes: si no has comprado una SIM para el país , mejor mantén los datos apagados. El disgusto le dura toda la mañana.

Entramos oficialmente en Kosovo, que muchos conocen como “el Campo de Kosovo”, y no es para menos: la región es una inmensa llanura rodeada de montañas en sus fronteras. Aquí, el euro es la moneda oficial (a pesar de que Kosovo no es parte de la eurozona), y la bandera que ondea en la mayoría de edificios es… ¡la de Albania! En realidad, hasta 1913, Kosovo formaba parte del territorio albanés, y tras décadas de conflictos con Serbia y una dolorosa guerra en los años 90, hoy es un país independiente con una fuerte identidad albanesa.
Proponemos una parada fuera del itinerario: visitar una bodega que el guía había mencionado. Acepta sin problema, y nos desviamos unos 20 minutos para visitar Stone Castle Vineyards & Winery, la mayor bodega de Kosovo, ubicada en Rahovec. Dani no está muy convencido a esas horas (son apenas las 10:00 de la mañana), pero yo sí tengo curiosidad. Nos ofrecen dos opciones: visita guiada por 5 euros o cata de vinos por 14. Como Dani no quiere beber y los encargados no me dejan hacer la cata sola (poco flexibles, la verdad), decidimos hacer la visita guiada. Invitamos al guía, que tampoco había estado nunca.

Error. La visita fue una de las peores que he hecho en mi vida. Nos atendió un chico que claramente no sabía de vinos. Recitaba un discurso memorizado (probablemente copiado de la web), y no podía responder a casi ninguna de mis preguntas. La visita consistía en dos salas ambas con barricas de roble esloveno (lo único interesante) estas eran barricas gigantes tipo tonel de los que ya casi no se ven en España. Según nos explicó, sus vinos estrella son el Chardonnay Reserva y otro vino que es recomendación personal del dueño, un empresario kosovar que reside en EE.UU. y compró la bodega hace unos años. Desde entonces, es privada y la mayor productora del país. Eso sí, ni rastro de datos útiles como la producción anual, tipos de uva utilizadas o procesos concretos. Cuando pregunté por las uvas, me respondió“muchas”. Genial. La visita duró 10 minutos cronometrados. Podéis ahorraros los 5 euros.
Reanudamos el camino hasta Prizren, una ciudad incluida en el tour. De inspiración claramente musulmana (más del 80% de la población profesa esta religión), está salpicada de mezquitas y minaretes que dominan el paisaje. La arquitectura es curiosa: mezcla de casas de aspecto centroeuropeo y comercios que parecen sacados de un bazar turco. Visitamos por fuera una iglesia ortodoxa (cerrada, solo abre los domingos), la Mezquita de Sinan Pasha, y luego subimos a la fortaleza situada en lo alto de la ciudad, desde donde se obtienen unas vistas panorámicas preciosas.
A mediodía (eran las 12:00), decidimos parar a comer. Nos dejamos llevar por la recomendación del guía y entramos al restaurante Beska, en el centro histórico. A él le hacía ilusión y dijo que se comía bien. El problema: ni Dani ni yo teníamos hambre todavía. Dani pidió una ensalada y yo algo de carne. Pagamos 15 euros por todo. Mientras comíamos, empezó a diluuuviaar, así que cancelamos el paseo previsto por la ciudad, que tampoco nos pareció gran cosa.
Antes de salir, hicimos una última parada en una pastelería turca llamada Embëltorja Sulltan, donde compré un dulce que me transportó directamente a Estambul.
Un detalle curioso que aprendimos ese día: en toda Albania (y Kosovo), los perros callejeros llevan un tag en la oreja. Esto indica que han sido vacunados, esterilizados y están controlados sanitariamente. Un sistema que ojalá se aplicara más a menudo en otros países

Tomamos la autovía E851, que conecta directamente Prizren con Milot, en Albania. Es sorprendente cómo una carretera tan buena conecta dos puntos tan poco turísticos. Como dato útil que nos contó el guía (El túnel Thirrë-Kalimash, también conocido como el túnel de Kalimash, es una destacada infraestructura vial en Albania. Forma parte de la autopista A1, que conecta Albania con Kosovo, y se integra en la Ruta Europea E851. Con una longitud de 5.490 metros, fue inaugurado en 2009 y, en su momento, ostentó el título de túnel más largo de Albania . La apertura del túnel y de la autopista A1 ha reducido considerablemente el tiempo de viaje entre Tirana y la frontera con Kosovo, pasando de aproximadamente 8 horas a solo 3 horas. )
A las 15:30 llegamos al lugar donde habíamos dejado nuestro coche y nos despedimos de Flori. Le dimos 15 euros de propina cada uno (5 euros por día), agradeciendo especialmente su conducción, que ha sido impecable.
Nos dirigimos al nuevo alojamiento, Guesthouse Vitoria a solo 300 metros del que tuvimos el primer día. Esta vez nos hospedamos en una casa rural con anexos, una especie de minicasas con un aire muy auténtico. Nos recibe una señora mayor que parece sacada de una aldea gallega: pañoleta, falda larga, y ni una palabra en inglés. Lo primero que hace es ofrecernos un licor local: raki (agua ardiente típica de los Balcanes). Nos acompaña también una legión de animales: dos perros, gallinas sueltas por todas partes… no apto para alérgicos ni urbanitas.

La propiedad tiene un encanto peculiar. Las puertas siempre abiertas, pero ningún animal se escapa. Elegí una habitación familiar para tener camas separadas, y acerté: está completamente reformada y tiene ese punto rústico acogedor que te hace sentir en casa. El gallo canta sin parar, y al rato, el marido entra con unas ovejas que ha estado pastoreando. Aparece más tarde una chica joven que sí habla inglés, y nos explica todo con una sonrisa. Es encantadora, y el lugar transmite paz absoluta: solo se escuchan gallos y pájaros.
Dejamos las maletas, descansamos un poco y empezamos a planear qué hacer por la tarde. Kosovo es una visita que os podéis ahorrar , entendemos el ir hasta allí por parte del tour, ya qué las carreteras para volver a Albania son mejores .
Después de asentarnos en la Guesthouse Vitoria y de disfrutar un rato del gallo, las ovejas y la tranquilidad rural, decidimos salir a explorar un poco los alrededores. Nos habían recomendado un restaurante cercano, el Oafi Fishte, a solo 5 minutos en coche. La ubicación prometía: junto a un lago, rodeado de naturaleza y con buenas reseñas.

Pensábamos que podríamos caminar un poco por la zona, tal vez un trail, algún sendero junto al lago, pero no fue así. El acceso es directo al restaurante y, aunque no se puede pasear mucho por los alrededores, el sitio merece totalmente la pena. Tiene una terraza preciosa con vistas directas al agua, donde nadan patos y cisnes, y un ambiente de montaña que lo hace aún más especial. Es un lugar de esos que, sin hacer nada, ya te relajan.
Como aún era pronto para cenar y no teníamos hambre, pedimos algo para beber. Dani se animó con uno de los zumos naturales que preparan allí mismo (muy buena pinta), y yo con una Coca-Cola. Nos trajeron además agua sin pedirla, todo con una atención muy amable. Al ir a pagar, nos dicen que es 1,50 € en total. No nos cobraron ni los zumos ni el agua, lo cual nos dejó un poco en shock. Solo llevábamos monedas sueltas, así que les dejamos los pocos euros que teníamos de más como agradecimiento. No aceptaban tarjeta, solo efectivo. Detalles así hacen que te lleves una sensación muy bonita del lugar.
Después de ese rato tranquilo junto al lago, cogimos el coche para acercarnos a la costa y que Dani pudiera tener un primer contacto con el mar albanés. Yo tenía apuntada una zona llamada Shëngjin, estaba como a 30 minutos. Y, bueno… ¿cómo describirlo? Digamos que es una especie de Benidorm balcánico, con una playa bastante pequeña, flanqueada por edificios enormes y poco agraciados que ocupan todo el paseo. Chiringuitos, restaurantes, apartamentos, y hoteles todo para el turistas… todo muy veraniego, muy a pie de playa, pero sin ningún tipo de encanto. Paseamos un rato por alli haciendo tiempo hasta que nos entró el hambre.

Y aquí llega uno de los momentos que más ilusión me hacía del viaje: la cena en el restaurante Rapsodia, del chef Alfred Marku, un sitio que tenía marcado desde hacía meses. Está también en la zona de Shëngjin y es conocido por su cocina creativa con productos locales. Su historia personal me pareció fascinante: cruzó la frontera griega a pie con solo 14 años huyendo de la guerra, acabó preso, vivió en casas abandonadas en Italia y, tras mil peripecias, se convirtió en un chef de renombre. Esa mezcla de dureza vital y sensibilidad culinaria me tenía intrigada.
El restaurante es precioso, con varios ambientes: una sala interior y un jardín acogedor donde también se puede cenar ( lloviznaba un poco así que el tiempo no acompañó para disfrutar de una cena al aire libre). Ofrecen menús degustación de varios precios, todos muy razonables, además de poder comer a la carta. Yo no lo dudé y me pedí el menú de cinco platos por 45 € (un lujo asequible para lo que ofrecen), mientras que Dani, nada fan de los menús, ni restaurantes tipimini, se decantó por un risotto en cuanto vio que podía comer a un precio económico .( tenías que haber visto su cara de susto cuando le dije que íbamos a un sitio tipo estrella michelin albanes) .
Mi menú fue una experiencia:
• Empezó con lubina cruda marinada en salmuera de encurtidos,
• luego un fletán relleno de camarones con crema de vino,
• seguido de un risotto con crema de frijoles y carne de ternera con vinagre,
• después una codorniz con trajama y palomitas de maíz (muy original),
• y por último, cordero con crema de arroz, que sinceramente ya me sobró. No por malo, sino porque llegaba sin hambre y echaba en falta que cerrasen el menú con un postre.
Acompañamos la cena con una botella de vino albanés arberi de 2023 de la región Mirditë, blanco, muy rico, donde la variedad de uva era Shesh i Bardhë. El trato fue excelente, muy cercano, y me sentí feliz de haber podido vivir una experiencia así durante el viaje. En España, seguro que no me habrían dejado pedir un menú degustación sola, sin ser toda la mesa, así que punto extra para Albania.
Todo estuvo correcto, aunque no lo destacaría entre mis experiencias culinarias como algo excepcional. Si estás por la zona y te apetece comer, es un sitio a tener en cuenta por la relación calidad-precio y el trato. Ofrece una propuesta interesante en la forma de cocinar y combinar sabores, algo especial en ese sentido, pero sin llegar a ser un imprescindible gastronómico, diría yo.
Volvimos al alojamiento ya de noche, con el estómago y el corazón llenos. Fue un día largo, con mucha carretera, pero terminó con esa sensación de satisfacción tranquila que solo dan los días bien aprovechados.