Hoy el día empezó tranquilo. Me desperté, recogí un poco la habitación y me encontré con el desayuno preparado en una bolsita en la puerta, para llevarme de excursión. Un detallazo del alojamiento.
Lo primero que hice fue visitar la iglesia que me había recomendado el dueño, a 30 kilómetros del hotel : la Iglesia de Santa María de Labova e Kryqit. Es una de las más antiguas y mejor conservadas de Albania. Está cerca del Castillo de Labova, aunque ese me lo salté. La iglesia forma parte del conjunto de asentamientos históricos del valle del Drino, un valle lleno de colinas verdes, ruinas antiguas y carreteras con vistas preciosas. La verdad, he visitado muchas iglesias ortodoxas en mi vida, y aunque tiene encanto no le veo algo tan especial como para hacer el desvío o recomendarla .

Después de la visita, seguí el plan hacia Saranda, pero antes hice una parada en el famoso Ojo Azul (Blue Eye). A ver… Lo siento, pero no. Muy turístico, todo muy montado para sacarte dinero. Te obligan a aparcar como a 2 km del sitio, pagas 3€ por el parking (aunque un poco más atrás hay uno gratis y entonces andas 4 km ), y luego 0,50€ por entrar. Hay incluso un trenecito de estos que parece de feria, el “tronchuchú”, que hace el trayecto por un módico precio de 3€ . Muy montado todo. Lo peor es que no te puedes ni bañar justo en el manantial. El sitio es bonito, sí, pero hay tantas pozas y ríos igual de cristalinos por toda Albania, donde puedes meterte gratis y sin tanta parafernalia, que este no me compensó. Eso sí, fui temprano y lo disfruté sin gente. A la vuelta ya venían en manada. Así que no lo recomiendo.. Eso sí, las vistas desde la carretera mientras conduces son una maravilla.
Después de eso, fui conduciendo hacia Ksamil, pasando por Saranda. Pensaba que Ksamil iba a ser un pueblito costero con encanto… qué va. Todo está patas arriba: obras, calles cortadas, aceras por construir, grúas… todo pensado para el turismo masivo. Una decepción. Nada que ver con lo que imaginaba.
De ahí fui a Butrinto, un sitio arqueológico bastante conocido. Ya con hambre, abrí la bolsa del desayuno. Había un pepino (que se quedó ahí), unos quesitos con pan que sí me comí… y un huevo que pensé que estaba cocido, pero ¡sorpresa! Era crudo. Bien envuelto, pero crudo. Directo de vuelta a la bolsa. En Butrinto había muchísima gente, españoles a tope. En la entrada nos organizamos para hacer un grupo de 11 personas y así pagar 8€ en vez de 10€. Muy de español, ahorrándonos dos eurillos “pa’ la Coca-Cola”.
La visita está muy bien. Ruinas en medio de un bosque, con sombra, caminos tranquilos, y carteles explicativos. Me recordó un poco a las ruinas de México. Es un sitio que sí o sí hay que visitar si estás por esta zona.

Después de Butrinto, conduje unos 15 minutos hasta una playa al azar en Ksamil. Paré en un restaurante de la esquina que tenía pinta local y estaba lleno. Restaurant Pizza Palma. No tenía mucho encanto, la verdad, pero la comida estaba buena. Me pedí unos linguini con gambas, 10€ con bebida incluida.
Después fui a la playa que había marcado al azar: Plazhi Paradise. Aparqué en un descampado junto al parking del beach club del mismo nombre. La playa al principio era tranquila, me tumbé feliz, pero a los 15 minutos llegó una familia con niños a todo volumen. Qué cruz. Me dormité un par de horitas, luego me moví a unas hamacas de red más apartadas ( por supuesto no pagué nada, éramos 10 personas en la playa) . Pero entre barcos con música ofreciendo tours a 30 euros por el barco y gritos de niños… de “Paraíso”, poco, relajarse fue complicado.

En Ksamil las calles ya están colapsadas por coches mal aparcados y aún no es temporada alta. No quiero ni imaginar esto en julio o agosto. Yo, personalmente, lo evitaría.
Había apuntado otra playa que decían que era increíble: Shpella e Pëllumbave (la Cueva de las Palomas). Bueno… una decepción. Google no reconoce ni la carretera, te dejaría en la principal, así que te toca seguir tu instinto, el camino es regulero, entre piedras y trozos asfaltados . Está playa es de acantilado, arriba hay una explanada, así que hay que bajar a pie por el acantilado , hay escaleras de piedra . Está bien escondida, eso sí. Pero abajo están construyendo un restaurante enorme, y la playa es de piedras. Nada cómoda. Al menos había una hamaca donde me senté sin pagar a tomar el sol. Lo único bueno: estaba completamente sola. Ahí sí que me relajé. Me puse en topless, me tumbé al sol, y por fin disfruté del sonido del mar en silencio. Qué gusto. Qué paz. Es el primer momento de verdadero relax en la costa, que ya empieza a estar muy masificada.

Disfrutando del sol, del silencio antes de subir las escaleras de vuelta al coche y tirar al apartamento.
Llegué al alojamiento/ apartamento a las 18:45. La zona de Saranda tiene ese aire un poco “benidorm”, con edificios grandes, vistas al mar y bastantes restaurantes. Aunque se nota que aquí también vive gente todo el año, no es solo de paso o de verano.
Aparqué el coche en una callecita cercana, hice el check-in, que era automático, sin contacto. El apartamento es pequeño, funcional, pero no lo recomendaría especialmente. No encontré nada con encanto por esta zona y esto fue lo mejorcito que vi. Eso sí, tiene una terracita desde la que se ve el mar, que se agradece.
Dejé las cosas y me había vuelto el hambre. Tenía una recomendación del guía Florí que era subir al Lekursi Castle Restaurant para ver las vistas desde arriba al atardecer. Pero me dio pereza coger el coche, así que decidí explorar andando por los alrededores.
A las 19:30 ya estaba saliendo de nuevo, esta vez rumbo a cenar, en Alfa Pizzeria & Restaurant,A tan solo ocho minutos del alojamiento tenía esta pizzería con una ubicación muy chula: puedes sentarte dentro, o en una terraza cubierta, o en unas mesitas junto al mar.
Me senté justo allí, al borde, con el mar a mis pies, y pedí una pizza mientras veía cómo caía el sol. Un momentazo. Sencillo pero de esos que te dan paz. Luego aproveché para recorrer todo el paseo marítimo, que es muy agradable, y al volver subí por un nivel más alto de la ciudad, ya que Saranda está construida en varias alturas hacia el mar, como en terrazas. Durante el paseo me crucé con varios restaurantes que me guardo como futuribles, porque me gustó mucho la música que tenían y el ambiente. Me los apunto: Mesdhe Restaurant & Lounge y Rozmarinë.
Antes de volver, paré en un súper a comprar agua (porque en el alojamiento no había ni una botella), y ya con eso subí al apartamento, puse un par de capítulos de una serie… y caí rendida.
