El día siguiente resultó frenético para nosotras, que fuimos completamente por nuestra cuenta para disgusto del guía local, quien casi nos calificó de “desertoras” por no hacer las excursiones opcionales con el grupo. Por supuesto, no le dimos ninguna importancia. En estos viajes, estamos acostumbradas a manejarnos de un modo u otro según nos convenga.
Entre los lugares que queríamos ver sí o sí en Estambul que requerían entrada, estaban Santa Sofía, el Palacio de Topkapi y la Cisterna de la Basílica. Como se advierte mucho en cuanto a las colas y los elevados precios (una pasada, la verdad), decidimos comprar online un pack de GetyourGuide que incluía entradas individuales para los tres monumentos por 119 euros, con la ventaja de que se podían utilizar a cualquier hora de apertura durante tres días a partir del día inicial escogido, lo cual nos vino muy bien. Los pases se llevan descargados en el teléfono y, lógicamente, no haces la cola de la taquilla, pero la del control de seguridad no se la salta nadie.
Lo primero de todo, queríamos ir al Palacio de Topkapi en cuanto abrieran, pues suele estar petado, requiere mucho tiempo y cierra antes que otros monumentos. Tras estudiar bien los planos del transporte la noche anterior, después de desayunar, tomamos el metro en la estación de Merter, donde nos topamos con las aglomeraciones que sufren los ciudadanos de los barrios periféricos de Estambul para llegar al centro. En fin, nada que nos asustase viviendo en Madrid, todo lo contrario: si hasta nos cedieron el asiento.
Sabíamos que teníamos que hacer trasbordo en la estación de Aksaray (no tuvimos ningún problema para seguir el paso por cada estación) para ir hasta la de Sultanahmet. Pero no teníamos ni idea de que por allí no pasa el metro sino el tranvía. Menos mal que está todo indicadísimo y solo tuvimos que seguir los carteles del trasbordo, que, una vez en la calle, nos llevaron hasta la parada del susodicho tranvía, la famosa línea 1 que pasa por todos los lugares turísticos de Estambul. La parada era un maremágnum de gente, pues la comparten varias líneas cuyos tranvías pasaban constantemente. Tras pasar la tarjeta por el torno, nos dimos cuenta que hay que fijarse en el luminoso que indica el destino, pues existen diferentes recorridos incluso en una misma línea. Al principio parece complicado, pero pronto lo entendimos, buscamos el letrero que pusiera Sultanahmet y… para arriba. Fuimos un tanto achuchadas, pero nada nuevo bajo el sol de las grandes ciudades en hora punta.
Para no liarnos, nos apeamos en una parada cuyo entorno reconocimos por haber pasado el día anterior por allí. Santa Sofía tenía un aspecto tranquilo, pues los viernes por la mañana (al menos aquel día) solo pueden entrar los musulmanes, que acceden por una puerta diferente de la de los turistas. La mañana estaba algo fresquita, pero nada que ver con el día anterior. No llovía y, según los pronósticos, el tiempo mejoraría paulatinamente a lo largo de la jornada.
La entrada sin colas a Topkapi que incluía nuestro bono tenía un requisito: acercarnos previamente a un lugar fijo donde reunirnos con un guía que nos llevaría hasta el interior. Luego ya cada cual iría por su cuenta. A este respecto, insisten mucho en que no se trata de una visita guiada. Nos dieron un distintivo, nos unimos a un numeroso grupo de personas en la misma situación y fuimos todos juntos a la entrada, donde nos topamos con una muchedumbre. ¡Madre mía, cuánto personal!

Desconozco si había mucha cola para comprar las entradas en la taquilla, pero creo que lo peor se monta en torno a los controles de seguridad, que son obligatorios para todo el mundo, diga lo que diga cada cual (a lo lejos vimos a nuestro grupo con nuestro guía local haciendo cola, no faltaba más).

Tras un ratito, seguimos al guía de GetyourGuide, que nos condujo a través de varias puertas y tornos, hasta el Harén, donde hay que pasar otro control de tickets de acceso, ya que esa zona tiene un precio más alto. Ojo, pues, a la hora de comprar las entradas.

Importante también visitar el Harén lo primero porque es lo más interesante y puede llegar a masificarse una barbaridad. Desde allí, ya cada uno fuimos a nuestro aire.

El palacio de Topkapi y su entorno tienen una extensión muy grande, por lo que lo mejor es tomárselo con calma y paciencia, aunque tampoco conviene dormirse porque hay mucho que ver y el tiempo vuela allí dentro. Está permitido hacer fotos sin flash en los interiores. No hay normas especiales de vestimenta.

Entre 1459 y 1465, poco después de la conquista de Constantinopla, Menmet II hizo construir este palacio para su residencia principal, aunque se utilizó también como sede del Gobierno hasta el siglo XVI, cuando se trasladó a la Puerta Sublime. Se componía de varios pabellones independientes unidos mediante cuatro patios vallados, más privados cuanto más interiores. Tiene una superficie de 700.000 m2 y está rodeado por una muralla bizantina. Está considerado una obra maestra de la arquitectura seglar turca. A partir de 1853, los sultanes se trasladaron al Palacio de Dolmabahce. En 1924, se abrió al público como museo.

Accedimos por la Puerta Imperial (Bab-Ι Hümayun), de 1478, que fue recubierta de mármol en el siglo XIX. Esta parte creo recordar que es de libre acceso. Atravesamos el primer patio, el Patio de los Jenízaros o de los Desfiles, dejando atrás la Ceca Imperial, varias fuentes y la Iglesia Bizantina de Santa Irene, del siglo VI, que ahora es un museo para el que se precisa una entrada adicional.

Seguimos hasta la Puerta del Saludo o de la Acogida (Bab-üs-Selâm,) de 1542, que cuenta con dos torres adosadas octogonales y conduce al segundo patio, el Patio de las Ceremonias, donde se reunía el sultán con sus cortesanos y se celebraban las audiencias. Allí se encontraban el antiguo hospital, el Harén con sus propios baños y mezquitas, la panadería, los establos, los dormitorios de los alabarderos, etc.

En esta zona hay varias exposiciones en diversos edificios, como el de las antiguas cocinas, las más grandes del Imperio Otomano, con 800 sirvientes que atendían a más de 4.000 personas. También es muy notable la colección de utensilios y porcelanas de todo el mundo, sobre todo de China, procedente de los regalos protocolarios que recibían los sultanes. Aunque es interesante, tiene muchas salas y conviene dejarlo para el final de la visita si sobra tiempo. Nosotras lo hicimos así, echando un vistazo antes de salir.
Los aposentos privados del sultán y el Harén.
Sin duda, es la parte más bonita del palacio: no hay que perdérselo. Ocupa terrenos de los patios segundo y tercero. Existe un recorrido señalizado aunque no del todo obligatorio, y a veces hay que buscarse un poco la vida porque la visita puede convertirse en un caos a causa del gentío que se acumula dentro. Lo mejor es dejar pasar a los grupos más numerosos, algo que no siempre resulta fácil. En cada una de las estancias suele haber carteles explicativos en turco e inglés.

El Harén formaba parte de los recintos privados del sultán y contaba con más de 400 estancias conectadas mediante pasillos y patios. Allí residían la madre del sultán, sus esposas, las concubinas, otros familiares, los niños y los sirvientes, que disponían de su propio grupo de habitaciones. Los eunucos vigilaban el Harén y obedecían a su propio jefe. Se accede desde la Puerta de los Carros, que conduce a la abovedada Cámara de los Armarios, concebida como vestíbulo del Harén. Creo recordar que aquí está la taquilla y los tornos para las entradas.


Esta zona del palacio fue añadida en el siglo XVI y modificada en el siglo XVIII en estilo barroco con influencia italiana. Durante el recorrido, se van viendo diversas habitaciones, algunas con decoraciones espectaculares y otras más modestas. Aparte de las del sultán, las estancias más grandes eran las de la madre del sultán, que fueron reconstruidas en 1665 tras un incendio. Solo están abiertas al público una pequeña parte.


Existen bastantes recovecos que conviene investigar para no perderse nada. En algunos suele haber colas para pasar, a veces merece la pena esperar y otras no tanto. Pero, evidentemente, no lo sabes hasta que lo ves. Se atraviesan puertas, dormitorios y patios.



El primer patio del Harén es el de los Eunucos, con los dormitorios de los eunucos negros, el aposento del Jefe de los Eunucos y la Escuela de los Príncipes. También se pasa por el Patio de las Esposas y Concubinas, rodeado de baños y dormitorios. Existe un pasaje por donde se movían las concubinas.

Junto con los del Sultán, las estancias más amplias eran las que ocupaban la Reina Madre y sus damas de compañía, que comprenden apartamento, baño y patio.

Los baños contaban una con una cúpula en forma de panal para dejar pasar la luz natural. Datan de finales del siglo XVI, aunque algunos fueron reformados en estilo rococó a mediados del siglo XVIII.


El baño del sultán precede al magnífico Salón Imperial, con la cúpula más grande de todo el complejo y que acoge el trono. Servía tanto como sala de recepciones como para su entretenimiento. En las galerías se situaban su madre y las consortes. Hay una puerta secreta tras un espejo.


A continuación, aparecen las estancias privadas de varios sultanes. La más antigua es la de Cámara de Murat III, que permanece intacta desde el siglo XVI y tiene una de las puertas más bellas del palacio. La Cámara de Ahmed I está revestida de azulejos de Iznik.


El sultán utilizaba un pasadizo, llamado “Vía de Oro”, para moverse entre su cámara privada, el harén, la Sala de la Fuente de las Abluciones y la Terraza Imperial.


La última sección del Harén es el Patio y los apartamentos de las Favoritas, con vistas a la Torre Galata, a una piscina y al Jardín de Bog. Cuando una de las favoritas quedaba embarazada asumía la condición de consorte oficial del sultán.



Aquí nos dimos cuenta de que habíamos pasado por alto un corredor y volvimos hacia atrás a través de un pasadizo revestido de ladrillos que nos condujo hasta las cocinas privadas del sultán. Más adelante, llegamos al Patio de la Madre del Sultán, cerca del cual hay un par de hermosas estancias: el Salón de la Chimenea y el Salón de la Fuente. Nos extrañó la poca gente que había aquí, pues estuvimos casi solas contemplando estos salones: una estupenda novedad.




Tercer Patio.
Cuando salimos del Harén, nos dirigimos hacia el Tercer Patio, al que se accedía por la Puerta de la Felicidad, con columnas de mármol sosteniendo su cúpula. Nadie podía cruzarla sin permiso del sultán. Fue redecorada en estilo barroco durante el siglo XVIII. También se le llama Patio Interior y es un jardín rodeado de edificios: la Cámara Privada, los aposentos de los Agas o pajes reales, la Cámara de Audiencias, el Tesoro, el Harén, la Mezquita de los Agas, la mayor del palacio, la Biblioteca de Ahmed III…

La Cámara de las Audiencias es un edificio del siglo XV revestido de hermosos azulejos y decorado con alfombras y cojines. En su interior está el Salón del Trono. Detrás, se encuentra el Dormitorio de la Fuerza Expedicionaria, donde se ha instalado la colección del vestuario imperial con más de 2.500 prendas. Hicimos una pequeña cola para entrar.

Más interesante y mucho más concurrido está el Pabellón del Conquistador con el Tesoro Imperial. Aquí tuvimos que estar como unos quince minutos en la cola, pero merece la pena verlo. Entre las muchas piezas que están expuestas, destacan una cota de malla de hierro bañada en oro del Sultán Mustafá III, la Daga de Topkapi, el Trono del Sultán Mahmud I y el Diamante del Cuchillero.


También me llamó mucho la atención un juego de mesa de la época, con tablero y sus pequeñas piezas colocadas en una vitrina. Muy curioso.

Cuarto Patio.
Esta zona era la más íntima del sultán y su familia. La componían pabellones, jardines, quioscos y terrazas desde las que se contemplan unas panorámicas preciosas del Cuerno de Oro, el Bósforo y el Mar de Mármara. Bueno, en Estambul no faltan las vistas hermosas. En la foto, se puede apreciar la cantidad de gente que había en el palacio.

Destacan la Sala de Circuncisión, el [b]Quiosco de Erevan, el Quiosco de Bagdad, el Quiosco de Iftar, la [b]Terraza Quiosco, la Torre del Tutor Jefe, la Mezquita de la Terraza y el Gran Pabellón, construido en 1840 como lugar de recepción y descanso imperial, ya que era donde se alojaba el sultán cuando venía a Topkapi.


Toda esta zona es muy bonita, con hermosos jardines y fuente. Merece la pena dar un paseo por ella y entrar en los pabellones, que cuentan con interiores francamente vistosos. Acompaño algunas fotos.


No me voy a entretener más porque de lo contrario no acabaría nunca. Estuvimos más de cuatro horas allí dentro y todavía nos faltaron bastantes sitios por visitar y otros lo hicimos casi a la carrera. De todas formas, acabamos cansadas pero contentas con lo visto.
Ya en la salida intenté por enésima vez hacer una foto un poco decente de la que se dice que es la más bella fuente de Estambul, la de Ahmet III, de 1728 y estilo rococó turco. Imposible de nuevo. Las fuentes otomanas no expulsan chorros de agua, sino que cuentan con una especie de grifos que vierten el agua sobre pilas de mármol.
