Cuando salimos del hotel, aún no estaba abierto el bufet de desayunos, pero sí que nos habían preparado unas bolsas de picnic. El safari iba a durar casi todo el día, con solo dos paradas, una para desayunar y otra para comer.

Por el camino, los guías repitieron una serie de instrucciones que nos dieron el día anterior, las típicas de seguridad dentro de los vehículos todo-terreno (no levantarse, no sacar los brazos, no gritar, no llamar la atención de los animales…) y que llevásemos ropa de colores neutros. También insistieron en que nos abrigásemos bien (al principio haría bastante frío) pero con capas, para quitárnoslas paulatinamene según fuera templando la temperatura. Parecía un poco exagerado. Ya veríamos.

Según el cartel que vi al llegar, entramos por Phabeni Gate, que, según he leído, “es la mejor forma de llegar a Skukuza desde Gauteng”. No es que esto me aclare mucho (ni siquiera ahora, a toro pasado), pues, en contra de mis hábitos, no me preocupé de nada concerniente al safari. ¿Para qué si no dependía en absoluto de mí? Sabía que era un tiempo muy escaso y con más información quizás lo único que iba a lograr era frustrarme. Con lo cual, a disfrutar de lo que hubiese que ver y punto. Por cierto que la superficie del Parque Kruger es de 19.485 km2, similar al territorio de Eslovenia: como para recorrerlo en un día… 

Foto de la hoja informativa que nos dio nuestra guía con el mapa del Parque.
 
De momento, la salida del sol fue impactante, pues que hubiese una ligera neblina no hizo sino colaborar para que las fotos salieron más sugerentes todavía. 

Nos colocamos en los vehículos, de nueve plazas que no completamos. A mí me tocó en la parte de atrás, a la izquierda. Nos aseguraron que se vería perfectamente desde todas las posiciones. Y fue cierto. En cualquier caso, cuando el carricoche arrancó empezamos a comprender el motivo de las advertencias respecto a la ropa: ¡madre mía, qué frío! Yo llevaba dos camisetas, dos jerséis y un anorak y creí que me moría con aquel viento helado que no podía imaginar de dónde venía. Menos mal que los coches llevan mantas, que todos cogimos de buena gana pese a su dudoso aspecto.


Por el Parque Kruger se puede circular sin guía, con un coche propio o de alquiler. Supongo que hay que hacer una reserva previa. La mayor parte de los caminos están asfaltados, pero también hay algunos de tierra. Era domingo y pensé que aquello podía ser una romería, pero no fue así, ya que en cuanto nos alejamos un poco, los vehículos empezaron a distanciarse, si bien es cierto que cuando se divisaba algún animal interesante había cierto agrupamiento, aunque nunca vimos más de tres o cuatro coches juntos salvo con el leopardo. Pero a eso ya llegaré.


Aunque sea un comentario de Perogrullo, el mayor hito en el Parque Kruger es lograr ver al “Big Five”, los cinco grandes, los animales más buscados: el león, el elefante, el leopardo, el búfalo y el rinoceronte. Como curiosidad, también están los “Ugly Five”, los cinco más feos, el jabalí, el marabú africano, el ñu, el buitre y la hiena. En fin, a ver qué suerte teníamos. 


Los guías conductores van ofreciendo diversas explicaciones en inglés; nuestras dos guías se dividieron para acompañarnos y hacer las traducciones. Los conductores van provistos de walkies-talkies mediante los que se comunican con otros colegas para avisarse los unos a los otros de dónde están los animales. En el Kruger no hay cobertura de internet.
Según estuve leyendo, septiembre es un buen mes para visitar el Parque porque a finales del invierno los animales se acercan a las zonas más próximas a las carreteras en busca de comida, y como la vegetación es más escasa, también se les puede distinguir con más facilidad. En cualquier caso, los arbustos lucían un color marrón un tanto feucho, aunque empezaban a asomar algunos brotes verdes.

Tras un rato de circulación expectante, los primeros animales aparecieron por el lado contrario al que yo iba. ¡Vaya por Dios! Eran una manada de ñus, que intenté captar como pude, con el teléfono, con la cámara de reserva, con la cámara averiada… No salieron muy favorecidos, pero al menos estaban ahí.

Seguimos un rato, viendo como el paisaje cambiaba con la luz del sol. El cielo estaba despejado y el día iba a ser espléndido. Pese a todo, el viento soplaba fuerte y notábamos un frío terrible. Había matorrales secos, árboles rotos (los elefantes causan unos destrozos tremendos, como tendríamos ocasión de comprobar más tarde), áreas planas, pequeñas lagunas y zonas enmarañadas por la vegetación. De pronto, una gran exclamación. Nuestro conductor señalaba emocionado, de nuevo al lado contrario del que yo estaba: bajo el tronco seco de un árbol, descansaban echadas sobre la tierra dos leonas y un par de cachorros, casi mimetizados con la parduzca vegetación. Me prestaron unos prismáticos y los vi perfectamente; hacerles fotos decentes, fui incapaz. Luego, vimos elefantes y monos danzando en las ramas de los árboles. La foto del mono salió horrible; la porno del elefante, algo mejor. Que conste que no fue adrede  
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Mientras lamentaba mi mala suerte, pues todos los bichos parecían presentarse por el lado contrario al mío, apareció uno de los premios gordos: al fondo, entre la hojarasca se dibujaba la inconfundible estampa de un león con la mirada fija en algo. A su derecha, pudimos distinguir clarísimamente la figura de una hiena, incluso haciéndole burla, si bien enseguida se marchó a la carrera. La imagen la tengo grabada en la memoria. En la carretera, se habían reunido cuatro o cinco vehículos.


El león empezó a dar vueltas y parecía que iba a marcharse, cuando, de pronto, vino hacia nosotros. Cada vez se acercaba más. Quizás estaba inquieto por los coches. El caso es que deambuló al lado de los vehículos y se paró enfrente de mí, a un metro escaso; incluso me miró. No digo que me asusté, pero casi. Y como estaba tan cerca, las fotos me salieron hasta bien. 


Fue un momento tan tenso como emocionante. Al fin, reaccioné y conseguí hacerle unas fotos y un par de vídeos. Tras unos minutos que no se me olvidarán, se marchó. Nuestro conductor estaba eufórico: no todos los visitantes ven un león a tan corta distancia en un safari de un día y a las primeras de cambio. Se lo fue contado a todos los colegas con los que se topaba. ¡What a good luck!, le decían sonriendo.

Ya muy contentos por el logro, seguimos en busca de más animales. No tardamos mucho en divisar más elefantes, dedicados a arrancar ramas de los árboles con sus trompas. A lo largo del día, nos topamos con muchos ejemplares a ambos lados de la carretera, algunos de los machos presumiendo de unos colmillos larguísimos. Más tarde, aparecieron las cebras y las jirafas. Y también varias aves, cuyo nombre desconozco.

 


Un rato después, nos dirigimos hacia un centro de visitantes que cuenta con cafetería y bancos, situado en un sitio bastante bonito, junto a Sable River. La verdad, no sé dónde estaba. Allí, para desayunar, tomamos lo que nos había puesto el hotel en las bolsas de picnic. Un rato de conversación e intercambio de pareceres, además de aprovechar la parada para estirar las piernas, lo que se agradece tras tres horas dando vueltas con el vehículo. El sol brillaba en el cielo, había cesado el viento y casi hacía calor. Menuda diferencia con la temperatura de por la mañana temprano.

Al cabo de un rato reanudamos la marcha y empezamos a localizar impalas. Habían sido esquivos al principio, pero ya no dejamos de verlos durante todo el safari. Y más aves. Y ñus. Y varios tipos de antílopes. Me encantó el impala con el pajarito sobre el lomo, haciéndole la limpieza.



Luego llegó uno de los puntos culminantes de la jornada: el tercer “big”, nada menos que un leopardo subido a un árbol. ¡Menuda expectación! A pesar de la distancia, lo contemplé perfectamente con unos prismáticos. Entonces sí que lamenté con fastidio la avería de la cámara, que solo me permitió sacar una foto bastante mala, aunque se reconocen perfectamente los lunares del leopardo y su estampa.



 
Más tarde, seguimos por el río en busca de los hipopótamos. Vimos muchas elefantas con sus crías al borde del agua. Y también distinguimos varios hipopótamos, entre las cañas, algunos metidos en una charca. Lástima que no pudiera utilizar el zoom de la cámara como Dios manda.



Después de dar vueltas y más vueltas, unas veces viendo animales y otras sin encontrar ninguno, fuimos a almorzar al restaurante Cattle Bron del Campamento Skukuza, muy cerca del Kruger Shalati, un antiguo tren histórico reformado, situado encima de un puente del siglo pasado sobre el río Sable, que se ha transformado en un hotel de lujo. Naturalmente, tiene unas vistas estupendas del entorno.

No recuerdo lo que comimos: extrañamente no hice fotos. Después fuimos hacia la orilla del río, donde vimos varios pájaros de bonitos colores, sobre todo azules. En las inmediaciones está el Centro de Visitantes con las esculturas de James Stevenson-Hamilton, Paul Kruger and Piet Grobler, los tres relacionados con la fundación del Parque Kruger, que abrió sus puertas en 1927, año en que acudieron a verlo solo un puñado de vehículos. En la actualidad, se calcula que ascienden a más de 1,2 millones los visitantes que recibe cada año. También pudimos ver unos carteles con los mapas de los lugares donde habían sido avistados los animales más buscados (el big five) en el día anterior y donde se esperaba que aparecieran el día de hoy. Estos mapas y otros más completos están a la venta en las tiendas de los campamentos.

Tras el almuerzo, continuamos con el vehículo, que recorrió muchos kilómetros por caminos asfaltados y de tierra, metiéndose no sé por dónde, con la idea de localizar a los dos big five que nos faltaban, el rinoceronte y el búfalo. El hombre fue a la zona donde se intuía su aparición, pero no había nada. También visitamos algunas charcas, una, la tan recomendada Sunset Dam, con idéntica suerte negativa. 

Sí que vimos otros animales, como los famosos Pumbas africanos, una especie jabalí bastante feo, que tiene que usar sus patas delanteras para hincarse en el suelo y poder comer. También algunos otros bichitos que no sé cómo se llaman. 


Durante mucho rato hicimos bastantes kilómetros, volviendo a avistar elefantes, jirafas, cebras, ñus, impalas… La verdad es que vimos tantos de estos durante todo el día que, al final, no diré que dejaron de interesarnos, porque seguíamos observándoles y haciéndoles fotos con agrado, pero ya no nos sorprendían tanto como al principio.

Y después de unas ocho horas de safari (sin incluir el desayuno y la comida) volvimos al autobús para emprender el regreso al hotel. Lo cierto es que estábamos contentos, pues en solo un día habíamos visto tres de los cinco “bigs” y muchos otros animales. Y el episodio del león tuvo su gracia.
Conclusiones del safari por el Kruger.
Aunque no lo dudaba con anterioridad, después del safari confirmé mi profunda admiración por los naturalistas, periodistas y cámaras que realizan esas maravillosas series televisivas y reportajes sobre animales, pues requieren horas y horas de observación y una paciencia sin límites para grabar un solo programa o hacer un único artículo. Chapeau
  
 
Evidentemente, un safari de un día de ninguna manera sirve para quienes van a Sudáfrica con el anhelo de observar animales salvajes en su hábitat. Al menos necesitarán cuatro días, calculo yo, para recorrer una parte significativa del Kruger y disfrutarlo, seguramente mejor a su aire, con vehículo propio para meterse y pararse por donde apetezca, e insistir hasta que haya suerte.

Si bien es posible hacer fotos majas con el teléfono, me pareció que quienes deseen captar a los animales en plena acción  necesitarán un buen equipo fotográfico. Por mi parte, reconozco que hubiese disfrutado mucho más de no haber tenido la cámara estropeada. 

Dicho esto, por lo que a mí respecta voy a ser totalmente sincera. El safari me encantó, ver tantos animales fue una experiencia fantástica. Sin embargo, hubo momentos en que me aburrí. Avistar animales no es fácil y, aunque cuando sucede lo disfrutas un montón, los ratos sin localizar a ninguno se me llegaron a hacer eternos. No tengo paciencia para estas cosas, lo confieso. Y ya no se trata de estar en grupo, me hubiera pasado lo mismo yendo por mi cuenta, en un coche particular, pues no me imagino pasándome minutos y minutos, horas incluso, buscando por aquí y por allá o contemplando lo que hace tal o cual animal, aunque fueran leonas en una cacería. Y que conste que entiendo a quienes eso les apasiona y les emociona. Pero a mí no me sucede.

Descansando en el hotel.
Después de recorrer algunos kilómetros por una carretera con paisajes de postal, divisando hermosos valles verdes y fértiles, llegamos al hotel aun con luz y tiempo suficiente para, quien quiso, darse un chapuzón en la piscina, que no cerró hasta después de la cena, pues estaba iluminada. Yo no me decidí por si se presentaban los mosquitos. Además, hacía calor pero no tanto para que me apeteciese tomar un baño.


El entorno del hotel era precioso y estuve sacando algunas fotos cerca del lago. Y también del interior, decorado con objetos africanos muy interesantes.
