30 de agosto de 2014
Batimos hoy el récord encendiendo las luces cuando todavía no son siquiera las cinco de la mañana. El delicado estómago de L pasa apuros para digerir la hamburguesa que por error cenó ayer, y toca ser prudente con sus comidas para que no vaya a mayores. Pasamos una hora en la cabaña poniendo en orden el material digital, y cuando a las 6:45 empieza a amanecer nos ponemos en marcha.
El día de hoy, cuarto en el Parque Nacional de Yellowstone, estaba marcado como “día de emergencia”. Se trata de una etapa extra reservada para aquellos hitos de la agenda que por causa mayor no hubiéramos podido realizar en los tres días anteriores. Sin embargo, todo ha salido rodado hasta ahora, por lo que nos ha quedado un cuarto día de propina totalmente disponible. Dos eran los posibles planes para este escenario: el primero, realizar la excursión de unas seis horas y, según las guías, de dificultad "exigente" para subir y bajar a lo más alto del Monte Washburn. El segundo, ponernos al volante y dedicar la jornada a enlazar una serie de rutas escénicas al este, fuera de Yellowstone, y teniendo como punto álgido alcanzar el "Beartooth Pass", una cima a 3.300 metros de altura de nuevo en el estado de Wyoming.
Desde la noche anterior teníamos decidido optar por la opción al volante, por aquello de descansar tras tres días de relativo esfuerzo físico y recorrer vías distintas a las de las últimas jornadas. Pero cuando además el exterior nos recibe con lluvia, frío y un cielo totalmente cubierto, no hacemos más que reafirmarnos en nuestra decisión. En absoluto es el mejor de los días para una excursión a pie, y quizás la suerte nos acompañe y al recorrer un buen puñado de millas al este consigamos esquivar el temporal.
El trazado exacto que realizaremos es el siguiente: recorrer el circuito principal del parque de sur a norte, pasando por la zona de Canyon para desayunar. Al llegar a la bifurcación en Tower-Roosevelt virar a la derecha para abandonar Yellowstone por su acceso noreste. Continuar la marcha por la Beartooth Scenic Highway hasta más allá de Cooke City, enlazando con el ascenso hasta el Beartooth Pass y coronando la cima. Deshacer luego las algo más de 20 millas hasta conectar con la Chief Joseph Scenic Byway, una segunda ruta escénica que va de norte a sur hasta alcanzar el pueblo de Cody. Finalmente, volver hacia el oeste por la carretera de Cody a Yellowstone y así terminar junto al lago, una vez más una ruta escénica llamada Buffalo Bill Scenic Byway.

Por enésima vez cruzamos la zona de Mud Volcano y el Hayden Valley, en cuyos apartaderos ya hay grupos de gente pese a la lluvia, probablemente contemplando el amanecer. Llegamos hasta el Canyon Village, donde en primer lugar rellenamos las tres cuartas partes del depósito de gasolina que ya hemos quemado desde aquella parada en el camino hacia Yellowstone. Como era de esperar el precio del carburante está muy inflado en el parque, y pagamos 46 dólares a razón de 3,999 dólares por galón. Ahora que nuestro coche ya ha desayunado, es nuestro turno. Y qué mejor que hacerlo en la que definitivamente pasa a ser nuestra primera recomendación para comer en el parque (junto al Soda Fountain, también en la misma zona). La cafetería del Canyon Village nos espera con los brazos abiertos y una tentadora oferta de "Burrito de desayuno" anunciándose en la puerta.
L sigue su ejercicio de prudencia y toma un desayuno modesto: un té caliente, un bagel con mermelada y una ensalada de fruta. Yo llevo con antojo de burrito desde antes de emprender el viaje y no puedo hacer caso omiso de la recomendación del día. Confeccionado al gusto, el mío lleva huevos revueltos, queso suizo, salchicha, champiñones y cebolleta. Y un potente café con crema para completarlo. Un desayuno de diez por el que pagamos en conjunto 16 dólares. Suena en el hilo musical Stuck in the Middle With You y en mi cabeza me imagino a todo el comedor organizando una flashmob y empezando a bailar alrededor de las mesas.


Aprovechamos que precisamente en el Canyon Village tenemos ya abierto un pequeño supermercado para hacer algunas compras de emergencia, como una ensalada para que L pueda comer a mediodía y un desayuno frío para poder tomarlo mañana en la cabaña y no perder tiempo desplazándonos a un local en una mañana que necesitamos optimizar. Volvemos al coche para ponernos manos a la obra con esta etapa devoradora de millas, y el cielo parece darnos esperanzas con un tono algo menos gris que hace una hora.
Pasamos por el puerto de montaña que va de Canyon a Tower por cuarta y última vez. Tras llegar a Tower y girar hacia la derecha para entrar en terreno inexplorado lo primero que nos encontramos es el Lamar Valley, otro emplazamiento clave para el avistamiento de la fauna local. Sin embargo, y aunque los fotógrafos bien equipados no faltan a la cita, ahora mismo el paisaje es desolador por el mal tiempo, una verdadera lástima ya que los enormes prados deben ser espectaculares iluminados por el sol.


Realizamos alguna parada sobre la marcha en paralelo al Lamar River, con el navegador GPS indicando todavía 11 millas para alcanzar Cooke City. Nos esperan unos bisontes nada tímidos poco antes de cruzar el límite entre Wyoming y Montana. Cambiamos de estado, y nuevamente no hay cartel vistoso que fotografiar porque solo lo indica un modesto tablón que se integra en toda la infografía del parque.







Alcanzamos la Northeast Entrance, donde aprovechamos la soledad del cartel de bienvenida al parque para compensar las malas fotos tomadas en nuestra primera oportunidad tres días atrás. Y ahora sí, 72 horas después y solo de forma temporal hasta esta tarde, abandonamos el Yellowstone National Park. Solo cuatro millas nos separan de Cooke City.

La primera de las tres rutas escénicas del día, la Beartooth Scenic Byway, está literalmente pegada a Yellowstone: desde el cartel de uno se divisa el otro. También empezamos a atravesar desde ya el Bosque Nacional que nos acompañará por aquí y por allá durante toda la jornada: el Shoshone National Forest, cuyo nombre viene dado por el homónimo río que también cruzaremos en multitud de ocasiones durante el trayecto.
Aprovechamos los carteles informativos sobre la ruta escénica para consultar y guardar en el GPS el punto exacto en el que se encuentra la cima a la que nos dirigimos, si bien tal y como evoluciona el cielo todavía no es definitivo que vayamos a invertir el tiempo necesario para alcanzarla. El camino se transforma en una sucesión de cabañas de madera camufladas entre los bosques junto a la carretera.

Llegamos a Cooke City, en cuyo Centro de Visitantes hacemos una parada para ir al baño y conseguir un par de mapas del estado de Montana, así como del Parque Nacional Grand Teton que visitaremos mañana. Durante unos segundos creemos haber encontrado el lugar desde el que volver a la red tras tres días sin conexión, pero nada más lejos: el punto inalámbrico no es para los visitantes. Una parte del Visitor Center consiste en un museo sobre la historia, atracciones y costumbres del Estado de Montana, siendo uno de los titulares "El invierno de ocho meses".

Alcanzamos el punto de no retorno en el que decidir si continuar hasta la cima de Beartooth o bien tomar ya la segunda ruta escénica hacia el sur. El GPS marca 32 minutos hasta el destino, lo cual supone que el intento de llegar al techo supondrá, en el mejor de los casos, una hora de trayecto. Se juntan aquí varios factores que tienen como consecuencia que sigamos adelante: el primero, que el cielo presenta un aspecto más favorable precisamente en la dirección en la que se encuentra la meta. El segundo, que la temprana hora a la que hemos arrancado nos da un margen de tiempo más que suficiente. El tercero, que es mejor intentar y arrepentirse que no intentar y quedarse para siempre con la duda. Y el cuarto, que a cabezón no me gana nadie. Y yo he dicho que iba a alcanzar los 3.300 metros de altura.


La carretera, ya en pleno ascenso, todavía no es de las que intimidan cuando alcanzamos la Top of the World Store, una mezcla de tienda de recuerdos y colmado que algún colgado -no descarto que fuese un informático- decidió abrir en pleno puerto de montaña. Le recompensamos el esfuerzo con la compra de una nueva postal para la familia y la primera víctima de la "Operation Thimble 2014", esa empresa en la que pretendo conseguir todos los dedales posibles para que mi madre los añada a su colección. Volvemos hacia el coche con una brisa que empieza a ir de fresca a gélida, pero con el sol luchando contra ella y consiguiendo apaciguar el frío.




Empiezan las curvas de verdad, pero nada que en ningún momento nos haga plantear dar media vuelta. Debe ser que haber visto y sufrido el descenso a Sa Calobra en Mallorca te gradúa ante cualquier otro reto. Y de repente, lo hemos hecho. Nuestro coche da con la señal de madera que indica que nos encontramos en la cima de Beartooth Pass. 10.947 pies (3.336 metros) nos separan del nivel del mar y ni rastro queda ya de ese atisbo de mal de altura que hemos empezado a sentir en algunas fases de la subida.


Se agarrotan los dedos paseando junto al frío de la cima. Un sol radiante sin nubes que lo bloquearan sería preferible, pero el día que nos ha tocado vivir le confiere al paisaje un toque amenazante muy particular. Pero lo mejor estaba por llegar: vuelas 16 horas, recorres varios centenares de millas, alcanzas una cima tras ascender un buen puñado de metros, y allí te espera... un beagle paseando tan tranquilamente. Estamos a punto de descubrir si las babas se congelan a los tres grados centígrados que marca el termómetro.






Con la sensación agridulce de haber cumplido el objetivo marcado pero no en las condiciones de visibilidad deseadas, es hora de iniciar el descenso por donde hemos venido. La ruta "oficial" seguiría adelante completando la Beartooth Scenic Byway a su llegada a Red Lodge, pero eso es algo que se sale totalmente de nuestra área de actuación. Arrancamos el Chrysler 200 y en ese preciso instante empieza a caer aguanieve del cielo. Es hora de salir pitando de esta trampa.
Desciendo entre cortinas de agua a velocidades nunca superiores a las 25 millas por hora mientras L se echa la mejor siesta de 15 minutos de la historia en el asiento del copiloto gracias a la inestimable ayuda de la calefacción del coche. Seguimos deshaciendo nuestros pasos, cruzando a toda velocidad la Top of the World Store hasta alcanzar el desvío que, esta vez sí, tomamos hacia la Chief Joseph Scenic Byway en dirección sur. Turno ahora de recorrer las algo más de 60 millas que nos separan de Cody.
El cambio de ruta escénica viene acompañado de una remisión de la lluvia, y aprovechamos la tregua para detenernos en un apartadero con vistas para dar buena cuenta de la ensalada y los sándwiches que llevamos en la nevera. El aderezo de la Ensalada del Chef de L decide que el polar que lleva puesto es un destino mucho más apetecible que el colchón de lechuga que le teníamos reservado, y así es como esta noche tendremos una prenda más que meter en la lavadora.

Aprovechando los primeros minutos de digestión todavía parados, investigamos opciones en Cody para comprar más material para la nevera. Y la gran sorpresa es que el GPS nos descubre que en la ruta nos espera un supermercado de la cadena Walmart. Fijamos la nueva ruta, que el navegador calcula en aproximadamente una hora de trayecto.
No sé si será el sol, pero los paisajes de esta Joseph Scenic Byway nos resultan mucho más atractivos que los anteriores. Algunas de las grandes paredes de piedra con zonas de vegetación nos hacen viajar mentalmente a los paisajes que supuestamente veremos días después en el Parque Nacional de Zion.




El camino a Cody nos tiene una sorpresa preparada: subir y bajar a base de curvas y más curvas una montaña entera. Uno de esos momentos que harían las delicias de los más apasionados de la conducción. Disfruto de encontrarme al volante en carreteras estadounidenses, pero tantos y tantos minutos de jugar con el cambio secuencial para no desgastar los frenos del coche me acaban desgastando a mí. Por lo menos tenemos durante el camino algunas vacas negras en los arcenes que nos mantienen la mente ocupada.
Termina el paisaje de montaña y las últimas millas hacia Cody son un regreso a las grandes rectas tan características de la red de carreteras norteamericana. Cuando al fin alcanzamos la entrada al pueblo de poco más de 10.000 habitantes, lo que nos encontramos es... ¿sabéis la imagen mental que se dibuja al pensar en "cuatro casas arrejuntás"? Pues lo mismo, pero cambiando cuatro por cuatro mil. Edificios separados por decenas de metros el uno del otro, ninguno levantado más de tres metros del suelo y en su mayoría con aspecto desgarbado.


Alcanzamos el Walmart tras cruzar Cody casi en su totalidad y nada más entrar al interior escuchamos a través de los tragaluces un estruendo primero y una lluvia torrencial golpeando el techo después. Mantenemos la esperanza de que lo peor pase mientras hacemos la compra de unos cuantos víveres (más embutido, pan, bebida, etc.), y una serie de camisetas frikis para hombre que, sin ser ninguna obra de arte, me permiten ampliar mi armario geek a un coste mucho más bajo que comprando las prendas una a una a través de Internet.
Nos queda el último y más pesado de los tramos del viaje. Y no porque la Buffalo Bill sea una ruta poco atractiva, si no porque las 52 millas que nos separan de Yellowstone vienen acompañadas nuevamente de lluvia, fuertes vientos y una muy mala visibilidad que nos impide disfrutar del paisaje, empezando por un lago todavía en el Buffalo Bill State Park que a buen seguro es espectacular bañado por el sol.
El cielo parece abrirse ligeramente cuando alcanzamos la entrada este de Yellowstone, y nuestras primeras millas de nuevo en el parque consisten en una carretera serpenteante junto a un colosal bloque de piedra cortejado por un banco de nubes bajas. Casi no hemos avanzado en las carreteras del parque y ya nos encontramos algunos vehículos erráticos pilotados por orientales. Una cosa que no habíamos echado nada de menos durante el día. Cuando alcanzamos el Lake Lodge, revisamos el cuentakilómetros para comprobar la distancia total recorrida desde esta mañana, que se traduce en 432 kilómetros.



Llegamos al fin a nuestra cabaña, donde invertimos el tiempo mínimo necesario para cargar con las bolsas de ropa sucia y dirigirnos hacia el edificio principal del Lake Lodge. Llegamos al cuarto de lavadoras y utilizamos una de ellas tras meter monedas de cuarto de dólar hasta alcanzar los 2,5 dólares. Aprovechamos los 35 minutos de lavado para pasar por la tienda del vestíbulo y añadir un nuevo miembro al "Clan del Pato". Superado el lavado, pasamos a la secadora que dará vueltas y más vueltas durante 32 minutos a cambio de dos dólares. El detergente, suavizante, y toallitas perfumadas para el secado no nos cuestan nada, ya que hemos sido previsores y los traemos ya comprados desde nuestro primer Walmart del viaje.

Nos queda una tradición por cumplir: la de sufrir un brutal chaparrón cuando salimos al exterior tras haber lavado nuestra ropa. Nos ocurrió hace tres años en el Parque Nacional de Yosemite, volvió a pasar en el barrio de Queens en Nueva York el año pasado, y nos pasa esta vez cuando debemos regresar hasta nuestra cabaña del Lake Lodge. Nada grave que no pueda solventarse con un sprint para llegar al coche y ponerse a cubierto cuanto antes.
Entramos por última vez a nuestra cabaña, en la cual ponemos orden en todo nuestro equipaje pensando ya en la partida a la mañana siguiente. Con los deberes medio hechos, procedemos a cenar lo que hemos traído del Walmart de Cody: sendos wrap a precio de saldo que nos saben a gloria. Ducharse, escribir la etapa del día y hacer el pase de fotos nos lleva hasta algo más allá de las diez de la noche. Termina el último de nuestros días en Yellowstone que, paradójicamente, apenas ha tenido lugar dentro del parque.