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Llego al albergue cobre las 20h. Es de noche. Hay luz en las ventanas del único edifico que se atisba en el descampado. Entro y solo veo un muchacho en el mostrador consultando el teléfono y una pareja jugando al scrabble en el extremo de una gran mesa. El muchacho me acomoda en mi habitación, que se accede desde la única puerta cerrada que se encuentra en el vestíbulo. La otra es una cocina.
Dejo los trastos y voy a la cocina con la comida que había comprado esos días en diferentes tiendas. La cocina está perfectamente equipada y me hago un par de bocadillos y un roibos. Saludo y me siento en el otro extremo de la mesa.
Cuando acaban la partida, el matrimonio se presenta. Ella se excusa y se va a dormir. El, Tony, tiene ganas de hablar. Me cuenta su curioso propósito en los viajes, que no es descansar. Lo enfatiza para, acto seguido a decirle que soy español, explicarme sus últimas vacaciones en Europa. Viajó por numerosos países en un coche alquilado con los siguientes números: 17.000km en 63 días. Del pormenorizado periplo solo recuerdo sus quejas del ruido de los aviones en camping en el que se alojó en Barcelona.
Tony se consideraba racista, pero creía que los negros solo trabajan bajo los árboles (las que realmente trabajan son las mujeres). También creía que en Sudáfrica el número de negros era igual al de blancos, el resto hasta completar la población real eran provenientes del extranjero (teoría esgrimida por la minoría nacionalista Boer). Me quedé con ganas de preguntarle por su opinión el proceso de cambio que ha vivido el país, pero abandonó la sala súbitamente.
Al día siguiente nos despedimos después de desayunar. Yo pregunté al nuevo chaval de la recepción sobre las opciones de hace alguna excursión desde el recinto, ya que se encuentra en las afueras de la ciudad, al pie de las montañas de Swartberg que separaran el pequeño del gran Karoo, el desierto característico del interior del país. El chaval, amable, me entrega la fotocopia de un croquis hecho a mano que resulta fácil de seguir hasta coronar el punto más alto en algo menos de dos horas. Las vistas desde allí son fabulosas.
Cuando regreso le pregunto si la ‘ciudad’ que se ve desde lo alto merece la pena ser visitada, a lo que responde afirmativamente.
Decido acercarme y, ciertamente, la ciudad tiene un encanto especial. Sumamente tranquila, está trufada de casas de estilo colonial bien ajardinadas. No puedo resistir la tentación de entrar en un restaurante-panadería donde todo lo expuesto tiene una pinta fabulosa.
La comida es espectacular y los postres más. Cuando decido pagar, reparo en unos animales de trapo hechos a mano con telas africanas y decido comprar una jirafa, el animal favorito de María, mi sobrina. Queda mucho viaje, pero hace tiempo decidí comprar aquello que me agrada pues después puedo arrepentirme por no encontrarlo.
Me paseo por el pueblo con la sensación de que hubiera estado bien pasar allí todo el día, pero debía proseguir mi viaje según lo previsto. Tomo el coche y vuelvo a cruzar las montañas de Swartberg del gran al pequeño Karoo, esta ver por el paso que recibe el nombre del macizo.
La carretera, de tierra, es espectacular. Enseguida se encarama a lo alto dando la oportunidad de observar impresionantes vistas a cada curva del trazado. El trayecto dura unas dos horas para devolverme a la ruta 62 que me conduce a Montagu, donde hago noche.
Montagu es una ciudad del estilo de las ciudades coloniales próximas a Ciudad del Cabo, por lo que, en este sentido, su visita no aporta mucho más al viaje. De hecho, resulta menos monumental que Stellenbosch, pero que tiene algunas edificaciones de estilo art deco que la hacen pintoresca, recordándome la Radiator Springs de la película Cars.
Como en todas las poblaciones de Sudáfrica, en Montagu hay un centro de información turística en el que se ofrece múltiples opciones de cómo pasar el día en la ciudad y en su entorno. Me acerco a un parque en el que se puede realizar varias caminatas. Pregunto por la más corta, de unas 2h, que conduce a unos manantiales. La mujer que me atiende me indica que el camino puede estar cortado por la crecida del río, pero que puedo acceder hasta donde llegue.
Poco avancé, así que decidí proseguir mi camino hasta Citrusdal. Dando nuevos pasos.
Día 12, Citrusdal.
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