Nuestro tercer y último día de navegación empezó tal y como acabó el anterior, con lluvia. Después de desayunar, tuvimos un par de horas de navegación. Después desembarcamos ya el equipaje (muy poco, solo una maleta de mano, el resto lo habíamos dejado en el hotel de Pakse) y, primero en una barquita y luego en camioneta, nos dirigimos a los dos destinos del día: las 4000 islas (no, no las visitamos todas…) y las cataratas Pha Pheng.
La zona de las 4000 islas se está poniendo de moda y no me extraña. Está llena de guesthouses, cabañitas con balcones colgando sobre el Mekong, muy básicas pero que se ven agradables. La zona es muy tranquila. Los turistas pasean a pie, en barca, en bicicleta…
A estas alturas, claro, ya nos habíamos dejado llevar del todo por el ritmo del país. Dicen que, en Asia, los vietnamitas plantan el arroz, los camboyanos lo cultivan y los laosianos se sientan a oirlo crecer. Pues ahí estábamos nosotros, oyendo crecer el arroz y enamorados ya del todo del país.
Nos llevaron a ver las vías del antiguo ferrocarril francés, el pueblo...
Comimos en un restaurante a orillas del Mekong (uno más, siempre que podíamos, comíamos a orillas del río).
Pero el plato fuerte eran las cataratas. Es asombroso y terrible ver como los pescadores locales se juegan la vida por las pasarelas de caña que han construido para recoger sus redes. La fueza del agua (y el ruido) es increíble. Yo no llegué a bajar hasta abajo, me quedé a mitad de camino y luego las vi también desde el mirador (vale, soy algo patosa y bastante miedica, pero prefiero no hacer tonterías).
De vuelta a Pakse, nos pararon en un mercado. De todo. Vendían absolutamente de todo. Bichos vivos y muertos, cocinados y crudos, de agua y de tierra, carne, visceras, sangre, frutas, verduras y, como no, esos paquetillos misteriosos llenos de ni se sabe que, de colores irreconocibles y texturas misteriosas. Ni un solo turista, solo nuestro grupo (que ahora se había quedado en 6 personas, porque dos del grupo se quedaron a dormir en Khone Island).
El ingrediente básico de la comida laosiana.
Si por mi fuera, el crucero podía haber durado un par de días más.
La zona de las 4000 islas se está poniendo de moda y no me extraña. Está llena de guesthouses, cabañitas con balcones colgando sobre el Mekong, muy básicas pero que se ven agradables. La zona es muy tranquila. Los turistas pasean a pie, en barca, en bicicleta…
A estas alturas, claro, ya nos habíamos dejado llevar del todo por el ritmo del país. Dicen que, en Asia, los vietnamitas plantan el arroz, los camboyanos lo cultivan y los laosianos se sientan a oirlo crecer. Pues ahí estábamos nosotros, oyendo crecer el arroz y enamorados ya del todo del país.
Nos llevaron a ver las vías del antiguo ferrocarril francés, el pueblo...
Comimos en un restaurante a orillas del Mekong (uno más, siempre que podíamos, comíamos a orillas del río).
Pero el plato fuerte eran las cataratas. Es asombroso y terrible ver como los pescadores locales se juegan la vida por las pasarelas de caña que han construido para recoger sus redes. La fueza del agua (y el ruido) es increíble. Yo no llegué a bajar hasta abajo, me quedé a mitad de camino y luego las vi también desde el mirador (vale, soy algo patosa y bastante miedica, pero prefiero no hacer tonterías).
De vuelta a Pakse, nos pararon en un mercado. De todo. Vendían absolutamente de todo. Bichos vivos y muertos, cocinados y crudos, de agua y de tierra, carne, visceras, sangre, frutas, verduras y, como no, esos paquetillos misteriosos llenos de ni se sabe que, de colores irreconocibles y texturas misteriosas. Ni un solo turista, solo nuestro grupo (que ahora se había quedado en 6 personas, porque dos del grupo se quedaron a dormir en Khone Island).
El ingrediente básico de la comida laosiana.
Si por mi fuera, el crucero podía haber durado un par de días más.