Después de unos días en el orden y la pulcritud de Singapur, después del aeropuerto Changi y de una escala en el aeropuerto de Bangkok, llegar a Pakse no es un choque cultural, es una barbaridad.
Llegamos a Pakse sobre las cuatro, en un modestísimo vuelo con unas 15 personas en el avión, de las cuales solo 2 éramos turistas occidentales. No sé si todas las llegadas por aire son así, pero la nuestra fue antológica. ¡Veníamos del aeropuerto de Bangkok! El aeropuerto de Pakse está formado por un minúsculo edificio muy necesitado de pintura. Para gestionar el visado, cuatro militares en fila observando y pasándose del uno al otro nuestros pasaportes, como si fuesen los primeros que tenían en las manos. Al final, después de todos los sellos, el más lanzado de los cuatro, nos regala una sonrisa y un “¡Aaaaaahhh, Spain champion! (esto iba a ser una constante) y nos soltaron en un aeropuerto desierto. No tiendas (jeeeejjej, la duty free buscaba yo…), no bares y, oh, oh, oh, no taxi. Ni otros pasajeros, ni nadie. Estaban cerrando el aeropuerto, ya no esperaban más vuelos ese día.
Suerte que con nuestro fluído laosiano les hicimos entender donde íbamos y se sacaron un taxi de la nada con el que, por supuesto, ni se nos ocurrió regatear.
Llegamos al hotel, soltamos las maletas, ducha, cambio de ropa y a la calle. Queríamos localizar el Sinnouk Café, donde al día siguiente nos vendrían a recoger para iniciar nuestro crucero por el Mekong.
Pronto encontramos un tuk-tuk, nos llevó al Sinnouk y allí probamos el primer café laosiano. ¡Diosssssss! Es Asia y el café está buenobuenobueno. A mi me da bastante igual, pero mi pareja es cafeinómano y no se lo podía creer, acostumbrado al agua sucia que hacen pasar por café en los países de la zona.
Estuvimos caminando sin rumbo, mirando, observándolo todo (¡tenía un hambre de Asia!). Pakse es una ciudad destartalada, en la que no conseguí llegar a orientarme lo más mínimo pero que, como casi todas en el sudéste asiático, tenía su gracia. Supongo que es esa especie de caos y desorden controlado, tan parecido al de mi armario y al de mi cabeza, lo que hace que me resulten atractivos estos sitios...
Después de llamar a casa (Sí, mama, es muy bonito… No, no son chinos, son laosianos… Sí, parecidos a los chinos… Pues claro que hace calor, de morirse… El hotel está limpio, tranquila… No, no roban a la gente, aquí son muy pacíficos…)nos sentamos a cenar en un restaurantillo. Sencillo, terraza en la calle, sillas de plástico, vasos todos diferentes, servilletas de papel, recipientes con salsas sospechosas y COMIDA EXQUISITA.
Esa fue la primera de muchas cenas deliciosas (la comida laosiana nos ha encantado) y vino acompañada también de la primera de muchas Beer Lao frías y estupendas.
Llegamos a Pakse sobre las cuatro, en un modestísimo vuelo con unas 15 personas en el avión, de las cuales solo 2 éramos turistas occidentales. No sé si todas las llegadas por aire son así, pero la nuestra fue antológica. ¡Veníamos del aeropuerto de Bangkok! El aeropuerto de Pakse está formado por un minúsculo edificio muy necesitado de pintura. Para gestionar el visado, cuatro militares en fila observando y pasándose del uno al otro nuestros pasaportes, como si fuesen los primeros que tenían en las manos. Al final, después de todos los sellos, el más lanzado de los cuatro, nos regala una sonrisa y un “¡Aaaaaahhh, Spain champion! (esto iba a ser una constante) y nos soltaron en un aeropuerto desierto. No tiendas (jeeeejjej, la duty free buscaba yo…), no bares y, oh, oh, oh, no taxi. Ni otros pasajeros, ni nadie. Estaban cerrando el aeropuerto, ya no esperaban más vuelos ese día.
Suerte que con nuestro fluído laosiano les hicimos entender donde íbamos y se sacaron un taxi de la nada con el que, por supuesto, ni se nos ocurrió regatear.
Llegamos al hotel, soltamos las maletas, ducha, cambio de ropa y a la calle. Queríamos localizar el Sinnouk Café, donde al día siguiente nos vendrían a recoger para iniciar nuestro crucero por el Mekong.
Pronto encontramos un tuk-tuk, nos llevó al Sinnouk y allí probamos el primer café laosiano. ¡Diosssssss! Es Asia y el café está buenobuenobueno. A mi me da bastante igual, pero mi pareja es cafeinómano y no se lo podía creer, acostumbrado al agua sucia que hacen pasar por café en los países de la zona.

Estuvimos caminando sin rumbo, mirando, observándolo todo (¡tenía un hambre de Asia!). Pakse es una ciudad destartalada, en la que no conseguí llegar a orientarme lo más mínimo pero que, como casi todas en el sudéste asiático, tenía su gracia. Supongo que es esa especie de caos y desorden controlado, tan parecido al de mi armario y al de mi cabeza, lo que hace que me resulten atractivos estos sitios...


Después de llamar a casa (Sí, mama, es muy bonito… No, no son chinos, son laosianos… Sí, parecidos a los chinos… Pues claro que hace calor, de morirse… El hotel está limpio, tranquila… No, no roban a la gente, aquí son muy pacíficos…)nos sentamos a cenar en un restaurantillo. Sencillo, terraza en la calle, sillas de plástico, vasos todos diferentes, servilletas de papel, recipientes con salsas sospechosas y COMIDA EXQUISITA.


Esa fue la primera de muchas cenas deliciosas (la comida laosiana nos ha encantado) y vino acompañada también de la primera de muchas Beer Lao frías y estupendas.