Me gustaría poder explicar en orden cronológico lo que visitamos cada día, pero es un poco difícil recordarlo todo exactamente, así que intentaré daros una visión general de todo lo que Luang Prabang puede ofrecer.
En contraste con el resto del país, aquí hay MUCHOS turistas. Pero eso no se convierte en aglomeraciones ni ambiente desagradable. Luang Prabang es, igual que el resto del país, una ciudad calmada y amable. Y muy calurosa. El primer día de los seis que estuvimos allí cometimos el error de comer y seguir viendo templos (hay tantos que no te los acabas). Casi morimos en el intento. A partir de entonces, al mediodía parábamos en el hotel para recuperarnos: ducha, ropa limpia, cafetito, siesta si habíamos madrugado mucho, algo de lectura, enviar algún email a la familia, revisar fotos… y esperar a las cuatro pasadas o las cinco de la tarde para volver a pisar la calle. Por la tarde callejeábamos un rato (que agradable es perderse por las callejas de Luang Prabang), tomábamos algún batido de frutas o algo fresquito, mirábamos alguna tienda, decidíamos donde cenar, visita obligada al mercado nocturno y de vuelta al hotel a dormir. En algún momento de la tarde-noche llovía un poco, bastante, mucho o muchísimo, dependiendo del día.
La primera mañana madrugamos. A las cinco y cuarto de la mañana ya estábamos en la puerta de nuestro hotel para ver la “ceremonia” que se repite cada mañana en la ciudad: las decenas de monjes salen de su monasterio al amanecer y pasan por todas las calles a recoger la que será toda su comida del día. La gente sale a la puerta de su casa y dan a cada monje un puñadito de arroz o algo de verduras.
Toda la familia espera a los monjes
Y ahí fue cuando a mi, que no soy una persona religiosa (más bien atea furibunda) me dio tal ataque de emoción que empecé a llorar. No sé si fue el silencio, el respeto con que la gente da el arroz, lo diferente y nuevo de la situación para mi o lo poco que había dormido. El caso es que fui medio llorosa el resto de la mañana (cada templo me parecía más bonito que el anterior). Y es emocionante pese a la peste que somos los turistas. Porque yo recuerdo el silencio y el respeto, pero también los turistas que se metían en medio de los monjes para hacer fotos o los autocares llenos de guiris que daban arroz a los monjes como si estuvieran en un parque Disney. Claro que eso te lo ahorras si no te quedas en la calle principal y vas a alguna de las callejuelas secundarias, mucho más tranquilas (eso es lo que hicimos las otras dos mañanas de madrugón).
Después, desayuno (¡qué desayunos en las 3 Nagas!) y, normalmente templos o algún museo. No recuerdo los nombres, pero os dejo fotos de los más visitados y los que más me gustaron.
El templo más bonito de Luang Prabang. Te puedes pasar horas mirando estos muros
Los monjes están acostumbrados a ver turistas. Si, con un gesto o una mirada les pides permiso para entrar en "su casa" y hacer fotos lo agradecen (si no pides permiso entras igual, claro, pero algo de cortesía no está de más). Algunos se acercaban y hablaban con nosotros lo que su inglés y el nuestro permitían. La mayoría seguían con sus tareas: jardinería, lavar la ropa, estudiar, meditar...
Los templos grandes e importantes son muy bonitos, pero Luang Prabang está llena de sorpresas en cada calleja y los templillos escondidos y pequeños eran también muy agradables de visitar. Además, a menudo estábamos solos,con algún otro turista despistado como nosotros. Es lo bueno que tienen pasar nos cuantos días en una ciudad pequeña. No es necesario que vayas a visitar lo más importante porque se acaba tu tiempo. Puedes permitirte el lujo de perderte.
Nos encantó, por ejemplo, estar un buen rato en un templo-escuela, en el que los monjes aprenden a pintar, a tallar madera, a dibujar...
Subimos también, claro, como buén guiri que se precie, las casi 400 escaleras hasta la cima de la montaña que hay en medio de Luang Prabang. Suerte que subíamos por las vistas,porque la estupa tampoco es nada del otro jueves...
El Palacio Real también merece una visita. En el templo del palacio pudimos ver cmo estaban "repintando" con pan de oro toooooda la escalinata.
En contraste con el resto del país, aquí hay MUCHOS turistas. Pero eso no se convierte en aglomeraciones ni ambiente desagradable. Luang Prabang es, igual que el resto del país, una ciudad calmada y amable. Y muy calurosa. El primer día de los seis que estuvimos allí cometimos el error de comer y seguir viendo templos (hay tantos que no te los acabas). Casi morimos en el intento. A partir de entonces, al mediodía parábamos en el hotel para recuperarnos: ducha, ropa limpia, cafetito, siesta si habíamos madrugado mucho, algo de lectura, enviar algún email a la familia, revisar fotos… y esperar a las cuatro pasadas o las cinco de la tarde para volver a pisar la calle. Por la tarde callejeábamos un rato (que agradable es perderse por las callejas de Luang Prabang), tomábamos algún batido de frutas o algo fresquito, mirábamos alguna tienda, decidíamos donde cenar, visita obligada al mercado nocturno y de vuelta al hotel a dormir. En algún momento de la tarde-noche llovía un poco, bastante, mucho o muchísimo, dependiendo del día.
La primera mañana madrugamos. A las cinco y cuarto de la mañana ya estábamos en la puerta de nuestro hotel para ver la “ceremonia” que se repite cada mañana en la ciudad: las decenas de monjes salen de su monasterio al amanecer y pasan por todas las calles a recoger la que será toda su comida del día. La gente sale a la puerta de su casa y dan a cada monje un puñadito de arroz o algo de verduras.


Y ahí fue cuando a mi, que no soy una persona religiosa (más bien atea furibunda) me dio tal ataque de emoción que empecé a llorar. No sé si fue el silencio, el respeto con que la gente da el arroz, lo diferente y nuevo de la situación para mi o lo poco que había dormido. El caso es que fui medio llorosa el resto de la mañana (cada templo me parecía más bonito que el anterior). Y es emocionante pese a la peste que somos los turistas. Porque yo recuerdo el silencio y el respeto, pero también los turistas que se metían en medio de los monjes para hacer fotos o los autocares llenos de guiris que daban arroz a los monjes como si estuvieran en un parque Disney. Claro que eso te lo ahorras si no te quedas en la calle principal y vas a alguna de las callejuelas secundarias, mucho más tranquilas (eso es lo que hicimos las otras dos mañanas de madrugón).

Después, desayuno (¡qué desayunos en las 3 Nagas!) y, normalmente templos o algún museo. No recuerdo los nombres, pero os dejo fotos de los más visitados y los que más me gustaron.





Los monjes están acostumbrados a ver turistas. Si, con un gesto o una mirada les pides permiso para entrar en "su casa" y hacer fotos lo agradecen (si no pides permiso entras igual, claro, pero algo de cortesía no está de más). Algunos se acercaban y hablaban con nosotros lo que su inglés y el nuestro permitían. La mayoría seguían con sus tareas: jardinería, lavar la ropa, estudiar, meditar...



Los templos grandes e importantes son muy bonitos, pero Luang Prabang está llena de sorpresas en cada calleja y los templillos escondidos y pequeños eran también muy agradables de visitar. Además, a menudo estábamos solos,con algún otro turista despistado como nosotros. Es lo bueno que tienen pasar nos cuantos días en una ciudad pequeña. No es necesario que vayas a visitar lo más importante porque se acaba tu tiempo. Puedes permitirte el lujo de perderte.
Nos encantó, por ejemplo, estar un buen rato en un templo-escuela, en el que los monjes aprenden a pintar, a tallar madera, a dibujar...



Subimos también, claro, como buén guiri que se precie, las casi 400 escaleras hasta la cima de la montaña que hay en medio de Luang Prabang. Suerte que subíamos por las vistas,porque la estupa tampoco es nada del otro jueves...

El Palacio Real también merece una visita. En el templo del palacio pudimos ver cmo estaban "repintando" con pan de oro toooooda la escalinata.