Dresde (o Desde ya que se las dos formas la he encontrado escrita) es una gran ciudad que exige, por lo menos tres días para conocerla. Aparte de su indudable interés por los monumentos que mantiene en pie o en periodo de reconstrucción, tiene una amplia y variada actividad cultural, tanto oficial como alternativa. Pero también esta ciudad sajona está situada en el centro de una amplia región muy bien comunicada y desde ella se pueden planificar varias excursiones de medio o de un día. Por eso, lo que sigue no sólo es el relato de mis días de estancia, sino también he recogido aquí parte de la oferta turística de sus alrededores.
Mi
primer día lo dedico a la ciudad y planifico, con la ayuda del folleto turístico de la ciudad, dos itinerarios. El primer paso, como en otras ciudades es comprar el billete de día (
tagelkarte). Aquí su precio es, para julio de 2007, de 4,50€ (1,80€ el billete simple) y me suministran también en el kiosco frente a la estación un interesante plano con todas las líneas de tranvía, buses, barcazas, etc. para la ciudad, acompañados de los lugares de interés situados junto a ellas.
Mi itinerario de la mañana consiste en recorrer la ciudad antigua (
Altstat), y detenerme en el Museo de los Maestros Antiguos es el Zwinger. Por la peatonal Pragerstrasse me dirijo hasta la zona del Rathaus y el Almark. Aquí, en su centro, se localiza un excelente ejemplo de la construcciones comunistas en los cascos históricos: un cubo de cemento y cristal, el Palacio de la Cultura (
Kultur Palast) y en uno de sus laterales una alegoría al trabajo socialista y al poder del pueblo. Frente al mismo, se extienden los palacios barrocos de la nobleza de Sajonia, un buen enfrentamiento ideológico o de “lucha de clases” en pocos metros.
Esta zona de Dresde está en continuos trabajos de restauración y limpieza. Creo que para 2009 quieren terminar gran parte de los trabajos de limpieza, restauración y reconstrucción que se están llevando a cabo. Las fotografías que abundan en muchas vallas, muestran los estragos de la destrucción sufrida por Dresde en los últimos días de la Guerra Mundial por parte de la aviación inglesa. Durante el periodo comunista parte de esta zona no se restauró para dejarlo como ejemplo de la barbarie bélica. Según algunos se dejó, bien para borrar parte del pasado histórico de la ciudad, o para no gastar las ingentes sumas de dinero que suponía mantener un patrimonio histórico como el que tiene Dresde. Para otros estas dos causas estuvieron unidas.
Sea lo que fuere, hay que alabar la forma en que se está llevando a cabo. Curiosamente algunos de los espacios libres que hay entre algunos edificios, dentro de pocos años serán ocupados por las réplicas de las edificaciones que existían antes de la última Guerra Mundial o bien serán las réplicas de los edificios que se construyeron en la época de esplendor del Reino de Sajonia y de su principal rey, Federico Augusto I “El Fuerte”. Un ejemplo de esa restauración es la imponente
Frauenkirchen que, tras su reconstrucción es una de las imágenes de la ciudad. Su silueta, inconfundible, se ve desde muy lejos pareciendo lo que, popularmente, es su nombre la “
campana de Piedra”. Se organizan bastantes conciertos en su interior. Tuve la oportunidad de acudir a uno y realmente la acústica es impresionante. Desde aquí me dirijo hacia las orillas del Elba a pasear por el que es quizás el más famoso de los paseos fluviales, el Brühische Terrassa. Realmente es precioso, lleno de turistas y, desde aquí, las vistas sobre el Elba son magníficas, sobre todo por la gran cantidad de barcos a vapor que me recuerdan a las postales antiguas del Mississipi. No obstante, por la tarde, con la caída del sol, desde la otra orilla, la imagen es más sugerente.
Sigo mi paseo hacia el Palacio Real y sus dependencias. Me llama la atención el friso de más de 100 mts, realizado en porcelana de Meissen, con representación de los personajes más importantes de Sajonia hasta fines del s. XIX. Es el denominado “
Desfile de los príncipes”. De allí a la plaza del palacio donde se localizan varios edificios que destacan: el propio palacio (Schloss), la catedral (Catlolische Hofkirche) con esa forma extraña en el exterior y completamente barroca en su interior, y el Palacio de la Opera (Semperoper) reconstruido totalmente durante el periodo comunista. Junto a ellos se localiza uno de mis destinos en Dresde, el Zwinger.
El
Zwinger es un palacio de grandes dimensiones organizado en torno a un patio cuadrado. Para tener una visión del mismo lo mejor es acceder al patio por el sur, atravesando un puente y accediendo por otro de las imágenes que definen a Dresde: la Torre coronada (hoy restaurada con muchos dorados). Desde el patio se aprecia bien la organización del palacio, formado por varias dependencias que hoy tienen en su interior varios museos (en total cuatro). Se puede subir a la terraza que circunda el patio (menos la zona del Museo de Pintura), y desde aquí se puede observar mejor las distintas dependencias. Algunas zonas se están reconstruyendo (caso de alguna fuente-teatro). Una de las dependencias del Zwinger (la más cercana a la Opera) es la
Galería de Pintura, la
Gemälgalerie, mi visita principal esta mañana.
Este museo de la Gemälgalerie se le conoce también como Alter Meister o de los Viejos Maestros ya que contiene obras de autores anteriores al s. XIX. El precio de la entrada es de 6.00 € (sin descuentos) y en su interior podemos encontrar tal cantidad de obras maestras de la pintura que puede abrumar. Tengo que señalar que iba con los “deberes hechos”, es decir, que sabía lo que contenía este museo, y por lo tanto, mi primer paso era planificar su visita. De otra forma acabaría abrumado por lo que se suele llamar el “
síndrome de Sthendal”.
En este museo hay dos cosas que hay que poner de relieve al visitarlo. Una es la colocación de los cuadros. En muchas salas están expuestos en varias filas lo que dificulta, si no buscas algo concreto, y añade un desconcierto al visitante. Por otro está el distribuidor de salas. Se trata de la zona central del museo con un sistema de escaleras que asciende o desciende a las diferentes salas. Me recordaba a la torre de los copistas de la novela de U. Eco “
El nombre de la Rosa” ya que si uno no está muy atento pude estar subiendo y bajando sin abandonar la misma planta. Por todo ello mi primer paso fue, en el mismo mostrador donde compré el billete (Planta baja), hacerme con un plano del museo y dediqué varios minutos para señalar aquellas salas que me podían interesar y buscar algunas obras maestras concretas por las que la visita, ya de por sí, merece la pena. Existe la posibilidad de alquilar una audioguía pero los únicos idiomas que usa, inglés y alemán son precisamente mis “idiomas preferidos”. Os transcribo las salas que visité con algunas anotaciones:
Planta Principal, salas 2, 3 dedicadas, entre otros, a Canaletto, un pintor italiano que estuvo aquí y que en su época fue famoso por sus “vedutas” o vistas panorámicas de las ciudades o paisajes. Destaca el dibujo minucioso de los edificios, tan fiel a la realidad que en algunas ciudades, Dresden o Varsovia, por ejemplo, han servido sus cuadros para llevar a cabo la reconstrucción de zonas destruidas. También en sus cuadros hay que buscar la anécdota, generalmente, alguna escenita en una zona apartada algo subidita de tono para la época, los perros, y elementos similares. Junto a las vistas de la ciudad de Dresde en el s. XVIII hay varios paisajes de las zonas de alrededor como el que corresponde a la llamada “Suiza Sajona”.
Primera Planta. Las salas 104, 105, 106 están dedicadas a los Países Bajos y podemos encontrar una extensísima colección de obras de Rembrandt, Rubens, Van Dyck, Jordanes, entre otros.
La sala 107 está dedicada a los maestros alemanes del s. XV-XVI con obras de Durero y algunos retablos. En la sala 108 entre otras obras está una de las “joyas del Museo” la “Joven leyendo una carta” de Veemer. Si alguna vez la tenéis delante acercaros lo que podáis y mirad detenidamente el cristal de la ventana que aparece en el cuadro. Es asombroso, aparece el reflejo de la cara de la joven.
Las salas 113 hasta la 119 están dedicadas a los pintores italianos del Renacimiento. Están casi todos. Pero quizás las miradas se irán hacia uno de los cuadros, el situado al fundo de las salas, otra de las “joyas” del museo, la
Madonna Sixtina de Rafael. En su parte inferior están esos dos angelitos, más famosos que el resto del cuadro, que aparecen en todos los lugares y objetos imaginables, hasta en la sopa, se podría decir.
En la Planta Segunda las salas 208, 209 y 210 (es mas bien un pasillo ancho) están las obras de los pintores españoles del s. XVI y XVII (Velázquez, Murillo, Zurbarán, Luis de Morales, e incluso un Greco de sus primeros años). En un lateral, junto a la pintura española, este verano de 2007 se ofrecía una retrospectiva dedicada a la familia de pintores alemanes del Renacimiento, los Cranach.
Después de esto, de haber hecho pausas en varias ocasiones y de sentarme en los mullidos sillones que hay en las sala, miro el reloj. Sin darme cuenta, dos horas llevo recorriendo la Gemälgalerie y la mente ya está diciendo “basta!”. En la salida un empleado me dice en varios idiomas, entre ellos en francés, que con el mismo billete puedo visitar el museo situado enfrente, la Armería. Desisto. Salgo a la plaza y busco una terraza en la cercana Postplatz, para asimilar parte de lo visto y comer.
Tras la comida “a gastar el tagelkarte”. En la misma
Postplatz tomo el tranvía 8 (sentido Hellerau) hasta la Albertplatz, al otro lado del río Elba. Allí enlazo con el tranvía 11 (dirección Bürlau) que recorre paralelo al río por la orilla derecha. El paisaje es precioso. Al otro lado del Elba se extiende la ciudad, las torres barrocas, destacando la gran cúpula de la Frauerkirche que he señalado antes y que pasa por ser la iglesia protestante más grande. Al atardecer, por la inclinación del sol, este paisaje tiene que ser, sin lugar a dudas, de los que dejan huella en el recuerdo. El trayecto en tranvía recorre en la orilla derecha, un paisaje agradable en el que se alternan barrios de villas, algunos palacios a orillas del río y en las laderas orientadas hacia el sur, viñedos y más viñedos. El trayecto termina en el barrio de
Loschwitz. En la misma plaza (Bürlau) tomo el mismo tranvía de regreso hasta la Albertplatz.
Mi gesto de retomar el mismo tranvía parece haber llamado la atención ya que el conductor del tranvía me hace un gesto para que me acrque y me explica algo. No entiendo, pero por si acaso le muestro un mapa de la ciudad y, a la vez que lo recorro con el dedo sin dirección alguna, le digo “turist”. Me da la impresión que él pensaba que estaba perdido. Creo que me ha comprendido, soy uno de esos raros turistas que cuando visitan una ciudad no se queda en centro o en las cercanías de los principales monumentos.
A mi vuelta a la Albertplaz me esperaba un paseo por el barrio de
Neustadt. Sin un rumbo fijo me adentro por la zona partiendo de la Königsburstr hacia el norte, después por la Luisenstr, hacia el este, para seguir por la Rotenburgen str y la Böhmischestr. En todas ellas se está llevando a cabo un proceso de rehabilitación de los edificios con un gusto muy curioso en la decoración. Había visto algunas fotografías de los grandes murales y de algunas fachadas, pero sobre el terreno es aún mejor. La originalidad es algo que destaca. Así, usar las tuberías de agua a modo de instrumentos musicales, o una gran bandada de pájaros que parecen salir de las ventanas del inmueble, o paisajes que recorren toda la fachada y un largo etcétera. Además abundas las cafeterías, para todos los gustos y gentes, muy bien decoradas, todo ello con un aire de bohemia (como el nombre de una de las calles), un tanto decadente, pero agradable.
Al final de la calle Böhmischertr, hacia el norte, en una pequeña plaza con arbolado se encuentra el pequeño cementerio judío. Coqueto y sin turistas. Me parece más auténtico que el de Praga. Muy cerca del mismo, fácilmente reconocible por la gran cantidad de personas que, cámara en mano, hacen fotos está la famosa “Pfundsmolkerei” o la Lechería (Bautznerstr). Realmente es preciosa, toda ella recubierta de azulejos tanto en el suelo y las paredes, como en el techo, pero mi impresión era más bien la de estar en un museo en el que los mismo empleados eran parte de las vitrinas. Eso sí, los precios de los productos lácteos que se venden, a la altura de la decoración, elevadísimos.
Desde allí, de nuevo, tomo el tranvía 11 hacia la Albertplatz.. En esta plaza me llama la atención un pequeño templete que en el folleto turístico lo señala como un pozo artesiano que sigue en funcionamiento. Pero mi interés está en recorrer esta zona por la gran calle peatonal hacia el río, la Hauptstr, y que termina en otra de las imágenes famosas de Dresde y que en los días de sol se ve desde lejos, la estatua ecuestre dorada de Augusto el Fuerte. Es el llamado “
Goldener Riter” o Jinete Dorado. Se trata de una calle muy animada con varios centros comerciales, establecimientos de comida rápida y algún que otro monumento. La iglesia Dreikönigskirche es del mismo arquitecto que el Zwinger y en su interior, hay una obra a destacar, la “danza de la Muerte”. Fuera, junto a la iglesia está la calle con su nombre y en una esquina otro de los innumerables bares o tabernas de moda en Alemania, un “bar de tapas” con un nombre muy original, “El español” y su especialidad, por supuesto, la paella y la sangría y un extraño “cerdo a la mallorquina”. Eso sí, los precios de las tapas (mas bien son raciones) elevados.
Después, una nueva vuelta sin rumbo en los tranvías y a la búsqueda de un bar muy concreto en la zona de Neustat, del que hablaré al final del itinerario
Los dos siguientes días los dediqué a realizar algunos de los itinerarios que siguen. Como os señalé, Dresde puede ser también la base para una serie de visitas, todas ellas de un día o medio día. De las siete que señalo, tan sólo las dos últimas nos las llegué a realizar.
1ª visita. Al
edificio Jenidze. Se trata de un edificio un tanto raro para estas latitudes. Tiene la forma exterior de una mezquita con su gran cúpula brillante con una chimenea en forma de minarete y grafía en alfabeto árabe. En realidad fue una antigua fábrica de tabaco que se ha transformado en un restaurante con diversos salones de actos. Por la noche, la iluminación lo hace más exótico si cabe, a esta edificación. Para llegar el mismo se pueden utilizar los tranvías 6 y 10 y atravesar por debajo las vías del ferrocarril.
2ª visita.
El Maravilloso Puente azul (“Bleues Wunder”). Es una de las imágenes mas famosas de Dresde y se sitúa al noreste de la ciudad, sobre el Elba uniendo los barrios de Blasewitz y Loschwitz. Para llegar al mismo se pueden tomar los tranvías 6 y 12 hasta la Schillerolatz. Si se atraviesa a pié al otro lado, en la Körnerplatz se encuentran dos medios de transportes muy originales: un funicular y un tren elevado o suspendido. Ambos te pueden llevar a las colinas en unos 5 minutos (es necesario un billete especial). A su término, sobre la estación del funicular hay una terraza panorámica con unas vistas impresionantes de todo Dresde hasta la llamada “Suiza Sajona” a lo lejos, hacia el Sur. Desde la misma plaza Körnerplatz se puede tomar el bus 61 que lleva por la laderas de la colina hasta el pié de la torre de televisión.
3ª visita:
el palacio de Pillnitz. A Pillnitz puede hacerse en medio día. Utilizo el tranvía nº1 hasta su final cerca del cauce del Elba. El trayecto atraviesa la zona norte del jardín Botánico, pequeñas barriadas de antiguos palacetes y de inmuebles en pantalla y muchos espacios libres. También se deja a la izquierda una playa artificial muy concurrida en verano. Desde el término de trayecto se puede continuar a pie unos 200 mts hasta el embarcadero. Una barcaza para peatones y vehículos está continuamente atravesando el río de orilla a orilla en la que es válido el billete de día. Desde el embarcadero se divisa parte del Palacio de Pillnitz y sus jardines. Para acceder al mismo hay dos caminos. Uno siguiendo la orilla hasta el embarcadero del palacio. Allí mismo están las mediciones de las crecidas del río, algunas como la del 2006 han sido espectaculares. El otro acceso es siguiendo la carretera asfaltada y tomando a la derecha por un amplio paseo que si nos fijamos es una especie de “laberinto” de setos en cuyo interior se encuentran algunos rincones para estar aislado o para guarda alguna de las barcazas que traían hasta aquí a los reyes de Sajonia.
El palacio de Pillntz recuerda en su plano, sólo en su plano, al Zwinger. Es obra del mismo arquitecto, Pöppelmann. De ahí su semejanza. Es una gran patio, cuadrado en cuyos laterales se localizan dependencias del palacio aparte de los lugares de recreo propios de la nobleza de la época, ya que este palacio fue construido como residencia estival de los reyes. El centro está ocupado por jardines que en verano sirven para llevar a cabo representaciones teatrales y de ópera. Pero la originalidad de Pillntz está en la forma que adopta. Se trata de un palacio de inspiración oriental. Los edificios adoptan la forma de pagoda y las pinturas que decoran sus paredes recuerdan la idea que del Lejano Oriente se tenía allá por el s. XVIII. El acceso al mismo es gratis, mientras que en el interior de las dependencias cercanas al río hay instalado una exposición-museo de la época de su construcción pagando. En cada habitación se recrea su uso con utensilios de la época. Su disposición está de tal forma conseguida que parece que están a punto de llegar los nobles.
En uno de los accesos hay una pequeña cafetería con precios muy elevados y venta de productos relacionados con el palacio. Me llaman la atención dos: las postales en las que aparecen las últimas inundaciones y la venta de bulbos de plantas decorativas.
La vuelta al centro de Dresde puede hacerse de dos formas. Por un lado deshaciendo el camino ya hecho (vuelta al embarcadero y allí o bien el bus 88 que se dirige hacia la zona sur de Dresde o andando hasta el tranvía). La otra es tomando el bus 83 junto al embarcadero (lado Pilltz) que se dirige por la orilla derecha por un bello paisaje de viñas y palacios hasta otro de los iconos o imágenes de la ciudad: el Puente Azul que lo atraviesa y llega hasta la Plaza Comeniun donde enlazo con el tranvía 1 hasta el centro de la ciudad. En el camino han quedado en las laderas sobre el Elba amplias extensiones de viñedos, algún palacio, en la Plaza Körner (junto al acceso al Puente) los accesos al funicular y al tren colgante (no son válidos los billetes de día para ambos medios de transportes).
Visita 4. El
Museo de Karl May. Este autor en otras épocas fue muy famoso por sus novelas de aventuras. Junto a Julio Verne y Emilio Salgari, Karl May fue uno de los mayores escritores de novelas de aventuras. No sabía que era de esta zona ni tampoco la vida trepidante que llevó a pesar de no abandonar su país. Sus novelas están ambientadas en dos zonas, una de ellas el Lejano Oeste. Los dos protagonistas de sus novelas de aventuras eran Old Shatterland y su fiel amigo, el indio apache Winetou. Durante parte de su vida estuvo coleccionando multitud de objetos relacionado con las tribus de América del Norte, y hoy día forman parte de un museo que lleva su nombre.
No está situado propiamente en Dresde este museo, sino en el municipio cercano de Radeberger. Por eso a la visita del museo se puede aprovechar también para hacer una “visita” a lo más famoso de este pueblo, la cerveza tipo Pilsen que lleva por nombre Radebeul. Para llegar a la Casa Museo de Kart May tomé el tranvía 4 en la Postplatz hasta el límite de Dresde (parada de Fortshase) y de allí un corto paseo hasta el museo, muy bien señalizado, junto a una iglesia, en Karl May Strasse, 5.
Visita 5: el
Jardín Botánico. Puede ser una buena opción para descansar un rato. Se sitúa muy cerca del centro, junto a uno de los nudos de tranvías y buses más importantes de la ciudad, la Strassburgerplatz. El acceso es gratis y en su interior, aparte del propio jardín se encuentra el famoso Museo de la higiene de Dresde, el zoológico, un palacio real barroco y un pequeño tren que recorre gran parte del espacio. Hay que decir también que este Jardín Botánico pasa por ser uno de los mejores de Europa.
Junto al acceso desde la Strassburgerplatz llama la atención un enorme edificio de acero y cristal. Es una de las fábrica de la Wolkswagen dedicada exclusivamente a los automóviles de lujo.
Visita 6:
crucero fluvial a Meissen. Esta y la siguiente visita corresponde a las notas que tomé en el puerto de embarque de los barcos de vapor junto a la Terrassenufer. Entre Dresde y Meissen hay, aproximadamente unos 25 km que son realizados en un barco a vapor que parte a las 9:45 de la mañana y tras 2 horas llega a esa ciudad famosa por la porcelana. La vuelta si se hace desde Meissen, a contracorriente, tarda más, tres horas y cuarto. El precio es de 11,20€ (16,50€ i/v). Son precios de julio de 2007.
Visita 7:
crucero fluvial a Decin (República Checa). La salida se realiza, no desde Dresde, sino desde la ciudad de Pirna, a las 9:30 de la mañana y llega a Decin unas 5 horas más tarde, tras recorrer los 45 kms. que las separan. Atraviesa los impresionante desfiladeros de areniscas de la llamada “Suiza Sajona” La vuelta puede hacerse en tren (hay varios a lo largo del día). Su precio es de 20.0€.
Dresden, como he señalado al comienzo de este capítulo, tiene un gran interés para conocerla y disfrutarla. El ambiente cultural es amplio y será difícil no encontrar a lo largo de la semana un acto de vuestro gusto. La gente se vuelca con la cultura, tanto la oficial como la aternativa y a los actos que asistí, “hasta la bandera”.
Pero no solo ha sido la cultura, también el estómago y gusto han estado presente. Hay una zona que ya la he señalado en el itinerario por la ciudad, donde hasta bien entrada la noche hay ambiente, se trata de la zona en torno a las calles Bautzer, Böemistrs, Alaunstrasse, Görlitzer en la ciudad nueva o Neustadt. Hay cantidad de cafeterías, bares y, al menos en verano, terrazas. Algunos establecimientos que me llamaron la atención, aparte de los señalados en el relato fueron: El restaurante “Sheunecafé” en la Alaunstrasse, una mezcla de cervecería y restaurante hindú. En esta misma calle el “Café 100”, aunque realmente más que variedad de cafés lo que encontré era una gran variedad de vinos. Pero hay dos establecimiento que tengo que mencionar aparte. Uno es “Knast” (cale Bautzer), una especie de bar ambientado en una cárcel del periodo comunista. El otro es “Reisekneipe” (calle Görlitzer) que lo definiría como la taberna de los viajeros. Su interior desconcierta a primera vista ya que tiene montadas varias cabañas para que los clientes se ambienten en varios ámbitos (Siberia, Sahara, Nepal). Se proyectan videos, dan conferencias de viajes y suele haber actuaciones musicales. Las bebidas, claro está de los cinco continentes y preparan bocadillos algo exóticos. Fuera de esta zona me agradó un amplio espacio situado a orillas del río Elba y bajo el Puente Azul (en la orilla derecha, lado de Loschwitz) es la cervecería “Elbegarten”.
Tras mi estancia en Dresde de nuevo la DB (ferrocarriles alemanes) me acompañó hasta
Berlín. Y otra vez la puntualidad, eficacia, y frecuencia de los servicios ferroviarios. Y para terminar mi recorrido que mejor que la gran estación de Berlín, la
Hauptbanhnhof, donde se cruzan, aparte del metro y tranvía de la capital, dos grandes líneas de los ferrocarriles, la del norte-sur y la del Este-oeste. Un proyecto de gran estación en el que se mezcla un medio de transporte con varias zonas comerciales. Y aunque el resultado que tenemos hoy es más pequeña que el proyecto inicial, impresiona por sus dimensiones. Fue, creo, un buen final a un viaje en el que el ferrocarril por un lado, y una organización eficiente por otro se dan la mano.
Me quedan zonas de Alemania por conocer, por eso para el futuro es una etapa a tener muy en cuenta. Aunque el viaje que he relatado lo realicé en julio de 2007, la redacción de estos itinerarios la hago meses después, poco antes de, eso creo y espero, iniciar un nuevo viaje por otras regiones de Alemania. En esta ocasión mi idea es, partiendo del oeste (Colonia, Köln) llegar hacia el norte (Bremen, Hamburgo), a la costa del Báltico (Lübeck, Rostock) y la zona de Pomerania, pera terminar de nuevo en Berlín. Por ahora son planes sobre un papel que día a día se está llenando de horarios, combinaciones de trenes, etc.