Koh Chang, la mayor de las islas de Tailandia después de Puket, montañosa, turística pero no masificada. El ferry me deja en el extremo norte de la isla, lo cual nos obliga a todos los pasajeros a apiñarnos como sardinas en los buses que nos llevan hacia los distintos destinos. Como en la isla las carreteras dan miedo y tienen unas cuestas que ni el Angrilú los buses son 4x4 con capacidad teórica para unos 8 pasajeros. En el mío "solo" íbamos unos doce y tres más colgados de los pasamanos traseros, uno de esos era yo…
White Sands, Pearl Beach, Klong Prao, estaban llenos de resorts con muy buena pinta, pero no son lo que buscaba. Mi destino era Lonely Beach, era de todas las playas la mas bohemia y una de las ultimas en ser urbanizada. El lugar está compuesto por una calle principal (la carretera) y tres calles que dan a la playa, están llenas de cafés, restaurantes, locales de tatuadores y todo ello rodeado de bungalows. Los que yo quería estaban junto al mar, todos llenos, al regresar al centro y ver con la oscuridad en lo que se iba convirtiendo la zona me hizo alegrarme de ello.
En algunos de locales del centro había carteles que anunciaban que estaban abiertos las 24 horas, pese a la apariencia de local de chill out que tenían, en realidad eran pubs como los de cualquier localidad costera, música y fiesta las 24 horas.
Me aleje un poco del centro y ya que comenzaba a llover torrencialmente no me esmere buscando alojamiento, lo halle en el Day & Night, un resort en las afueras de Lonely bastante tranquilo, un bungalow la mar de majo con todas las comodidades por solo 500 Bath.
Aquello tampoco acababa de ser de mi agrado, pero bueno, la playa no parecía estar mal para un par o tres de días y había vidilla, así que bajo la torrencial lluvia me fui a dar un paseíto purificador y a tomarme una cervecita. Tirándole la caña a una camarera obtuve interesante información, resulta que un paisano es el propietario de la única discoteca del pueblo y hacia allí me dirigí en cuanto apuré mi cervecita.
No me fue nada difícil encontrarlo, era el único occidental que había detrás de la barra. Entablamos conversación, se llama Francisco, y es de L’Hospitalet. Lleva unos años en Tailandia y pese a las típicas dificultades no le van del todo mal las cosas, esta con una Thai, tiene un niño y vive de su trabajo. Cuando le comente que no terminaba de estar a gusto allí me comento que otro español tiene una guesthouse en Bang Bao, un poblado de pescadores mucho más tranquilo al sur de la isla, y que tenía un amiguete que quizá tenia lo que buscaba. Quedamos que al día siguiente iríamos en una de sus motos a verle. El resto de la noche transcurrió a ritmo de chunda-chunda (música disco) y risas.
Amaneció entre los habituales kikirikís de mis gallos y la resaca de la noche anterior. Como amenazaba lluvia de nuevo me encarame a un bus con la mochila en dirección a Bang Bao, una vez allí no me costo nada encontrar la guesthouse de Aitor, un jovencito de Menorca que regenta el negocio con su familia.
La sorpresa fue que Francisco le llamo por teléfono y le advirtió de mi llegada, tras ingerir un pepito de lomo (de verdad) y de un autentico carajillo que me supo a gloria su padre me acompaño a la cercana cala de Hat San Noi donde me esperaba Prom. El lugar me pareció verdaderamente idílico, se trataba de una pequeña playa de unos 100 metros sin urbanizar. Las únicas construcciones que hay son la vivienda donde reside su familia, otra casita de dos plantas que realiza las funciones de Bar y que dispone en su parte superior de dos sencillas habitaciones para alquilar. Pero lo mejor no era eso, lo mejor fue que tenía un pequeño bungalow de madera justo sobre la arena de la playa y debajo de unos cocoteros. Eso era justo lo que andaba buscando, mi pequeño trozo de paraíso por 200 Bath al dia. Electricidad, mosquitera, ventilador, y espacio para colgar mi hamaca.
Regrese a la guesthouse de Aitor en Bang Bao, le di las gracias, alquile una moto por 200 Bath al día y me largué a ver el resto de la Isla. Una horita de curvas después, me encuentro en el lado Este de Koh Chang, me doy un bañito, como algo, y emprendo el viaje de regreso deteniéndome a hacer lo mismo en cada rincón que me apetece.
A media tarde estoy de nuevo en Bang Bao y decido pasar a saludar a Aitor, me comentó que tiene dos huéspedes más de Barcelona e iba a tomarme una cervecita con ellos. Mira tú por dónde se trataba de las dos caras conocidas que había ido encontrando a lo largo del viaje, nuestras miradas siempre se cruzaron pero por una razón u otra nunca entablamos conversación. Es una encantadora pareja de Calella que los inviernos los pasan en Asia y que tienen como cuartel general la guesthouse de Aitor.
Estuvimos charlando hasta tarde, y al regresar a mi cabaña vi que el dueño tenía una reunión de colegas en su casa-bar. Obviamente eran todos Thai, treintañer@s con rastas que se pasaban allí las noches tomando cervecitas, charlando de sus cosas y tocando la guitarra. Me integre sin problemas en el grupo y ya de bien entrada la madrugada escuchamos un gallo, bajo los efectos del alcohol me entro la risa y les narré mis tribulaciones con los dichosos animalejos, estuvieron riéndose un rato hasta que uno de ellos soltó alguna burrada en Thai y todos se descojonaron.
Para mi satisfacción estaban organizando una cacería, iríamos en busca de ese gallo y nos lo comeríamos. Bueno, lo cierto es que bajo los efectos del alcohol esas no fueron las palabras exactas que dijimos, la cosa iba karmas, sacrificios, bebernos su sangre y burradas por el estilo. Al instante ya nos tenéis a los 12 del patíbulo, corriendo bajo la poca luz de la luna en medio de la jungla que rodea la playa detrás de un gallo que se olio el percal y que corría que se las pelaba. Pero esos Thai son muy hábiles, en cosa de un par de minutos el gallo estaba en mis manos para que le cortara el pescuezo, cosa que rechace, me entro un noseque y cedí mi turno a nosequien que no vacilo, le pego un tajo en el cuello, lo dejo desangrar, encendimos una hoguera y mientras desplumaba al interfecto, lo limpiaba y lo atravesaba con un hierro las brasas estaban a puntito. Un rato después nos comimos al pollo asado, duro como una suela de zapato, aun así fue como una liberación, ni la mañana siguiente ni las sucesivas volví a oír ningún gallo.
Mi intención siempre había sido pasar el último fin de semana por lo menos en Bangkok, palacios, canales, templos, museos y las compras de última hora. Pero no, entre la compañía que encontré y mi casita de la playa me pase el resto de la semana en el sur de la isla. Siestas y fiestas.
Finalmente regresé a Bangkok el domingo, el lunes por la noche salía mi vuelo de regreso e igual era arriesgado salir de la isla el ultimo día, así que el sábado por la noche dimos una fiesta en la playa e invite a toda la gente que había conocido esos días, hicimos una barbacoa, los colegas trajeron sus guitarras y estuvimos hasta que las luces del día y el sabio consejo de alguien me hizo preparar la mochila y dirigirme hacia el embarcadero. Apenas tuve tiempo de devolver la moto, tomarme un cafetito y despedirme de la colonia española de la isla.
Pero aun me quedaba una noche en Bangkok, tenía tiempo de hacer algún desastre más.