Cuando fuimos hasta el aparcamiento de la Presa del Pontón de la Oliva en Patones para hacer la ruta desde allí hasta la Presa de la Parra (pongo el enlace de la etapa al final de este relato), inevitablemente nos fijamos en un llamativo triángulo naranja que aparece en lo alto, a la derecha de la carretera: desde luego, parecían unas imponentes cárcavas. Además, estaba claro que se podía subir a ellas utilizando un evidente sendero que trepaba por la montaña, a su izquierda. Había que investigar.
Las cárcavas desde la Presa del Pontón de la Oliva. Detalle en la foto de abajo.
Ya de regreso en casa, me enteré por internet de que, efectivamente, se trataba de unas cárcavas pequeñas pero bastante espectaculares, a las que se podía llegar caminando (no hay otra forma) en menos de una hora desde la Presa del Pontón de la Oliva. Y, por si fuera poco, al consultar algunos tracks, supe también que, avanzando tres o cuatro kilómetros más, se alcanzaban otras cárcavas igualmente vistosas, las del Cerro Negro, lo que nos venía muy bien para ampliar un poquito la ruta inicial, que se nos quedaba un pelín corta. Pero eso lo contaré más adelante.
Lo malo era que pese a estar tan cerca de Patones (Madrid), ambos lugares ya pertenecen a la Comunidad de Castilla-La Mancha, provincia de Guadalajara. Así que como se trataba de territorios "prohibidos" por los cierres perimetrales, decidimos esperar a que se abrieran las fronteras. Aunque no era cuestión de suponer que hubiera centinelas apostados en medio del monte esperando porra en alto a los madrileños que invadieran las tierras vecinas, nunca se sabe... .
UBICACIÓN DE LA RUTA EN EL MAPA PENINSULAR.
Nada más decaer el estado de alarma, en una de nuestras habituales salidas semanales de senderismo, decidimos aprovechar para hacer la ruta un miércoles de mayo que amaneció con muchas nubes pero sin previsión de lluvia. El campo se mostraba sumamente verde.
CÓMO LLEGAR AL APARCAMIENTO DEL PONTÓN DE LA OLIVA.
El aparcamiento de la Presa del Pontón de la Oliva se encuentra a 73 kilómetros del centro de Madrid capital, unos dos kilómetros después de pasar Patones de Abajo, por la carretera M-102, que ha conviertido en la M-134, unos metros antes, a partir de su cruce con la CM-123. No tiene pérdida, está bien indicado. Para llegar hay que tomar la A-1 (autovía de Burgos) hasta la salida 50 y allí coger la N-320 en dirección Torrelaguna, en cuya población ya salimos a la citada M-102. En total, se tarda en torno a una hora desde la capital en condiciones normales de tráfico. Lo explico con Google Maps.
En esta captura de Google Maps se aprecia bien dónde el aparcamiento de la Presa del Pontón de la Oliva, el lugar donde están las primeras cárcavas (flechja de color rojo) y, abajo, a la derecha de la palabra Google, marcado con una flecha amarilla, se distinguen también las cárcavas del Cerro Negro.
LA RUTA.
Según leí en internet, la ruta que va desde el Pontón de la Oliva a las cárcavas del Cerro Negro se corresponde con el sendero RCGU-54, cuyos datos son los siguientes:
-Longitud: 11,50 kilómetros en total.
-Duración: 5 horas.
-Tipo de ruta: Lineal, ida y vuelta por el mismo camino.
-Grado de dificultad: bajo.
Si lo único que se desea es alcanzar las primeras cárcavas de la forma más rápida y corta posible, la caminata supondrá unos 2,5 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, con una duración de algo menos de dos horas. Eso sí, hay un desnivel de más 200 metros, que se cubren en una distancia muy pequeña, ya que la subida es empinada, muy empinada.
No vimos señalización expresa, si bien llegar hasta las primeras cárcavas no presenta problemas de orientación porque las tenemos casi siempre a la vista. Su se quiere hacer la ruta completa resulta conveniente llevar un mapa, un track o GPS.
También hay otras opciones, como el RCGU-45, que remonta el Pontón de la Oliva, llega hasta Alpedrete de la Sierra y hace el retorno por las primeras cárcavas, aunque sin llegar a las del Cerro Negro.
NUESTRA RUTA.
En principio, nuestra idea era llegar a las cárcavas de Cerro Negro y volver por el mismo camino. Sin embargo, al final hicimos una ruta circular, regresando al aparcamiento por otro sitio. Estos son los datos de nuestra caminata, tomados de mi copia local de wikiloc.
-Longitud total: 10,60 kilómetros
-Duración: 4 horas y media.
-Desnivel: altura mínima, 601 metros; altura máxima, 884 metros.
-Grado de dificultad: bajo a moderado, por el desnivel inicial y la parte final, donde hicimos un trecho sin sendero.
Debido a unos problemillas de conexión, tuve que grabar el recorrido en dos partes:
. Aparcamiento del Pontón de la Oliva hasta las cárcavas del Cerro Negro, con una distancia de 6,04 kilómetros, dos horas de duración y un desnivel negativo de 104 metros y positivo de 276 metros, desde los 601 metros de cota mínima a los 884 de máxima, que coincide con la parte alta de las primeras cárcavas. Su única dificulta radica en la fuerte pendiente inicial. Coincide por completo con el PRGU-54.
. Regreso desde el Cerro Negro hasta el aparcamiento del Pontón de la Oliva por otro itinerario, que nos supuso una distancia de 4,56 kilómetros, dos horas de duración, con desniveles positivo de 56 metros y negativo de 227 metros. No es una ruta recomendable para todo el mundo porque hay que ir campo a través durante un tramo. Si no se tiene experiencia en estos menesteres, lo mejor es utilizar el mismo itinerario de la ida para la vuelta.
Tras dejar el coche en el aparcamiento, caminamos cinco minutos hasta la Presa del Pontón de la Oliva, que bien vale una visita por sí misma y más todavía por los bonitos parajes en que se encuentra. Nosotros ya habíamos estado allí, pero a quienes no lo hayan hecho, les recomiendo que sigan de frente y se den una vuelta por sus pasarelas colgantes y, si disponen de tiempo, que caminen al menos un rato por el sendero que va paralelo al río Lozoya. Merece la pena.
Construida en 1857, esta presa es la más antigua del sistema de presas y canalizaciones del Canal de Isabel II en el río Lozoya, cuyo objetivo era (y es) abastecer de agua potable a Madrid. Su vida útil duró poco, ya que pronto se descubrieron filtraciones que imposibilitaban la misión para la que fue concebida. Por ese motivo pronto cayó en desuso y fue sustituida en 1882 por el Embalse del Villar.
Bajamos por unas escaleras hasta el puente sobre el Lozoya que mira de frente a la presa, lo cruzamos y seguimos por una pista asfaltada que se dirige a las antiguas instalaciones presa y que se encuentra en unas condiciones lamentables, llena de baches y agujeros. Pese a las nubes, el paisaje estaba de un precioso color verde brillante y daba gusto verlo.
La pista de la vía de servicio del canal siguió hacia la izquierda, mientras que nosotros tuvimos que tomar el carril de tierra que seguía de frente, en donde vimos unas marcas rojas y blancas, que corresponden al GR-10. Tras una bajada, llegamos a una intersección, donde tuvimos que tomar la senda de la derecha. Enseguida la ruta empezó a picar hacia arriba que daba gusto, y cada vez más. El sendero se partía en varios brazos que iban a parar al mismo sitio y pronto empezamos a tomar el que nos parecía menos cuesto; más que nada se trataba de algo psicológico, pues no dejaba de dar igual. ¡Madre mía! Menos mal que el entorno animaba a seguir.
Cada poco parábamos para mirar el panorama que teníamos a nuestras espaldas, a cada metro más espectacular: campos de labor, olivos, montañas y flores, miles de flores alfombrando la vega del Jarama. El sol asomaba a ratos, aclarando las vistas hacia las cárcavas, coronadas por un tramo de cielo azul. Sobre nuestras cabezas un denso nubarrón negro dejó caer unas minúsculas gotas. Las probabilidades de lluvia en la zona según la AEMET eran de 0% ese día.
Cada vez estábamos más cerca, pero no terminábamos de llegar. Hubo un trecho realmente duro, en el que acabé haciendo eses. Sin embargo, lo que más me preocupaba no era la subida –porque subir, subiría-, sino el descenso por aquel empinadísimo camino donde había algunas piedras y mucha tierra. Nos cruzamos con siete u ocho personas que bajaban, renegando en arameo, claro está.
Claro que todo, bueno o malo, se termina y, al fin, llegamos junto a las cárcavas. A partir de entonces, el sendero seguía picando hacia arriba, pero nada que ver. En cualquier caso, el esfuerzo había merecido la pena. Nos encontramos una estampa espléndida. Y es que las cárcavas son realmente bonitas, incluso sin que brillase demasiado el sol.
El sendero rodea la cárcava, ofreciendo diversos miradores naturales cada vez a más altura sobre la misma, desde los que se obtienen unas vistas estupendas y se pueden conseguir fotos muy bonitas. Ni que decir tiene que no existe ningún tipo de protección y que hay que tener mucha precaución a la hora de asomarse al vacío, ya que el terreno hace cuesta abajo y puede estar resbaladizo, especialmente si ha llovido. Sobre todo, mucho cuidado con los niños pequeños. Quizás no sea la mejor excursión para ellos.
Seguimos el sendero, dejándolo cada poco para asomarnos de nuevo a las cárcavas, que nos ofrecían formas fascinantes, sobre todo las típicas de las chimeneas de hadas. Los hundimientos y las torres rojas quedaban muy chulas en contraste con los arbustos y las flores que crecen entre sus formas, componiendo una decoración de lo más vistosa.
Las cárcavas son una de las consecuencias más evidentes de los fenómenos erosivos, que aparecen en terrenos arenosos en forma de depresiones de profundidad y tamaño variable, producidos en esta zona por arroyos como el de la Lastra y el de la Pica. El caso es que la imagen visual queda de lo más atractiva.
Además, según íbamos rodeándolas, subía la altura a la que nos encontrábamos, deparándonos un paisaje más impresionante todavía con panorámicas que permitían contemplar los picos de la Sierra Norte e, incluso, las torres más altas de la ciudad de Madrid, en un perfectamente reconocible skyline, más todavía en directo que en la foto. Y las jaras florecidas ponían la guinda. ¡Qué estampas tan bonitas!
Después de hacer un montón de fotos, llegamos a la parte más alta tras haber recorrido, calculo, más de la mitad del perímetro de las cárcavas, siempre contemplándolas desde arriba. Las vistas eran espléndidas.
Una vez allí, quien quiera puede darse la vuelta y volver por donde ha subido, dando por concluida su excursión. De hecho era lo que hacían la mayor parte de las personas con las que nos encontramos por el camino, que no fueron muchas, por cierto. Supongo que en fin de semana o festivo todo estará mucho más concurrido. Sin embargo, nosotros continuamos hacia el Cerro Negro por una pista flanqueada por jarales florecidos, que formaban un pasillo espléndido a nuestro paso.
Además, los cítisos, el romero, el tomillo, las lavandas… Y todo alfombrado de margaritas. Un auténtico placer para la vista.
Alfombra de flores y, al fondo, Madrid y sus torres.
A colación de todo esto, decir que en esta ruta hay muchos arbustos pero pocos árboles, con lo cual apenas nos encontramos con sombras, lo que deberá tenerse muy en cuenta a la hora de planificar el momento de hacerla. No parece muy recomendable para el verano porque el sol pegará de lleno, mientras que en la primavera, según nuestra experiencia, ofrece su mejor versión.
Disfrutando a cada paso del derroche de color de las flores sobre un fondo inmensamente verde, fuimos contemplando las vistas que se abrían hacia nuestra izquierda en tanto seguíamos la pista, amplia y cómoda, en llano o en descenso, pero con desniveles muy suaves. Esta parte no tiene pérdida. La caminata resultaba muy agradable, pues las nubes estaban dejando paso a un sol que no era nada agobiante.
Llegamos a una intersección, en donde tuvimos que coger la pista de la derecha y nuevamente tocaba caminar y caminar hacia adelante, contemplando el espectáculo de las flores. Entonces, divisamos de frente las torres de Madrid muy al fondo pero claramente visibles.
Asimismo, a nuestra izquierda, teníamos un extenso y bello panorama de las tierras alcarreñas de Guadalajara. Igualmente, distinguimos un pueblo; posiblemente se tratase de Alpedrete de la Sierra.
Después de una hora, más o menos, a nuestra derecha divisamos otras cárcavas, a las que nos asomamos, si bien por el track vimos que no eran todavía las del Cerro Negro. Seguimos avanzando hasta llegar a unas casas en ruinas, que debían servir en su momento para guardar el ganado, o eso supongo. En este punto notamos bastante viento.
Allí empezamos a ver las cárcavas del Cerro Negro, más grandes que las del Pontón de la Oliva y también bastante espectaculares, aunque las formas sean, quizás, no tan sugerentes.
La hierba estaba altísima y requería acercarse a los cortados con precaución, procurando ver donde poníamos los pies, si bien no tiene peligro si no se toman riesgos innecesarios a la hora de asomarse. De nuevo, mucho cuidado si se va con niños pequeños. Por lo demás, las vistas resultaban estupendas.
Tomamos nuestro bocata sentados en la hierba, con vista a las cárcavas y rodeados de multitud de flores. Por fortuna, en esta parte había menos arbustos, sobre todo jaras, lo que nos libró de los insectos y sus picaduras.
Después, llegó el momento de plantearnos por dónde volver. Lo lógico hubiera sido deshacer el camino que habíamos traído, completando el típico itinerario de ida y vuelta. Sin embargo, habíamos visto un par de tracks completando desde allí una ruta circular, si bien implicaba caminar un trecho campo a través. No suelo ser muy partidaria de abandonar los senderos, pero en este caso, al recordar la bajada que me esperaba tras las otras cárcavas, cedí a la tentación. Además, llevábamos GPS.
De modo que seguimos hacia adelante por un sendero que se adivinaba entre la vegetación, siempre en descenso. Al fin, desde un alto, mi marido divisó una pista muy abajo. Él es muy bueno orientándose y encontrando sitios y senderos, así que tiramos para allá. Por fortuna, la ladera de la montaña no estaba demasiado tupida con arbustos, por lo cual se podía patear bien, llevando la debida precaución, claro está, para no resbalar en el descenso.
Tras un rato, alcanzamos la pista de tierra que habíamos visto desde arriba y por la que era evidente que circulaban tractores y vehículos de los agricultores de la zona, aunque no nos cruzamos con ninguno. Por lo que vimos en el GPS, llevaba a la carretera CL-123, lo que nos venía muy bien. Pasamos junto a campos de labor y cruzamos también cerca de unos colmenares, cerca de los cuales un letrero advertía de la necesidad de ir con precaución por las abejas. A nuestra derecha, al fondo, veíamos las tuberías de la presa del Pontón de la Oliva, indicándonos que íbamos en la buena dirección.
Al cabo de unos tres cuartos de hora, salimos a la carretera CL-123, por la que caminamos unos cuatrocientos metros hasta salir a la M-604, por la que continuamos otro medio kilómetro hasta alcanzar el aparcamiento donde habíamos dejado el coche. Después de todo, la decisión que tomamos fue acertada, pues habíamos ahorrado casi dos kilómetros de recorrido y también la pronunciada bajada que nos esperaba tras las cárcavas del Pontón. Sin embargo, como he dicho antes, si no se tiene la suficiente experiencia, lo mejor es evitar cualquier riesgo y volver por el mismo camino de la ida.
En definitiva, una ruta muy recomendable para contemplar las cárcavas y unas preciosas vistas panorámicas, que se vuelve espectacular en primavera por el paisaje tan verde, plagado de flores. Supongo que en verano será menos agradecida, debido al calor, la falta de sombras y el tono pajizo que adquirirá la hierba, lo que menguará la belleza del entorno, ya desprovisto de flores. Quizás, si se quiere ir en esa época interese subir únicamente a las primeras cárcavas.
. Otra ruta desde la Presa del Pontón de la Oliva:
PONTÓN DE LA OLIVA A PRESA DE LA PARRA, PATONES (MADRID). A ORILLAS DEL LOZOYA.