Antes de nada, decir que somos muy conscientes de la mayor importancia de Plitvice frente a Krka, pero como pensamos volver a Croacia en un par de años y conocer la parte norte desde Zadar hasta Eslovenia, ya visitaremos Plitvice en ese momento.
Salimos temprano con dirección Skradin, con las mochilas preparadas con chubasquero, bañador y toalla, escarpines,agua y unos bocadillos. Si no llevais comida podeis comprar bocadillos y algo para beber dentro del parque, algo más caro pero tampoco son precios excesivos. El trayecto hasta Skradin son 65 kilómetros pero la carretera es una nacional normalita y lleva casi una hora llegar, además de que la bajada hasta el pueblo en sus últimos kilómetros hay que hacerla con calma. De camino, por la carretera de la costa, está Primosten, por si quereis hacer un desvío a la ida o a la vuelta.
Ya en Skradin tuvimos que pagar aparcamiento sí o sí, pues el pueblo, pequeñito y medieval, vive de la cercanía al Parque Krka y está todo preparado para cobrar al turista. Creo que fueron 40 kunas.
Al llegar al muelle, a la derecha, se encuentra la oficina de información del parque o Centro de Visitantes, donde venden los tickets y a la izquierda los barcos que llevan al parque. Mi pareja y mi hija se quedaron haciendo cola para la embarcación, que a esas tempranas horas ya era tremenda, mientras yo me dirigí a comprar las entradas que costaron, si mal no recuerdo, 110 kunas los adultos y gratis la niña por ser menor de 7 años.
Después de media hora de espera, tras comernos unos helados y entablar conversación con unos jóvenes madrileños que también estaban por la zona, cogimos el barco, que en unos 40 minutos nos llevó a la entrada del Parque. El trayecto es muy bonito, para disparar la cámara sin pausa.
Nada más entrar nos encontramos una riada humana que intenta pillar hueco en la zona de sombra, ya que hoy hace un día espléndido y el sol quema. ¡Quien lo diría después del día de ayer!
Justo en la entrada asoman unas espectaculares cataratas de unos 50 metros de altura conocidas como Skradinski Buk o Krka Waterfalls. El color del agua es precioso, oscila entre el verde y el turquesa, pero la marabunta humana remueve el fondo del agua y la vuelve turbia. Y es que en esta caída de agua te puedes bañar.
A pesar del gentío mi hija y yo dedicimos bañarnos. Nos pusimos el bañador y al agua. Fue una odisea, ya que el fondo está formado de barro y rocas extremadamente resbaladizas(¡benditos escarpines!), todo esto unido a los millones de humanos y humanas que nadaban y se arrastraban, tropezaban y se caían por doquier, hizo que estuviéramos en el agua sólo unos minutos, lo justo para refrescarnos. Mientras, mi marido hacía fotos desde la sombra que le proporcionaba un frondoso árbol, tomando nota de todos nuestros patinazos.
Tras secarnos y cambiarnos de ropa nos alejamos de la multitud y caminamos entre los árboles, para sólo unos 50 metros más allá, encontrarnos completamente solos en un lugar muy agradable donde montamos un picnic sobre la hierba y nos comimos los bocatas. Qué cosas, a pocos metros media Humanidad apiñada cuando había sido tan sencillo andar un poco más y encontrar suficiente espacio para estar tranquilo. Pero... ¿dónde va Vicente? Donde va la gente. A veces somos patéticos.
Después de comer hicimos la ruta completa del parque, que es un camino señalizado, con tramos de escaleras y vallas de madera alrededor de esa zona del parque. Es de dificultad baja y el recorrido es muy bonito. Va ascendiendo y al finalizar vuelves a la zona de las cascadas y las ves desde arriba. Fotografías miles y compra de souvenir turístico: un imán para la nevera y unas postales, típico nuestro. También hay puestos de frutos secos. Compramos nueces.
La ruta se completa en un par de horas o algo más ya que, aunque son sólo unos 3 kilómetros, es inevitable parar constantemente para contemplar las caídas de agua y pequeños lagos que se van sucediendo a lo largo del camino y captar decenas de instantáneas de tan bonito paisaje.
Sobre las 3 y media cogimos de nuevo el barco y en un rato estábamos de nuevo en Skradin, donde nos quedamos una horita ya que mi hija olisqueó rapidamente un parque infantil con tirolina y allí estuvimos.
Mientras ella jugaba leí en un folleto del parque que desde allí se puede llegar en coche a Roski Slap (otra cascada del parque de unos 30 metros de altura) o a Visovac, que es una pequeña isla con un monasterio franciscano, pero creímos que nos haría falta el tiempo para visitar Sibenik y no fuimos. Ahora me arrepiento porque lo más importante de Sibenik se ve en un par de horas paseando con mucha calma.
Llegamos a Sibenik, que está a 20 kilómetros, y aparcamos junto a la pequeña Riva, en un parking de pago. Allí mismo están las escaleras de subida que llevan a la plaza donde se ubica el monumento más importante de la ciudad: la catedral de Santiago (Katedrala sv. Jakova), Patrimonio de la Humanidad.
La catedral es muy bonita, construída en piedra blanca típica de Dalmacia, con una planta espectacular que merece disfrutarse desde las alturas. Por eso nos dedicamos una horita a pasear por el centro histórico, fuimos subiendo y localizamos unas escaleras que yo ya tenía fichadas que desde su parte superior ofrecían una panorámica muy buena de la catedral y desembocaban de nuevo en la plaza. Los detalles de cabezas humanas por toda la fachada principal son de admirar. No entramos porque estaban en misa. La entrada es de pago.
No había mucho más que ver, o no lo parecía. Como anécdota decir que aquí nació Drazen Petrovic, el famoso jugador de baloncesto apodado "El genio de Sibenik", pero no encontramos su estatua.
Tras unas fotos del atardecer en la Riva y unos helados, volvimos a Trogir, donde callejamos un rato hasta el anochecer, compramos algo para cenar y al apartamento. Al día siguiente, Split.
Salimos temprano con dirección Skradin, con las mochilas preparadas con chubasquero, bañador y toalla, escarpines,agua y unos bocadillos. Si no llevais comida podeis comprar bocadillos y algo para beber dentro del parque, algo más caro pero tampoco son precios excesivos. El trayecto hasta Skradin son 65 kilómetros pero la carretera es una nacional normalita y lleva casi una hora llegar, además de que la bajada hasta el pueblo en sus últimos kilómetros hay que hacerla con calma. De camino, por la carretera de la costa, está Primosten, por si quereis hacer un desvío a la ida o a la vuelta.
Ya en Skradin tuvimos que pagar aparcamiento sí o sí, pues el pueblo, pequeñito y medieval, vive de la cercanía al Parque Krka y está todo preparado para cobrar al turista. Creo que fueron 40 kunas.
Al llegar al muelle, a la derecha, se encuentra la oficina de información del parque o Centro de Visitantes, donde venden los tickets y a la izquierda los barcos que llevan al parque. Mi pareja y mi hija se quedaron haciendo cola para la embarcación, que a esas tempranas horas ya era tremenda, mientras yo me dirigí a comprar las entradas que costaron, si mal no recuerdo, 110 kunas los adultos y gratis la niña por ser menor de 7 años.
Después de media hora de espera, tras comernos unos helados y entablar conversación con unos jóvenes madrileños que también estaban por la zona, cogimos el barco, que en unos 40 minutos nos llevó a la entrada del Parque. El trayecto es muy bonito, para disparar la cámara sin pausa.
Nada más entrar nos encontramos una riada humana que intenta pillar hueco en la zona de sombra, ya que hoy hace un día espléndido y el sol quema. ¡Quien lo diría después del día de ayer!
Justo en la entrada asoman unas espectaculares cataratas de unos 50 metros de altura conocidas como Skradinski Buk o Krka Waterfalls. El color del agua es precioso, oscila entre el verde y el turquesa, pero la marabunta humana remueve el fondo del agua y la vuelve turbia. Y es que en esta caída de agua te puedes bañar.
A pesar del gentío mi hija y yo dedicimos bañarnos. Nos pusimos el bañador y al agua. Fue una odisea, ya que el fondo está formado de barro y rocas extremadamente resbaladizas(¡benditos escarpines!), todo esto unido a los millones de humanos y humanas que nadaban y se arrastraban, tropezaban y se caían por doquier, hizo que estuviéramos en el agua sólo unos minutos, lo justo para refrescarnos. Mientras, mi marido hacía fotos desde la sombra que le proporcionaba un frondoso árbol, tomando nota de todos nuestros patinazos.
Tras secarnos y cambiarnos de ropa nos alejamos de la multitud y caminamos entre los árboles, para sólo unos 50 metros más allá, encontrarnos completamente solos en un lugar muy agradable donde montamos un picnic sobre la hierba y nos comimos los bocatas. Qué cosas, a pocos metros media Humanidad apiñada cuando había sido tan sencillo andar un poco más y encontrar suficiente espacio para estar tranquilo. Pero... ¿dónde va Vicente? Donde va la gente. A veces somos patéticos.
Después de comer hicimos la ruta completa del parque, que es un camino señalizado, con tramos de escaleras y vallas de madera alrededor de esa zona del parque. Es de dificultad baja y el recorrido es muy bonito. Va ascendiendo y al finalizar vuelves a la zona de las cascadas y las ves desde arriba. Fotografías miles y compra de souvenir turístico: un imán para la nevera y unas postales, típico nuestro. También hay puestos de frutos secos. Compramos nueces.
La ruta se completa en un par de horas o algo más ya que, aunque son sólo unos 3 kilómetros, es inevitable parar constantemente para contemplar las caídas de agua y pequeños lagos que se van sucediendo a lo largo del camino y captar decenas de instantáneas de tan bonito paisaje.
Sobre las 3 y media cogimos de nuevo el barco y en un rato estábamos de nuevo en Skradin, donde nos quedamos una horita ya que mi hija olisqueó rapidamente un parque infantil con tirolina y allí estuvimos.
Mientras ella jugaba leí en un folleto del parque que desde allí se puede llegar en coche a Roski Slap (otra cascada del parque de unos 30 metros de altura) o a Visovac, que es una pequeña isla con un monasterio franciscano, pero creímos que nos haría falta el tiempo para visitar Sibenik y no fuimos. Ahora me arrepiento porque lo más importante de Sibenik se ve en un par de horas paseando con mucha calma.
Llegamos a Sibenik, que está a 20 kilómetros, y aparcamos junto a la pequeña Riva, en un parking de pago. Allí mismo están las escaleras de subida que llevan a la plaza donde se ubica el monumento más importante de la ciudad: la catedral de Santiago (Katedrala sv. Jakova), Patrimonio de la Humanidad.
La catedral es muy bonita, construída en piedra blanca típica de Dalmacia, con una planta espectacular que merece disfrutarse desde las alturas. Por eso nos dedicamos una horita a pasear por el centro histórico, fuimos subiendo y localizamos unas escaleras que yo ya tenía fichadas que desde su parte superior ofrecían una panorámica muy buena de la catedral y desembocaban de nuevo en la plaza. Los detalles de cabezas humanas por toda la fachada principal son de admirar. No entramos porque estaban en misa. La entrada es de pago.
No había mucho más que ver, o no lo parecía. Como anécdota decir que aquí nació Drazen Petrovic, el famoso jugador de baloncesto apodado "El genio de Sibenik", pero no encontramos su estatua.
Tras unas fotos del atardecer en la Riva y unos helados, volvimos a Trogir, donde callejamos un rato hasta el anochecer, compramos algo para cenar y al apartamento. Al día siguiente, Split.