Hoy nos esperaba una de las joyas de Irán, Isfahan, la ciudad que todo el mundo espera ver con impaciencia. Pero eso sería por la tarde porque la mañana la íbamos a dedicar a ver Abyaneh y Natanz durante nuestro traslado en el coche que habíamos contratado.
A las 9 de la mañana nos recogió nuestro conductor a la puerta del hotel como habíamos acordado y salimos hacia Abyaneh, un pintoresco pueblo de montaña, donde todavía queda bastante población zoroástrica y donde dicen que se habla el farsi más puro del país. Es famoso por los coloridos pañuelos que se colocan las mujeres del pueblo (que conscientes de ello te piden dinero por sacarles una foto.
El trayecto nos llevó una hora y cuarto desde Kashan y por el camino pasamos cerca de Natanz, que visitaríamos más tarde. En Natanz es donde se encuentra una de las célebres plantas nucleares iraníes que están sometidas al control de inspectores internacionales para evitar un posible uso militar del programa nuclear iraní. La importancia de la zona nos quedó patente según veíamos desde la carretera instalaciones militares y gran cantidad de batería antiaereas colocadas para evitar un posible ataque aéreo nortemaericano o israelí.
Abyaneh se encuentra a 2200 metros de altitud por lo que al llegar al pie de las montañas, donde existe algo de vegetación, comenzamos un ascenso de curvas cerradas que nos llevó hasta una pequeña barrera controlada por un vecino que cobra la entrada al pueblo (100.000 riales-2,5 euros) y que nos dió un pequeño plano con los lugares de interés, y desde donde en 5 minutos estábamos en el pueblo.
He de confesar que no me atraía mucho visitar Abyaneh, había visto fotos de gente que lo había visitado, sabía que era patrimonio de la humanidad pero estuvimos a punto de saltárnoslo en nuestra visita. Sin embargo, quizás porque no esperábamos mucho, si nos gustó. Es un pueblo pequeño y pintoresco que tiene su encanto con sus casas marrones, la vegetación que le rodea y el colorido de las ropas de sus mujeres.
Dedicamos a la visita 1 hora y media que llega de sobra para ver el pueblo. Realmente uno se mueve por la “calle principal del pueblo” que va hacia abajo, bien asfaltada y arreglada, con sus edificios restaurados. Si sales de ella te encontrarás con un Abyaneh diferente, con casas muy deterioradas y abandonadas u otras donde vive gente casi sin servicios ningunos, calles sin asfaltar y con un ambiente de abandono. Suponemos que poco a poco el cuidado que se ve en esa calle principal se irá extendiendo al resto del pueblo para sacarle partido a los turistas (extranjeros e iraníes) que llegan al pueblo. Curioseamos un poco, vimos la pequeña mezquita y el antiguo templo del fuego (por fuera, porque estaba cerrado), compramos agua y entramos en pequeñas tiendas.
Desde ahí desandamos nuestro camino e iniciamos el descenso hacia Natanz, donde visitamos la Mezquita del Viernes y el mausoleo de Abd al Samad, místico sufi de hace más de mil años. La mezquita es espléndida por fuera con su minarete y su puerta principal de ladrillo vidriado de color azul.
Sin embargo nos dececpcionó un poco por dentro porque estaba en obras (como muchos monumentos en Irán) y no merecía la pena pagar la entrada para visitarla, siendo lo mejor su exterior.
Dejamos Natanz tras tomarnos unos heladitos y seguimos nuestro viaje hacia Isfahan, por una autovía de bastante tráfico. Lo peor fue que nuestro coche tenía el aire acondicionado estropeado y pasamos bastante calor hasta que llegamos. A ello hubo que unirle que nuestro conductor no tenía ni idea de donde quedaba nuestro hotel, el hotel Viana, y estuvimos dando vueltas hasta que dio con él gracias a un mapa off line que llevábamos en el móvil. Este fue el detalle negativo del viaje porque el día anterior nos habían preguntado el nombre de nuestro hotel (se supone que era para saber por que zona quedaba) y a la hora de la verdad ni el conductor lo sabía ni tenía ni idea de donde quedaba. Lo que nos supuso media hora de atascos y vueltas por la ciudad hasta que dimos con él.
Os recomendamos el hotel Viana, es un pequeño hotel de 3 estrellas, que por 45 euros la noche te ofrece una habitación pequeña, pero moderna y limpísima, así como un cuarto de baño occidental y desayuno incluído. Si a esto le unís que los empleados del hotel son muy amables y se desviven por ayudarte poco más podemos decir.
Después de instalarnos y como ya había pasado la hora de comer salimos a buscar algún lugar donde poder tomar algo. Por suerte a 100 metros del hotel dimos con una pequeña pizzería atendida por un amable iraní donde probamos por primera vez las pizzas estilo Irán. ¿En qué consisten? Pues en una pizza como las de aquí pero sin un ingrediente. Uno las prueba y las nota ricas pero nota un sabor raro, ¿qué es? ¡No le echan tomate a la masa! Eso sí, para compensarlo te ponen ketchup para que se lo eches por encima. Raro, raro.
Ya con el estomago lleno, volvimos al hotel, nos cambiamos y salimos decididos a conocer Isfahan.
[align=justify]Debemos reconocer que teníamos cierto miedo a que con Isfahan nos pasara lo que sucede tantas veces con lugares de los que has oído hablar maravillas y que luego te decepcionan porque no son como te esperabas, pero con Isfahan no solo no nos sucedió sino que nuestras expectativas se quedaron cortas.
Pedimos un taxi en el hotel (ya nos habían dicho que ellos te lo consiguen por buen precio y así lo hicimos todos los días) y por 80.000 riales nos dejó casi a la entrada de Naqs e Jahan, la gran plaza de Isfahan que tanto deseábamos conocer. Pese a haberla vista en fotos y videos uno se queda con la boca abierta al contemplar su tamaño y su belleza.
La recorrimos de cabo a rabo aunque dejamos las visitas de sus edificios para el día siguiente y nos metimos a curiosear por el bazar, que como ya era media tarde estaba con muchas de sus tiendas a punto de cerrar. Como seguimos andando por él acabamos saliendo a otra gran plaza que ya de por sí sería la plaza principal de cualquier ciudad.
Ahí nos tomamos unos ricos helados y nos sentamos a dejar pasar un poco el tiempo. Tanto nos relajamos que nos olvidamos ahí nuestra guía de Irán que ya nunca volveríamos a ver. Comenzaba a anochecer y regresamos a Naqs e Jahan donde alucinamos con el ambientazo que se estaba formando con la multitud de familias que llegaba para cenar y tomar algo en el cesped de la plaza, con sus neveras, esterillas, mantas....
Dando una vuelta de despedida por la plaza vimos que la puerta de la mezquita del Sha estaba abierta para el rezo (eran cerca de las 8 de la tarde) y que se podía entrar sin problema (¡y gratis!), así que allá fuimos para dentro y alucinamos con la belleza de la plaza interior de la mezquita totalmente iluminada mientras los hombres y las mujeres rezaban. Nos quedamos al fondo viéndolo todo pero nadie nos miraba mal y se acercó gente a hablar con nosotros y preguntarnos de donde eramos con una sonrisa. Sin duda la visión de la mezquita con la gente, iluminada por la noche, y con la llamada a la oración hicieron que fuese un momento muy especial de los que te quedan grabados para toda la vida.
Estuvimos un buen rato disfrutando del ambiente hasta que nos fuimos a cenar en un pequeño centro comercial a 150 metros de la plaza y finalmente volvimos al hotel, haciendo la firme promesa de que todos los días que estuvieramos en Isfahan íbamos a disfrutar de ese ambiente espectacular y sabiendo que íbamos a disfrutar mucho de nuestra estancia en Isfahan.
[/align][align=justify] A las 9 de la mañana nos recogió nuestro conductor a la puerta del hotel como habíamos acordado y salimos hacia Abyaneh, un pintoresco pueblo de montaña, donde todavía queda bastante población zoroástrica y donde dicen que se habla el farsi más puro del país. Es famoso por los coloridos pañuelos que se colocan las mujeres del pueblo (que conscientes de ello te piden dinero por sacarles una foto.
El trayecto nos llevó una hora y cuarto desde Kashan y por el camino pasamos cerca de Natanz, que visitaríamos más tarde. En Natanz es donde se encuentra una de las célebres plantas nucleares iraníes que están sometidas al control de inspectores internacionales para evitar un posible uso militar del programa nuclear iraní. La importancia de la zona nos quedó patente según veíamos desde la carretera instalaciones militares y gran cantidad de batería antiaereas colocadas para evitar un posible ataque aéreo nortemaericano o israelí.
Abyaneh se encuentra a 2200 metros de altitud por lo que al llegar al pie de las montañas, donde existe algo de vegetación, comenzamos un ascenso de curvas cerradas que nos llevó hasta una pequeña barrera controlada por un vecino que cobra la entrada al pueblo (100.000 riales-2,5 euros) y que nos dió un pequeño plano con los lugares de interés, y desde donde en 5 minutos estábamos en el pueblo.
He de confesar que no me atraía mucho visitar Abyaneh, había visto fotos de gente que lo había visitado, sabía que era patrimonio de la humanidad pero estuvimos a punto de saltárnoslo en nuestra visita. Sin embargo, quizás porque no esperábamos mucho, si nos gustó. Es un pueblo pequeño y pintoresco que tiene su encanto con sus casas marrones, la vegetación que le rodea y el colorido de las ropas de sus mujeres.
Dedicamos a la visita 1 hora y media que llega de sobra para ver el pueblo. Realmente uno se mueve por la “calle principal del pueblo” que va hacia abajo, bien asfaltada y arreglada, con sus edificios restaurados. Si sales de ella te encontrarás con un Abyaneh diferente, con casas muy deterioradas y abandonadas u otras donde vive gente casi sin servicios ningunos, calles sin asfaltar y con un ambiente de abandono. Suponemos que poco a poco el cuidado que se ve en esa calle principal se irá extendiendo al resto del pueblo para sacarle partido a los turistas (extranjeros e iraníes) que llegan al pueblo. Curioseamos un poco, vimos la pequeña mezquita y el antiguo templo del fuego (por fuera, porque estaba cerrado), compramos agua y entramos en pequeñas tiendas.
Desde ahí desandamos nuestro camino e iniciamos el descenso hacia Natanz, donde visitamos la Mezquita del Viernes y el mausoleo de Abd al Samad, místico sufi de hace más de mil años. La mezquita es espléndida por fuera con su minarete y su puerta principal de ladrillo vidriado de color azul.
Sin embargo nos dececpcionó un poco por dentro porque estaba en obras (como muchos monumentos en Irán) y no merecía la pena pagar la entrada para visitarla, siendo lo mejor su exterior.
Dejamos Natanz tras tomarnos unos heladitos y seguimos nuestro viaje hacia Isfahan, por una autovía de bastante tráfico. Lo peor fue que nuestro coche tenía el aire acondicionado estropeado y pasamos bastante calor hasta que llegamos. A ello hubo que unirle que nuestro conductor no tenía ni idea de donde quedaba nuestro hotel, el hotel Viana, y estuvimos dando vueltas hasta que dio con él gracias a un mapa off line que llevábamos en el móvil. Este fue el detalle negativo del viaje porque el día anterior nos habían preguntado el nombre de nuestro hotel (se supone que era para saber por que zona quedaba) y a la hora de la verdad ni el conductor lo sabía ni tenía ni idea de donde quedaba. Lo que nos supuso media hora de atascos y vueltas por la ciudad hasta que dimos con él.
Os recomendamos el hotel Viana, es un pequeño hotel de 3 estrellas, que por 45 euros la noche te ofrece una habitación pequeña, pero moderna y limpísima, así como un cuarto de baño occidental y desayuno incluído. Si a esto le unís que los empleados del hotel son muy amables y se desviven por ayudarte poco más podemos decir.
Después de instalarnos y como ya había pasado la hora de comer salimos a buscar algún lugar donde poder tomar algo. Por suerte a 100 metros del hotel dimos con una pequeña pizzería atendida por un amable iraní donde probamos por primera vez las pizzas estilo Irán. ¿En qué consisten? Pues en una pizza como las de aquí pero sin un ingrediente. Uno las prueba y las nota ricas pero nota un sabor raro, ¿qué es? ¡No le echan tomate a la masa! Eso sí, para compensarlo te ponen ketchup para que se lo eches por encima. Raro, raro.
Ya con el estomago lleno, volvimos al hotel, nos cambiamos y salimos decididos a conocer Isfahan.
[align=justify]Debemos reconocer que teníamos cierto miedo a que con Isfahan nos pasara lo que sucede tantas veces con lugares de los que has oído hablar maravillas y que luego te decepcionan porque no son como te esperabas, pero con Isfahan no solo no nos sucedió sino que nuestras expectativas se quedaron cortas.
Pedimos un taxi en el hotel (ya nos habían dicho que ellos te lo consiguen por buen precio y así lo hicimos todos los días) y por 80.000 riales nos dejó casi a la entrada de Naqs e Jahan, la gran plaza de Isfahan que tanto deseábamos conocer. Pese a haberla vista en fotos y videos uno se queda con la boca abierta al contemplar su tamaño y su belleza.
La recorrimos de cabo a rabo aunque dejamos las visitas de sus edificios para el día siguiente y nos metimos a curiosear por el bazar, que como ya era media tarde estaba con muchas de sus tiendas a punto de cerrar. Como seguimos andando por él acabamos saliendo a otra gran plaza que ya de por sí sería la plaza principal de cualquier ciudad.
Ahí nos tomamos unos ricos helados y nos sentamos a dejar pasar un poco el tiempo. Tanto nos relajamos que nos olvidamos ahí nuestra guía de Irán que ya nunca volveríamos a ver. Comenzaba a anochecer y regresamos a Naqs e Jahan donde alucinamos con el ambientazo que se estaba formando con la multitud de familias que llegaba para cenar y tomar algo en el cesped de la plaza, con sus neveras, esterillas, mantas....
Dando una vuelta de despedida por la plaza vimos que la puerta de la mezquita del Sha estaba abierta para el rezo (eran cerca de las 8 de la tarde) y que se podía entrar sin problema (¡y gratis!), así que allá fuimos para dentro y alucinamos con la belleza de la plaza interior de la mezquita totalmente iluminada mientras los hombres y las mujeres rezaban. Nos quedamos al fondo viéndolo todo pero nadie nos miraba mal y se acercó gente a hablar con nosotros y preguntarnos de donde eramos con una sonrisa. Sin duda la visión de la mezquita con la gente, iluminada por la noche, y con la llamada a la oración hicieron que fuese un momento muy especial de los que te quedan grabados para toda la vida.
Estuvimos un buen rato disfrutando del ambiente hasta que nos fuimos a cenar en un pequeño centro comercial a 150 metros de la plaza y finalmente volvimos al hotel, haciendo la firme promesa de que todos los días que estuvieramos en Isfahan íbamos a disfrutar de ese ambiente espectacular y sabiendo que íbamos a disfrutar mucho de nuestra estancia en Isfahan.