17 DIAS DE NOVIEMBRE DE 2013 POR TAILANDIA ✏️ Blogs de Tailandia

Una vez más, y ya van ….., empezábamos nuestra aventura en el aeropuerto de Madrid. Por primera vez no optamos por el vuelo más barato. ¡¡¡Raro!!! Me sorprendí hasta a mí mismo. En esta ocasión primamos la comodidad. O mejor dicho lo que creíamos que sería menos fatigoso. Así que volamos con Thai Airways (TG949) directos de Madrid a Bangkok. Sin escalas, y con el consiguiente ahorro de tiempo. Tras la experiencia, creo que fue una muy buena elección. El precio 691 euros por persona; ida y vuelta.
El avión salió puntual a las 11:35 del día siete. 12 horas de vuelo, que con la diferencia horaria significaba llegar a Bangkok a las 05:35 de la mañana del día ocho. Un poco antes de llegar a destino, nos dieron las hojas para el control de pasaportes. Constan de dos partes, casi idénticas, en las que hay que rellenar unos pocos datos básicos, como el nombre, número de pasaporte, fecha de nacimiento, empleo y dirección. Una parte se la quedaron a la entrada y la otra nos la devolvieron estampada con un cuño con la fecha de entrada. Importante no perder este papel ya que hay que entregarlo a la salida. ¿Y qué pasa si lo pierdes?: Pues ni idea. Pero mejor no averiguarlo.
A las cinco y media de la mañana aterrizábamos en el aeropuerto internacional de Suvarnabhumi. Directos al control de pasaportes. Por suerte, las temidas colas de las que todo el mundo habla para pasar ese control todavía no habían hecho su aparición. En apenas veinte minutos pasamos el control y recogimos las maletas. Sencillo, rápido e indoloro. Por cierto, para estancias de menos de un mes no hay que pagar ningún tipo de tasa de entrada.
Para desplazarnos al centro teníamos claro que lo haríamos con el Airport Rail Link (bangkokairporttrain.com). La pela es la pela. De hecho uno de los motivos por el que elegimos el hotel de Bangkok fue su cercanía a la estación de Phaya Thai, última parada del Airport Rail Link. Pero vamos a lo que vamos que ya me estoy yendo por las ramas. La estación del Airport Rail Link no tiene pérdida, está perfectamente señalizada. Solo había que seguir los dibujitos de un tren en los paneles indicadores para acabar llegando a la estación que estaba en la planta baja. Había letreritos por todos lados, había que estar ciegos para no verlos. Una vez en la estación teníamos dos opciones. La primera era la línea normal (azul) con siete paradas, y que por 45 bth por persona nos dejaría en Phaya Thai en una media hora. La segunda, era la línea express (roja), que no hacía ninguna parada por lo que solo tardaba unos dieciocho minutos. Pero su precio se disparaba a 150 bth por persona y además sólo llegaba hasta la estación de Makkasan. Por eso, salvo que se tenga mucha prisa, tanto por precio como por recorrido, la línea normal parece mucho más recomendable. Un detalle importante, el horario es bastante amplio de las seis de la mañana a las doce de la noche.
Supongo que tras lo comentado nadie duda que línea tomamos nosotros. El billete lo compramos en unas máquinas que estaban empotradas en la pared. Se podía elegir el idioma. Pero que nadie se emocione, nada de español. La elección se reducía a inglés o tailandés. Elegimos la estación de destino, el número de billetes, y a pagar. La maquina soltó unas fichas redondas de color rojo que había que usar para pasar por los tornos. Para salir había que volver a usar la ficha. Y cuidadito con perderla, siempre había gente junto a los tornos de salida vigilando que nadie saliera sin fichar.
Todo resultó muy sencillo. Mucho más de lo que parece. Y a la vista del intento tráfico de Bangkok, creo que es la opción más rápida para llegar al centro. Y si encima le sumas que es la más barata; pues eso, blanco y en botella.
Pero nada es perfecto y el Airport Rail Link tampoco. Su punto débil lo descubrimos al llegar a destino; las escaleras. No había escaleras mecánicas. Sí, como lo ois, no había escaleras mecánicas. Y no es que hayan puesto unos pocos escalones. ¡Noooo, que va!, un buen tramo de escalera, para que nadie se quede con ganas. Así que imaginaros bajando de un quinto piso sin ascensor, cargados con dos maletas, después de doce horas metidos en un avión. No sé quien fue, pero en ese momento me acordé del arquitecto que diseñó esas estaciones, y de toda su familia.
Debían ser las siete y media cuando plantamos nuestros pies en Bangkok. Nos recibió una ligera lluvia. Suave pero molesta. En menos de cinco minutos estábamos en el hotel, el Evergreen Place Bangkok. El precio, 4.455 bth (108 euros) por dos noches. Lo reservamos a través de la página (www.sawadee.com). Una página m interesante en la que encontramos mejores precios que en las páginas tradicionales, e incluso que las propias webs de los hoteles. Reservamos varios hoteles a través de ellos y no tuvimos ni un solo problema. Echadle un vistazo merece la pena.
¡Por fin podríamos descansar!. O al menos eso creíamos. En la recepción nos dijeron que la habitación no estaría preparada hasta las dos. Hala pues, directos a la calle sin pasar por la habitación.
Como todavía era pronto para empezar con las visitas, nos sentarnos en el bar que estaba justo al lado del hotel y descansamos un poco. No es lo mismo que echarse un sueñecito, pero como dicen por ahí, a falta de pan, …..
A eso de las nueve empezamos nuestro periplo por Bangkok. Nos dirigimos al BTS (www.bts.co.th/index_CoverPage.html), exactamente a la estación de Ratchathewi que acabábamos de descubrir que estaba a unos doscientos metros del hotel, mucho más cerca que la estación de Phaya Thai. Como en aquélla, no había escaleras mecánicas. Y esta vez tocaba subir. Por lo menos ya no íbamos cargados con las maletas.
Nuestro primer contacto con el BTS fue algo confuso. Nos costó un par de minutos entender como funcionaba aquello. Eso sí, una vez que lo asimilamos, todo resultó muy sencillo. Lo primero era localizar las máquinas expendedoras de billetes. Estaban en las columnas centrales. Junto a las máquinas había un esquema con el nombre de las estaciones y un número que no era más que el precio del billete. Lo único que había que hacer era pulsar ese número en la máquina expendedora, meter el dinero y automáticamente salía una tarjeta. Las máquinas solo funcionaban con monedas, no aceptaban billetes. Pero incluso eso estaba previsto. Cerca de las máquinas siempre había una ventanilla donde se podía pedir cambio. Creedme, resulta mucho más sencillo de lo que parece.
Tras abrir el torno con la tarjeta, tan sólo nos quedaba elegir el tren correcto y esperar a que llegase. Unos letreros señalaban la dirección del tren que llegaría por ese andén.
Una cosa que nos sorprendió mucho fue lo ordenados que son los tailandeses. Nada que ver con los chinos que no saben lo que es guardar cola y aplican la teoría de tonto el último. Los tailandeses son todo lo contrario. Nadie intentaba colarse. En los andenes había unas marcas donde todo el mundo se ponía en fila y esperaba su turno pacientemente para acceder al interior del vagón. La verdad es que tampoco sentimos la necesidad de saltarnos la cola. En ninguna ocasión nos quedamos sin poder entrar en un vagón porque estuviera lleno. Y aunque eso hubiera llegado a pasar tampoco hubiera sido muy grave; las frecuencias son muy elevadas y cada pocos minutos pasaba un tren.
Pero volvamos al viaje. Compramos dos billetes para ir a la estación de Saphan Taksin. 37 bth por cabeza, con cambio de línea en Siam incluido. En estos casos no hay que salir de la estación, simplemente bajar del tren, y buscar el andén correcto. Pero sin pasar por los tornos de salida.
Cuando se llega al destino, dentro de la estación, hay letreros que indican las diferentes salidas. Es muy importante fijarse bien y elegir la salida correcta. Hay mucha diferencia entre salir en lado correcto o en el lado contrario de la calle. En muchas ocasiones cruzar la calle es toda una odisea, ya que no hay lugares habilitados para ello. Para salir de la estación metimos la tarjeta en el torno. Repito, siempre había gente vigilando que todo el mundo metiera su tarjeta. Tal vez por eso no vi a nadie que se colará en el BTS.
Bajamos a la calle y fuimos caminando hasta el muelle que estaba a unos pocos metros. www.chaophrayaexpressb...m/en/home/) Aquí ya descubrimos una de las características de esta ciudad. Incluso me atrevería a decir que de todo el país. Por todo hay tenderetes vendiendo fruta, batidos, ropa, y chismes varios. Si os gustan las compras os sentiréis en el paraíso.
Al entrar en el muelle nos vimos inmersos en medio del caos. Muchísima gente, pero ni una sola indicación. La mayoría parecían tan desorientados como nosotros. Pero lo peor era que el único sitio donde informarnos era un quiosco con toda la pinta de vender tickets para las embarcaciones turísticas. De esos tan caros. Había leído en varios sitios que los billetes se compraban en el propio barco y no en tierra. Así que para evitar que nos liaran pasamos del quiosco. Nos quedamos allí parados, en medio de un montón de gente sin saber que hacer. La idea era esperar que llegara un barco y ya veríamos sobre la marcha. De repente las del quiosco empezaron a ordenar a la gente en una fila. Nosotros seguíamos sin saber que pasaba. Nos acercamos a la fila sin saber porque, y vimos que había gente que estaba subiendo a un barco. Ni nos habíamos enterado de que había llegado. Unos esperaban en una fila y otros subían al barco. Nos fuimos detrás de los que estaban embarcando. ¿Por qué?. Pues porque si. Ya veremos que pasa. Y entonces la vimos. Una banderita triangular de color naranja en la parte posterior del barco. Eso era lo que buscábamos. Un poco más tarde descubrimos que en los muelles están las banderas de los barcos que paran allí. La verdad es que la primera vez resultó bastante lioso. Y tuvimos mucha suerte. Nos subimos al barco con bandera naranja como nos podíamos haber subido a otro cualquiera. Acertamos la dirección de milagro, porque ni lo habíamos visto llegar. No sabíamos si iba o si venía. La suerte del principiante.


Una vez que todo el mundo había subido al barco, zarpó sin perder ni un segundo. El barco iba hasta la bandera, lleno de gente. Pero por muy lleno que parezca, siempre cabe alguien más. Tuvimos que ir de pie en la parte trasera. Enseguida localizamos a la cobradora. Iba cobrando al tun tun. Sin ningún orden. Me dio la sensación de que más de uno se libró de pagar el billete. No fue nuestro caso, 15 bth por persona. Ni nos preguntó a donde íbamos. Eso me dejó en la duda de si la tarifa es única con independencia de la distancia de que se recorra o si es que todos los farangs van al mismo sitio, así que para que molestarse en preguntarles.
Resumiendo, al llegar al muelle que sea, sólo hay que esperar a que llegue un barco con una bandera naranja triangular. En el muelle están las banderas de los barcos que paran allí. Y no hay que comprar ningún ticket, se paga dentro del barco, 15 bth por persona.
Nuestro destino era Tha Chang, el muelle más cercano al Palacio Real. Tardamos unos veinte minutos en hacer el trayecto. El paseo bonito, lo que se dice bonito, no fue. No nos engañemos, el río estaba bastante asquerosillo. Y no es sólo porque el agua tuviese un color marrón muy sospechoso, sino por la cantidad de mierda que había flotando por la orilla. Los olores por momentos resultaban desagradables. Y lo que se ve, pues que queréis que os diga, no me pareció muy interesante, chabolas cochambrosas combinadas con bloques de viviendas y hoteles de lo más moderno. Un contraste muy fuerte pero sin ningún tipo de encanto.

Al pasar junto al Wat Pho nos llevamos una pequeña decepción, apenas se veía nada. Lo único un poco interesante fue la perspectiva que tuvimos del Wat Arun. Pero como era el único transporte público que para cerca del Palacio Real es casi una obligación acabar montándose en él. Lo dejaría en que resulta práctico para moverse por esa zona de la ciudad, pero que como visita turística deja mucho que desear. Creo que tardaréis más en leer el rollazo que os he soltado que en hacer el recorrido en barca.
Para salir de Tha Chang tuvimos que atravesar un mini mercadillo. Raaaaaro sería lo contrario. No prestamos mucha atención. Entre lo cansados que estábamos y que íbamos a piñón fijo al Palacio Real, pasamos entre las tiendas con más pena que gloria.
Nada más salir del mercadillo apareció ante nosotros el Palacio Real, una pared blanca interminable que a primera vista no prometía mucho. La puerta de entrada estaba a mitad del muro.
Atravesamos la puerta y accedimos al Patio Exterior. Aquí todavía no había que pagar nada. Tampoco es que hubiese mucho que ver. Una explanada de césped, otro muro y detrás las puntas de los chedis y estupas. Estaba bien para abrir boca. Lo que si que estaba allí era el control de vestimenta. Nada de pantalones cortos ni hombros descubiertos. Ya no digo nada de minifaldas. Según del humor que esté el controler, incluso unos legings podrán ser consideramos como no adecuados. No pasar este control tampoco supone un gran problema. Simplemente te obligan a alquilar un trapo para taparte. El precio no lo sé, ya que nosotros pasamos el control sin problemas, pero no creo que sea muy caro. Es peor lo ridículo que puedes llegar a sentirte con esa ropa que lo que te cobran por dejártela.


Al fondo del Patio Exterior estaba la taquilla. La entrada costaba 500 bth por persona. Probablemente la entrada más cara que llegamos a pagar en Tailandia. Pero al ser una visita obligada el precio no es excusa. Simplemente hay que entrar y punto.
Un poco más adelante estaban los tornos de acceso al recinto de los templos, al famoso Wat Phra Kaew. En ese punto pudimos recoger un pequeño plano del complejo. Los había en varios idiomas, incluso en español.
Qué decir del Wat Phra Kaew. Parafraseando a un famoso torero, Im - Presionante. Un recinto bastante grande con varios edificios y numerosas estatuas. Resultaba muy llamativo, por el intenso colorido que le conferían los azulejos que lo recubrían todo. Sin ninguna duda, lo mejor ern el templo del Buda Esmeralda, y la Estupa Dorada. Pero los que me robaron el corazón, mis favoritos, fueron los Thotsakhirithon, unos demonios gigantes de cinco metros de altura. También había una maqueta bastante grande de Angkor Wat. Aunque eso no deje de ser una anécdota. Por ponerle una pega, estaba lleno de gente por todas partes. Demasiada gente. Pero no se podía esperar otra cosa de la principal atracción de Bangkok.
Paseamos tranquilamente por todo el recinto. Entrando en todos los templos, incluso en el del Buda Esmeralda. Quítate los zapatos. Póntelos. Quítatelos. Póntelos. Un poco coñazo, pero es lo que hay.


Había leído que no se podía acceder al interior del templo que alberga el Buda Esmeralda. Pero no es cierto, si que se podía. Lo que estaba prohibido era hacer fotos en el interior del templo. En cuanto al Buda Esmeralda, cuestiones espirituales al margen, resultaba peculiar. Era diferente a la mayoría de las imágenes de Buda que se pueden ver por todo el país. Al estar hecho de jade verde no se parece en nada a los Budas dorados que se encuentran en prácticamente todos los templos que visitamos. Ah!, y no esperéis el gran Buda, tan solo son 45 centímetros de nada. En otro contexto eso sería una animalada.
Pasamos un buen rato paseando entre los templos. Con lo de buen rato no me refiero a que fuera un rato agradable, que también. Sino a que pasamos un rato largo allí dentro. Para una visita rápida, sin detenerse a observar los detalles, se necesita por lo menos una horita. A partir de ahí se puede sumar el tiempo que uno quiera. Los amantes de los pequeños detalles pueden llevarse un saco de dormir, porque no les dará tiempo de analizarlo todo en una semana.


Los grandes templos del Palacio Real son con diferencia, lo más espectacular que se puede ver en Bangkok.
Vistos los templos, sólo tuvimos que atravesar una puerta para pasar al siguiente punto de la visita. El Patio Central, con dos puntos de interés. El primero era el Palacio Real propiamente dicho, un gran edificio blanco con aires europeos. Solo las estatuas de elefantes que decoraban la fachada nos recordaban que seguíamos en Tailandia. El segundo el Salón del Trono (Pabellón Dusit). Un edificio estilizado con cuerpo europeizado, pero con los típicos tejados tailandeses. Una bonita combinación para el exterior, pero con un interior que me dejó un tanto frío. No se que esperaba, pero lo que vi no me llegó. Demasiado sencillo, tan sólo el trono rodeado por unas paredes de color rojo. Con un nombre tan pomposo, Salón del Trono, esperaba un interior a la altura. Pero no, mucho nombre y poco contenido.


El interior del Palacio Real no se podía visitar. Sólo se podía acceder a los bajos, donde tenían montada una exposición de armas. Nos asomamos al interior, y vimos montones y montones de lanzas roñosas. Más que de entrar, de lo que daban eran ganas de salir corriendo. No me hagáis mucho caso, el cansancio me nublaba el entendimiento.
Según el plano que habíamos cogido en la entrada, a continuación venían los jardines privados. Pero esos jardines fueron como el valor en la mili, que se supone. Pues los jardines igual, se supone que estaban allí, pero yo ni los ví. No tengo motivos para dudar de que estén, pero muy interesantes no deben ser cuando uno pasa por al lado y ni se entera.
Y eso fue todo. Siguiente parada el Wat Pho. De camino preguntamos a unos tuctuqueros que estaban apostados en una esquina. Amablemente nos indicaron el camino correcto. Después de todo lo que había leído sobre esa gente, me sorprendió lo fácil que resultó. Hasta me dio rabia que no nos intentaran timar. ¿Qué pasa, no damos la talla como turistas?. ¡Yo también quiero que me intentéis timar!. Menos mal que en cuanto echamos a andar, se nos acercó un insurrecto y cumplió con su obligación. Nos dijo que el templo cerraba a las doce, en menos de media hora. Si majete, lo que tu digas. Pasamos de él olímpicamente. Estaba claro que era mentira. Además lo dijo con tan poca convicción, que resultaba imposible que pudiera convencer a alguien. Se me olvidó darle las gracias por hacer que no nos sintiéramos los turistas más cutres de Tailandia.


La entrada al Wat Pho nos costó a 100 bth. Lo primero que apareció nada más entrar fue el templo del Buda Reclinado, la atracción principal del recinto. Como un imán, nos atrajo hacia su interior. Zapatos fuera, una pequeña escalinata y allí estaba. Imponente. Por mucho que te lo cuenten, no puedes hacerse a la idea hasta que lo ves. Estaba encajado en el interior del templo. No sé como se las apañaron para meterlo allí. Desde luego por la puerta no. Era tan grande y estaba tan ajustado que casi resultaba imposible meterlo en una foto.
Entramos por la puerta que estaba junto a la cabeza. Imposible sacar una foto decente. 43 metros después estábamos junto a los pies. Las mejores fotos del Buda reclinado las sacamos desde este punto, ya que era el único lugar desde donde se podía encuadrar toda la estatua en una foto. Pero no os emocionéis, no resulta nada fácil. Encajar al Buda en el objetivo de la cámara y al mismo tiempo evitar a la multitud de fotógrafos aficionados que siempre se cruzaban por delante hizo que resultase una tarea casi imposible. Pero el que la sigue la consigue. Y no me moví de allí hasta que me salí con la mía.


Continuamos el recorrido por la parte trasera de la estatua. Allí estaban los famosos 40 cuencos. ¡No saben nada estos budistas!. Si os creéis que con una monedita os vais a librar estáis muy equivocados. Mucho mejor poner 40 cuencos y montarse una ceremonia en la que para hacer el donativo hay que depositar una moneda en cada cuenco. Y además lo tienen todo bien pensado. Como la gente no se suele pasear con esa cantidad de monedas en los bolsillos, más que nada por no cargar con un par de kilos de ferralla, habían colocado una mesita donde se podían comprar las monedas. La gente daba un billete y ellos les devolvían las monedas para que las depositasen en los cuencos. Hacían el donativo, se iban, y a continuación ellos recuperaban las monedas al hacer la colecta. Un negocio redondo, se quedaban con el billete y con las monedas.
El resto del recinto parecía moverse a un ritmo más pausado. Consistía en unos cuantos templos y numerosas estupas recubiertas de azulejos. El conjunto era precioso, y muy tranquilo. Mucho más que el Wat Phra Kaew. Recorrimos todo el recinto sin prisas, disfrutando de la bonita combinación de colores. Entrando en los diferentes templos que estaban abiertos para ver los Budas que albergaban en su interior. Todos muy interesantes, pero ninguno como el enorme Buda reclinado.
Por una puerta pasamos al recinto interior, unas galerías con Budas dorados sedentes del tamaño de una persona. Uno sólo no llamaría mucho la atención, pero verlos a todos juntos, sentaditos, sin moverse, cada uno con una expresión facial diferente, hacía que el conjunto resultase muy bonito. Con el paso de los días descubrimos que esas galerías se encuentran en la mayoría de los templos. Pero ésta fue la que mejor recuerdo me dejó. Supongo que porque fue la primera.


Como curiosidad, vimos un grupo de críos que realizaban un entrenamiento de Muai Tai. En realidad estaban a la caza del turista. La idea era convencer a unos cuantos frikis para que hicieran un simulacro de calentamiento con su posterior pelea. No tardaron en convencer a unos incautos que se prestaron al juego. El resultado fue patético, quedando en entredicho las actitudes y habilidades físicas de los voluntarios. Por favor, si queréis ayudar a esos chicos, dadles dinero o lo que sea, pero no es necesario que os pongáis en ridículo de esa manera.


Con el objetivo cumplido abandonamos ese maravilloso lugar. Mi mujer ya no podía con su alma. Necesitaba tumbarse un rato. Para volver al hotel nos dirigimos al muelle de Tha Tien, que era el más cercano al Wa Pho. Esta vez la cosa resultó mucho más fácil. Y es que la experiencia es un grado.
Desde ese muelle salían las barcas que cruzaban el río en dirección al Wat Arun. Tan sólo 3 bth. Las barqueras se abalanzaron sobre nosotros nada más poner un pie en el muelle. En cuanto les dijimos que no nos interesaba, que queríamos coger el Chao Phraya Express, nos enviaron al punto de embarque para quitarnos de en medio y despejar su territorio de caza.
Tras varios minutos de espera llegó el barquito con su bandera naranja. Más lleno que por la mañana. Pero por lleno que parezca siempre hay sitio para más gente. Pagamos los 15 bth de rigor y hasta Saphan Taksin. Seguidamente BTS hasta Ratchathewi por 37 bth, para llegar al hotel un poco antes de las dos. Por suerte, la habitación ya estaba lista.
Mi mujer casi no tuvo tiempo ni de quitarse los zapatos. Fue tumbarse en la cama y quedarse dormida. Me moría de ganas de hacerle compañía, pero la cabra tira al monte, así que volví a la calle, yo solo, para continuar con algunas visitas que podrían considerarse menores.
Lo de tener una parada del BTS justo al lado del hotel es todo un lujo. En menos de cinco minutos, espera incluida en la estación, ya estaba camino de mi destino. Y a un precio más que razonable. En esta ocasión ese destino era Victory Monument, a tan solo dos paradas. El precio 22 bth. La idea era ir caminando desde allí hasta el Palacio de Vimanmek, aprovechando el paseo para comer cualquier cosa por el camino. Lo de la comida se solucionó rápidamente. En la misma plaza de Victory Monument había varios chiringuitos donde preparaban especialidades tailandesas. Elegí lo que me pareció menos raro, unos noodles con verdura, huevo y algo más que no sé lo que era. Mi primer contacto con la comida tailandesa. Y siendo sincero, muy positivo no fue. Bueno, lo que se dice bueno, no estaba. Venga, sin tapujos, estaba asqueroso. Me consolé pensando que aquello había ido una mala elección, una simple anécdota. Pero por desgracia fue una constante. Tras diecisiete días por Tailandia, probando diferentes cosas, creo que la comida no es uno de los fuertes de este país.


En cuanto a Victory Monument, no era más que una rotonda enorme, con un obelisco en medio y varias figuras alegóricas a su alrededor. Una plaza grande con mucho tráfico y movimiento de personas. Supongo que a estas alturas todo el mundo ya lo sabe, pero por si queda algún despistado por ahí, desde esta plaza salen las famosas furgonetas que mucha gente usa para hacer las excursiones a Ayutthaya, a Kanchanaburi o a los mercados flotantes. Por lo demás poco interés le vi. Una plaza grande sin más.
Caminando, caminando tuve la sensación de que algo fallaba. O me había equivocado de dirección o las distancias eran mucho más largas de lo que parecía en el plano que había cogido en el hotel. No me costó mucho comprobar que el fallo estaba en el plano. Lo que parecían un par de calles eran en realidad varios kilómetros. Andando no iba a llegar nunca. Mejor parar un taxi y que me llevara al Palacio de Vimanmek. Tuve que repetirle varias veces al taxista adonde quería ir antes de que me entendiera. En ese momento las tornas se cambiaron, el que no lo entendía era yo. Me soltó, teóricamente en inglés, una historia de la que sólo entendí, cerrado y policía. Sonaba a intento de timo, pero no me ofrecía llevarme a otro sitio y además puso el taxímetro sin pedírselo. Así que me dije, ya veremos.
Se detuvo frente a una barricada custodiada por no menos de 20 policías con cascos y escudos antidisturbios. ¡Hostia!. No veas la que tenían montada allí. Y el taxista va y me dice que me tengo que bajar allí. En ese momento entendí lo de cerrado y policía. El taxista era un tipo legal y había intentado avisarme de aquello. Le pagué los 55 bth que marcaba el taxímetro y me sumergí en aquel lío de coches, barricadas y policías.
Crucé la calle, y con cara de no haber roto nunca un plato le pregunté a la policía si podía pasar por allí. El que parecía el jefe me contestó que no, sin darme ninguna explicación. Debió pensar lo mismo que yo, para que voy a darle explicaciones si total no nos vamos a entender. Pero yo no me rindo tan fácilmente, empecé a caminar hacia el próximo cruce pensando solventar el problema con un pequeño rodeo. El pequeño rodeo se convirtió en toda una caminata ya que el siguiente cruce estaba bastante lejos. Y al llegar al cruce, sorpresa, otra barricada con policías, alambradas de espino, y pilones de hormigón. Eso ya no entraba en mis planes. No entendía lo que estaba pasando por lo que me quedé un poco chafado. Y para acabar de hundirme, justo detrás de la barricada podía ver un bonito templo, el Wat Benchamabophit, más conocido por los que no saben tai, como Templo de Mármol. Tan cerca y tan lejos. Era frustrante. No me podía rendir sin intentarlo una última. Me acerqué de nuevo a la barricada y volví a preguntar. Todavía no entiendo el porque, pero me dijeron que sí, que podía pasar. Por un ladito, entre las alambradas y los bloques de hormigón. Nada pues, rapidito no sea que cambiasen de opinión.
Mi objetivo prioritario era el Palacio de Vimanmek, pero ya que estaba allí me acerqué al templo. Cuando vi que cerraban a las seis no lo dudé, me convenía ir primero al Palacio de Vimanmek que cerraba a las cuatro. Empecé a caminar sin tener muy claro si iba en la dirección correcta. En la calle no había nadie, ni gente, ni coches, ni na de na. Normal, con esa barricada en la entrada de la calle.
No había caminado ni cien metros cuando se me acercó un motorista. No sé de donde narices pudo salir, pero allí estaba. Muy amablemente se ofreció a llevarme. Un pequeño inciso. La gente en Tailandia es realmente amable y agradable. Es un país en el que me he sentido muy a gusto en ese aspecto. Pero todo tiene un límite y estaba claro que aquello no era pura amabilidad, eran negocios. Así que teniendo las cosas claras, dejémonos de chorradas y al lío. ¿Cuánto quieres?. 50 bth. Eché un vistazo a mi alrededor y comprendí que tenía dos opciones, o seguir caminando a ciegas o montarme en esa moto. A veces ser un inconsciente tiene sus ventajas, y en esta ocasión me vino de perlas. Me monté en la moto y me encomendé a las habilidades de un sujeto al que no conocía de nada. Al final de la calle nos reincorporamos al tráfico y empezó una carrera contrareloj. Estaba claro que no iba a parar por nada del mundo. Pasaba por en medio de los coches, se cruzaba por delante, y no solo de los que estaban parados, también de los que iban circulando. Invadía el carril contrario. Y si para pasar había que rozar con la rodilla en un coche, pues nada, se rozaba y punto. Aquello resultó toda una aventura. Mucha gente lo consideraría una locura. Yo en cambio me lo pasé pipa. Fue divertidísimo. Incluso tuvimos que atravesar un par de barricadas policiales más. Pero eso ya era asunto del motorista. Tuve la sensación de que los convencía explicándoles que llevaba a un farang al Palacio de Vimanmek. Y la verdad es que funcionó, me dejó justo en la puerta del palacio.


Como la entrada al Palacio Real también daba derecho a entrar a este otro palacio, no pasé por taquilla, fui directamente al control de entradas, donde me pusieron un cuño y para adentro.
Como por todo, antes de entrar al palacio había que descalzarse. Pero aquí eran aun más exigentes, tampoco se podía entrar mochilas, ni bolsos, ni nada parecido. Había que dejarlos en unas taquillas que estaban junto al palacio. Eso hasta podría entenderlo. Lo que ya no me cuadró tanto es que para poder cerrar la taquilla me hicieran meter 20 bth. Dinero que evidentemente ya no recuperé. Bien pensado es algo ridículo, 0,50 céntimos. Pero, por qué …… Y para rematar la jugada tampoco se podían hacer fotos en el interior. Con tantas normas absurdas y prohibiciones sin sentido, más que estar en Tailandia parecía que había vuelto a España.
En cuanto al palacio; pues es bonito. Sobre todo por fuera. Un edificio en forma de L, de dos plantas, pero con la peculiaridad de ser todo de madera de teka. Estas afirmaciones me hacen gracia. Todos decimos que es de madera como si fuéramos auténticos expertos en la materia.Y la verdad es que no se si un rudo leñador del norte, distinguirá una madera de teka de una de pino, pero yo os puedo garantizar que nos las distingo ni por asomo. Ni aunque mi vida dependiera de ello.
No es ni de cerca lo mejor de Tailandia, ni tan siquiera de Bangkok, pero tenía su punto. Al menos a mí me gustó.
Una vez dentro se recorren los pasillos y se atraviesan diversas estancias, aunque la mayoría de las habitaciones sólo se podían ver desde la puerta sin acceder al interior. Además los pasillos se encontraban junto a las fachadas, por lo que a un lado quedaban las estancias, y al otro las cristaleras desde las que se podía ver el jardín.
En cuanto a la decoración predominaban las piezas estilo palacio europeos. Con todo lo típico. El comedor montado y listo para servir la comida. Un dormitorio con una cama con dosel pero sin cabecera. Varias habitaciones con sillas y mesas de estilo clasicista. El contrapunto lo ponían los numerosos colmillos de elefante que adornaban la mayoría de las habitaciones. Por eso el interior me pareció un híbrido entre palacio y casa del lejano oeste. Eso sí, a lo bestia.


No había mucha gente visitándolo, por lo que pude visitarlo tranquilamente. A mi aire, sin prisas. Pude ver las habitaciones de las dos plantas sin empujones e incluso me detuve un par de veces frente a los ventanales para disfrutar los jardines. Me pareció una visita bastante interesante, y sobre todo diferente al resto de cosas que se pueden ver en Bangkok.
Al volver a la calle tenía clara mi prioridad. Parar a un motorista. Un pequeño inciso. No consiste en parar al primero que pasa montado en una moto. Se trata de gente cuya ocupación consiste en transportar a gente en su moto. Como si fuera un taxi, pero sin techo, con dos ruedas y para un solo pasajero. Se les distingue fácilmente. Todos llevan un chaleco naranja. El modelo puede variar, pero el color siempre es el mismo. Y si tenéis dudas, lo único que hay que hacer es mirarlos. Si no se paran es que no pertenecen al gremio. Los taxi-motoristas están al quite y en cuanto ven a un guiri despistado enseguida le ofrecen su medio de transporte. Localizado el motorista, toca negociar el precio. Ellos te dirán que te montes, y si no has negociado previamente el precio, al llegar al destino puedes tener un problema. Por eso mejor dejarlo claro desde un principio.
Aclarado este asunto, volvamos con el motorista al que había parado. ¿Cuánto por llevarme al Wat Benchamabophit?. 100 bth. Ni loco, para venir desde allí sólo me han cobrado 50 bth. Que sí, que no. Que si, que no. Como vio que yo no cedía acabó aceptando mi oferta.
Y de nuevo me encontré montado de paquete en una moto conducida por un piloto kamikaze. Un recorrido suicida entre motos, coches y artefactos móviles varios. Sin respetar ninguna norma de circulación. Un recorrido de locos, como el anterior, e igual de divertido. El problema fue que este conductor no debía tener el mismo poder de convicción que el anterior. En varias barricadas policiales no le dejaron pasar. Me dejó junto a otra barricada, cogió los 50 bth, me dijo que el templo estaba detrás de la barricada y se marchó lo más rápido que pudo. Entendí sus prisas cuando al intentar cruzar la barricada la policía me dijo que por allí no podía pasar. Como buenamente pudo, el policía me envió al siguiente control. En ese momento me cagué en el motorista y en sus más próximos allegados. Al llegar al siguiente control respiré aliviado, era el mismo por el que ya había pasado andando unas horas antes. El templo estaba detrás. Ni lo dudé, me fui directo al lugar por donde había pasado andando la vez anterior. Y de nuevo me dejaron pasar sin problemas. Lo que no entiendo es porque el motorista me dejó junto a la barricada anterior en lugar de pararse junto a ésta que estaba mucho más cerca del templo. Misterios de la vida.



Le entrada al templo me costó 20 bth. Me encontré frente a un edificio central de mármol blanco con un enorme Buda dorado sentado. El edificio estaba rodeado de galerías que cobijaban un montón de Budas junto a las paredes. Detrás había otro edificio con un Buda parecido al anterior. Y más al fondo las habitaciones de los monjes. Unos barracones divididos en habitaciones con las puertas y las ventanas verdes.
Me encantó ese lugar. No había prácticamente nadie y se respiraba una enorme tranquilidad. No resulta tan espectacular como el Wat Phra Kaew, ni tiene el colorido del Wat Pho, pero no por eso deja de ser un templo precioso. Recorrer el recinto en silencio, sin gente alrededor. Sentir la espiritualidad del lugar frente a un precioso Buda con la única compañía de un par de tailandeses cuyo único interés era rezar. Pasear entre monjes en sus quehaceres diarios. Todo eso no tiene precio, y en pocos sitios pude disfrutarlo como aquí.


A la salida me dirigí de nuevo a la barricada para cruzarla. Esta vez en sentido contrario. Justo delante había un motorista parado. A esas alturas ya no estaba para experimentos. Me fui directo a por él. Me sorprendió pidiéndome solo 40 bth. Y además entendió a la primera a donde quería ir. La conducción no difirió mucho de la de sus compañeros de profesión. Pero en esta ocasión nos metimos en todo el meollo. Por las grandes avenidas de Bangkok, con un tráfico terrible. Toda una experiencia, que casi podría considerarse como un intento de suicidio. Pero aun así repetiría, circular como un loco en medio de ese tráfico tan caótico resultó de lo más emocionante. Aunque tengo que reconocerlo, en un par de ocasiones cerré los ojos. No veía hueco para pasar y creía que nos la pegábamos.
La sorpresa vino cuando de repente se paró y tras hablar con una chica, me dijo que me bajase que me llevaba ella. Ehhhhh?. Antes de irse me pidió que le diese algo. No. Si. No. Si. Me giré hacia su compañera para intentar aclarar el tema. Pero se hizo la loca, como si no me entendiese. No hubo manera de que me dijese cuanto quería cobrar. Yo le decía que su compañero me había pedido 40 bth, pero ella quien oye llover. Y mientras, el que me había llevado hasta allí pidiéndome 20 bth. Vale, vale, vaaaaale. Pero a tu amiga sólo le voy a dar 20 bth. Ok, ok, ok. Y su amiga haciéndose la loca, hablando en tai, que no había manera de entender ni una palabra. Yo solo quería llegar al hotel, así que le di los 20 bth al chico, y me subí a la otra moto con la chica. Pero lo de esta gente es de locos. Tras circular un rato se paró en un lugar que no me sonaba de nada y me dijo que ya habíamos llegado. Si ella decía que era allí, ….
Lo divertido vino cuando le di los 20 bth. Sin cortarse ni un pelo me dijo que no, que era muy poco. ¡Mira tú por donde!, de repente había aprendido inglés. La verdad es que no sé cuanto me pidió. Lo que tenía claro es que de mí no se iban a reír. Insistí con los 20 bth, que esa era el trato con su amigo. Cuando vio que la cosa no iba como ella quería se puso a gritar en tailandés. ¡qué te crees que eres la única sabe idiomas!. Pues vas lista. Y me puse a hablar en español. Lo de confrontar nuestros idiomas no dio resultado, tampoco llegamos a un entendimiento. Y mira que tengo facilidad de palabra, y ella por lo alto y rápido que hablaba, parecía que también la tenía. Pero no, no funcionó. Tampoco era plan quedarse allí discutiendo todo el día, así que le dejé los 20 bth sobre el sillín de la moto, me di media vuelta y me alejé de allí, mientras ella me despedía con algo que no entendí pero que creo no equivocarme si lo traduzco como “Me c….go en todos tus muertos, pu…a farang. Me alejé lo más rápido que pude, busqué algo que me permitiera orientarme y al hotel, que no estaba muy lejos.
Mi mujer todavía estaba dormida. La desperté, y mientras se sacaba las legañas me fui a dar un baño en la piscina del hotel. El agua estaba fantástica. Daban ganas de quedarse allí toda la noche. Pero no podía ser, Bangkok nos estaba esperando.
Nos encaminamos hacia Khao San Road . Fuimos caminando un rato por las calles cercanas al hotel. Estaban muy animadas, con gente por todas partes, carritos vendiendo toda clase de chismes, puestos de comida ambulante. Tenía su gracia, pero estaba muy cansado y no me apetecía mucho caminar, así que paré un taxi. Se negó a llevarnos con la excusa de que había mucho tráfico. Ni se molestó en darnos precio. El segundo taxi se negó a poner el taxímetro. El tercero no apareció nunca. Así que aunque habíamos oído hablar pestes de los tuk tuk decidimos probar suerte con ellos. El primero Nos pidió 200 bth. Vaya burrada, le dijimos que no. Paramos otro tuk tuk. Empezó con 100 bth. Intente negociar y le ofrecí 60 bth. No. 80 bth. No, y se giró con intención de irse. Vale, vale, vale, tú ganas, 100 bth.
Estoy convencido de que ese mismo trayecto realizado con taxímetro hubiera resultado más barato. Pero cuanto más barato, ¿20 bth, 30 bth?. O sea unos 0,50 céntimos. No creo que por esa cantidad merezca la pena perder media hora regateando, o quedarse tirado en medio de la nada esperando un taxi dispuesto a poner el taxímetro. Además, ir en tuk tuk tiene su gracia. Mucha más que ir en taxi. Al menos para nosotros. Y la verdad el placer de ir en un tuk tuk vale mucho más que esos 0,50 céntimos. Desde ese momento decidimos que usar los tuk tuk cada vez que se nos presentará la ocasión. Estaba claro que el precio no sería un problema, y siempre nos han gustado estas frikadas. Así que a disfrutarlas.
Paseamos por Khao San Road y por su paralela Rambuttri. Yo no noté ninguna diferencia entre las dos calles. Lo de que Rambuttri es más tranquila que Khao San Road es algo que ya pasó a la historia. En ambas calles había mucha gente paseando pero sin masificación. Se podía caminar tranquilamente y el ambiente resultaba muy agradable. Entre los tenderetes y toda la trastería que las tiendas extienden en la calle, apenas quedaba un pasillo muy estrecho para pasar. Pero no estaba mal. Estos mercadillos nunca me han llamado la atención, pero este resultaba agradable.


Sin previo aviso empezó a llover. No lo esperábamos, por lo que no íbamos preparados. Aprovechando que empezaba a ser hora de cenar nos metimos en el primer restaurante que vimos. No me fijé en el nombre. Ni falta que hace. Creo que todos los restaurantes se parecen y ofrecen casi lo mismo a precios muy similares. No merece la pena volverse loco buscando un restaurante determinado. Creo que es mejor seguir el instinto y entrar en el que mejor pinta tenga. Total la comida no es el fuerte de Tailandia.
Pedimos un pescado a la plancha, unos mejillones, una patata al horno, un agua y dos Sprites. Nos cobraron 370 bth. Fue una de las pocas veces en que la comida tenía el sabor de lo que comíamos. Era nuestro primer día y todavía no sabíamos lo que nos esperaba, así que tampoco le dimos mucha importancia. Pero con el paso de los días llegamos a apreciar el lujo que supuso esa cena.
Cuando terminamos de cenar ya había dejado de llover. Aprovechamos para dar un nuevo paseo y comernos el postre, una crepe de nutela por 40 bth. Muy buena. Aunque bueno, cualquier cosa con chocolate siempre recibirá esa calificación por mi parte.
Para volver al hotel, negociamos directamente con un tuk tuk. Ni nos planteamos coger un taxi. Sería el colofón a nuestro primer día en Tailandia. Ni corto ni perezoso, nos pidió 200 bth. Tras una negociación bastante amistosa acabó dejándolo en 150 bth. Seguro que más caro que en taxi; pero, ¿y lo que disfrutamos del paseo?. Eso no nos lo quita nadie.

---

Nos levantamos a las nueve. Tras un desayuno correcto, a las diez salíamos por la puerta del hotel. La primera visita del día sería la casa de Jim Thompson. La mejor manera de llegar hasta allí era en barca, más concretamente con la que recorre el Klong Saen Saep www.transitbangkok.com...boats.html). El muelle de Hua Chang estaba a un par de calles del hotel. Hay dos líneas diferentes, que si bien resultan muy prácticas, no son fáciles de localizar. De hecho una persona puede pasar varios días en Bangkok sin llegar a saber que existen. Los canales quedan camuflados por los numerosos edificios que los rodean. Y los muelles están tan escondidos que ni se ven. Incluso sabiendo su localización, resulta dificultoso encontrarlos. Con estas premisas ya os podéis imaginar que tuvimos que dar un par de vueltas antes de descubrir que el muelle estaba en la otra orilla. Cruzamos por debajo de un puente atravesando lo que se suponía que era un restaurante. Aquel lugar más que ganas de comer lo que daba era miedo. En España no hubiera cruzado por un sitio así ni harto vino. Pero el sudeste asiático es diferente. En esos países nunca me he sentido inseguro. Y Tailandia no fue una excepción.
En estos países los problemas suelen ser de otro tipo. Más concretamente de orientación. Y en estos muelles no hay nada que te ayude lo más mínimo. Intenté situarme. Mirando a un lado. Al otro. Girando el plano. Volviéndolo a girar. Pero no había manera. No era capaz de concretar la dirección. Tras nosotros llegaron otros dos turistas y dos chicos tailandeses. Nos acercamos a los dos chicos y les preguntamos donde estaba la casa de Jim Thompson. Como todo buen tailandés que se precie no se enteraron de nada. No entendían lo que les estábamos preguntando. Ni leyéndolo en la guía. Y es que no tienen ni idea de inglés. Pero eso lo suplen con una gran amabilidad. Como no eran capaces de ayudarnos cogieron la guía y se fueron a preguntar a la otra pareja de turistas. Éstos entendieron a la primera lo que buscábamos. Y no solo eso, además sabían donde estaba. Se nos quedó cara de tontos, cuando nos dijeron que la casa estaba a unos pocos metros. Que no hacía falta coger ningún barco. Por si no habían sido lo suficientemente claros, nos señalaron un letrero donde ponía claramente “Jim Thompson”. Menudo ridículo. No sé cuanto tiempo llevábamos allí, y no nos había dado ni cuenta del letrerito.
La casa estaba a menos de 500 metros. Sólo tuvimos que caminar paralelos al canal y no tardamos en llegar a otro letrero que señalaba la entrada. Con el paseíto matamos dos pájaros de un tiro. No solo nos llevó a la Casa de Jim Thompson, también nos sirvió para ver como son los klongs. Y puffff. Vaya cosa fea. Y sucia. Y, y, y ……No sé, no le vimos la gracia por ningún lado. Casas cutres, o mejor dicho chabolas, sobre el río. Hierros oxidados. Suciedad flotando. Y sobre todo, un olor nauseabundo. En ese momento decidimos que no haríamos el paseito en long tail por los klongs. Pasar dos horas en una barca viendo eso no nos pareció una buena manera idea. Seguro que podíamos utilizar ese tiempo en algo más provechoso.


La entrada a la Casa de Jim Thompson nos costó 100 bth. Las visitas eran guiadas, en inglés o en francés. Nosotros elegimos inglés. Aunque no fuera mucho, siempre entenderíamos alguna cosilla. Nos dieron hora para las 10:50. Todavía faltaba una media hora. Para matar el tiempo dimos una vuelta por los jardines que rodean la casa. Un remanso de paz y verdor en medio del caos de Bangkok. Un lugar muy agradable. Pero tan pequeño como agradable, por lo que no tardamos mucho en visitar los diferentes rincones del jardín. A los pocos minutos estábamos sentados en un banco de madera frente a la tienda de recuerdos.


A las 10:50 puntuales como un clavo, empezaron las visitas. Se formaron los grupos y se distribuyeron por las diferentes estancias. La visita duró unos 45 minutos, y consistió en un recorrido por los jardines y las diferentes estancias de la casa-museo. Seis casas de madera que si bien inicialmente estaban separadas, se unieron al trasladarlas a su actual ubicación para facilitar su visita. En la casa se conserva el mobiliario original así como diferentes obras de arte. Todo muy coqueto y en eso reside precisamente su encanto. Además la visita está muy bien estructurada, lo que permite entender un poco mejor lo que se está visitando. Además, no sé si será algo común a todas las guías del museo, pero la que nos toco a nosotros hablaba un inglés bastante standard. Entendimos muchas de las cosas e historias que contó. Tal vez por eso salí tan satisfecho de una visita que en principio no parecía revestir un especial atractivo. Me gustó mucho, y recomendaría a todo el mundo que se pase por ese lugar.


Volvimos al muelle. Para ello tuvimos que recorrer nuevamente la calle paralela al klong. Este paseo reconfirmó nuestra primera impresión. Vaya cosa cutre y maloliente. Ya es que esa barca era la mejor manera de llegar a nuestra próxima visita, porque sino, no nos ven el pelo ni por casualidad.
Esperamos unos minutos en el muelle de Hua Chang, y nos subimos al barco que debía llevarnos a la Golden Mountain. En estas barcas también se paga a bordo. Nos preguntaron a donde íbamos pero como no hubo manera de entendernos nos cobraron 10 bth a cada uno y arreglados. Al llegar a la primera parada nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado de dirección. ¡Vaya par de inútiles!. Menos mal que estas equivocaciones tienen fácil solución. Nos bajamos y esperamos a que pasara otro barco en dirección contraria. Mientras esperábamos se nos acercó un individuo que pretendía que cogiéramos un tuk tuk con la excusa de que el barco no iba a la Golden Mountain. Otro intentó de timo que me volvió a levantar la moral. Me encanta que me hagan caso. Vale, se que me están intentado timar, pero puedo apreciar el cariño que se esconde detrás de ese intento de timo.
Nos montamos en la primera barca que vino y tras cuatro paradas llegamos al muelle de Phan Fa Lilat, que por cierto es el final de la línea por lo que no hay equivocación posible. En este trayecto nadie se acercó a cobrarnos.
Como bien dice mucha gente, este paseo es una buena alternativa al paseo privado por los klongs en long tail. Se navega entre viviendas volcadas sobre el canal, pero gente se ve poca. Al menos ese día no la había. Nada de tipismos, ni del verdadero Bangkok. Pero si uno quiere ahorrarse unos euros, un paseo por este klong puede servir de sucedáneo. Yo me reafirmo en mi opinión. Bien para trasladarse de un lado a otro, pero como visita turística no vale un duro.
Una vez en tierra, llegar a la Golden Mountain resultó muy sencillo. Nada más salir del muelle vimos un pequeño letrero que indicaba la dirección del templo. Caminamos un rato en esa dirección y llegamos enseguida. Estaba muy cerca.
Para visitar la Golden Mountain tuvimos que pagar 20 bth cada uno y subir un buen tramo de escaleras. Al principio entre plantas, fuentes, y algunas figuras de Buda y de demonios. Una bonita combinación de colores que nos amenizó la subida. A media subida, las plantas desaparecieron y pudimos disfrutar de las primeras panorámicas de Bangkok desde las alturas. En los rellanos encontramos series de campanas y hasta un gong. No eran simples adornos, estaban ahí para que la gente los tocase y los hiciese sonar. Ah!, y para que los frikis como nosotros se pudieran hacer la foto de rigor. Todo junto hizo que la subida resultara muy agradable. Primero por el verdor que rodeaba la escalera y después por las vistas sobre Bangkok.


Y al final de la escalera apareció el templo, el Wat Saket. En realidad es medio templo, medio tienda. Bueno, más tienda que templo. Cuatro pequeños altares que casi pasaban desapercibidos entre las tiendas, y un Buda en una rotonda central. Lo de esa rotonda es algo que no recuerdo haber visto en ningún otro templo. Aún así, el templo no vale nada. Salvando las distancias, me recordó a esas iglesias modernas, todo hormigón, que hay repartidas por nuestra geografía. No se parecían en la forma, pero si en la falta de encanto y en lo frías que resultan.
En la planta superior había una terraza desde la que se puede disfrutar de unas vistas excelentes de la ciudad. Pudimos ver los tejados de numerosos templos distribuidos por toda la ciudad. Incluso a lo lejos pudimos distinguir el Wat Arun, el Palacio Real y el Wat Pho. Y es que eso es lo realmente interesante de la visita a la Golden Mountain; las vistas.


En el centro de la terraza había un chedi dorado. Y a sus pies unos pequeños altares, ante los que se amontonaban montañas de fruta. Poca cosa en comparación con las vistas que se pueden disfrutar desde la barandilla.
Nada más salir a la calle, se nos acercó una chica para ofrecernos un tuk tuk. Sólo 10 bth. Estaba claro que esa oferta tenía trampa. Y no tardamos en descubrirla. Cuando le dijimos que no queríamos paradas sorpresa, le cambió la cara. Que si solo una parada. Que si la gasolina. Vamos lo de siempre. Pero no. No estábamos dispuestos a perder el tiempo poco tiempo de que disponíamos en paradas absurdas en tiendas que no nos interesaban. Por eso contraatacamos. ¿Cuanto sin paradas?. Unos segundos de duda. 100 bth, que tras un corto regateo se convirtieron en 70 bth. Todos contentos. Un buen precio para ellos, y un agradable paseo en tuk tuk para nosotros hasta nuestro siguiente destino, el Wat Suthat.


La entrada a este templo nos costó 20 bth. Era el típico templo budista tailandés. Un templo de manual, con un santuario principal frente a la entrada, con una preciosa imagen de Buda en su interior. Galerías apoyadas en los muros exteriores con un montón de Budas entre sus columnas. A continuación un segundo santuario un poco más pequeño de forma alargada. Una zona ajardinada donde sentarse a descansar. Y para acabar, al fondo el recinto, las viviendas de los monjes.
De todos los templos que visitamos éste fue uno de los que más me gustó. Concurrieron varias circunstancias que hicieron de esta visita algo mágico. Se notaba que era un templo vivo, no una atracción turística. No es que fuéramos los únicos turistas, alguno más había. De hecho, ¿qué somos nosotros sino turistas?. Pero su número era muy reducido en comparación con el número de tailandeses que pululaban por el templo. En las galerías laterales había gente durmiendo, gente comiendo, gente charlando. En el interior del templo principal la sorpresa fue mayor. Un monje cantaba salmos budistas dirigiendo las oraciones de un grupo de gente que llenaba toda la sala. Y unos altavoces lanzaban al aire esos mismos salmos que podían oírse por todo el recinto. Y en el patio exterior muchísima gente encendiendo inciensos a modo de ofrenda. Lo único que rompía la magia del momento era la tienda que tenían montada en el segundo templo. En ese momento me pareció algo muy extraño, pero con el paso de los días descubrí que era muy habitual.


Mi templo favorito. Y no porque fuera un templo precioso, que lo era, sino sobre todo por el ambiente que nos encontramos. En ningún otro templo encontramos algo parecido.
Al salir paramos un taxi para que nos llevara a Chinatown. Nos pidió 80 bth. No, no, con taxímetro. No, 80 bth. Amagó con irse, parecía que iba en serio. No teníamos ganas de discutir. Además tampoco era tanto, así que aceptamos.
El trayecto resultó más largo de que pensaba. Casi siempre me consolaba con eso, ya que así me quedaba con la sensación de haber pagado un precio justo por la carrera.
El taxi nos dejó en Yaowarat, lo que vendría a ser el corazón del barrio. Sin pensarlo dos veces nos metimos por el primer callejón que encontramos. Nos sumergimos por las callejuelas de los alrededores caminando sin rumbo. Calles estrechas en las que no caben dos personas juntas, llenas de tiendas, de mozos transportando cajas de un lugar a otro, de carritos atravesados, y sobre todo de gente, de mucha gente. Es el barrio chino más auténtico en el que he estado; el único que realmente me ha recordado a China. Por lo general suelen ser cuatro calles llenas de restaurantes chinos o tiendas para turistas, en los que lo único que te recuerda a China son los letreros de los comercios escritos con letras chinas. Pero éste es algo más. No son cuatro calles, es un pequeño laberinto de callejones, eso si llenos de tiendas. Pero no se limitan a vender los típicos souvenirs para turistas. Hay muchísimas más cosas. Me atrevería a decir que se puede encontrar de todo. Por primera vez un barrio llamado Chinatown no me había defraudado.


Paseando se nos hizo la hora de comer. Pero lo único que veíamos eran los típicos locales con tres o cuatro mesas que sólo sirven dos o tres platos y en los que no se presta una especial atención a la higiene. O carritos ambulantes con manjares no muy apetitosos. Ambas cosas podrían ser válidas para verdaderos aventureros o para gente que no tiene ningún tipo de reparo frente a un plato de comida. Es más, alguno hasta podría disfrutar de la experiencia. Pero nosotros somos un poco tiquismiquis con lo que nos llevamos a la boca y en la medida de lo posible intentamos comer en restaurantes más acordes a los standards europeos. Estaba claro que en los callejones no íbamos a encontrar lo que buscábamos, básicamente porque no había sitio donde ubicarlos. Por eso optamos por salir a buscarlos en alguna de las arterias principales del barrio. Acabamos en la calle Chakkrawat. La recorrimos entera hasta llegar al muelle, y ni un solo restaurante. Media vuelta y nueva pasada por esa calle. No hubo suerte, no habían abierto ningún restaurante en los últimos quince minutos. Giramos por Yaowarat, pero tampoco aparecía nuestro restaurante. No entendía lo que estaba pasando. Tenía entendido que ese barrio estaba lleno de lugares para comer. ¿pero dónde estaban?. Nuestra salvación apareció en forma de KFC. No era exactamente lo que buscábamos, pero se estaba haciendo tarde, teníamos hambre, y sobre todo, las piernas reventadas de caminar. Un pequeño borrón en nuestro historial, pero quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.


Con ánimos renovados continuamos nuestro periplo por Chinatown. Nos dirigimos al Wat Traimit, y aparecieron los restaurantes. Estaban todos ahí, en los alrededores del templo. Pero ya habíamos comido, así que directos al Wat Traimit. La entrada a ese templo fue la más cara que pagamos por entrar en un templo, 40 bth. Y tras visitarlo tengo que decir que no sé muy bien porque.
Se trata de un edificio de cuatro plantas. Cinco según ellos, porque la planta baja es el primer piso. El templo está en la tercera planta, según ellos la cuarta. Al llegar arriba nos llevamos una pequeña decepción. El templo no era gran cosa y las vistas tampoco. Y lo del Buda de oro. Pues vale, si, es de oro. Pero como la mayoría de los Budas son dorados no se nota la diferencia. Y a mí que queréis que os diga, que sea de oro o de chapa pintada no me preocupa mucho. No nos enredamos mucho. Casi tardamos más en subir y bajar que en ver el templo.


Al salir cruzamos la calle y nos paramos en un templo chino que estaba justo enfrente. Nos pareció mucho más bonito. Con un colorido intenso, predominando el color rojo. Inconfundible, todos los templos chinos son así, pero no por eso dejan de ser bonitos. Además el verlo en Tailandia, entre tanto templo budista, nos llamó la atención.
Nos limitamos a verlo desde el patio, sin acceder al interior del templo. Había bastante gente rezando, y no quisimos molestar. Además no creo que entrando hubiésemos visto mucho más.


Pusimos rumbo a Little India. Lo que vimos no nos llamó la atención por lo que no estuvimos mucho rato. Perecía una prolongación de Chinatown. Yo no noté la diferencia. Tal vez el hecho de que se viese a algún indio. Pero seguían predominando los asiáticos. Antes de irnos del barrio, entramos en el templo Sij. No había nadie en la entrada, así que nos metimos para adentro. Tras recorrer un largo pasillo accedimos a una amplia sala decorada en tonos blancos y dorados. Vacía, solo había tres personas en el templo. Con sus turbantes y sus barbas negras. En contra de lo que había leído, el lugar no me pareció nada interesante. Lo curioso es que nadie nos dijo nada. Dos farangs como la copa de un pino en medio de esa enorme sala. Desentonábamos y llamábamos la atención. Pero aún así se limitaron a mirarnos desde la distancia y siguieron a lo suyo.
No tardamos ni diez minutos en volver a salir a la calle. Paramos un tuk tuk que nos pidió 100 bth por llevarnos al hotel. No regateamos el precio. Entraba dentro de los parámetros que considerábamos razonables.
Tras descansar un rato al hotel salimos en busca del BTS. La estación de destino era Sala Daeng. El precio del billete 35 bth por persona. Nuestro objetivo de esa noche era conocer PatPong. Desde la propia estación del BTS ya se veía el bullicio en la calle, por lo que nos resultó muy fácil orientarnos y llegar a nuestro destino.
Empezamos nuestro recorrido por Thaniya, en teoría una calle de ambiente gay. Pero no notamos ninguna diferencia con el resto de las calles de la zona. Bueno si que había una diferencia, aquí no había mercadillo. Lo que predominaban eran grupos de señoritas que fuman sentadas en la calle. O tal vez no eran señoritas, y de ahí lo de la fama de lugar de ambiente. Tendría que haberme fijado en la entrepierna.
Aunque no puedo afirmarlo con rotundidad creo que lo que había detrás de esas señoritas eran locales de alterne. Si, si, como lo oís, locales de alterne.¡Qué escándalo! Y lo peor es que no había dos o tres. Había más; muchos más. En cada portal había un grupo de señoritas. Aunque con la poca luz que había y como las tailandesas se parecen mucho entre sí, no sé si realmente había tantas como parecía o si eran las mismas que se iban cambiando de lugar muy rápidamente.


Se veía gente paseando, pero no demasiada. Lo que no faltaban eran neones de todos los colores, y ganchos ofreciendo a todo el que pasaba por delante el menú con los shows que ofertaba su local. Con una carta, como la de los restaurantes. Todos los ganchos llevaban una en la mano con los servicios que ofertaban. Me pareció un trabajo repugnante, pero en su descargo tengo que decir que no eran agobiantes. No insistían en demasía y no nos hicieron sentir violentos. Macarras sí, pero educados.
Continuamos por PatPong 1. Más de lo mismo, aunque con una mayor oferta de pingpong show. Lo curioso es que a pesar de lo sórdido que resultaba lo que allí se ofrecía, no nos sentimos violentados en ningún momento. Todo resultaba muy natural, como si fuera lo más normal del mundo. En España no me atrevería a entrar en una zona así ni por todo el oro del mundo. Pero en Tailandia todo es diferente. Ni tan siquiera en un ambiente como ese te sientes inseguro.
En Pat.Pong 2 la oferta era parecida. Pero con un elemento diferenciador, el mercadillo que ocupaba todo el centro de la calle. Las chicas desaparecieron de la calle, o mejor dicho, casi desaparecieron refugiándose en el interior de los locales. Y como para vender es importante ofertar la mercancía, dejaban las puertas abiertas. De esta manera podíamos ver a las chicas bailando sobre una tarima agarradas a una barra. Eso si, clientes ni uno. Y no me extraña, con las pocas ganas que le ponían esas chicas.
Aquello era surrealista. Por un lado ocupando toda la calle, el mercadillo callejero con tenderetes para turistas. Camuflados entre los vendedores los ganchos ofreciendo los pingpong show. Y en los locales laterales las chicas bailando. ¿Pero esto qué es, un mercadillo callejero, un puticlub gigante, un …..?. En sitios así, siempre me da por pensar que pasaría si a alguien se le ocurriese montar eso mismo en España. Vosotros mismos. Pero no creo que todo fluyese de una manera tan natural.
A mi mujer no le gustó el ambiente. En cambio a mí me hizo gracia. Resultaba peculiar, y por eso mismo creo que se merece una visita. De todas formas me quedó una sensación agridulce, pensando en la situación de esas pobres chicas.
Alternando calles y callejones nos desorientamos totalmente. Estaba claro que no habíamos salido de la zona de PatPong, pero ¿hacia donde estaba el BTS?. Ni idea. Buscándolo pasamos por delante de un Pizza Hut. Aprovechamos para cenar. Un pan de ajo, una pizza marinera grande (para dos), dos sprites y un agua. La pizza tenía un sabor raro, como si en lugar de tomate la hubieran hecho con ketchup. Pagamos 700 bth. Muy caro y no demasiado bueno.

---

Nos levantamos temprano, alas 05:30. Esa mañana volábamos hacia Chiang Mai y trasladarse hasta el aeropuerto requiere su tiempo. El desayuno empezaba hasta las seis. No nos daba tiempo. De hecho a las seis y diez, ya habíamos hecho el check out y estábamos en el andén de la estación Ratchathewi del BTS. Por cierto, alguien tendría que decirle a esta gente que si suben el metro tan arriba, deberían poner escaleras mecánicas. Subir cargado con dos maletas no resultó nada sencillo. Y eso que el calor no apretaba todavía.
El tren pasó enseguida y en un par de minutos estábamos en la estación de Phaya Thai. Rápidamente al andén del Airport Rail Link, donde por 45 bth cada uno compramos dos billetes para la línea normal. Aquí la cosa no fue tan rápida, tuvimos que esperar hasta las seis y media antes de que llegara el tren. A las siete llegábamos al aeropuerto. Soltamos las maletas y salimos corriendo hacia la puerta de embarque. Cuando llegamos ya había subido todo el mundo el avión. Por los pelos. Moraleja para ir desde el centro hasta el aeropuerto reservad por lo menos una hora. A eso hay que sumar media horita para facturar y otra media hora para pasar el control de seguridad e ir a la puerta de embarque. Así que por lo menos necesitaréis dos horas. Y eso si todo va bien. Parece mucho, pero no creo que os sobre mucho tiempo. Todo lo que sea menos de ese tiempo es apurar demasiado.
A las nueve y cuarto desembarcábamos en el aeropuerto de Chiang Mai. Recogimos las maletas y a por el coche que habíamos alquilado a través de Ecnomycarentals. La compañía asignada fue Sixt. Y el precio 256 euros por diez días, con seguro a todo riesgo con una franquicia de 8.000 bth. Al recoger el coche eliminamos la franquicia del seguro, por 2140 bth. Por la diferencia, más de uno pensará que no vale la pena. Pero no lo hicimos tanto por el dinero como por evitarnos líos al devolver el vehículo. Eliminando la franquicia se conduce más tranquilo, y al entregar el coche no hay que ir discutiendo si ese golpecito ya estaba cuando lo recogimos, o si esa raya negra es un rayón o simplemente un poco de mierda.
Llegados a este punto quiero romper una lanza a favor de alquilar un coche en Tailandia. No escuchéis a todos esos alarmistas que os tacharán de locos. La mayoría, por no decir todos, no han llegado nunca a conducir un coche por Tailandia, por lo que en realidad no saben de lo que hablan. En mi caso fue toda una experiencia; me encantó y se la recomendaría a todo el mundo.
Mientras preparaba el viaje tuve muchas dudas sobre si alquilar un coche o no. Siempre me ha gustado disfrutar de la libertad que te ofrece disponer de tu propio medio de transporte. Pero como todo el mundo decía que era una locura; casi un suicidio, me planteaba si realmente era una buena idea. Por suerte en el foro encontré un hilo en el que se hablaba sobre el tema, y donde algún inconsciente que se había atrevido a alquilar un coche relataba su experiencia. Y lo mejor de todo es que por lo visto había vuelto de una pieza. Entonces me decidí. Si ellos lo habían logrado, yo también.
Menos mal que les hice caso. Ha sido una gran experiencia y un gran acierto. Tengo que reconocer que las primeras horas fueron un poco complejas. En esos primeros momentos me sentí un tanto extraño al volante. Pero nada preocupante. De hecho siempre suele ser así. Todos los coches son iguales y se conducen igual, pero cuando cambiamos de coche siempre nos sentimos extraños. El tacto de los pedales, la fuerza del motor, e incluso la posición del asiento. Nada de eso te impide conducir pero hasta que te acostumbras las sensaciones no son las mismas que con tu coche. Si a eso le añades que en Tailandia se circula por la izquierda y que habíamos alquilado un coche automático, la cosa resulta un poco más compleja todavía. Y si además se empieza conduciendo por una ciudad como Chiang Mai con un volumen de tráfico considerable, la cosa se complica del todo.
La verdad es que tengo bastante experiencia en esto de conducir por el extranjero, así que sabía lo que me esperaba. Por eso tenía claro que en estos casos el mejor consejo es la prudencia. Conducir las primeras horas con un poco más de cuidado y sin prisas. Los primeros kilómetros por el casco urbano de Chiang Mai, se me hicieron eternos. Sabía que en cuanto saliera de la ciudad y cogiera carretera la cosa cambiaria. Todo resultaría mucho más fácil. Y así fue. Con el paso de los kilómetros me empecé a sentir más cómodo y a cogerle el tranquillo a su conducción. Para cuando llegué a Chiang Rai ya me había adaptado y todo fluyó con sencillez. Se acabaron los problemas y la inseguridad.
Lo más importante es tener claro que no estás en España, y aunque las normas de circulación son en principio las mismas, no hay que olvidar que tienen sus peculiaridades locales.
Es cierto que muchas cosas resultan chocantes para nosotros. Pero allí son consideradas normales y todo el mundo las acepta con naturalidad. Como lo de encontrar coches o camiones estacionados en los arcenes de las carreteras o autovías. O encontrarse con cualquier clase de vehículo en una autovía, desde tractores, bicicletas hasta cualquier cosa con ruedas que os podías imaginar. Y tanto aparecen en el sentido de la circulación como en dirección contraria utilizando el arcén. Lo de la gente cruzando a pie por en medio de una autovía es el pan nuestro de cada día. Al igual que continuamente se te crucen coches o motos utilizando esos peculiares cambios de sentido que abundan por todas las autovías. Suena tremendo. De hecho ya me retumban en la cabeza los comentarios de algunos de vosotros “Este tío esta loco”. Pero no os asustéis, no es para tanto. Dicho así parece la jungla, pero una vez allí todo resulta mucho más sencillo. Todo sucede con naturalidad. Y es que como leí por algún sitio, los primeros interesados en no tener un percance son ellos mismos.
Eso si, hay que adaptarse a su conducción. Algunos de nuestros parámetros no sirven allí. El hecho de tener preferencia no garantiza que la respeten. Pero de igual manera tampoco vosotros tenéis porque respetarla. En Tailandia rige el principio de que la preferencia es del más grande, y a igualdad de peso del primero que llega. Por eso si llegáis a un cruce, o queréis cambiar de sentido, o simplemente necesitáis cambiar de carril, no esperéis que un alma caritativa os ceda el paso. Ese concepto no existe allí. Simplemente incorporaos en cuanto veáis un hueco, y si no lo hay, ir metiendo el morro poco a poco hasta que el que venga en dirección contraria o el que vaya por el carril de al lado no le quede más remedio que dejaros pasar. Y no os asustéis no os vais a llevar la pitada del siglo. Allí el claxon es casi un elemento de adorno. Se utiliza muy poco y cuando lo hacen es para avisar no para increpar. Esto es algo de lo que deberíamos tomar ejemplo, resulta mucho más civilizado que el uso que le damos por aquí al claxon.
Una de las cosas que resultan más sorprendentes es la gran cantidad de motos que hay circulando, sobre todo al atravesar poblaciones. Al pararos en un semáforo os rodearán por todas partes. Y cuando el semáforo cambie de color saldrán de por todos los rincones. Por la derecha, por la izquierda, se os cruzarán por delante. Alguna vez incluso me pareció ver salir alguna de debajo del coche. Vosotros seguir recto, no hagáis cambios de dirección bruscos y no habrá problemas. Poco a poco se irán quedando atrás. Al menos hasta que lleguéis al próximo semáforo donde os volverán a envolver.
Otras cosas sin llegar a ser un verdadero problema, si que resultan molestas. Como lo de encontrarse semáforos en medio de la autovía. Te rompen el ritmo continuamente y cuando llevas un buen ritmo y estás devorando kilómetros, un semáforo en rojo te obliga a pararte.
Los cambios de sentido que tanto abundan, pueden parecer un problema, pero a larga son una ventaja. Primero porque las salidas de la autovía se simplifican y se evitan esos complejos escalextrics en lo que a veces resulta imposible aclararse. Pero sobre todo porque están iluminados y al haber tantos, las carreteras quedan iluminadas casi en su totalidad, algo que se agradece mucho al circular por la noche.
Como veis me refiero continuamente a las autovías. Eso es porque la mayor parte del tiempo se circula por autovía. O algo parecido porque continuamente se atraviesan pueblos, y al final no me quedó claro si eran autovías o no. Además están bien asfaltadas. Algún que otro bache si que encontraréis, pero nada peligroso.
Un aspecto que suaviza todo lo anterior es la velocidad. Por lo general se conduce más despacio que en España. Conduciendo a 100 ó 110 adelantaréis a muchos más coches de los que os adelantarán a vosotros. Y a menor velocidad menor riesgo de accidente. O al menos de que sea grave.
Y ya que estamos con la velocidad, no hay indicadores del límite de velocidad prácticamente en ningún sitio. Eso podría interpretarse como que no hay límites de velocidad. Pero yo no iría tan lejos, y prefiero pensar que si los hay. Entonces ¿como saber el límite en cada momento?. Para eso no tengo respuesta. Lo que hacia era imitar al resto de coches. Si ellos frenaban, yo reducía la velocidad. Si ellos aceleraban yo más.
Y aunque después de todo lo que he dicho la conducción por Tailandia pueda parecer un caos, en realidad no lo es. Para nada. Todo sigue su orden y si os dejáis llevar no llevar no tendréis ningún problema.
No le doy más vueltas al tema. Mi consejo es que si nunca habéis alquilado un coche en el extranjero, Tailandia no es el mejor lugar para estrenarse. Pero para la gente con un poco de experiencia en esta materia, no presentará ningún secreto. A mí incluso me pareció una experiencia muy divertida y que sin duda repetiría. Por eso no lo dudéis, si os gusta conducir, alquilad un coche, es la mejor opción para moverse por el país con total libertad.
Un último consejo, evitad meteros con el coche en Bangkok. No porque sea peligroso, sino porque los atascos son monumentales y un trayecto de unos pocos kilómetros puede llegar a convertirse en varias horas al volante. Pero exceptuando Bangkok, en el resto del país sin problemas.
Y tras esta parrafada continuaré con el relato del viaje. A las diez y veinte salíamos del aeropuerto de Chiang Mai en dirección a Chiang Rai. Lo normal hubiera sido volar directamente a Chiang Rai, pero no pudo ser. Los horarios de los vuelos no nos cuadraban, y además se nos iban de presupuesto.
Según el GPS eran 186 kilómetros y un montón de horas. Muchas horas me parecían a mí, pero bueno, ya veríamos sobre la marcha. Al principio la carretera era de doble carril, pero al poco de salir de Chiang Mai desapareció pasando a alternar desdoblamientos con tramos de un solo carril. Eso hizo que se tuviésemos que circular más bien despacio. Además el tráfico era bastante intenso y continuamente atravesábamos por pueblos. Y lo peor de todo, los semáforos. Cuando se ponían en rojo casi nos podíamos echar una siesta. Empezaba a entender los cálculos del GPS. De todas formas al final no fue tanto, el viajecito se quedó en unas tres horas. El viaje se me hizo algo pesado, ya que tenía muchas ganas de llegar al hotel y el paisaje tampoco ayudaba mucho; no vimos nada interesante en todo el camino.
Llegamos a La Luna Hotel & Resort a la una y media. No estaba céntrico, pero como teníamos un coche a nuestra disposición eso era algo que no nos preocupaba demasiado. El hotel lo habíamos reservado directamente a través de la propia web del hotel por 1.500 bth. Al cambio unos 36 euros. Todo un acierto. Tenía un jardín precioso, con una piscina de ensueño. La habitación amplia y muy bien equipada. Un hotel muy recomendable, incluso para aquellos que no dispongan de medio de transporte propio, porque aunque esté algo alejado del centro, donde hay un tuk tuk las distancias no existen.
Para ganar tiempo, comimos en el hotel. Un green curry con pollo, unas verduras salteadas con frutos del mar, un agua y dos sprites. 700 bth. Una de las comidas más caras de todo el viaje, y tampoco es que fuera para tirar cohetes. La sopa estaba buena pero me repitió todo el día.


Todavía nos quedaban unas pocas horas de luz. Y para empezar que mejor que el Templo Blanco. Estaba a 12 kilómetros en dirección a Chiang Mai. La entrada al templo era gratuita por lo que no tuvimos excusa para no visitar el interior. Antes de entrar tuvimos que pasar por el control de vestimenta. En esta ocasión mi mujer no pasó el corte y le hicieron ponerse un pareo. Prenda que le facilitaron de manera gratuita en la entrada. Cuando acabamos la visita, en la salida, le hicieron devolver el pareo. Lastima, un poco más y uno de los regalos a los amigos nos sale gratis. Una lavada, y el pareo hubiera quedado como nuevo y nosotros como unos reyes con alguna amiga a la que se lo hubiéramos endosado. Dejando caer mientras se lo dábamos, como quien no quiere la cosa, que era una prenda de diseño exclusivo y que nos había costado un ojo de la cara.
Con el nombre no se rompieron la cabeza. El Templo Blanco. Se podrá discutir mucho sobre su estilismo, su elegancia, su idoneidad, su emplazamiento, su necesidad, pero sobre su color no hay discusión posible. Es blanco. De eso no hay duda.


En concepto es similar al resto de templos. No se trata de un único edificio, sino de un recinto con varios edificios. Pero ahí se acaban las similitudes. El templo principal se encontraba en medio de un lago artificial. Por eso para acceder al interior tuvimos que atravesar un puente. Antes pasamos junto a las famosas calaveras y a las manos que salen del suelo. Un conjunto muy conseguido, de un gran realismo. El puente no fue más que un anticipo de lo que nos aguardaba al otro lado. El exceso. Todo estaba tallado o grabado. Resultaba excesivo. Y es que esa es su seña de identidad. En cierta manera me recordó a la Sagrada Familia de Barcelona. El estilo es totalmente diferente, pero la idea es la misma; romper con la concepción clásica y tradicional de templo o de iglesia. Con formas extravagantes e innovadoras. Además los dos se encuentran en construcción, y se sufragan con las donaciones de la gente que se acerca a visitarlos.
El exterior del templo era una filigrana continua. Todo blanco. Con pequeñas plaquitas de metal color plata por todas partes. Pero bajo el brillo del sol no se distinguen salvo que te acerques mucho. Y el interior sorprendente. Las paredes, como no podía ser de otra manera, estaban totalmente cubiertas de pinturas. Pero no de imágenes de Budas ni nada parecido, sino de unas imágenes cuando menos peculiares. Si se presta un poco de atención, se pueden distinguir figuras muy familiares. Superman, Spiderman, Freddy Kruger, Michael Jackson, Matrix, Avatar, el 11S, y más cosas que ahora no recuerdo. Resulta raro ver esos dibujos en un templo. Pero ¿y por qué no?. Por cierto, el interior todavía no estaba terminado, y de hecho había dos personas pintando.


Volvimos al exterior y rodeamos el templo. En la parte posterior, otro puente nos permitió abandonar la islita. Ese puente no resultaba tan espectacular como el de la parte frontal. Desde allí pudimos comprobar que la parte posterior del templo no estaba terminada. La pared era lisa y ese concepto no está permitido en ese lugar. También pudimos ver dos nuevas estructuras situadas en la parte trasera del templo principal, y que tampoco estaban terminados. Bueno, los edificios si que estaban terminados, pero no tenían ningún tipo de decoración. No creo que acaben así de limpitos. Seguro que dentro de un tiempo estarán totalmente cubiertos de todo tipo de adornos.
A continuación pasamos junto a las casas de los monjes. No estaban nada mal. Casas de diseño para monjes. Todo un lujo. Detrás había otro edificio prácticamente terminado. Incluso más recargado que el templo principal. Esta gente no tiene mesura.
Tampoco podían faltar las típicas estupas omnipresentes en todos los templos tailandeses. Pero hasta en eso eran originales. Eran unos palos de los que salían barras en las que la gente iba colgando unas chapitas que se podían comprar allí mismo. Y chapita a chapita va apareciendo la estupa. Muy bien pensado. No nos pudimos resistir a una frikada como esa, y compramos la chapita. Ahora no recuerdo el precio, pero sé que fue una miseria. Mi mujer escribió el nombre con un rotulador y a colgarla. Curiosas las estupas. Vistas de cerca me parecieron de lo más interesante.


Y por si todo eso no resultaba lo suficientemente extraño, echaron el resto en el baño. El edificio más grande del complejo y el más llamativo. El único que no era blanco. Debieron pensar que si lo pintaban de dorado sería más fácil de localizar en caso de urgencia (léase apretón). Si no ya me dirás tú a que viene ese pegote dorado. Al acercarme me pareció ver que el interior no tenía nada de peculiar, por lo que al final decidí no entrar. Ahora me arrepiento porque estoy seguro de que dentro guardaba alguna sorpresa. Por más vueltas que le di no llegue a entender porque lo habían pintado de dorado, cuando el resto del complejo era totalmente blanco. Resultaba extraño, pero seguro que tiene una explicación.


Creíamos que con eso ya habíamos terminado, pero todavía nos quedaba una última sorpresa. Antes de la salida, en dos árboles tenían colgadas cabezas de monstruos. Al menos así lo venden. Aunque eso de que Batman sea un monstruo es algo más que discutible. Lo habían descabezado y allí tenían colgada la cabeza. ¡Pobrecillo!. Esperemos que la humanidad no necesite de su ayuda para evitar el fin del mundo.
Antes de volver al coche echamos un último vistazo desde el exterior. Ese templo tenía un extraño magnetismo que me hace mirarlo continuamente. No podía apartar la mirada. Y es que podrá gustar o no, pero sin duda no deja indiferente. Resulta tan recargado y excesivo que todo el que pasa por allí recuerda esa visita durante mucho tiempo. Puedo entender que a mucha gente le horrorice. Pero a nosotros nos gustó mucho. Que digo que nos gustó mucho; nos encantó. Sobre todo a mi mujer. Es sin duda una de las visitas más interesantes que se pueden hacer en el norte de Tailandia. Bien sea para disfrutarlo, bien sea para quedar horrorizado. Lo que si que os garantizo es que no os dejará indiferentes.
Creo que el artista ha conseguido su objetivo. Impactar en el visitante. Además el color blanco que domina todo el complejo desprende armonía. Durante la visita me invadió una sensación de serenidad que no tuve en ningún otro templo. Tan solo hubo un momento en el que se rompió esa sensación, al atravesar el puente que daba acceso al templo principal. Y más exactamente, al pasar junto a las manos que salen del suelo como pidiendo ayuda. Esas manos me produjeron un cierto desasosiego. Por suerte fueron solo unos segundos.


Y como la visita nos había gustado mucho, decidimos seguir en la misma línea y visitar el Baan Dam, más conocido como Black House. O tal vez debería decir que cambiamos totalmente de tercio y decidimos visitar el contrapunto al Templo Blanco. La Baan Dam se encuentra a unos diez kilómetros al norte del Chiang Rai, por lo que tuvimos que volver a la ciudad y atravesarla. Y esa fue nuestra perdición. Nos topamos con uno de esos atascos tan característicos de Tailandia. Tardamos más de lo previsto en llegar a nuestro destino y tuvimos que visitarlo corriendo y deprisa.
Para llegar hasta allí hay que salir de la ciudad por la carretera que va hacia el norte. A unos 6 kilómetros veréis un letrero que indica que la universidad está a dos kilómetros. Desde ese letrero hay que conducir otros cuatro kilómetros, o dos desde la universidad (como se prefiera). A mano izquierda veréis un letrero marrón que pone Thawan Duchaween, y a unos 50 metros otro letrero de madera marrón con el número 13. Aquí hay que girar a mano izquierda. Tras unos 500 metros se llega a tres letreros indicadores azules en tailandés. Hay que volver a girar a la izquierda y al poco se llega a destino. La entrada también es gratuita.
La Baan Dam son una serie de casas tradicionales de madera pintadas de negro, repartidas aquí y allá en un precioso jardín arbolado. Casas de todos los tamaños, pero con una característica común, su color negro. Había cabañas, cobertizos, y hasta una especie de ….., de no sé que con forma de pez, que no sé que narices pintaba en ese lugar.


Muchas de las casas estaban cerradas. No sé si porque ya era tarde o porque no todas son visitables. Me decanto por la primera opción, ya que me asomé por la ventana al interior de algunas de las casas cerradas y la mayoría tenían una exposición en el interior. Pero varias de las cabañas si que estaban abiertas. Y entre ellas la cabaña principal, que se encuentra junto a la entrada. La más grande de todas. Y al decir que era grande quiero decir que era grande de verdad. Por suerte estaba abierta cuando llegamos. En el interior tenían expuestas figuras de madera con formas que podíamos describir como diferentes, calaveras colgadas en las paredes y muebles de formas extrañas. Pero lo más llamativo era una enorme mesa que atravesaba toda la estancia, sobre la que estaban extendidas varias pieles de serpientes. Menudos bicharracos. Las pieles no es que fueran pequeñas precisamente. En cuanto salimos nosotros, cerraron las puertas. La pillamos por los pelos.
En el resto de las casas pudimos ver animales disecadas, huesos, y elementos grotescos. Incluso tenían el esqueleto de un elefante. Todos esos elementos eran de lo más inquietante. No resultaban agradables pero si atrayentes. Todo esto quedaba contrarestado por la tranquilidad que producía pasear por el jardín y el frescor de los árboles. Era una sensación extraña, difícil de explicar, pero totalmente diferente a la que se siente en el Templo Blanco. Por este contraste, y por lo diferentes que resultan, se trata de dos visitas que es conveniente realizar el mismo día. Es la mejor manera de apreciar este contraste.


De repente, mientras paseábamos tranquilamente por los jardines, mi mujer empezó a correr y a gritar como una loca. Me cogió de sorpresa, ya que estaba despistado haciendo unas fotos. ¡Y ahora que pasa! Sin acercarse me señaló hacia un grupito de tailandeses. Guapos no eran, pero de ahí a salir corriendo. Me pareció un pelín exagerado. Y entonces la vi. Una serpiente enorme de varios metros de largo. Eso ya era otra cosa. La verdad es que acojonaba. Uno de los chicos, intentó coger la serpiente y no pudo levantarla. Necesitó que le ayudaran para colgársela del cuello. En ese momento aprecié bien las dimensiones del bicho. El chico media uno setenta y pico, y la serpiente que le colgaba por ambos lados arrastraba la cola y la cabeza por el suelo. Si no media cuatro metros poco le faltaba. Y no veas que grosor. No creo que pudiera abarcarla con las dos manos. Ya eran ganas ponerse jugar con el animalito. Hasta que no la metieron en una jaula mi mujer no quiso ni acercarse.
Este lugar también nos gustó mucho. No queda dentro del circuito de visitas habituales en Chiang Rai; y no entiendo el porque. Merece la pena ir a verlo. Es algo diferente. Y para disfrutarlo más, lo ideal es ir a verlo después de visitar el Templo Blanco. Por desgracia nosotros no pudimos recorrer todo el complejo. El atasco que encontramos al atravesar Chiang Rai nos hizo perder demasiado tiempo en el desplazamiento y no llegamos hasta las cinco y cuarto. Como cierran a las seis, tuvimos que hacer la visita un poco a la carrera. Pero aun así mereció la pena.
Como a esas horas ya no quedaba nada que hacer, nos fuimos al hotel a descansar. Y a tomar un baño en la piscina.
Esa noche todavía nos quedaba una última visita. El night market. Decidimos ir en uno de los songthaews que estaban parados frente a la puerta del hotel, y así evitarnos problemas de aparcamiento. El precio era fijo, 30 bth por persona. Por suerte aquí las reglas eran diferentes, no esperaban a estar llenos para salir. Si lo hicieran así todavía estaríamos esperando en la puerta del hotel.
Nos dejó en la entrada del mercado. Resultó mucho más grande de lo que pensaba. Eran varias calles llenas de tiendas y tenderetes, con todo tipo de recuerdos, zumos, bebidas, ropa, zapatos, y mil cosas más. Casi todos los tenderetes tenían el precio expuesto. Y eran precios baratos que no invitaban al regateo.


Como habíamos llegado temprano, tuvimos tiempo de dar un largo paseo. Recorrimos las diferentes calles que componían el mercado. Al menos la mayor parte. Mi mujer se entretuvo comprobando el género expuesto. A mí las compras me interesan menos que nada. Así que me dediqué a algo más provechoso. Buscar donde cenar cuando llegara el momento.
Tenía localizado un sitio que parecía agradable, una especie de terraza con mesas en medio, y un par de chiringuitos a ambos lados donde vendían la comida. Pero cuando nos acercamos comprobamos que había muy poca gente. Algo fallaba, tal vez no fuera tan buen lugar para cenar como me había parecido en un principio. Pronto encontramos una alternativa. Un lugar parecido al anterior, pero lleno de gente. Casi todos nacionales. En los laterales estaban los “restaurantes”. No los conté, pero estoy seguro que no había menos de treinta. Una pasada por delante nos bastó para saber lo que queríamos. La variedad no era muy grande, ya que en muchos sitios ofrecían la misma comida. Nos decantamos por dos bandejas de rebozados. Una de gambas (6 piezas) y la otra de verduras. Las bebidas se compraban en otro chiringuito. En éste nos agenciamos un sprite de litro y cuatro, un agua y un cubo con hielo. Todo nos costó 180 bth. La cena no fue muy abundante, pero si suficiente para matar el hambre. Y estuvo bastante buena. Que más se puede pedir por cuatro euros y medio.
Un de las cosas que más me llamó mucho la atención fue que en varios sitios vendían bichos. Cucarachas gigantes, saltamontes, gusanos y otras cosas igual de asquerosas. Hasta ahí todo normal. Es algo bastante normal en los países de esa zona. Lo raro es que no los exponían como parte de un folclore para turistas. No, estaban allí porque había gente que los compraba. Y no extranjeros para hacerse la foto, sino tailandeses que se los comían como si fuera lo más normal del mundo. Hay que tener estómago para tragarse esa guarrería.


Al terminar de cenar me compré un batido de piña por 30 bth. Excelente. Y mientras me lo tomaba, unas chicas con trajes típicos se subieron al escenario que estaba al fondo del recinto, y bailaron varias danzas tradicionales. Estábamos un poco lejos, pero se veían más o menos bien. Cena con espectáculo. Eso ya era demasiado.
Cuando se fueron las bailarinas, nosotros hicimos lo mismo. Dimos otra vuelta por el mercado, hasta que conseguí sacar a mi mujer de esa trampa que es el mercado. Conseguimos que un tuk tuk nos llevara al hotel por 60 bth, dando por finalizado el día.

---