Este día lo dedicamos a hacer excursiones por los alrededores de Chang Mai, incluyendo alguna parada que no figuraba en el programa inicial.
Wat PrhaThat Doi Suthep.
Se trata de uno de los templos más sagrados e importantes de Tailandia; por lo tanto de visita imprescindible. Teníamos que haber ido por la tarde, pero por cuestiones logísticas se cambió a primera hora de la mañana. Está situado a 1053 metros de altitud, en la montaña Doi Suthep, a unos quince kilómetros de Chiang Mai. Se llega por una intrincada carretera plagada de curvas que ofrece un paisaje muy bonito, con vegetación exuberante y varias cascadas cuyas aguas caen casi en el pavimento.
Incluso en la distancia, arriba, a la derecha, se vislumbra el reflejo dorado del templo.



Tras dejar los vehículos, hay dos formas de llegar hasta el templo: una escalinata de 306 escalones, flanqueada por nagas, o más cómoda y rápidamente tomando un funicular. Como lo teníamos incluido, lo utilizamos, dejando la escalera para la bajada (quien quiso, claro). Es una buena opción, que el día es largo...
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El origen del templo se remonta al siglo XIV. Según la leyenda, un monje encontró una reliquia de Buda que se duplicó de modo milagroso. Una de ellas se transportó a lomos de un elefante blanco hasta lo alto de la montaña de Doi Suthep, donde el animal murió, lo que se interpretó como una señal para erigir allí un templo. Posteriormente, el lugar se convirtió en un destino masivo de peregrinación.

Antes de acceder al templo, conviene fijarse en un grabado en relieve que explica su historia. Muy cerca, hay un extraordinario mirador desde donde se tienen unas vistas fabulosas de Chiang Mai, la montaña y los campos circundantes. Las primeras horas de la mañana no son el mejor momento de contemplarlas por la bruma, los reflejos y la intensa luz del sol que da de frente. No obstante, algo pudimos adivinar.


Pero lo que era malo para una cosa, fue bueno para otra, y las estructuras del templo y, sobre todo, su maravillosa estupa dorada relucían de un modo casi mágico iluminadas de pleno por el sol. Además, al ser tan temprano, aún éramos pocos turistas allí, lo que ciertamente se agradece, pues este templo suele estar muy concurrido y tampoco hay demasiado espacio para moverse.



Sí que estaban ya presentes un buen grupo de fieles que oraban y recibían en el interior del templo la bendición de un monje, cuyos rezos pudimos ver y escuchar. Fue un momento emocionante.

Todo el entorno aparecía adornado con bonitos farolillos de colores. En el exterior, frente al templo, había muchas imágenes de Buda, alrededor de los cuales los creyentes desfilaban y presentaban sus ofrendas.


Cuando acabamos, decidí bajar por la escalera en vez de coger el funicular. También tiene su miga, pero no requiere tanto esfuerzo como para subir y merece la pena recorrerla. En la parte inferior, hay varias esculturas llamativas.

Jardín Botánico de la Reina Sirikit.
Hay otro Jardín Botánico de la Reina Sirikit cerca de Bangkok, pero de este vi muy pocas referencias en internet, pues no muchos turistas lo incluyen en sus itinerarios. Al principio, pensé que se trataría de una parada de relleno, pero me gustó más de lo que me imaginaba. Se trata de un centro situado en la ladera de una de las montañas próximas a Chiang Mai donde se llevan a cabo investigaciones para conservar los recursos naturales vegetales de Tailandia. Es bastante extenso, cuenta con senderos, invernaderos, cascadas y se exponen gran variedad de flores y plantas. El entorno es precioso.



En cualquier caso, solo por ver los paisajes por los que serpentea la carretera ya mereció la pena el desplazamiento. En las inmediaciones, desde la ventanilla del bus, vi a un par de elefantes campando a sus anchas entre los árboles; supongo que hay algún "santuario" en esa zona. Lástima que se me escaparan antes de poder captarlos con la cámara.

El parque se puede recorrer a pie, pero para ahorrar tiempo se pueden utilizar unos trenecitos que comunican unas zonas con otras. En un parte, están los invernaderos con las plantas distribuidas por categorías y especies. Las había bastante curiosas y exóticas.



La zona que más me gustó es la que se llama “Canopy Walks”, que comprende una pasarela elevada sobre el bosque, con suelo de rejilla y miradores de cristal; un kilómetro de longitud aproximadamente que permite contemplar la fantástica y frondosa vegetación que cubre la montaña.





Claro está que no es lo mismo que recorrer pausadamente los senderos que van por el interior del bosque, pero agradecí mucho tener al menos esa oportunidad. No obstante, pudimos dar un paseo entre la vegetación y deleitarnos con la vista de alguna de las cascadas.


Orquídeas y Mariposas.
Fuimos a comer en la ladera de otra montaña, en un restaurante que cuenta con una granja de orquídeas y un mariposario. Las orquídeas no son plantas que abunden en Tailandia, y sus especies autóctonas tienen unas flores pequeñas, no tan espectaculares como las de otras latitudes, así que se trataba de plantas mantenidas con riegos y abonos. No obstante, todas estaban florecidas y eran preciosas, de modo que los amantes de las flores disfrutamos mucho contemplándolas y fotografiándolas.

También pasamos un buen rato en el mariposario, que era amplio, bien instalado y con muchas mariposas, aunque solo de cuatro o cinco especies diferentes. Me hubiese gustado más variedad, pero fue bonito ver como se posaban en mi mano.

Poblado Karen (mujeres de cuello largo o mujeres jirafa).
Las visitas a estos poblados es un asunto bastante controvertido, pues no resulta fácil discernir, sobre todo desde el punto de vista occidental, el papel de estas mujeres en la sociedad actual, en particular si se les obliga a llevar esos collares permanentes que deforman el cuello solo para convertirlas en una mera atracción turística. Sinceramente, me lo pensé antes de ir y, ahora, al recordarlo, aún sigo dándole vueltas.

En algunas zonas de África también hay mujeres que se ponen anillos en el cuello, pero no tienen nada que ver con las asiáticas. Según nos contaron, no son tribus autóctonas, sino minorías de origen tibetano-birmano, en especial de la región de Sham, que tuvieron que abandonar sus tierras para huir de la persecución de que eran objeto. Tras cruzar la frontera con Tailandia, se instalaron en el norte, en torno a Chiang Rai, donde han logrado sobrevivir.


En Tailandia, pese a hallar refugios para asentarse, no se han llegado a integrar socialmente porque sus costumbres y su apariencia son diferentes; además, ni siquiera los nacidos en el país pueden aspirar a disfrutar de su nacionalidad, con lo cual necesitan agenciarse un modo de vida, y abrirse al turismo es el que les resulta más fácil y lucrativo. Quizás no tengan otro. En cualquier caso, nos aseguraron que actualmente a las niñas pequeñas no les ponen los anillos (los que llevan son de adorno, de quita y pon) y las jóvenes deciden libremente a una edad adecuada si desean seguir esa tradición ancestral o no.

No está claro el motivo por el que estas mujeres padaung comenzaron a llevar anillos en el cuello, pero las versiones más verosímiles se refieren a patrones de belleza, señal de identidad y muestra de estatus, ya que la cantidad de anillos dependía de las posibilidades económicas de las familias. Otra polémica se refiere a las consecuencias del alargamiento del cuello y la clavícula en la salud de estas mujeres; sin embargo, es algo en lo que prefiero no entrar a valorar por completa ignorancia.



El poblado original de los Karen está en Mae Hong Song y otras tribus se establecieron en los alrededores de Chiang Rai, pero cerca de Chiang Mai se creó un asentamiento para que pudiesen obtener unos ingresos adicionales al estar más cerca de los turistas. Cada visitante paga una especie de entrada de entre 500 y 800 tahbs, que, según se asegura, ellos mismos administran y emplean para su manutención. A cambio, se visten con las ropas tradicionales, reciben a los visitantes con un baile típico y, desde luego, se dejan fotografiar. He leído cosas diferentes sobre esto y, por lo que vi, puedo decir que no cobraron nada por posar para una foto, lo hicieron sin problemas, incluso con una sonrisa. Por supuesto, es de buena educación pedirles permiso primero.

Aunque había mujeres de todas las edades, las más mayores eran las que llevaban un número mayor de anillos, algo lógico, pues se van añadiendo aros paulatinamente a lo largo de su vida. También vimos varias chicas, algunas guapísimas, vestidas simplemente con los trajes tradicionales, sin nada en el cuello. Muchas de ellas realizan labores de artesanía y venden los productos en sus mercadillos. Detrás de los puestos y de los tenderetes, se pueden observar las casas de madera o caña, chozas más bien, donde parece que viven. Y digo parece porque, pese a que nos dijeron que es así, sinceramente me cuesta creerlo o, mejor dicho, aceptarlo. En fin, es un asunto complejo.

Después volvimos al hotel y cada cual se dedicó a lo que quiso hasta las siete, hora en que nos citaron para ir a cenar a un restaurante fuera de la ciudad. Hasta entonces, fui a dar una vuelta por el centro y, de paso, vi dos templos (Wat Si Don Chai y Wat Chet Lin, el templo de los nenúfares), pero ese relato prefiero dejarlo para las etapas siguientes.
Cena típica kantoke y bailes típicos.
Fuimos a cenar a un restaurante a varios kilómetros de Chiang Mai, especializado en cenas típicas, llamadas “Khantoke”, cuyo propósito es combinar la gastronomía tradicional tailandesa con un espectáculo de música y bailes locales que antaño solían representarse solo para los miembros de la realeza. Claro, ya no es así. Estuve pensando si ir o no, ya que no soy muy aficionada a estas cenas típicas, a las que nunca me apunto cuando son opcionales. En este caso, estaba incluida en el precio del viaje, así que finalmente decidí acudir.

Las mesas estaban instaladas al estilo tailandés, por lo que había que sentarse en el suelo (bueno, en cojines). Para facilitar un poco las cosas, debajo de las mesas había un hueco para meter las piernas; pero no poder apoyar la espalda en un respaldo durante casi tres horas resulta bastante incómodo a ciertas edades para nuestros gustos occidentales.

El menú estaba compuesto de una sopa y seis variedades de comida tradicional, servida en cuencos en el centro de la mesa para cada cuatro comensales con fruta de postre. Se podía repetir. No fue nada del otro mundo. Comimos bastante mejor en otros restaurantes, incluso en algunos hoteles. Sí que me gustó el espectáculo de baile y música. Me pareció bastante vistoso y las bailarinas llevaban unos vestidos muy bonitos.
