Una semana de octubre en Nueva York con excursión a Washington. ✏️ Blogs de USARelato muy visual con opiniones y experiencias de un viaje de una semana a Nueva York, en el que también hicimos una excursión a Washington.Autor: Artemisa23 Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (11 Votos) Índice del Diario: Una semana de octubre en Nueva York con excursión a Washington.
01: Preparativos del viaje.
02: Viajamos a Nueva York.
03: Un paseo por Nueva Jersey y llegada a Manhattan.
04: Mañana en el Alto Manhattan y Midtown.
05: Tarde en el Bajo Manhattan.
06: Tour de contrastes.
07: Crucero alrededor de la isla d Manhattan: Best of New York.
08: Empire State, Estación Central, Teleférico a la isla de Rosewelt...
09: Sábado por la noche en Times Square.
10: Top of the Rock, Portaaviones Intrepid y Museo Metropolitano.
11: Observatorio Edge, The Vessel, High Line, Catedral de San Patricio...
12: Excursión a Washington.
13: Regreso al Bajo Manhattan, Civic Center y Battery Park.
14: Central Park y fin de viaje.
15: Conclusiones.
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Etapas 4 a 6, total 15
Mañana en el Alto Manhattan y Midtown.Por la mañana hicimos un recorrido por el Alto Manhattan y luego fuimos a comer a la zona del Madison Square Garden, en el Midtown.
NUEVA YORK.
Cuando llegaron los primeros europeos, la región estaba poblada por unos cinco mil indígenas de la tribu de los Lenape. En 1614, los holandeses establecieron un asentamiento dedicado al comercio de pieles al que llamaron Nueva Angulema, rebautizado Nueva Amsterdam en 1626 tras comprar la isla de Manhattan a los indios, que la denominaban en su idioma “manna-hata”, isla de las muchas colinas. En 1664, fue conquistado por los ingleses, que le dieron el nombre de Nueva York en honor al duque de York y Albany. A lo largo del siglo XVIII, la ciudad se desarrolló gracias a su puerto comercial y, tras la Guerra de la Independencia, fue la capital del país desde 1785 a 1790, celebrando en 1789 la investidura de George Washington como primer presidente de los Estados Unidos. A finales del siglo XIX tuvo un crecimiento imparable impulsado por el avance industrial y una fortísima inmigración hasta convertirse en la primera mitad del siglo XX en un referente mundial del comercio, la industria y las comunicaciones. En la actualidad cuenta con más de 8.000.000 de habitantes, aunque la cifra se triplica si se suma su área metropolitana.
MANHATTAN. Manhattan es uno de los cinco distritos en que se divide la ciudad y se corresponde con el condado de Nueva York, que incluye la isla de Manhattan, rodeada por los ríos Hudson, East y Harlem, y otras más pequeñas, como Roosevelt, Belmont, etc. Su población supera el 1.700.000 habitantes en una superficie total de 87,5 Km2, de los que 59,5 Km2 son de tierra. Mide 21,5 km de largo y 3,6 km en su punto más ancho.
Para desplazarse por Nueva York, especialmente si se accede al metro (subway) es importante determinar si se va dirección norte (Uptown) o dirección sur (Downtown). Esto que al principio parece un lío, se entiende perfectamente una vez allí, ya que orientarse es bastante fácil, teniendo en cuenta que Manhattan representa una cuadrícula casi perfecta, en la cual las líneas verticales (de norte a sur) son las Avenidas, numeradas de la 1ª a la 12ª -algunas cuentan también con nombre-, y las líneas horizontales, las calles, que pueden llamarse por un número o por un nombre, especialmente en la parte sur. El barrio de Manhattan, el más visitado por los turistas, está dividido en tres zonas, Upper Manhattan (desde Central Park hasta la calle 96 por el lado oriental, donde empieza Harlem; en el lado occidental, Upper West Side, llega hasta la 125), Midtown (desde la calle 14 a la 59) y Lower Manhattan (todo el sur hasta la calle 14). Al norte de la isla están los barrios de Harlem y Washington Heigths. En general, me pareció que Nueva York está muy bien señalizada, pues en casi todas las esquinas pone el lugar donde te encuentras, no como en Europa, donde a veces cuesta localizar el cartelito de la calle, si es que existe. Como dato curioso en cuanto a los semáforos, para los peatones solo tienen dos colores, pero con una particularidad. La palma de una mano en rojo fija significa que no puedes pasar; mientras que un muñeco blanco caminando autoriza a pasar, aunque enseguida cambia a una mano roja (te llevas un buen susto la primera vez, cuando te pilla en medio de la calzada con una marabunta de coches al acecho) que parpadea y muestra el número decreciente de los segundos que te quedan hasta que se quede fija y ya no puedas pasar. Hay carteles explicativos y todo. Dicen que solo los turistas los respetan, lo cual tampoco es cierto.
RUMBO AL ALTO MANHATTAN (UPPER WEST SIDE Y UPPER MANHATTAN). Contemplamos ya de cerca nuestros primeros rascacielos y el llamativo paisaje urbano, con calzadas atestadas de coches y aceras plagadas de gente variopinta caminando muy deprisa. Viniendo de Madrid, no es que eso nos sorprenda, pero quizás sea la enorme altura de los edificios lo que parece comprimir las calles, acelerando todo aún más. Y cuántos sitios ofreciendo comida… Seguimos camino hacia el norte hasta que en un punto divisamos el cartel de un Wendy’s, que nos trajo a la memoria las primeras hamburguesas que tomamos en Madrid, a mediados de los años setenta. ¡Qué tiempos aquellos y qué buenas estaban! Al menos es el recuerdo que nos queda de entonces. Estas hamburgueserías desaparecieron de Europa hace dos o tres décadas, aunque se comenta que se plantean abrir de nuevo.
Enseguida advertimos que las restricciones por la covid han pasado a mejor vida y son muy pocas las personas que utilizan mascarilla. Sin embargo, en diversas calles y plazas céntricas vimos casetas para la realización de pruebas y test.
Por la Décima Avenida, llamada también Amsterdam Ave, llegamos a Hearst Place, donde se encuentra el Lincoln Center –Centro de Teatro y Sociedad de Cine-, la Ópera Metropolitana y el Ballet de la Ciudad de Nueva York; a un costado vimos también el Museo de Arte Tradicional Popular. Edificios modernos y funcionales, con una fuente en medio de la plaza, que pudimos contemplar dando un paseo por el entorno, mientras escuchábamos las profusas explicaciones del guía local que nos iba a acompañar en Nueva York junto con nuestro guía acompañante alicantino.
Nos trasladamos después hasta la Octava Avenida (Central Park West), para ver el edificio Dakota, donde vivía Jonh Lennon con Joko Ono, y en cuya puerta le asesinaron. Se asegura que está maldito, no sé si por eso se rodó allí la película "La semilla del diablo". Luego, nos adentramos unos metros en Central Park hasta el lugar llamado Strawberry Fields, un memorial dedicado a Lennon donde se ha colocado un mosaico que tiene escrita la palabra Imagine. Estaba atestado de gente queriendo hacerse una foto encima, incluso había que guardar cola, hasta empujones llegué a ver. Imposible sacarlo entero sin pies. Me parece normal querer fotografiarse en puntos emblemáticos, pero, la verdad, no entiendo ese furor por pretender hacerlo en todos y cada uno de los lugares que se visitan, y si van dos personas juntas, cada una su foto, y lo mismo si son tres, cuatro, cinco o un grupo entero de veinte. ¿No sería más fácil y más rápido hacer la foto del sitio y punto? En fin, cada cual sabrá.
Pasamos junto a algunos de esos edificios -más o menos glamurosos- tan típicos de Nueva York, con las escaleras de incendio en las fachadas.
y nos detuvimos junto a la Catedral de San Juan El Divino, una iglesia enorme que se disputa con la Catedral de Liverpool el título iglesia anglicana más grande del mundo y tercera de la cristiandad. Con una superficie interior de 11.900 m2, una longitud de 183,2 metros y una altura exterior de 70,7 metros, su estilo es neogótico, se comenzó a construir en 1888 y está inacabada. Sufrió un incendio en 2001 y permaneció cerrada para su reconstrucción hasta 2008. Nos asomamos al interior solo desde la entrada, porque el acceso costaba 10 dólares y no nos pareció que valiese la pena el desembolso.
En una Plaza adyacente se encuentra la controvertida Fuente de la Paz, con una imponente escultura central en bronce que representa la lucha entre el bien y el mal. A los lados, hay otras esculturas más pequeñas moldeadas por niños. El flujo de agua no funcionaba, pese a lo cual se prestaba bien para dar su toque al escenario con la Catedral de San Juan de fondo.
Tras dar un paseo en torno a los edificios de la Universidad de Columbia, el Hospital Monte Sinaí y otros que no recuerdo, fuimos hasta un mirador sobre Harlem en Morning Side Park.
Continuamos hasta Central Park. Entramos por la Puerta de los Ingenieros y nos asomamos al Embalse (Reservoir) de Jacqueline Kennedy Onassis, desde donde divisamos por encima de los árboles un bonito panorama de edificios sobre el agua.
HACIA MIDTOWN (CENTRO DE MANHATTAN). Por la Quinta Avenida, fuimos hasta el Museo Guggenheim (el edificio me pareció modestito comparándolo con el de Bilbao). Muy cerca está el Museo Metropolitano de Arte, que avistamos ya desde el autobús.
Y después, hoteles, tiendas de marcas famosas, lujosas y no tanto, la Catedral de San Patricio, la Biblioteca Nacional, el Empire State, Herald Square -que estaba a tope ya próxima la hora de comer)...
Paramos a comer en el restaurante Tik-Tok del Hotel Newyorker. Nos pusieron ensalada, sándwich de pavo y verduras con patatas fritas, una pequeña macedonia de fruta fresca, agua y coca cola. Nada del otro mundo, pero nos quitó el hambre. El servicio fue muy diligente y en poco más de media hora ya estábamos listos para continuar rumbo al sur, si bien previamente no pude resistirme a hacer unas fotos en la esquina de la 8ª con la 34, frente al Madison Square Garden, desde se vislumbra hacia el este la altiva figura del Empire State y hacia el oeste la del 30 Hudson Yards, con el Edge, su espectacular mirador en el piso 100, donde se distinguían decenas de personas que parecían motas minúsculas.
Los carritos de los vendedores de comida rápida ponían la guinda a unas imágenes inequívocamente neoyorquinas, lo mismo que el aparente humo que sale de alcantarillas y chimeneas, pero que en realidad es vapor procedente del sistema de calefacción urbana, cuyas canalizaciones van por el subsuelo.
Allí, haciendo esas fotos, fue donde, por primera vez percibí un repentino olor a… ¿porro? Pues sí. Y es que desde la legalización de la marihuana, en Nueva York huele mucho a porro, como luego tendríamos la ocasión de comprobar a lo largo y ancho de la ciudad. Nos lo habían advertido, pero no pensábamos que se notase tanto. Reanudamos nuestro itinerario y, entre carteles, anuncios y gente, mucha gente, llegamos a Madison Square Park, donde nos bajamos para recorrerlo, uniéndonos a la multitud. La tarde era espléndida y se notaba que todo el mundo quería disfrutarla.
El emblemático edificio Flatiron lucía un sinfín de andamios que afeaban su peculiar aspecto, si bien el reloj ponía un atractivo contrapunto, lo mismo que la imagen del Empire, al otro lado de la plaza. En el parque, además de ver varias ardillas, me hizo sonreír el cartel en la terraza de un establecimiento con sombrillas amarillas que prometía “un soplo de aire fresco”. Entre el calor y la gente, no sé yo.
Etapas 4 a 6, total 15
Tarde en el Bajo Manhattan.Por la tarde, recorrimos el Bajo Manhattan, centrándonos en el Distrito Financiero y la Zona 0.
HACIA LOWER MANHATTAN (BAJO MANHATTAN).
Iniciamos el recorrido de la tarde, dedicada al Bajo Manhattan, surcando una sucesión calles, muchas de las cuales no conseguía localizar ni mirando un mapa. Así que pocas explicaciones puedo dar, pese a la gran cantidad de información que nos daba el guía y que fui incapaz de asimilar en aquel momento.
Pasamos por Greenwich Village, Grove Street y Stonewall Inn, un bar donde se produjeron en 1969 unos graves disturbios que desembocaron en las reivindicaciones de los derechos del colectivo gay. Enfrente, una plaza recuerda tales acontecimientos.
Recorrimos también el Soho y el Noho, con sus pintorescas calles y mercadillos. Como no podía ser de otro modo, también había vendedores ambulantes y manteros.
EL DISTRITO FINANCIERO Y LA ZONA CERO. De camino hacia el Distrito Financiero, nos bajamos en Battery Park, junto al Museo de los Indios Americanos, ubicado en el imponente edificio histórico Alexander A. Hamilton U.S. Aduanas.
Seguimos hacia Bowling Green, el parque más antiguo de Nueva York, que data de 1733. Allí, se encuentra el famoso toro embistiendo (Charging Bull), una escultura de bronce de 3.200 kilos de peso, creada en 1989 por el artista italiano Arturo Di Modica, que la pagó de su propio bolsillo y la colocó de buenas a primeras frente al edificio de la Bolsa, con la idea de representar la fuerza del pueblo americano frente a los poderes financieros tras el lunes negro de 1987. A los neoyorquinos les encantó la figura y reclamaron que se mantuviera, de modo que fue instalada en Bowling Green. Con el tiempo se convirtió en una loa del capitalismo, un símbolo de prosperidad y bonanza económica que supuestamente obtendrá quien toque sus “atributos”, si bien no está claro de dónde salió una aseveración que en estos tiempos desprende cierto tufillo machista. En cualquier caso, el toro pasó a ser una atracción turística del máximo nivel, junto a la que todo el mundo quiere fotografiarse, hasta el punto de que se forman largas colas -muy organizadas, por cierto-, delante y detrás del bicho, y no solo para ahorrar tiempo, sino para que cada cual “toque” lo que le apetezca. Como no era mi propósito, aproveché el cambio de gente para intentar sacarle una foto a él solito, tarea nada fácil.
En 2017 surgió una iniciativa para reivindicar el papel de la mujer en el mundo de las finanzas, pues son muy pocas las que ocupan puestos directivos en ese campo. Así, se hizo una escultura llamada “Fearless Girl” (la niña sin miedo), una figura pequeña, de aspecto frágil, que se colocó desafiante frente al prepotente y fiero toro. La polémica quedó servida y tras muchos tiras y aflojas, la niña fue apartada del toro y trasladada enfrente del edificio de la Bolsa, donde todavía se encuentra, si bien no se sabe qué suerte correrá en el futuro. Fundada en 1792, la Bolsa lleva en este emplazamiento desde 1865, si bien el edificio actual es de principios del siglo XX. Rodeada de edificios muy altos que empequeñecen la calle y con la fachada medio cubierta por un cartel, me pareció que luce menos de lo que debería.
A unos metros, entre grandes edificios, aparece uno de los de mayor importancia histórica del país, el Federal Hall, construido a principios del siglo XVIII, fue el primer ayuntamiento de Nueva York, y también el primer Capitolio y el lugar donde se nombró a George Washington como primer presidente. Tenía andamios y no salió muy agraciado en la foto. A un lado, entre calles la esbelta torre roja de la Iglesia de la Trinidad, de 1846 y arquitectura neogótica.
Los edificios son tan altos que hacían sombra al sol, cuya luz apenas alcanzaba el suelo, con lo cual el ambiente en las fotos parece más oscuro de lo que estaba realmente.
Continuamos hacia la Zona 0, mucho más abierta y luminosa que la anterior, en cuyo centro se hallan el Memorial y el Museo del 11 de Septiembre, así como dos huecos llenos de agua, que representan el lugar donde se erigían las Torres Gemelas que fueron derribadas por los aviones que los terroristas estrellaron contra ellas en 2001.
Lo cierto es que conmueve fijarse en el nombre de tantas víctimas grabados allí, teniendo en cuenta además las penosas experiencias sufridas en nuestro país en este aspecto. Por eso no visitamos ni el Memorial ni el Museo, aunque ambos figuran en las tarjetas turísticas. Una vez reconstruido, supongo que se ha pretendido que el lugar sea tan emotivo, en su afán de homenaje y recuerdo, como imponente, presidido por el espectacular One World Trade Center, que se elevaba sobre los demás rascacielos y en cuyo último piso hay un mirador circular que teníamos previsto visitar algunos días después.
Por lo demás, esa hora de la tarde era buen momento para hacer fotografías, con aquellas moles de cristal transformadas en espejos que reflejaban a sus vecinos, componiendo una falsa realidad.
Disfruté mucho buscando composiciones llamativas y conseguí alguna foto con sorpresa. No me di cuenta del efecto hasta que la vi.
A unos pocos metros se halla el enorme intercambiador “Oculus”, diseñado por Santiago Calatrava. Catalogada como la estación de metro más cara del mundo, representa un ojo, cuya forma se aprecia sobre todo desde el cielo. De color blanco, se compone de dos filas paralelas de 110 costillas, cada una con un peso de 56 toneladas. Se unen en un espacio acristalado central que alcanza los 45 metros de altura. Vale la pena dar un paseo por el interior.
Ya conocemos las obras de Calatrava y pueden gustar más o menos, pero su impacto visual es innegable, tanto desde dentro como desde fuera. En el cruce entre las calles Greenwich y Fulton hay una plaza con murales coloristas poniendo un atractivo contrapunto entre los brillantes edificios futuristas del World Trade Center y los rascacielos de mitad del siglo pasado que aparecen al fondo.
Por la noche, regresamos al hotel para cenar. La jornada había sido intensa y había que descansar e intentar asimilar todo lo visto. Etapas 4 a 6, total 15
Tour de contrastes.El tour de contrastes recorre los diferentes barrios de Nueva York y es una de las excursiones más demandadas por los visitantes, ya que permite conocer la forma de vida de la ciudad más allá de Manhattan. Mientras preparaba el viaje a Nueva York, descubrí que una de las visitas imprescindibles que se aconsejan es el tour de contrastes. Pero ¿en qué consiste? Básicamente se trata de un itinerario por diferentes barrios (Harlem, Bronx, Queens, Long Island y Brooklyn) para conocer algunos de sus lugares emblemáticos y, en especial, la diferente forma de vida de sus residentes. A lo largo del recorrido, se realizan varias paradas, se camina por algunos lugares y se escuchan las explicaciones del guía acerca de cada sitio. Evitando los lugares más conflictivos, se puede hacer por libre, si bien quizás no compense aunque se utilice el metro porque hay que recorrer muchos kilómetros y requiere bastante tiempo.
Es posible contratarla desde España o allí, directamente. Existen muchas opciones: privada, vip, en furgoneta, metro, autobús… También varían los precios, los vi desde 25 hasta 70 dólares por persona. El itinerario es similar en todos los casos, y el recorrido dura entre tres horas y media y cinco horas, lo que, por lo que he podido averiguar, depende de cómo esté el tráfico, los tramos que se hagan a pie o en transporte público y lo que se enrolle el guía y por dónde vaya. Nosotros lo llevábamos incluido en el viaje y lo que vimos e hicimos estuvo acorde con lo que he leído del resto de tours con algunas salvedades que tampoco me parecieron sustanciales respecto a mis expectativas. Llevábamos un guía local que lo explicó todo con pelos y señales, quizás dando un exceso de información.
A toro pasado, pienso que el interés del tour viene dado por cómo amenice el guía su itinerario en cuanto a la historia de los barrios, su evolución y su modo de vida, añadiendo anécdotas y su relación con artistas, cantantes y personajes famosos. Para lograrlo, cada uno utiliza su sistema buscando convertir su excursión en más atractiva que otras opciones, de modo que funcione el boca a boca. Cada tour empieza en un lugar diferente, pero como característica común desde Midtown se suele ir hacia el norte, pasando -o no- por Harlem y luego al Bronx. No voy a hacer una descripción detallada del recorrido que seguimos porque cruzamos tantos puentes, carreteras y calles que sería incapaz de situarme correctamente; ni tampoco acerca de la gran cantidad de apuntes que nos proporcionó el guía, pues es mejor oírlos directamente mientras se va descubriendo cada sitio. Sin embargo, no resisto la tentación de dar mi opinión (muy personal, por supuesto) respecto a algunos aspectos que se repiten en todos los tours.
Las habituales panorámicas matutinas llegando desde Nueva Jersey. Lástima la luz de frente.
Fuimos hacia el norte por la Avenida Madison, cruzamos el puente sobre el río Harlem y llegamos hasta Macombs Dam Park, junto al estadio de béisbol de los Yankees. Allí dimos un paseo y le sacamos fotos. También contemplamos la estación de metro que utilizan los seguidores para llegar al estadio.
Después recorrimos una parte del Bronx, pasando por la Comisaria del Fuerte Apache (la de la película de Paul Newman), la Corte de Justicia, la Avenida Gran Concord y la zona sur, donde abundan los grafitis y memoriales de pandilleros, algunos fallecidos en peleas callejeras. Nos detuvimos en la plaza donde se encuentra el que recuerda al rapero puertorriqueño Big Pun, quien, paradójicamente, no murió en una trifulca, sino de un paro cardiaco por sobrepeso. También entramos en una tienda para probar especialidades de comida local que preparaban allí mismo. Tuvieron bastante éxito los dulces y las empanadillas.
Durante el trayecto se comentó que, aunque la situación ha mejorado mucho en los últimos tiempos, todavía sigue habiendo zonas no recomendadas para los foráneos en el Bronx, donde nos llamó la atención que el metro circula casi siempre por vías en alto. No faltaron las explicaciones sobre lo chungas que son varias calles, en las que había chicos con indumentarias supuestamente de pandilleros (gorras, pantalones caídos, bates o bastones), a quienes no debíamos fotografiar. Tampoco me apetecía, la verdad. No faltaron las zapatillas colgadas, las fachadas de casas marcadas con placas por el ayuntamiento o la policía por haber sido objeto de redadas, tiroteos o tráfico de drogas; igualmente, pasamos por una zona del río donde al parecer tenían lugar las espeluznantes pruebas a los novatos que pretendía ingresar en las pandillas. En fin, sin poner en entredicho ni mucho menos lo que nos contó el guía, me pareció que todo forma parte del ritual de una excursión muy demandada por los turistas y en la que no pueden faltar ciertos ingredientes que aparecen en los reportajes, series o películas que todos conocemos.
Rumbo a Queens, cruzamos varios puentes que nos dejaron unas vistas espectaculares del skyline de Nueva York, por mucho que la luz del sol de frente y la propia distancia emborronasen la nitidez de las fotos. Además, yo estaba del lado malo y no me salieron muy bien. Aun así, no me resisto a poner una muestra por si alguien quiere probar suerte. Las panorámicas eran alucinantes.
En el barrio Malba, nos mostraron chalets de gran tamaño y bonito diseño, con amplios y cuidados jardines, si bien no me deslumbraron, pues los encontré similares a los que puede tener en cualquier otra parte del mundo gente de clase alta sin más; porque, seamos sinceros, los realmente ricos no residen en casas que puedan contemplar los turistas desde una furgoneta o un autobús. No saqué fotos allí, ni tampoco del kilométrico cementerio de la ciudad, que divisamos desde la carretera. Después nos dirigimos hacia Flushing Meadows Corona Park, el parque más importante de Queens y uno de los más grandes de Nueva York, que ha sido sede de Ferias Mundiales en 1939 y 1964. Tras pasar junto al estadio de los Mets, fuimos caminando hasta las pistas de Tenis donde se celebra cada año el Open Usa, torneo que ha ganado Rafa Nadal en cuatro ocasiones y donde hace poco más de un mes Carlitos Alcaraz logró su primer Gran Slam. Soy una gran aficionada al tenis y me gustó mucho conocer el gigantesco pabellón principal, aunque solo fuese desde el exterior.
En este parque se han rodado varias películas, algunas tan famosas como Men in Black (Hombres de Negro), que convirtió las torres del Pabellón de Nueva York en naves alienígenas y que en la actualidad se encuentra en mal estado de conservación. Otro de sus iconos es la Uniesfera, una fuente que envuelve un enorme globo terráqueo construido en acero. A un lado se halla el Museo de Queens, que contiene una enorme maqueta de Nueva York.
Desde allí, volvimos a Manhattan y almorzamos en el restaurante Tick-Tock antes de proseguir el tour de contrastes. Esta vez nos pusieron sopa de picadillo, tortilla de verduras con patatas fritas y arroz con leche. A continuación, volvimos a surcar el centro de Manhattan, observando todo tipo de edificios, casas y calles, incluyendo una limusina blanca, un cocodrilo verde y un gorila amarillo.
Aunque no se comente en el tour, uno de los más obvios contrastes de Nueva York lo representan esas pequeñas casas de cuatro o cinco plantas rodeadas de colosos de cincuenta pisos y más. Parece mentira que subsistan, pero ahí siguen. En algunos pueblos y ciudades de España no han tenido tanta suerte.
Tras cruzar el río East, llegamos a Long Island, en el distrito de Queens, donde estuvimos paseando un buen rato, contemplando una de las panorámicas más espectaculares de Nueva York desde el Gantry Plaza State Park.
Este lugar se ubica en una zona de antiguas fábricas y astilleros, cuyas instalaciones se han restaurado de modo que ahora forman parte del entorno, colaborando a aumentar su atractivo, con los antiguos malecones convertidos en privilegiados miradores. Con la tarde fantástica de sol que teníamos, la máquina de fotos echaba humo en tanto jugábamos a identificar cada uno de los rascacielos que casi parecíamos poder tocar con la palma de la mano desde el otro lado del río, como la torre Chrysler y el edificio de las Naciones Unidas, que teníamos justo enfrente. Al fondo, a la derecha, se adivinaban la isla de Belmont, el Queensboro Bridge y las letras rojas del famoso cartel de Pepsi Cola. Una gozada de sitio y no demasiado concurrido.
Siguiendo con el tour de contrastes, continuamos hacia Brooklyn para conocer el barrio de Williamsburg, muy de moda en los últimos tiempos por su carácter multicultural. Allí se asienta la segunda comunidad judía ortodoxa más grande del mundo, integrada por más de 75.000 personas y que fuimos a visitar. Ya desde la carretera de acceso, distinguimos la larga fila de autobuses amarillos rotulados en su propia lengua, que utilizan para su propio transporte escolar, con cristales oscuros y zonas separadas para niños y niñas, pues tienen colegios exclusivos para mantener sus costumbres y su estricta forma de vida.
Dimos una vuelta a pie por el barrio, que estaba bastante más sucio que el resto de Nueva York, lo que ya es decir. El paseo resulta muy ilustrativo sobre la peculiar manera de vestir de los miembros de esta comunidad ultra ortodoxa, cuyas mujeres adultas deben raparse el pelo y cubrirse la cabeza con un pañuelo o ponerse una peluca. Aunque se dice que las mujeres y los hombres tienen prohibido caminar juntos, vimos algunas parejas, muy jóvenes, llevando ambos de la mano a sus hijos. ¿Maridos progresistas? Pues no sé. Asimismo, nos llamó la atención que muchos hombres fuesen hablando con sus teléfonos móviles mientras caminaban incluso más deprisa que en Manhattan, y también la gran cantidad de niños pequeños que había, incluso madres y padres empujando carritos con un par de bebés y otros dos o tres críos a su alrededor. Se casan muy jóvenes y el índice de natalidad de esta comunidad es muy alto. No les gusta que les hagan fotos, algo perfectamente comprensible y respetable, así que solo capté alguna imagen aislada desde el autobús, que he distorsionado para que no se reconozca a nadie.
A continuación, cruzamos el Puente de Manhattan y nos dirigimos a otro de los puntos de mayor atracción turística de Nueva York, el Puente de Brooklyn, que estaba a rebosar de gente con la puesta de sol ya en ciernes. Tiene una longitud de 1.834 metros, una altura máxima de 84 y se tarda en recorrer a buen paso por al menos veinte minutos de extremo a extremo, si bien el panorama en ambos lados y desde los dos extremos resulta tan atractivo y se toman tal cantidad de fotos que el tiempo se alarga inevitablemente. Por la parte superior pasan los peatones, los corredores y las bicicletas (cuidado con ellas) y, además, suele estar plagada de vendedores ambulantes con sus mercancías instaladas en el suelo, de modo que no queda mucho sitio libre para dar un paseo tranquilo. Los coches circulan por un nivel inferior, al que no puede acceder autobuses y otros vehículos de gran tonelaje.
Este puente, que une Manhattan con Brooklyn, se construyó entre 1870 y 1883, y durante seis años fue el puente colgante más largo del mundo. Aparte de haberse convertido en un icono de Nueva York, en el momento de su inauguración fue un emblema innovador de la ingeniería del siglo XIX por la pionera utilización del acero en gran escala para su construcción. En 2017, Estados Unidos lo remitió a la UNESCO como candidato para ser declarado Patrimonio de la Humanidad.
El Puente de Brooklyn desde el de Manhattan (arriba) y navegado por el río East (abajo).
Por lo demás, poco se puede decir. Lo mejor de este puente es contemplarlo con sus cables y farolas de estilo retro, recorrerlo y mirar en todas direcciones para descubrir edificios, otros puentes e islas; incluso a lo lejos intuir la silueta verde de la Estatua de la Libertad. Tuve claro que quería volver más adelante.
Tras decenas de fotos, volvimos a cruzar el Puente de Manhattan, que nos ofreció vistas inéditas al atardecer. No tiene tanta fama como el de Brooklyn, pero cuenta con un acceso monumental y una pasarela para peatones. Aunque sus panorámicas más repetidas son las que se obtienen desde DUMBO, proporciona otras, también magníficas y bastante menos conocidas. Tuve ocasión de regresar otro día con mejor luz. El Puente de Manhattan y la playa de los guijarros desde el Puente de Brooklyn.
Atardecer desde el Puente de Manhattan. A continuación, nos trasladamos hasta Chinatown y Little Italy, zonas que recorrimos a pie. En el barrio chino, recorrimos las típicas tiendas con toda clase de artículos (falsificaciones incluidas) y puestos que ofertaban comestibles “raros”, si bien no vimos animales vivos a la venta, como me habían comentado que unas amigas de cuando estuvieron hace tres o cuatro años. Menos mal. La pandemia debió acabar con tales prácticas.
Aunque la zona china se mezcla con la italiana, invadiéndola casi, a juzgar por la enorme cantidad de terrazas instaladas en calzadas y aceras al anochecer, la Pequeña Italia, parece que ha dejado de ser un barrio popular, con turbios antecedentes mafiosos, para convertirse en un lugar eminentemente turístico, plagado de cafeterías, restaurantes y tiendas de recuerdos. Aquí empecé a notar que la cámara no iba bien con poca luz.
Y allí finalizó el tour de contrastes, que (en mi opinión) no hace sino poner de manifiesto las penas y glorias, opulencias y miserias de cualquier gran ciudad del mundo por mucho que nos encontrásemos en Nueva York, lo que ni mucho menos significa que no merezca la pena el recorrido, pues es muy interesante.
Después de casi doce horas de trasiego, bien entrada la noche, volvimos al hotel para cenar. Etapas 4 a 6, total 15
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