Recuerdos de Túnez: érase una vez, hace unos cuantos años... ✏️ Blogs de TunezViaje a Túnez que hicimos hace bastantes años, mezclando visitas por libre y tour en van con otras seis personas.Autor: Artemisa23 Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (7 Votos) Índice del Diario: Recuerdos de Túnez: érase una vez, hace unos cuantos años...
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Aunque fuimos hace bastante tiempo, siempre he tenido deseos de compartir este recorrido por Túnez, un viaje de última hora del que guardo muy buenos recuerdos. Estuvimos allí antes de la terrible racha de atentados contra los turistas extranjeros y me dio mucha pena la situación en la que se sumió un país cuyas gentes pese a mantenerse distantes me parecieron también amables y hospitalarias. Desde entonces, a menudo consulto el hilo del foro para enterarme de cómo van las cosas por allí en cuanto al turismo. Y me alegra comprobar que poco a poco todo ha ido mejorando y los visitantes han vuelto. También me he fijado en que los destinos buscados siguen siendo los mismos y están más o menos como entonces. Así que, siempre teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, me he decidido a publicar este diario de recuerdos, si bien con muchas menos fotos de lo que tengo por costumbre, pues en aquella época las tarjetas de memoria de las cámaras no disponían de tanta capacidad de almacenamiento como ahora. Por eso mismo, habrá más fotos con “bicho” de las que me gusta poner: mil disculpas.
Ese año no íbamos a salir fuera de España porque unas obras en casa nos habían dejado la cuenta bancaria bastante despeluchada. Ya a mitad de septiembre, un amigo que trabajaba en una agencia de viajes con la que yo mantenía mucho contacto por cuestiones laborales me comentó que Túnez era un destino bueno, bonito y barato, donde él mismo había estado el año anterior. Le dije que lo tendría en cuenta para el futuro, pues entonces estaba muy liada y no tenía tiempo de mirar nada. Además, ya nos habíamos hecho a la idea de no salir hasta el año siguiente. Al cabo de unos minutos, me envió un correo electrónico con un simulacro de recorrido y su correspondiente presupuesto que me dejó sorprendida: no recuerdo el importe, que tampoco serviría ahora como referencia por el tiempo que ha pasado, pero realmente me pareció muy económico. Y le dije que nos lo preparase.
El mejor precio era para la última semana de septiembre, una buena época para no pasar demasiado calor. La pega era que varios días nos pillaban en Ramadán. Nunca antes habíamos estado en el Norte de África ni en un país musulmán, así que al principio tuvimos alguna reticencia, pero enseguida se nos pasó. Durante el viaje, no nos influyó demasiado, aunque vimos situaciones curiosas que nos llamaron la atención.
Túnez es el país más pequeño del Magreb, con una superficie de 163.610 km2. El 60 por 100 de su territorio es tierra fértil y apropiada para el cultivo, mientras que el otro 40 por 100 está ocupado por el desierto del Sahara. Situado entre las montañas orientales de la Cordillera del Atlas y el Mar Mediterráneo, cuenta con 1.148 kilómetros de costa y tiene frontera con Argelia y Libia. Su población es de unos 12 millones de habitantes, que en su mayoría profesan la religión musulmana.
La duración del viaje era de diez días con un poco de todo, aunque no fue posible incluir las ruinas de Douga, que me hubiera gustado visitar. Por lo demás, lo típico y más importante en un primer viaje a Túnez: la capital, el Museo del Bardo, Sidi Bou Said, Cartago, Sousse, Monastir, Kairouan, Sbeitla, Gafsa, Nefta, Tozeur, Douz, Chot El Djerid, Matmata, Gabes, El Djem, Sfax y un par de noches en Hammamet, para disfrutar de la playa.
Primera parte del viaje en Google Maps.
Segunda parte del viaje en Gogle Maps.
Viaje y llegada a Túnez. A estas alturas, no recuerdo con qué compañía aérea volamos, ni tampoco nada especial durante el trayecto, que duró en torno a dos horas, ni en los controles del aeropuerto, donde cambiaos algunos euros para llevar encima un poco de efectivo. No sé si fue en el avión o en la terminal dónde rellenamos un cartoncito con datos personales y lugar de alojamiento (el primer hotel), que nos sellaron después. Había que presentarlo a la salida, pero yo lo perdí. Menos mal que no supuso ningún problema y pude sustituirlo por otro, al regreso, en el propio aeropuerto. De todas formas, no se me fue de la cabeza durante todo el viaje. Nunca me había pasado antes y he tenido buen cuidado después para no repetir el descuido.
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Llegamos sobre el mediodía y un taxi nos trasladó al hotel que nos había reservado mi amigo. Mirando en internet, he visto que ahora se llama Campanille el Mechtel, aunque cuando estuvimos creo que era un Mercure. Hicimos el check-in, comprobamos que la habitación respondía a la reserva y, para no perder mucho tiempo, tomamos un menú en su restaurante. En esa época, no solíamos utilizar la tarjeta de crédito en el extranjero, así que pagamos en efectivo. La moneda de Túnez es el dinar tunecino, que a día de hoy cotiza a 1 euro = 3,3 dinares. No me aventuro a especular sobre cuál era la equivalencia entonces. Luego, fuimos cambiando en los bancos.
El hotel estaba bien situado, en la Avenida Ouled Hafouz, aunque debíamos caminar un buen rato para llegar al centro moderno, la Avenida Habib Burgiba, concretamente. Al salir del hotel, nos abordó un lugareño queriendo entablar conversación: que había trabajado unos años en España, que quería saber cómo estaba el país, que si esto, que si lo otro… Nos mosqueamos un poco, porque habíamos oído que a veces te intentan envolver con historias para llevarte a tiendas o sitios así. En esta ocasión, tras escucharle unos minutos, nos zafamos sin problemas, incluso nos indicó el camino que debíamos seguir. ¡Qué tiempos aquellos, en que los móviles “solamente” eran teléfonos, sin internet, ni Google Maps! Y aun así, llegar, llegábamos… Más o menos.
Al cabo de un rato, aparecimos frente a Bab El Khadra, una de las puertas que conducen a la Medina. Luego supe que “bab” significa “puerta”, nombrando tanto el acceso a las ciudades amuralladas como al parapeto que separa unos barrios de otros con el propósito de incrementar la sensación de seguridad entre sus habitantes. A partir de aquí, sin saber cómo, ni por dónde, ni por qué nos metimos en un laberinto de calles y callejuelas que me vienen a la memoria ahora con una sonrisa, pero que en aquel momento nos produjeron una pizca de inquietud, propiciada por un inmenso gentío y la suciedad que se acumulaba sobre las aceras y en el borde de las estrechas calzadas. Nunca habíamos visto tanta basura junta esparcida por los suelos, excepto en circunstancia de huelgas o disturbios. Ignoro si era lo habitual o si tenía alguna otra explicación.
Pronto obviamos la basura y, en cuanto a la gente, no tardamos en nuestra inicial aprensión, pues nos dimos cuenta de que cada cual iba a lo suyo sin preocuparse de nosotros. De todas formas, por si acaso, no me atreví a sacar la máquina de fotos hasta que, mucho rato después, acertamos a salir a la Avenida de Habib Burguiba, la principal arteria de la Ville Nouvelle, que comunica la medina con el puerto y la estación de ferrocarril. Está flanqueada por elegantes edificios de estilo europeo, con numerosos ejemplos de art nouveau y art deco que le otorgan un aire moderno, muy diferente a la Medina, y que se forjó durante el Protectorado Francés (1881 a 1956), cuando la población acomodada empezó a instalarse extramuros. Vimos muchos ejemplos, como la fachada del Hotel Majestic, la del Teatro Municipal y la Catedral de San Vicente de Paul, que se terminó de construir en 1882 sobre un antiguo cementerio católico, donde hasta el siglo XVII se enterraba a los esclavos cristianos capturados por los piratas. Su exterior presenta una mezcla de estilos: bizantino, gótico y norteafricano. Estaba cerrada y no pudimos entrar. Otro elemento fundamental de esta avenida es el conjunto que forman la fuente y la Torre del Reloj.
Estuvimos mucho rato paseando por esa zona. Cuando quisimos retornar, dimos mil vueltas hasta que salimos a la calle de la Verdura, donde volvimos a toparnos con las montañas de botes, latas, plásticos y papeles apilados en el suelo en llamativo contraste con la limpieza que predominaba en La Ville Nouvelle.
Al día siguiente, ya más ambientados y orientados, nos dispusimos a visitar la Medina, la parte más interesante de la zona antigua, designada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1979. Son unos 700 los edificios catalogados sumando palacios, mezquitas, mausoleos y fuentes de una ciudad cuyo máximo esplendor tuvo lugar entre los siglos XII y XVI, bajo el reinado de almohades y hafsidas.
Intentamos seguir el itinerario sugerido en el plano que nos habían facilitado en el hotel. Y no se nos dio demasiado mal, teniendo en cuenta la muchedumbre que atestaba los zocos, de los que hay una veintena, entre los que el más importante es el Gran Zoco, que está junto a la Gran Mezquita. En las proximidades también vimos el Zoco et Trouk y el Zoco Attarine, que atravesamos varios miles de veces (bueno, quizás no fueron tantas).
Entramos, salimos, vimos y pasamos por un montón de sitios: la Mezquita Sidi Youssef, la Mezquita Hammouda Pasha, las Tres Madrazas, el palacio Dar el Bey… A estas alturas, ni estudiando fijamente las pocas fotos que tomé, lograría localizar algunos de los lugares.
Por entonces, no hacía fotos en los restaurantes, así que no recuerdo dónde ni qué comimos (ni ese día, ni el resto). Sí me viene a la memoria que hacía bastante calor y que fuimos a descansar a la habitación. Por la tarde, regresamos a la medina para hacer algunas compras (en aquella época yo todavía compraba cosas durante las vacaciones). Y, claro, tuvimos que practicar, de acuerdo con el guion establecido, el aquí inevitable arte del regateo, algo que odio sobremanera. Y es que me fastidia estar discutiendo minutos y minutos, a veces por importes muy pequeños, para acabar siempre con la sensación de que me han tomado el pelo. Pero, bueno, todo esto viene a que quiero contar algo que nos habían advertido que pasa, que nunca pensamos que nos pasaría y que terminó pasándonos.
Entramos en una tienda a comprar un bolso. La calle estaba llena de puestos y muy concurrida, como de costumbre. No sé cuánto tiempo estuvimos en la tienda, pero no nos pareció que fuese demasiado. Sin embargo, al salir nos miramos extrañados, era como si la calle fuese totalmente diferente. Las mercancías casi habían desaparecido y los propietarios de las tiendas estaban cerrando sus puertas a una velocidad de vértigo. En cuestión de pocos minutos, nos quedamos solos en unas calles vacías, intentando encontrar el lugar que teníamos de referencia para salir de aquel laberinto. Pero, claro, el aspecto del lugar había cambiado tanto que lo que por la mañana nos resultó sencillo, entonces se convirtió en una tarea imposible. Dimos mil vueltas y nada, no lográbamos salir de allí. Ahora, en otras circunstancias, yo estaría encantada y hubiera tomado muchas fotos; entonces, no hice ni una
Al fin, apareció un “alma caritativa” que se ofreció a acompañarnos, os podéis imaginar con qué intenciones. Nosotros lo sospechábamos, pero no quisimos pecar de mal pensados. El chico nos llevó a una tienda, donde nos recibió un señor muy amable que chapurreaba castellano. Nos prometió llevarnos a la Place du Gouvernement, pero antes, en señal de amistad, quería mostrarnos las mejores vistas de la medina. Subimos unas escaleras y salimos a una amplísima terraza cubierta de bonitos azulejos (nos fijamos en que las casas se comunican unas con otras desde arriba). No niego que la panorámica era realmente espléndida: esa que siempre venos en las postales de Túnez.
Se empeñó en hacernos fotos con esta mezquita, con la otra y con la de más allá. Nos las nombró todas, parecía un avezado guía turístico. Ya bastante hartos, insistimos en que no queríamos más fotos y que debíamos marcharnos porque habíamos quedado con unos amigos que ya estarían echándonos de menos. Al fin, el susodicho nos condujo a la escalera, pero según bajábamos se paró planta por planta para enseñarnos todo tipo de tapices y alfombras: estaba empeñado en vendernos una o… varias. Eso fue demasiado y empezamos a enfadarnos, sobre todo cuando vimos la puerta de la tienda cerrada a cal y canto Cuando se convenció de que de ningún modo íbamos a cargar con una alfombra, empezó a ofrecernos joyas y perfumes. Pese a que siempre se mostró muy amable, yo estaba bastante tensa y acepté comprar un frasquito por una cantidad que no hubiese pagado en otro sitio, pero necesitaba salir de aquella tienda a toda costa. Finalmente, llamó al chaval que nos había llevado hasta allí, quien en un par de rápidos giros nos sacó del zoco en un visto y no visto: claro, estábamos al lado y nosotros sin darnos cuenta. Enseguida volvimos a ver cantidad de gente y lugares conocidos, lo que supuso todo un alivio. Con el paso del tiempo, nos hemos reído muchas veces recordando esta situación, de la que aprendimos mucho, tanto para ese mismo viaje como en otros que hemos hecho más adelante.
Etapas 1 a 3, total 9
Al día siguiente, empezamos nuestro recorrido por el país con una tríada de visitas tan típica como imprescindible en Túnez: en total, supone poco más de 30 kilómetros (solo ida) desde la capital. Si no se dispone de coche de alquiler, puede hacerse fácilmente en excursión organizada, en transporte público, en taxi…
Itinarario en Google Maps.
A través de un contacto, mi amigo nos había contratado un circuito de seis días con una agencia local. Antes de iniciar el viaje, nos preguntó si nos importaba ir con unos clientes suyos, un grupo de seis personas de Madrid a quienes les interesaba compartir gastos; lo mismo que a nosotros. Aceptamos, sabiendo que el itinerario y los alojamientos estaban fijados. Al final, todo salió perfectamente. Los ocho fuimos en una van con un conductor-guía tunecino. Ahmed, era un joven estudiante universitario muy majo con quien hicimos buenas migas, compartiendo mucha conversación y unas cuantas risas. Nos explicó sus expectativas personales y su visión de la política, la sociedad y la economía de su país. Más tarde, la situación fue cambiando tras los acontecimientos de la Primavera Árabe (2010-2012), los atentados integristas contra los extranjeros y la relativa estabilidad actual. Pero esa es otra historia.
Museo de El Bardo. Nuestra primera parada fue en este museo, del que siempre guardaré un estupendo recuerdo. Por eso, me dio mucha pena cuando, años después, me enteré del atentado en el que murieron varias personas.
El Museo se encuentra a las afueras de la capital, a poco más de cinco kilómetros. Además de su maravilloso contenido, también vale la pena el lugar donde se encuentra ubicado, un antiguo palacio de los reyes de la dinastía Husain, en el que destacan algunos de sus techos, decorados con preciosos motivos florales y arabescos, sobre todo los de las Salas Dougga y Sousse.
El Museo expone objetos púnicos (máscaras funerarias, joyas, estelas) y paleocristianos, un conjunto de piezas (columnas, relieves, esculturas y jarrones) recuperadas de un barco que se hundió en las proximidades de Mahdia en el I a.C., una muestra de arte islámico, especialmente azulejos, y, sobre todo, una fantástica colección de mosaicos romanos de los siglos II al IV, que se encontraban en las residencias de mandatarios y personajes adinerados.
En la Sala Cartago, se exponen varias estatuas del periodo romano de la ciudad y una escultura del Emperador Augusto del siglo I. En el suelo, están los mosaicos que decoraban mansiones de la villa de Oudna en el siglo III d.C.
El mosaico que decora el suelo de la Sala Sousse representa el Triunfo de Neptuno. Además, hay otros muchos mosaicos fantásticos, como el de Julius, del siglo III, que refleja la vida agrícola del Norte de África, mientras que otros se refieren a escenas cotidianas y también mitológicas.
Este Museo me encantó y, de hecho, es uno de mis favoritos en cuanto a mosaicos romanos, un tema que me gusta mucho, por lo cual veo todo lo que puedo siempre que tengo la oportunidad.
Ruinas de Cartago. Según la leyenda, Cartago fue fundada en torno al año 814 a.C. por la princesa fenicia Dido, hermana del rey de Tiro, Pigmalion, que había asesinado a su esposo. Cuatro siglos después se había convertido en una de las ciudades más poderosas y pujantes del Mediterráneo occidental. Destruida durante las guerras púnicas, resurgió con el Imperio Romano. Conquistada sucesivamente por los vándalos y los bizantinos, fue cayendo en el olvido tras la llegada de los árabes en el 695 hasta quedar reducida a poco más que un amasijo de ruinas. Actualmente, está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Había leído tanto y casi todo negativo de lo que queda en Cartago que luego la realidad no me resultó tan mal. Las ruinas están muy dispersas y hay que caminar bastante para alcanzar todos los lugares más interesantes, algunos son de libre de acceso (el teatro, por ejemplo) y otros, de pago y con horario de visitas, como el Museo Nacional y el yacimiento arqueológico de la colina de Byrsa. A estas alturas, más que de mis propios recuerdos, dependo de algún artículo que he consultado y de unas pocas fotos que conservo.
Los sitios para visitar son el Museo Nacional de Cartago, la Acrópolis de Byrsa, la Colina del Odeón, el Teatro, la Iglesia Bizantina Damous Karita, las Cisternas de la Malga, el Acueducto del Zaguán, el anfiteatro romano, las Termas de Antonino, el Puerto Púnico y el santuario púnico (Tofet).
El lugar más importante es la acrópolis de Byrsa, situada en una colina, desde donde se contemplan unas estupendas vistas del Golfo de Túnez, donde se fundó la ciudad en un punto resguardado que servía para que los navegantes se reabasteciesen y reparasen sus barcos en sus travesías por el Mediterráneo.
A los pies de la colina, se conserva un pequeño anfiteatro, unas cisternas romanas, varios arcos del acueducto y las columnas de un templo en su día consagrado al dios cartaginés Eschemoun. Cuando los romanos destruyeron la ciudad, allanaron la colina e instalaron allí el foro y el capitolio. Muchos siglos después, arqueólogos franceses excavaron la zona, encontrando los restos de las villas púnicas.
Ya cerca del mar, se encuentran restos importantes de la época romana, como las Termas de Antonino, del siglo II y que llegaron a ser las más grandes de África. Destruidas por los vándalos en el siglo V, solo se conservan los restos de algunas estancias y los restos de algunas bóvedas; aun así, dan una idea de lo que fueron en su tiempo. En los alrededores, se encuentra el lugar donde estaba el puerto púnico y el Tophet, un santuario prerromano dedicado a las deidades fenicias Tanit y Baal.
Sidi Bou Said. Este pueblo, situado en lo alto de un acantilado con unas vistas extraordinarias sobre el Golfo de Túnez, es uno de los más pintorescos y visitados del país, debido en buena parte a su cercanía con la capital. Fue fundado en el siglo XIII por un personaje sufí que le dio su nombre, pues antes se llamaba Jabal el Menar. Convertido en un importante centro sufí, con el tiempo, la tumba de su fundador se convirtió en un importante lugar de peregrinación.
Se accede por una estrecha escalinata que se encuentra detrás del Café-des-Nantes, el establecimiento más famoso del pueblo, muy apreciado por los artistas de vanguardia de la década de los veinte del pasado siglo. Es tradición sentarse un rato allí para tomar un té verde con piñones, siempre que haya sitio, claro. Nosotros tuvimos suerte y cumplimos con el ritual .
Aunque había mucha gente, guardo un grato recuerdo de ese pueblo, pues, como suele suceder, en cuanto te metes por calles secundarias, las multitudes desaparecen como por ensalmo. No sé cómo estará ahora, si habrá crecido o estará realmente petado, pero salvo el Café-des-Nantes y los miradores que se asoman al mar, pudimos pasear por el resto con tranquilidad: estrechas escaleras que conducen a callejas blancas escondidas, rincones con macetas repletas de flores y, sobre todo, las puertas, una seña de identidad de Sidi Bou Said, que son de color azul, igual que las rejas y las contraventanas.
Según he leído, fue el barón d’Erlanger quien empezó a decorar el pueblo con sus típicos colores, blanco y azul. Las puertas son muy parecidas entre sí, aunque siempre presentan alguna diferencia si nos fijamos bien. Suelen estar decoradas con estrellas, alminares y medias lunas. Al final, todo el mundo se agolpa en un mirador desde el que se obtiene la postal de Sidi Bou Said, con sus colores azules y blancos y, de fondo, el Mediterráneo con sus palmeras. También se divisa una buena panorámica del puerto.
Como en todo sitio muy turístico, el pueblo estaba repleto de bazares y tenderetes vendiendo de todo. Intenté cotillear alguna cosilla, pero tuve que salir huyendo porque los vendedores aquí fueron los más insistentes y pesados de todos los lugares del viaje, llegando en un caso a hacerme sentir bastante incómoda. Mi marido me alcanzó, muy contento porque había encontrado pendientes de plata con piedras en tonos azules (a juego con los colores del pueblo) a buen precio, así que me había comprado dos pares. No me dijo cuánto le costaron, así que no sé si hizo el negocio del siglo, si le tomaron el pelo o si se los quedó para librarse de la persecución. Eso sí, eran muy bonitos y todavía los conservo.
Finalizamos la jornada de nuevo en nuestro hotel de la capital, nuestra tercera y última noche allí. Salimos a última hora de la tarde a dar una vuelta, pero regresamos pronto porque estábamos cansados y al día siguiente teníamos que madrugar, y mucho. Etapas 1 a 3, total 9
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