Crónicas de Costa Rica ✏️ Blogs de Costa Rica

Había dormido mejor de lo que esperaba pero el resfriado se había convertido en un trancazo monumental. Eran las 6 de la mañana y estaba con mi café (esta vez sin piti) y conectado a internet en el jardín cuando me pareció escuchar el ronquido de un cerdo…… encima de mi cabeza?. Me dí la vuelta y miré hacia lo alto. En la copa de un árbol había dos monos Congo o aulladores, muy comunes en la zona de Guanacaste. Una hembra con su cría. La hembra era inmensa y chillaba como un puerco y la cría iba agarrándose de rama en rama con todo lo que podía mientras soltaba grititos como un lechón.

*** Imagen borrada de Tinypic ***. Mono Aullador

Empanado que estaba con los monos, apareció Kevin y mirándome el careto me preguntó si estaba seguro de querer hacer la clase. Los mocos me salían hasta por las orejas pero decidí hacer la clase igualmente esperando que el agua salada y los castañazos con las olas me arreglaran o me acabaran de joder del todo.

Playa Grande estaba desierta a las 7 de la mañana y el calor ya empezaba a dejarse notar. Las olas eran pequeñitas, perfecto. El agua estaba calentita, nunca había surfeado sin neopreno y la sensación es muy distinta. Te sientes más ligero y con mayor libertad de movimientos. A medida que iba remando Kevin parecía una maquina taladradora. “!sube la cabeza!, ¡arquea la espalda!, ¡ponte más hacia delante!” con toques de filosofía surfera que me gustaban porque no dejaban de ser ciertos “la tabla, tú y la ola tenéis que ser una sola cosa!”, “nota como se desliza la tabla cuando remas bien, chas, chas, chas, chas!”. Las primeras dos olas me proporcionaron sendos castañazos ciertamente importantes. En cada castañazo notaba como la cantidad de mucosidad de mi nariz iba disminuyendo, descarga absoluta, bien. Me empezaba a sentir mejor.

Recuerdo algunos días de surf con Pablo en los que estaba un poco desmoralizado por la lentitud con la que avanzaba. Una vez me comentó “Tú tranquilo, no te desesperes pero tampoco lo dejes, la única forma es seguir intentando coger olas y piñándote. Llegará una ola en la que, sin darte cuenta, dirás…..coño, pero si la estoy surfeando!!”. Y esa ola iba a ser la tercera del día. Apareció, la cogí, me levanté y…..coño, pero si la estaba surfeando!!!. Fueron tan sólo unos segundos pero han pasado al baúl de “Recuerdos Surferos Imborrables” al igual que la primera vez que me aguanté sobre la tabla en Nueva Zelanda. La tabla de deslizaba como si fuera sobre vías de tren. La ola, a mi izquierda, iba avanzando delicadamente, sin sobresaltos. El agua transparente y el sol en el careto. A lo lejos, los gritos de Kevin “You made it!!!!”, hasta que la ola decidió romper delante de mí y me obligó a interrumpir el bombazo de sensaciones que estaba experimentando. Ahí queda para mis recuerdos surferos.

*** Imagen borrada de Tinypic ***. Playa Grande. Ola a izquierdas

Tras la clase de surf, la llegada al campamento fue impactante. Debían ser las 11 de la mañana y Damon andaba agarrado a una botella de ron, metiéndole a morro y con un castañazo de narices. James le iba a la zaga pero con cervezas. Los dos aderezaban el líquido con unos canutitos marihuaneros bastante contundentes por el olor que desprendían. Vaya personajes. Parecía que Damon era el “desfasao” del grupo yanqui y James su homólogo en el grupo británico. Lo cierto es que te partías de risa con esos dos (cuando conseguía entenderles). Me recordaban a los protagonistas de películas americanas de universitarios tipo “Porky´s” o “Los Albóndigas”. Sólo faltaban algunas chicas en pelotas dando vueltas a la piscina mientras ellos estaban ciegos perdidos con el culo al aire en el agua, para que saliera una película de este tipo.

Dejando de lado a estos dos fenómenos, en el bando inglés, Paul parecía el más apropiado para sentarse con él a hablar, Leam también era interesante pero su inglés me costaba más y Andy, sencillamente, no hablaba. Por el bando yanqui, quizás el más interesante era Kirk ya que Max, al igual que Andy, tampoco hablaba. Este era el personal que andaba por el SurfCamp. Lo dicho, un espléndido y frondoso campo de nabos. Divertido, pero de nabos.

La tarde transcurría con la calma. En el Camp la gente hacía, nada. Se vive al estilo “hamster” (ahora como una pipa, ahora duermo, ahora un muñeco, ahora doy vueltas a la rueda…). Mientras voy escribiendo estas líneas, Kirk está sentado mirándose las uñas, Max sentado a su lado con la mirada perdida, Andy en la piscina tirando piedrecitas a un pobre lagarto que pasa por ahí, Leam sentado en el bordillo de la piscina con un cigarrito de la risa….el único que parece que hace “algo” es Paul, que está leyendo un libro. Damon y James están durmiendo la mona tras la cogorza matinal…..alguien ha venido a hacer surf?. Pues sí, a las 5 de la tarde, Kirk y Max se levantan como resortes y empiezan a preparar sus tablas, había entrado la marea alta y era el momento de entrar en el agua. El resto del personal continúa sin inmutarse excepto Paul que me pregunta si voy a salir. Nos vamos juntos a la playa y surfeamos juntos durante una hora y media (él surfea y yo lo sigo intentando, voy notando bastante mejoría, los castañazos van disminuyendo, bien). Esperando a que lleguen las olas, nos pasamos un buen rato en el agua sobre las tablas hablando de nosotros. Paul es fontanero y tiene 35 años. Tiene su propia empresa en Inglaterra y se puede permitir escapadas temporales para viajar. Lo dejó con su novia hace 3 años porqué veía que su relación de pareja interfería demasiado con el estilo de vida que quería llevar…ummm, me sonaba la historia. Mientras íbamos hablando el sol se iba poniendo sobre el mar. Ahora viene una ola, a por ella. Ahora no, seguimos hablando. La puesta de sol, espectacular cuando estás flotando en el agua sobre la tabla y te encuentras tan a gusto. Gracias, Paul.

*** Imagen borrada de Tinypic ***. Playa Grande. Puesta de Sol y Surf.

La cena con Kevin tampoco tuvo desperdicio. Hicimos un mano a mano mientras el resto del personal se quedaba en el camp y nos fuimos al restaurante Los Malinches (el único que hay por la zona). Revisamos cómo había ido la clase de surf, daba gusto escucharle. Hablaba pausadamente y enfatizaba la necesidad de “Querer de verdad surfear olas para aprender surf”. Había enseñado a tantas personas que ahora podía predecir si alguien que empezaba a aprender, llegaría a surfear alguna ola o lo dejaría a las primeras de cambio, solamente viendo como “atacaba” las olas. “Lo puedes hacer mejor o peor, para eso estás aprendiendo, pero ve a por cada ola como si fuera la última que vas a coger en tu vida, sino, se te escaparán todas”.

Me preguntó por lo que hacía en España y de ahí derivamos hacia mis etapas en la Facultad de Veterinaria, la clínica en Madrid, la Tesis Doctoral, el IMIM, Philadelphia y el Montseny. A medida que le iba explicando, Kevin sonreía cada vez más. El hacía un año que cerró su empresa de pinturas en Florida, la vendió y se vino con lo puesto a Costa Rica. Una vez aquí, conoció a Gerry (el propietario del Surf camp) en Playa Grande y se quedó a trabajar con él. No parecía muy partidario del estilo de vida sedentario y sin cambios. Estaba muy interesado en aprender español para integrarse mejor en Costa Rica y no se cortaba un pelo, lo practicaba sin miedos. Eso daba lugar a situaciones cómicas como la cara sonriente que me puso Ramiro, el camarero del restaurante, cuando Kevin le pidió un plato de “Arroz con polla”. No Kevin, no. En este caso es masculino, “pollo”. En femenino significa “dick”, y nos empezamos a descojonar a gusto.

De vuelta en el Camp la fiesta volvía a estar en marcha. James y Damon ya estaban otra vez en modo “Play” y las existencias de ron y cerveza volvían a bajar a una velocidad sorprendente. Eran las nueve y media y el surf me había dejado preparado para meterme en la cama con ganas. Abandoné la fiesta y me derrumbé sobre la almohada. Empezaba a encontrarme a gusto en este sitio.

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Por aquí las llaman stingrays. En castellano creo que se denominan pastinacas o mantas raya. Son una especie de mantas raya de pequeño tamaño que se esconden bajo la arena y tienen un aguijón en el extremo de la cola. Su picadura es muy dolorosa. Playa Grande está infestado de estos bichos y hay que ir con cuidado de no pisarlas cuando entras en el agua. Kevin me recordaba arrastrar los pies a medida que entrábamos en el mar, de este modo se asustan y salen de tu camino. Esta mañana tocaba aprender a “leer las olas”. Básicamente, para no aburrir al personal, consiste en ver venir de lejos la ola y ser capaz de predecir su comportamiento para poder cogerla en condiciones y que no te caiga encima.

“Leyendo” las olas estábamos cuando escuchamos unos gritos desde la orilla. Kirk estaba fuera de sí, escuchamos un “fucking stingray!!” y se calló al suelo. Le había picado una de esas mantas raya. Kevin se lanzó disparado hacia él con la tabla y yo detrás. Lo llevamos al camp, la picadura sangraba un montón y el veneno empezaba a hacer efecto. Kirk había perdido la sensibilidad desde el tobillo hasta la rodilla. Lo llevamos en brazos como pudimos y sumergimos su pie en un cubo con agua caliente. El dolor empezó a remitir y se empezó a encontrar mejor. Por lo que Kevin comentaba, una picadura de raya no es letal ya que la cantidad de veneno es pequeña para un ser humano, pero es de las más dolorosas que existen.

*** Imagen borrada de Tinypic ***. Manta Raya

La noche anterior había llegado al Camp una pareja de California. Ella se llamaba Leanne y estaba de buen ver. Aparte de ser muy extrovertida (quizás demasiado, hablaba por los codos), tenía un par de “buenísimas” razones que el grupo de británicos definía como “masive boobs”. Esta mañana estaban discutiendo y él cogió las maletas y abandonó el Camp. Kevin me comentó que el tío se había largado a Nicaragua, dejándola allí, el muy capullo.

Empezaba a estar un poco embotao con tanto inglés y me fui por mi cuenta a comer al restaurante de siempre, donde ya conocía a Francisca y Ramiro, nicaragüenses. Estaban comiendo un plato de arroz con pollo en salsa que no tenían en la carta, era para los trabajadores del restaurant, al estilo rancho. Salté de inmediato, “Yo quiero uno de esos”, estaba buenísimo. Comí con ellos, eran una delicia de gente y que gusto poder hablar en castellano. Preguntaban muchas cosas sobre España, la veían como el paraíso. Me encargué de explicarles algunas cosas sobre el fantástico mundo laboral en nuestro país mientras tomábamos un café (café asqueroso, por cierto. Con lo bueno que es el café de Costa Rica, hay que ver lo mal que lo preparan).

La marea ya había vuelto a subir y me fui a la playa con la tabla, me apetecía surfear por mi cuenta sin Kevin observándome. Las olas no eran ninguna maravilla pero me permitían ir viendo mis fallos sin hacerme mucho daño. La playa estaba desierta y sólo había dos surferos más en el agua. Calma total, estaba de maravilla. En esas, se acercó Leanne con su tabla y empezamos a charlar un rato. Tenía que repetirme constantemente a mí mismo “Mírala a la cara!”....tremendísimas razones. No parecía muy afectada por la pelea con su novio esta mañana y con el tema de que hablaba un poco de castellano (o por lo menos eso creía ella, porque no acertaba ni una) empezamos a romper el hielo entre ola y ola. Era muy divertida pero hablaba como una cotorra y con ese acento americano chicletoso y agudo que puede llegar a taladrar. Estaba de viaje por Centroamérica, llevaba dos meses entre Panamá y Costa Rica y en unos días se iba a Nicaragua…..”A buscar a tu novio?”, pregunté maliciosamente. “Sí, creo que sí”, contestó mientras miraba el horizonte. El resto de la tropa surfera del Camp no tardó mucho en llegar y pasamos la tarde peleándonos con las olas. Acabamos la sesión con una preciosa puesta de sol sobre las seis y media de la tarde.

*** Imagen borrada de Tinypic ***. Puesta de sol en Playa Grande.

Todos los viernes había barbacoa en el restaurante Los Malinches y toda la tropa nos fuimos para allá. El restaurante estaba a tope por lo que nos pusieron una mesa aparte para los nueve (americanos, ingleses, Leanne y el menda). Leanne se sentó a mi lado y empezó a pedirme una “chuleta” (en realidad quería una “calada” de mi cigarro), y otra, y otra, y otra….ella no fumaba. Luego un sorbo de mi vaso de vino, y otro, y otro. Parecía que buscaba juego, pues a jugar. Mientras tanto, Damon no se aguantaba en pie y todavía no habíamos empezado a cenar. Se estiró hacia atrás…en un banco sin respaldo, el talegazo fue de antología. La cena fue divertida entre el juego con Leanne y los comentarios de James que también iba chispilla. Los filetacos estaban de muerte y las cervezas y los vasos de vino volaban, buen rollito. La vuelta al Camp, caminando, fue divertida, la gente iba contenta. Leanne me cogió de la mano y se apoyó en mí. El personal caminaba a lo lejos, mirada fija y arrumaco. Ella se apartó suavemente, “mejor que no”, “Estás segura?”, arrumaco, “No, no lo estoy”, mirada fija, arrumaco, “Lo siento, estoy hecha un lío…...no se, mejor que no”…Game Over.

Decidí alargar mi estancia en el Camp un día más. Los ingleses y los americanos se iban el miércoles y me dejarían en Liberia. Se lo comenté a Gerry para pagarle y me dijo “ya has pagado suficiente, duerme y usa la tabla gratis, invita la casa”, un gran tipo.

Javier era nicaragüense y el encargado del mantenimiento de la piscina en el SurfCamp. El y su mujer, Cecilia, vivían en la casa de al lado con sus hijos Javier, Cecilia y Jorge y cuidaban una preciosa casa de dos plantas, 5 habitaciones y 3 baños de algún potentado americano que sólo venía un par de veces al año. Tenía toda la mañana libre ya que la marea alta no entraba hasta las doce del mediodía y me fui a verlos. Ellos cuidaban el casón de los yanquis pero vivían en una chabola de madera de 60 metros cuadrados bastante limitada. Empecé a hablar con Javier sobre mi viaje por Costa Rica mientras Cecilia sacaba un platazo de piña blanca dulce, dulcísima. Javiersito y Cecilia hija estaban embobados viendo un programa de “mujeres bellas costarricenses”. La televisión, de 20 pulgadas, estaba apoyada sobre dos cajas de cerveza vacías entre la nevera y la pica de la cocina. La antena luchaba por mantenerse en el aire entre un amasijo de cables eléctricos que suministraban corriente a la nevera, la televisión y las dos bombillas que conté en toda la “casa”.

Javier me estaba hablando de una pareja de españoles que pasaron por aquí hace dos años y con los que surgió una bonita amistad. Andaba un poco preocupado porque les habían pedido una foto de los niños hacía unos meses y no se la podían enviar ya que no tenían cámara de fotos. Volví al Camp a por la cámara y solventamos el problema rápidamente. Jorgito estaba a mi lado sin decir palabra y con una sonrisa de oreja a oreja. Javier seguía hablando de la pareja de españoles. Les habían propuesto que se vinieran a España a trabajar pero los “boletos” (billetes de avión) para los cinco le salían por 5.000 dólares y no podía pagarlos. Cambió de tema y comenzó a hablar de la vida en Nicaragua. Que si era más barato que vivir en Costa Rica, que si era más tranquilo (….todavía más tranquilo que ésto?), menos turístico. Entró en la casa y me sacó una escritura de propiedad de unos terrenos que tenía en Rivas, una población del sur de Nicaragua. “Mire, si usted conoce a alguien interesado, vendo estos terrenos. Son dos hectáreas y pido $50.000”. Los números eran sencillos en apariencia. $50.000 por dos hectáreas, se parcelan en diez “lotes” de dos mil metros cuadrados y se vende cada uno por $50.000. Total, $500.000. “Si encuentro a alguien interesado ya se lo comentaré, Javier”.

Hablando tan a gusto con Javier y su familia las horas pasaron sin darme cuenta. La marea ya había subido y Jorgito estaba preparando su tabla para salir. Jorgito tenía 12 años y surfeaba como los ángeles (el cabrón). Fui a buscar mi tabla y nos encontramos en la playa. Jorgito hablaba poco pero reía mucho. Ya en el agua, el chavalín no paraba de coger olas mientras yo las cogía o demasiado pronto (la ola se escapa) o demasiado tarde (la ola se desploma encima de ti). Hasta las bolas de tragar agua decidí observarlo detenidamente. Jorgito miraba las olas con detenimiento y empezaba a reírse cuando veía la ola que iba a coger. Resultó sencillo, me puse a su lado y cuando Jorgito empezaba a reír, tan sólo tenía que empezar a remar hacia delante. Las olas fueron cayendo una detrás de otra, una delicia. En algunas de ellas, los dos llegamos a surfear uno al lado del otro dándonos la mano mientras la ola nos empujaba hacia la playa. Una sesión para no olvidar. Gracias, Jorgito.

*** Imagen borrada de Tinypic *** "Javiersito", Cecilia, Jorgito.

Por la tarde, el grupo de ingleses iba a Tamarindo para sacar dinero y pagar a Gerry su estancia de dos semanas en el Camp. Me uní a ellos para dar una vuelta y ver la ciudad. Fuimos caminando por la playa y cruzamos el estuario del río en una de las barcas (500 colones). El día era radiante y el sol apretaba de lo lindo. Tamarindo no vale nada, es un auténtico engendro turístico bastante feo.

*** Imagen borrada de Tinypic ***. Camino de Tamarindo

*** Imagen borrada de Tinypic ***. Cruzando el estuario. Taaxii

*** Imagen borrada de Tinypic *** Tamarindo.

Nos dirigimos al banco y nos encontramos una sorpresa desagradable. Leam había sacado dinero de un cajero la semana anterior y le habían “clonado” la tarjeta, dejándolo sin un duro en la cuenta. Llamaron al banco en Londres para solventar el asunto pero seguían sin dinero para pagar a Gerry. Volvimos al Camp y el tema se zanjó rápidamente. “Volved a Inglaterra y me lo transferís desde allí”, confianza plena. Lo dicho, Gerry, un gran tipo.

Acabé el día despidiéndome de la familia "nica". Eran encantandores y había pasado unos momentos muy intensos con ellos. "!Nos veremos pronto, seguro!", me pareció oir gritar a Cecilia mientras me alejaba con un nudo en la garganta.

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Tras mi paso por Playa Grande decidí visitar el Rincón de la Vieja, un Parque Nacional situado al noroeste del país a cien kilómetros de Playa Grande. Pensé alquilar un coche para poder moverme libremente durante los 5 días que tenía entre Playa Grande y la visita a Corcovado. Dado el mal estado de las carreteras por esa zona debía ser un 4x4 y los precios que encontré no me convencieron nada por lo que opté por ir buscándome la vida combinando autobuses y taxis para moverme. Pensaba pasar la noche en “El Rinconcito Lodge”, a unos tres kilómetros de la entrada del sector Santamaría del Parque Rincón de la Vieja.

Aproveché que el grupo de ingleses y el de americanos habían alquilado un taxi colectivo para ir a San José y me dejaron en Liberia (Playa Grande-Liberia, $20). Nos despedimos con un “Estamos en contacto”, la convivencia en el camp había sido fantástica y con los ingleses, había surgido un posible próximo destino surfero, México. Desde el Rinconcito Lodge enviaron otro taxi a buscarme a Liberia para completar los 25 kilómetros que quedaban ($30), un auténtico camino de cabras que pasa al lado de un vertedero. El paisaje de bolsas de plástico colgando de las ramas de los arbustos se prolongaba unas cuantos kilómetros (y eso que era de noche). Gerardo, el taxista (que luego resultó ser el propietario del hotel), se pasó todo el trayecto despotricando de los políticos de la zona y de como se malversan los fondos que deberían dedicarse al mantenimiento de las carreteras.

La llegada al Rinconcito Lodge fue de noche. Se acabó el calor pegajoso de Playa Grande, por aquí hacía una temperatura muy agradable. El Rinconcito es una maravilla. Es como un oasis enclavado en medio de las montañas del Parque Nacional Rincón de la Vieja. Las instalaciones son todo un lujo para el precio que tiene ($20/noche) y las habitaciones (con baño) son más que correctas. La mía era compartida pero no había nadie más, perfecto.

*** Imagen borrada de Tinypic ***. Rinconcito Lodge. Dormitorio

*** Imagen borrada de Tinypic ***. Rinconcito Lodge. Espacio "Pura Vida"

David era el encargado del Rinconcito Lodge y un tico muy divertido, tenía el oficio bien aprendido. Tras la cena me vino a buscar para explicarme las diferentes formas que tenía de visitar el Parque Nacional del Rincón de la Vieja. El recorrido completo desde el hotel haciendo los dos sectores del parque (Las Pailas y Santamaría) implicaba 22 kilómetros de caminata y tenía muy buena pinta. A nuestra conversación se unió Gilbert, el camarero del hotel, y Verónica y Raquel, dos ticas de 22 años que estaban estudiando turismo. Rápidamente nos enfrascamos en una conversación sobre los turistas y los ticos. Sobre como nos ven ellos a nosotros y nosotros a ellos. Empezaron a aparecer “Guaros” por la barra (una mezcla de licor de caña de azúcar, Pepsi Cola y unas gotas de “limón-mandarina” con mucho hielo) y la conversación fue derivando hacia temas más personales de cada uno. Gilbert fue en su tiempo un “niño de papá” que lo tuvo todo y lo perdió haciendo el capullo. Ahora estaba pasando una cura de humildad “sirviendo a los demás” y se mostraba orgulloso de ello. David tenía 35 años, casado desde los 16 y con 6 hijos. A todo eso, Verónica y Raquel tenían todas sus ilusiones puestas en llegar a ser unas buenas recepcionistas o relaciones públicas en un hotel de lujo en Costa Rica. La velada se prolongó hasta las dos de la mañana. Al darles las gracias por la confianza y por el rato que habíamos pasado Gilbert sentenció “Mira, por aquí pasan muchos turistas, y de la mayoría ni te acuerdas porque vienen a sus cosas y no te escuchan, pero de este mae de Barcelona, uno ya no se olvida, mae. Eres un mae pura vida!”. Gran velada y grandes personas que hacen que un simple viaje pase a convertirse en algo excepcional.

El Rincón de la Vieja es un Parque Nacional de 14.000 hectáreas donde se han identificado nueve focos volcánicos, de los cuales, el único activo es el volcán Rincón de la Vieja. Toda la zona registra una constante actividad volcánica subterránea que se manifiesta en forma de aguas termales y focos de agua en ebullición (pailas). La mañana se había despertado con una tormenta de cojones (la primera tras diez días de viaje) y aproveché para girarme y dormir hasta las ocho. Mientras desayunaba, dejó de llover y apareció el sol. Intenté negociar un taxi para que me dejara en la entrada del parque pero me pedía $30 por tres kilómetros desde el Rinconcito hasta el Parque, no hubo manera. No era un problema de poder pagar o no. Más bien era la sensación de tontolava que se me queda al pagar algo que se que vale mucho menos. Decidí caminarlos por mi cuenta. Iba a visitar el sector Santa María, catorce kilómetros ida y vuelta. Mochila a la espalda, anorak, repelente de mosquitos, frutos secos, dos litros de agua y tira millas.

Los tres kilómetros desde el Rinconcito hasta el Parque eran de subida constante pero se llevaban bien. La vegetación pasaba de prados verdes llenos de caballos a bosque tropical de forma gradual. No había nadie, soledad absoluta y gratificante mientras el Volcán del Rincón de la Vieja aparecía en la distancia. Me sentía a gusto con el espectáculo.

*** Imagen borrada de Tinypic *** De camino al Parque.

*** Imagen borrada de Tinypic ***. Parque Nacional Rincón de la Vieja

La entrada al parque vale $10 para los no residentes y $1 para los ticos. El guarda me cobró $1 porqué se le habían acabado los tickets para extranjeros y “No puedo cobrarte $10 sin poder justificarlo”, de agradecer. El sendero Santa María no es muy espectacular pero si que tiene algunas cosas que me gustaron. Frondosidad, el bosque tropical se va cerrando a medida que vas caminando y si te desvías por el “Sendero del Colibrí” la frondosidad es casi asfixiante. Tranquilidad, no me crucé con nadie durante todo el trayecto.

Las “pailas de agua fría” son un auténtico fenómeno. Una paila es un hoyo. En esa zona parece que la tierra ha dicho “!!Corred, insensatos!!” al estilo de Gandalf al encontrarse al Balrog tras cruzar las Minas de Moria (dedicado a Casillo si lo estás leyendo, compañero neozeladicto). Numerosos orificios llenos de barro van soltando burbujillas y el río que discurre por la zona parece un hervidero. Un aroma cuesquil (creo que es anhídrido sulfuroso) invade todo el ambiente. Es como si estuvieras en medio de un gigantesco trasero con infinidad de ojetes en fiesta continua. Decidí sumarme a la fiesta pero no llegué al nivel que reinaba en el ambiente. El bosque tropical que rodeaba la zona de las pailas era espectacular pero el tufarro a cuesco no te dejaba disfrutarlo al estilo “bucólico”.

*** Imagen borrada de Tinypic *** Pailas de agua fría.

*** Imagen borrada de Tinypic ***. Bosque tropical de las pailas de agua fría.

Las “Aguas Termales” al final del recorrido te permiten darte un buen baño caliente y, a continuación, uno frío en el río que las circunda. Es como un spa pero gratuito y sin comentarios tipo “Si tía, se pensaba que iba de Prada y el bolso era falso, sera cutre la tía!. Pásame las sales tibetanas relajantes”. No había nadie y opté por un saludable baño en canicas.

*** Imagen borrada de Tinypic *** Aguas termales.

La vuelta se hizo un poco pesada. Eran las dos de la tarde. El calor apretaba desde hacía rato y la humedad lo hacía todavía más molesto. Fueron catorce kilómetros por el sector Santa María del Parque sin ningún contratiempo. Lo cierto es que los senderos están muy bien señalizados y es imposible perderse. Al llegar me encontré a un chico belga que conocí durante la cena la noche anterior y había corrido peor suerte. Se había encontrado un grupo de jabalíes en el sendero y al ver que iban hacia él, empezó a correr, torciéndose un tobillo. Lo iban a llevar al hospital de Liberia, parecía que se le había acabado el viaje a Costa Rica y debería volver a Bélgica.

Decidí quedarme un día más en el Rinconcito. Me encontraba a gusto aquí.

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