Viajar a Japón por libre. Diario de una luna de miel soñada ✏️ Blogs de JaponSomos Pedro y Nisa, una pareja canaria que en abril de 2012 cumplió un sueño: viajar por libre a Japón con motivo de su luna de miel. Queremos compartir con vosotros la crónica de nuestro viaje (texto, fotos y vídeo), con el deseo de que os ayude si estáis pensando ir al país del sol naciente por vuestra cuenta.Autor: Nisarce Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (25 Votos) Índice del Diario: Viajar a Japón por libre. Diario de una luna de miel soñada
01: Viaje a Japón: días 1 y 2, de Gran Canaria a Tokyo
02: Viaje a Japón: día 3, Tokyo, Akihabara
03: Viaje a Japón: día 4, Tokyo, Shibuya y Shinjuku
04: Viaje a Japón: día 5, Nikko
05: Viaje a Japón: día 6, Tokyo, Palacio Imperial, torre de Tokyo y alrededores
06: Viaje a Japón: día 7, Kawaguchiko, a la caza del Fuji
07: Viaje a Japón: día 8, Tokyo, parque de Yoyogi
08: Viaje a Japón: día 9, Nagoya y llegada a Kyoto
09: Viaje a Japón: día 10, Nara
10: Viaje a Japón: día 11, Kyoto
11: Viaje a Japón: día 12, sesión de fotos profesionales en Kyoto
12: Viaje a Japón: día 13, Kobe
13: Viaje a Japón: día 14, Hiroshima y noche en Miyajima
14: Viaje a Japón: día 15, subida al Monte Misen en Miyajima, y noche en Fukuoka
15: Viaje a Japón: días 16 y 17, Osaka (primera parte)
16: Viaje a Japón: días 16 y 17, Osaka (segunda parte)
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Etapas 13 a 15, total 16
¡Editado! Vídeo de esta etapa:
Nos despedimos de Kyoto despertándonos bien temprano para acudir al Cube, la estación de trenes, por dos razones: la primera, llegar lo antes posible a nuestro próximo destino, Hiroshima, para aprovechar el día, y la segunda, que esa jornada comenzaba la Golden Week, es decir, la semana de vacaciones que la gran mayoría de los japoneses tienen a principios de mayo. Esperábamos encontrarnos un gran volumen de gente debido a que era sábado y comienzo de la Golden, pero… ¡no tanto! De hecho, tuvimos que ir de pie en el Shinkansen que iba desde Kyoto a Hiroshima… Pero con paciencia y puntualidad japonesa, llegamos a Hiroshima, ciudad tristemente célebre por la bomba nuclear que recibió en 1945 (al igual que en Nagasaki), hecho que propiciaría, como ya sabemos, que Japón se rindiese y acabara la Segunda Guerra Mundial. No voy a mentirles: Hiroshima fue completamente destruida y, por lo tanto, a día de hoy es una ciudad moderna, eficiente y con muy pocas cosas interesantes que ver, quitando los vestigios de la bomba atómica y el Parque Conmemorativo de la Paz. Nosotros íbamos con la intención de ver justamente eso, y se comprende que la inmensa mayoría de los visitantes también, puesto que tienen preparado un tranvía que te lleva cómodamente desde la estación de trenes hasta la cúpula y la entrada de dicho parque. En la misma estación de trenes de la JR hay una oficina de turismo en donde pueden coger gratuitamente un mapa con las indicaciones necesarias para llegar hasta allí. Como se puede observar en la foto, el trayecto en tranvía cuesta 150 yenes (1’5 euros, más o menos), y te lleva hasta la cúpula en unos 15 minutos. Una vez en la parada correspondiente, con solo andar un poco… te encuentras con esto. La bomba atómica cayó a muy pocos metros de ahí, y milagrosamente la estructura del edificio se mantuvo en pie (fue el único edificio que no quedó reducido a escombros). Por ello, se decidió mantenerlo tal cual quedó, para que el recuerdo de la barbarie permanezca siempre en la memoria colectiva. Quizás una fotografía no transmita tantas sensaciones, pero lo cierto es que a mí me impactó mucho verla, porque no puedes evitar imaginar que todo a tu alrededor, aquello por lo que pisas, era polvo. Tuvo que ser demoledor. Actualmente, y con un día tan bonito como el que pillamos, es difícil imaginar que hace solo 68 años lo que ahora es un apacible parque, era símbolo de destrucción y muerte. Hay muchos paneles informativos alrededor de la cúpula, pero tranquilos, porque dentro del Museo Conmemorativo, el visitante hallará toda la información que necesite (y más). Como dije arriba, hacía un sol de justicia y mucho calor. Nos entretuvimos un rato en una fuente que estaba al lado de la cúpula, viendo cómo los pajarillos se refrescaban. Y me pareció una metáfora muy bonita de cómo la vida ha surgido de las cenizas. Con solo caminar unos minutos sobre los numerosos puentes que conectan la ciudad, uno llega a los alrededores del Museo Conmemorativo de la Paz, un enorme parque con más de una sorpresa emocionante. A mí, en particular, la que más me impresionó fueron las grullas de papel. Dentro del Museo había una parte de la exposición dedicada a la historia real de una niña víctima de la bomba que pasó sus últimos días en el hospital, aquejada de los males de la radiación. Según la tradición japonesa, si se hacen mil grullas de papel, se cumple el deseo que se pida. La niña empezó a hacer grullas en su cama de hospital para que se cumpliese su sueño de poder seguir viviendo, pero falleció antes de llegar a cumplir su propósito. Desde entonces, y hasta la fecha, niños de todos los colegios de Japón hacen y envían grullas de papel a Hiroshima, que se almacenan en esta parte del parque, en recuerdo de esa niña y de todas las víctimas de la barbarie. También todas las personas de todas partes del mundo que quieran dejar sus grullas, pueden hacerlo. Existe incluso un banco de datos para saber de dónde viene cada grulla, quién la ha hecho. A mí se me pusieron los pelos de punta. Y tras acabar el paseo, llegamos al fin al museo. La entrada, por cierto, es totalmente gratuita. Señores, no saqué fotos ni vídeos dentro del Museo. He de decir que he estado en varios museos bélicos a lo largo de mi vida, porque me interesan mucho (por citar uno, el de Londres dedicado a la II Guerra Mundial), y puedo afirmar que ninguno me ha impactado tanto como el de Hiroshima. En este museo se detallan los pormenores del lanzamiento de la bomba (por lo que pudimos leer en los paneles y ver en los vídeos, eran varias las ciudades marcadas como objetivos para lanzar la bomba, pero se eligió Hiroshima porque esa mañana hacía un día espléndido y despejado, y así se podría observar con niditez los efectos destructivos), se recopilan muchos enseres y restos, y lo más duro e interesante: cientos de testimonios de supervivientes, con fotografías y entrevistas en vídeo. Es muy, muy duro. De hecho, aguantamos cerca de hora y media, pero cuando nos quedamos a visionar el testimonio de una madre, que perdió a una de sus hijas al no poder regresar a la casa ya derruida a buscarla, nos marchamos, porque nos agobiamos mucho. Cierto es que solo se cuenta una parte de la historia, y se ignora el papel que Japón tuvo en la II Guerra Mundial, pero… Es durillo. Y por lo tanto, recomiendo ir. Porque solo conociendo el pasado, no se vuelven a cometer los mismos errores en el futuro. Como ya habíamos tenido suficiente, decidimos regresar a la estación para comer algo y poner rumbo a nuestro destino final del día. Pero antes, detalle del cartel que vimos en la parada del tranvía, con un mensaje de gratitud a todos los que apoyaron a la nación de Japón tras el desastre del terremoto y tsunami de 2011. Y muchos escolares sin Golden Week por las calles, todo sea dicho xD Tras zamparnos un okonomiyaki delicioso al estilo de Hiroshima en un puesto en la estación (el okonomiyaki es una especie de tortilla típica de la región de Kanto, y que lleva, además de una masa de harina, mucha col, carne o marisco, verduras y una salsa buenísima; te la hacen a la plancha y se come troceándola con espátulas), tomamos otro tren que en unos 40 minutos nos llegó al puerto de Miyajimaguchi, en donde tomamos un ferry para ir a la isla sagrada de Miyajima, en donde pasaríamos la noche. No me arrepiento de, a la hora de planificar el viaje, establecer que íbamos a pasar noche en Miyajima. De hecho, puedo afirmar que la tarde, noche y mañana que pasamos en Miyajima fueron mis horas favoritas de todo el viaje por Japón Simplemente maravilloso, y se los recomiendo encarecidamente por una sencilla razón: la isla de Miyajima está considerada, además de enclave sintoísta sagrado, como uno de los parajes más hermosos y pintorescos del país. Y por lo tanto, está petada de turistas, pero, y he aquí la razón por la que decidí que pecnortaríamos allá, casi todos se marchan en el último ferry de la tarde, y en la isla, además de sus escasos 100 habitantes, quedan apenas unos pocos visitantes y puede disfrutarse con tranquilidad. Hay multitud de compañías de ferry que te llevan a Miyajima, pero si van a Japón con el Japan Rail Pass, el ferry de la compañía JR es totalmente gratis. Nosotros lo tomamos, y fue de lo más divertido y agradable. El trayecto es cortito, apenas 10 minutos, y el barco no se mueve casi nada. Además, las vistas, tanto de la bahía de Hiroshima a lo lejos, como de la isla, son tan bonitas que se te pasa volando. Y cuando te quieres dar cuenta… ¡Ahí está, su famoso Toori rojo! Nosotros tuvimos la mala pata de verlo en obras… Apenas unas semanas atrás hubo un temporal y tuvieron que someterlo a restauración. La primera sensación fue de pena, pero después de pensarlo un poco, ¡qué demonios! Mucha gente ha visto el Toori tal cual, pero muy pocos lleno de andamios. Si es que el que no se consuela, es porque no quiere Cuando llegas a tierra, lo haces por la acogedora y pequeña terminal de ferrys de la JR. Y nada más salir al exterior, te topas con otro de los elementos característicos de la isla… ¡Ciervos silvestres! Al igual que en Nara, los ciervos viven en libertad y están considerados como animales sagrados. Así que campan a sus anchas, más que acostumbrados a los seres humanos. Son una monada, pero ciudado… ¡que intentan comerse los mapas y todo lo que pillen! Cuando estuve organizando el viaje, me costó dar con un ryokan (hospedaje tradicional) cuyo precio no se fuera de madre. Tras mucho buscar, di con uno. No resultaba excesivamente caro (tampoco barato, unos 100 euros la noche la habitación para dos), pero tenía onsen privado y me gustó que su web estuviese también en inglés y admitieran reservas por email. Así que me aventuré. Me alegro mucho de haberlo hecho, porque sin duda, fue el mejor alojamiento que tuvimos en Japón. Hablo del ryokan Ryoso Kawaguchi, un ryokan tradicional regentado por un simpático matrimonio. Él no habla nada de inglés, pero si llamas al ryokan por teléfono (hay cabinas nada más salir de la estación de ferrys) al ryokan y se lo pides a su mujer, que sí habla inglés (lo suficiente para mantener conversaciones sencillas), el hombre te va a buscar gratuitamente a la estación en su coche. El ryokan no está lejos, pero como no teníamos ni idea de cómo llegar, pedimos que nos viniera a buscar, y así hizo. Nos quedamos encantados. Ese lugar tenía una atmósfera auténtica, tradicional pero acogedora, casera. Además, el matrimonio es de lo más amable y te hacen sentir muy cómodo. Y para rematar la faena, la habitación que nos dieron era enorme. Teniendo en cuenta el tamaño de las habitaciones que hasta entonces nos había tocado en los restantes alojamientos en donde nos quedamos, nos alucinó. Además de un juego de té, nos esperaban en la mesita dos dulces típicos de Miyajima, con forma de hoja de arce y rellenos de pasta de judías. Los japoneses son muy aficionados a los dulces característicos de cada zona, pues acostumbran a llevárselos de recuerdo a sus seres queridos con cada viaje. No son baratos, así que nos hizo ilusión poder probar esos. Rico, rico. Por cierto, por si a estas alturas del diario de viaje no les ha quedado claro, sí, nos pasamos el viaje jamando xD Pero como caminamos como cerditos, compensábamos. Para colmo, los futones eran comodísimos (dormimos como santos esa noche), y el ryokan cuenta con dos onsen privados que se pueden disfrutar en intimidad. Simplemente accedes al que esté libre, cierras la puerta, y todo para ti. No saqué fotos, pero sí vídeos, así que cuando monte y suba el vídeo correspondiente a este día, edito la entrada y lo añado Tras haber descasado un poquito, nos fuimos a dar un paseo por la preciosa avenida costera de Miyajima. Primeras impresiones: muchos tooris de piedra, y muchos ciervitos. Y apenas unos metros más allá, una vista que le quita a uno el aliento: el gran Toori. Es simplemente precioso. Como pillamos la marea tan baja, fuimos a la arena para acercanos todo lo posible a él. Será que como buenos canarios, el mar es muy importante para nosotros. Estar ahí fue como sentirse casi en casa. A mí me hacía ilusión tocar y probar el agua del Pacífico (soy así de friki), así que aproveché y lo hice Una atlántica convertida a pacífica, je, je. Y para que quede constancia de que estaban en obras con el Toori… La gente tira monedas a pies del Toori. Todas las que encontramos, muchas de ellas desgastadas por la acción del mar, lo demuestra. ¿Se creen que se nos había acabado la diversión por la zona? Todo lo contrario… Hamburguesas flotantes, como en Humor Amarillo. ¡Eso había que inmortalizarlo! Yo casi me pego un talegazo, jajaja. Y tras hacer el pato, nos pusimos a investigar por los alrededores antes de que se pusiera el sol. Subimos un poco a lo alto para disfrutar las vistas al famoso e icónico Itsukushima, un templo erigido del mar que, cuando sube la marea, parece estar sostenido por las aguas. Ya estaba cerrado, y al día siguiente teníamos planes, así que no nos dio tiempo de visitarlo. Y ya de vuelta al ryokan para bañarnos, pasamos por la calle comercial, llena de tiendas de recuerdos y tenderetes de comida. Pedro no se pudo resistir a probar un manjar local: ostras a la plancha. Yo no las probé porque no son santo de mi devoción, pero él dice que estaban de muerte. Y para regarlas, un refresco viejuno japonés que nos compramos porque Pedro lo vio y exclamó: “¡El refresco que salía en 20th Century Boys!”, en referencia al manga de Urasawa que tanto nos gusta. Fíjense en la botella, tiene una canica de cristal en el cuello. Una vez vacía, la guardamos y la tenemos de recuerdo en casa :3 Yo no iba a ser menos… Regresamos al ryokan, fuimos al onsen, descansamos un ratico, y fuimos a dar una vuelta para ver los mismos escenarios pero bajo el manto de la noche y con el juego de luces. A esas horas (apenas las 9 de la noche), Miyajima está desierta. Sus 100 habitantes ya se han retirado para descansar, los turistas que la masifican por el día se han marchado, y los que se quedan ahí son minoría, como nosotros. Si se preguntan si existe en el pobladísimo Japón un lugar en donde a las 9:30 de la noche solo haya un restaurante abierto donde cenar, la respuesta es sí, en Miyajima. Y las casualidades de esta vida quisieron que en el restaurante solo hubiese, además de nosotros, otra pareja cenando. La otra pareja también era española. Si es que el mundo es un pañuelo… Al día siguiente tocaba madrugar, y mucho, puesto que a las siete de la mañana queríamos empezar el ascenso al Monte Misen, el lugar más alto de Miyajima. Fue una experiencia físicamente dura, pero maravillosa. Ya se las contaré Etapas 13 a 15, total 16
El decimocuarto día de nuestro viaje a Japón fue totalmente bipolar. Empezó de manera extraordinaria y acabó siendo el único punto negativo de toda la planificación que realicé en la ruta. Ya verán el porqué. Por lo pronto, nos levantamos muy tempranito tras haber descansado de lo lindo en el ryokan. Nuestro plan era subir en teleférico al Monte Misen, el punto más alto de Miyajima, para luego bajar caminando, desayunar, ir a recoger las maletas al ryokan y tomar el ferry de vuelta a Hiroshima, en donde cogeríamos el shinkansen para ir a la isla de Kyushu, una de las principales del archipiélago japonés; en concreto, a su principal ciudad, Fukuoka. Así que a las siete de la mañana ahí estábamos los dos, caminando por las calles desiertas de Miyajima, rumbo al camino de ascensión al Monte Misen. Pero cuando llegamos al teleférico, primer contratiempo: hasta las 9 de la mañana, no lo abrían. Así que teníamos dos opciones: o volvíamos al ryokan y matábamos el tiempo hasta esa hora y retrasábamos todos los planes (lo cual era un problema, porque de Hiroshima a Fukuoka en shinkansen son casi 3 horas de trayecto), o subíamos caminando a lo alto del Monte Misen y tomábamos el teleférico para bajar. Y, como no podía ser de otra forma, a pesar de no llevar calzado ni ropa deportiva, a pesar de no haber desayunado, y de que yo estaba en el punto álgido de mi resfriado, nos decantamos por la opción B. Es decir, subir a pata. Fue duro, para qué les voy a mentir. Son casi dos kilómetros de subida, a veces con pendiente bastante pronunciada, pero valió la pena. Fue una experiencia totalmente maravillosa. Lo primero que nos llamó la atención de los alrededores, es que no había nadie. Nosotros tenemos por costumbre siempre que vamos de excursión por el campo empezar bien temprano, para que el mediodía (horas fuertes de sol) nos pille ya regresando, y lo normal en España es que cuando estás ya volviendo, te encuentres con un montón de gente que están empezando. Pues en Japón, nos ocurrió lo mismo xD Y cuando que prácticamente no había nadie, es cierto xD El camino de subida al Monte Misen transcurre en plena montaña, con escalones habilitados de piedra que a veces resultan incómodos por su altitud. Este tramo de la foto era solo al principio. A medida que ibas estando más alto, la cosa se ponía peluda… Pero era todo tan bonito, tan tranquilo (de vez en cuando pasaba algún grupo de japoneses con su equipo de montañismo, los saludabas con un konichiwa (hola) y una pequeña reverencia, y te respondían de igual manera con una sonrisa), que lo disfrutabas, a pesar del cansancio. Y a todas estas, riachuelos, pajaritos, insectos varios y, cómo no, ciervos salvajes. Caminante, no hay camino…, se hace camino al andar. A medida que la subida se hacía más dura, los konichiwa que intercambiábamos con los japoneses se transformaban, por parte de ellos, en gambare (¡ánimo!). Imagino que les debía de llamar la atención ver a dos guiris afanados a esas horas, je, je. Y de pronto, desde lo alto del camino de escalones de piedra que llevábamos una hora subiendo, esto apareció ante nuestros ojos. Solo por esas vistas mereció la pena la paliza. Pero todavía no estábamos en lo alto del Monte Misen, había que seguir. Muy cerca de la zona en la que te deja el teleférico (desde ahí hasta lo alto del monte hay como 10 minutos de subida a pie), nos encontramos un precioso templo. Preferimos no despistarnos mucho y subir, para luego dedicarle tiempo al templo y alrededores, así que seguimos caminando, y poco después, llegamos. Todo sea dicho: con lo bonita que es la isla y lo bien cuidada que la tienen, el mirador de lo alto del monte es decepcionante: una estructura de hierro oxidada con pinta de estar semiabandonada. Pero bueno, ya poco nos importaba Cómo no, también por esos lares había moradores autóctonos… Bajamos hasta el templo. ¡Sí, ahí arriba estuvimos, je, je! Y decidimos dejar nuestra segunda y última tablilla con deseo escrito en Japón. La primera la pusimos en Nikko. A diferencia de allí, esta vez si tuvimos que pagar una cantidad por la tablilla. El donativo era de 500 yenes (5 euros), pero nos apetecía dejar nuestro deseo. Pues sí, tal y como pone en la leyenda de la foto, el deseo que pedí (lo escribí yo), fue regresar con Pedro a Miyajima. Espero que algún día se cumpla ^.^ En los alrededores del templo encontramos rincones repletos de encanto, como los que contenían estas estatuas: Y otra que me gusta incluso más. Iba siendo hora de regresar al punto de inicio de nuestro recorrido. A esas horas, diez menos veinte de la mañana, más o menos, ya el teleférico estaba operativo (la cantidad de japoneses que estaban subiendo nos lo confirmaba), así que fuimos a comprar los tickets para poder hacer el trayecto de bajada. No fueron baratas, creo recordar que unos 10 euros cada una, pero entre el hambre que teníamos y que el tiempo se nos echaba encima, no teníamos muchas alternativas. Así que, pa’lante. Por cierto, yo tengo un vértigo horroroso xD La vez que me monté con mis padres y hermano en el teleférico de Montserrat (Cataluña), lo pasé fatal, e iba un poco “acongojada”, pero bueno, no pasó nada, aunque las alturas eran considerables, como puede apreciarse. Y encima el trayecto va en dos tramos en los que hay que cambiar de coche una vez… Llegamos sanos y salvos al pueblo de Miyajima, y buscamos dónde llenar el estómago. Acabamos zampándonos un menú de katsudon (cerdo empanado con huevo sobre base de arroz) más sopa de miso y encurtidos, que entró que dio gusto, je, je. Como comprobamos que todavía era temprano (poco más de las diez de la mañana), decidimos dar un paseo por los alrededores. [img]La marea estaba medio vacía, y pudimos deleitarnos con otra vista diferente del Toori.[/img] Y sin embargo, nos tocaba despedirnos de aquel maravilloso lugar. Regresamos al ryokan a por la maleta y nos dirigimos al muelle para tomar un ferry de la JR a Miyajimaguchi, no sin antes detenernos a cotillear por los tenderetes. A Pedro el olor le pareció irresistible… Por supuesto, se llevó un último souvenir de Miyajima. Dice que estaba buenísimo, je, je. Yo aún estaba llena del pedazo desayuno que nos metimos entre pecho y espalda. El trayecto en ferry transcurrió sin problema y en apenas diez minutos ya estábamos en la otra orilla. Y tras tomar el tren de vuelta a la estación central de Hiroshima, nos dispusimos a tomar el shinkansen para un viaje de unas tres horas a la estación de Hakata, en Fukuoka, principal ciudad de la isla de Kyushu. Y es aquí donde reconozco que cometí un error al planificar nuestro viaje. Japón está compuesto de un montón de islas, de las cuales las principales son, de arriba a abajo, Hokkaido, Honshu (la de mayor tamaño, en donde está Tokyo y Kyoto), Shikoku y Kyushu, como se puede observar en el siguiente gráfico. (Gráfico tomado de la web: pubpages.unh.edu/ ...yushu.html) Desde aquí, consejo a los amigos viajeros: a no ser que tengan planeado dedicar varios días a recorrer Kyushu, no vale la pena llegar hasta Fukuoka. La ruta que teníamos prefijada era ir de Hiroshima a Fukuoka, pasar noche en Fukuoka y al día siguiente bajar a Beppu, ciudad balneario famosa por sus numerosos onsen al aire libre, pero nos encontramos con varios factores en contra: el primero, la distancia (como ya dije, casi tres horas de viaje en shinkansen desde Hiroshima); segundo, el cansancio (y el alojamiento que teníamos reservado) y tercero, el tiempo, puesto que la predicción decía que a la jornada siguiente empezaría a llover en la región y no pararía durante varios días. Pero vayamos por pasos: cuando llegamos a Fukuoka, nos encontramos con una ciudad enorme. Nos sorprendió, de hecho, que fuera tan grande, ya que nos imaginábamos algo a menor escala. Sin embargo, y pese a que mucho no vimos de ella, la sensación general que me dejó Fukuoka es que es una especie de Nagoya pero a lo bestia. Es decir, una ciudad funcional pero sin demasiadas cosas realmente interesantes que ver. Seguramente que si algún día vuelvo y le dedico el tiempo y las energías suficientes, me llevaré otra impresión del lugar, pero lo cierto es que fue lo que menos me gustó de todo el viaje. Para colmo, me equivoqué al reservar alojamiento por Internet. Quería abarcar un abanico amplio de alojamientos, y me decanté por un hostal para viajeros. Reservé en el Guesthouse Kaine, que por las fotos de la web parecía estar muy bien. El sitio resultó ser de lo más cutre (una habitación horrorosa, con futones casi de papel) cuyo punto fuerte era una sala común (bastante agradable, eso sí) en el que los viajeros que se alojaban allí podían reunirse, charlar y demás. El chico que regentaba el hostal era joven y hablaba un inglés muy fluido, algo que se agradece. También era muy amable, pero teniendo en cuenta lo lejos que estaba de la estación de trenes (casi un kilómetro a pata tuvimos que andar y preguntar varias veces, hasta que las chicas de un negocio le imprimieron a Pedro un mapa sacado de Yahoo!), y que al final salió carísimo para lo que era (casi 60 euros, cuando la doble en Tokyo nos costó 70 euros), no, no nos compensó. Pero ya que estábamos allá, había que salir a dar una vuelta, para descubrir algo de la ciudad. Fukuoka tiene fama de ser una de las ciudades más cosmopolitas y abiertas de Japón porque por su puerto ha tenido tradicionalmente mucha conexión con otros países. De hecho, está más cerca de Corea del sur que de Tokyo, algo que se notaba, sobre todo, porque los carteles estaban escritos en japonés, coreano (en Gran Canaria hay muchos surcoreanos viviendo, desde hace varias generaciones, por lo que nos resultó muy fácil reconocer su sistema de escritura) e inglés. Casi todos los surcoreanos llegan por ferry a Fukuoka. Incluso llegamos a ver grupos de turistas coreanos con sus mapas, recorriendo como nosotros la ciudad. Paseamos por varias calles muy animadas y repletas de gente joven, en donde nos topamos con viejos conocidos, en concreto… … la recreativa de los tambores tradicionales japoneses… … y las deliciosas crepes japonesas. Estas de aquí son réplicas de plástico, para que puedas elegir fácilmente cuál quieres. Fukuoka también es conocida por su ramen y los numerosos puestillos callejeros de comida. La intención era cenar en uno de ellos, pero vimos solamente unos cuantos, y entre el cansancio que teníamos y también el embajonamiento, cenamos en un local normal que encontramos por ahí. Regresamos al hostal, no sin quedarnos mirando como tontos un escaparate de una tienda dedicada a vestidos de boda… No es la primera foto que subo de uno de estos vestidos, y la verdad, si todos los trajes de boda tipo occidental de las japonesas son así, es de lo más hortera… xD Esa noche, mientras intentábamos pegar ojo en el horroroso futón de la habitación mini que nos tocó, aguantando el escándalo de la gente en la sala común hasta las tantas de la madrugada, Pedro me convenció para hacer un cambio de itinerario. Ir a Beppu, sabiendo que había un 90% de posibilidades de que lloviese, para pasar noche ahí y luego tener que deshacer camino, se nos antojaba una locura. Así que decidimos arriesgarnos y marcharnos a Osaka con un día de antelación. Preguntaríamos en el hotel donde había reservado para dos noches si tenían para una más, y si no, buscaríamos algo allí mismo. Es lo bueno del Japan Rail Pass, que puedes tomar los trenes que quieras, cuando quieras. Por suerte, no tuvimos problema y pudimos alojarnos las tres noches en el mismo hotel de Osaka, e hicimos lo correcto, porque no dejó de llover a lo largo de la jornada siguiente prácticamente en todo el país. Me da pena haberme quedado con un mal recuerdo de Fukuoka, algo que permanece con intensidad en mi cabeza, seguramente por haber pasado la anterior noche en el pedazo de ryokan de Miyajima y lo bien que lo pasamos en la isla apenas unas horas antes. También, hay que recalcarlo, nos encantó Osaka. Pero eso ya lo contaré en el siguiente día de esta bitácora del viaje En Japón está prohibido fumar en la calle fuera de zonas habilitadas… para que no quemes a otra persona con el cigarro xD Así que, lo dicho: si solo van de paso, no vayan a Fukuoka, a no ser que la quieran usar como base de operaciones para recorrer Kyushu. Etapas 13 a 15, total 16
Tal y como conté en la anterior etapa de nuestro diario de viaje, la estancia en Fukuoka no fue todo lo agradable que hubiésemos querido. Teníamos previsto tomar un tren en nuestro día 15 en Japón desde Fukuoka a la ciudad balneario de Beppu, pasar la noche allí y al día siguiente regresar a Fukuoka y de allí a Osaka. El principal interés que teníamos en Beppu son sus onsen al aire libre, pero había aviso de lluvias en todo el país, por lo que Pedro sugirió cambiar de planes sobre la marcha e irnos a Osaka tras cancelar, previo email, la reserva en el hostal de Beppu, y tomar el riesgo de llegar al hotel en Osaka y preguntar si tendrían para una noche extra.
Así que lo hicimos. Tras unas cuatro horas de viaje en Shinkansen, llegamos a la gran (y única) ciudad portuaria de Osaka. Lo primero que ha de tener en cuenta el viajero, es que en Osaka hay dos grandes estaciones de tren: Shin-Osaka, que es a la que llega el shinkansen, y Osaka central. Hay varios trenes que conectan ambas estaciones en pocos minutos y son gratuitas con el Japan Rail Pass. Nosotros reservamos en un hotel que estaba al lado de la estación de Shin-Osaka, opción que recomiendo mucho, puesto que es cómodo y no demasiado caro. El hotel elegido fue el Shin-Osaka Station Hotel. Tal y como promete su web, está a un par de minutos a pie de la estación. De hecho, nada más salir de Shin-Osaka, te encuentras un cartel enorme señalando el camino para llegar al hotel… Por cierto, la foto no se corresponde al día en que llegamos, puesto que esa tarde llovía, y mucho. Por suerte, tras preguntar en la recepción nos confirmaron que no había problema en ampliar la reserva un día más, por lo que nos alojamos finalmente tres noches allá. La habitación estaba bastante bien, el hotel era moderno, con conexión a Internet un poco extraña (tuvimos problemas para subir las fotos del viaje a nuestro FTP porque estaba capada) y un par de detalles que me llamaron la atención: A las mujeres les regalan un set de productos de belleza cada día, y en la habitación, sobre las almohadas, había dos grullas de origami (que me traje, por supuesto xD). Y como estábamos hechos polvo de todo el cansancio acumulado por el viaje, el palizón del viaje en tren, las emociones fuertes y la lluvia, decidimos dedicar el resto del día a lechugar. En otras palabras: a estar echados en la cama viendo algo muy japonés en la tele… Por la noche cenamos en un local cercano, dormimos a pierna suelta, y amanecimos no solo con mejor tiempo, sino con el convencimiento de hacerle frente al clima, estuviera como estuviese. ¡No se encuentra uno en Osaka todos los días! Por suerte, hizo muy buen tiempo y la jornada fue larga, intensa, variada y divertida, tanto que voy a dividir el relato del día 16 de nuestro viaje en dos partes, porque va a dar mucho de sí… Tras desayunar, nos dirigimos a la estación de Shin-Osaka y de ahí tomamos un tren a la enorme estación central de Osaka. Al igual que en Tokyo tienen la yamanote line, una línea de tren circular de la JR que se puede usar gratuitamente si se está en posesión del Japan Rail Pass, en Osaka hay una loop line, que también es circular, sirve para ir a los puntos principales de la ciudad y es gratis con el Japan Rail Pass. Así que tomamos la loop line y nos dirigimos al primer punto del día: el castillo de Osaka. Nada más llegar, notamos que había mucha gente. En Japón siempre hay gente, pero aquello era notorio. No tardamos en caer en el motivo… Pues sí. Era 1 de mayo, día internacional del trabajo. ¡Sindicatos japoneses a tutiplén! Nos dedicamos a cotillear un rato el ambiente, y claro, donde hay muchas personas congregadas, hay hambre, ergo, hay puestos de comida… Y quién puede resistirse a un rico takoyaki recién hecho… 6 takoyaki (bolitas de pulpo con verduras, encurtido, escamas de bonito seco y salsa) por unos 4 euros. Y tras el tentempié, seguimos caminando hasta que lo tuvimos ante nosotros… ¡El castillo de Osaka! Es muy bonito, la verdad. Aunque decidimos no entrar porque ya visitamos el de Nagoya y queríamos aprovechar bien el día para ir a otros sitios. El tiempo no abundaba. Por supuesto, subimos por el precioso puente Gokuraku. Y mientras lo hacíamos, al mirar hacia atrás, nos topamos con una típica estampa japonesa… No sé si se debió a que en Japón hay mucha gente, ergo en proporción hay muchos niños (aunque no tantos, que es de los países más envejecidos del mundo), o que los sitios a los que fuimos eran de mucho interés cultural (o las tres cosas), pero vimos un montonazo de escolares de excursión. Como han podido comprobar en las fotos de este diario de viaje. Dejamos atrás el castillo de Osaka y nos topamos con una amplia y animada plaza, en la que había otro de los pasatiempos preferidos de los japoneses aficionados a visitar su propio país y, cómo no, sacar muchas fotos… Y claro, ¿cómo nos íbamos a resistir? ¡Ni de broma! Nos dimos una vueltita por los alrededores. Y no, tranquilos, que no volvimos a comprar takoyaki, pero es que el cartel era tan mono que había que sacarle foto Por cierto, ¿he comentado que el trato que le dan los japoneses a sus perros es tan, tan especial, que a veces da un poco de grimilla? No es el caso de esta perrita adorable que se acercó a saludar a Pedro, pero sí que vimos parejas en Tokyo paseando a su perro… en un carrito de bebé. Otra de las fantásticas señales chorra de los japoneses, para suavizar prohibiciones. Supongo que dirá algo así como “no ir deprisa cuesta abajo en bicicleta”. O dicho en canario: “chacho, no vayas to’ empingao con la bici”. Y tras seguir paseando un rato más por el parque, volvimos a la estación de trenes para tomar la loop line con el objetivo de llegar al siguiente destino: el acuario de Osaka. Nos apetecía hacer algo distinto, y como a los dos nos encantan los animalejos, era una buena opción. Supongo que al acuario de Osaka se puede llegar por metro, pero nosotros, ratas que somos (mejor dicho, yo, rata que soy xD) decidimos ir a la parada de loop line que según el señor Google (Google-san) estaba más cerca. Curiosamente la que queda también más cerca de los Universal Studios de Osaka, un parque temático. De hecho, el tren en el que nos montamos estaba decorado con personajes de la Warner Bross. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos. Algunos detalles de la estación de trenes cercana al castillo de Osaka: Esto me encantó: anuncio de una obra de teatro basada en mi novela preferida de Haruki Murakami: Kakfa en la orilla. Mira que vimos anuncios frikis en Japón, pero este en el interior del tren se llevó la palma: Tsubasa (Oliver en la versión española) como capitán de la selección japonesa en un anunció de Kirin. Pues nada, siguiendo indicaciones, nos bajamos en la parada de loop line de Universal Studios esperando dar rápidamente con el acuario, pero para nuestra sorpresa, nos encontramos en medio de una zona portuaria. Pedro y yo somos de Las Palmas de Gran Canaria, ciudad de puerto. Yo misma trabajé cuatro años en el astillero, y de hecho nuestra casa está en zona marítima. Vamos, que nos conocemos los ambientes de puerto. Y aquello era zona portuaria industrial. A la japonesa, eso sí: calles ordenadas y limpias. Pero un ambiente no muy turístico que digamos (ningún mal rollo más allá de que estábamos más perdidos que un pulpo en un garaje y los letreros que encontramos no servían de mucho). Total, que tras andar un rato, llegamos al final de una calle cortada por un brazo de agua, y dimos con el acuario de Osaka… en la orilla de en frente. Sí, era el edificio de la derecha. “¿Y ahora, cómo llegamos?”, nos preguntamos con cara de tontos. Pues decidimos bajar y cotillear… … y ¡bingo! ¡La gran anécdota del día! Resulta que hay un servicio de miniferry gratuito que conecta ambas orillas cada quince minutos. Nos pusimos a esperar, junto a una chica que iba en bici con su bebé. Y cuando vimos llegar al barco, nos dio el ataque de risa, porque era más que nada una lanchita. Ahí se ve, de fondo. Cuando monte el vídeo verán mejor el miniviaje, que apenas dura dos minutos. Pero todo estupendamente. ¡Cosas que no vienen en las guías de viaje y que uno solo descubre a base de patear y echarle morro al asunto! Una vez en la otra orilla, tras caminar un poquito, llegamos por fin al acuario. Fue curioso, porque la zona portuaria estaba desierta, y allí había muy buen ambiente. ¡Con muchas cosas chorra y monas para sacarse fotos! Los japoneses: reyes de las cosas kawaii y las máquinas expendedoras de bebida. Por lo tanto, solo podía salir esto: Las entradas no son baratas que digamos (creo que unos 18 euros por persona), pero si les gustan este tipo de ocio, es muy recomendable: grande, con muchas especies e instalaciones acogedoras. Estuvimos cerca de dos horas viendo animalejos. Había de todo. Nutrias… … pingüinos… … capibaras… ¡Enormes capibaras! Y hasta humanos Fuera de coña, la curiosidad de los niños ante los animales es universal Una de las cosas que más me gustaron, fue el tanque de medusas. Asombroso y bellísimo. Medusas de todos los tipos, tamaños y colores. Todas ellas venenosas y condenadamente difíciles de retratar sin usar el flash. ¡Pero conseguí sacarles una foto decente! Por supuesto, no podían faltar los stamps. 4 distintos conseguimos para la colección. Un tanque enorme con tiburones y demás fauna marina… Y un fascinante banco de peces que se movía y movía cambiando de forma de un modo mágico. Atontada me quedé observándolo. Tras tanto ver animalejos, nos entró hambre. Así que a la salida del acuario nos fuimos al centro comercial que está justo al lado, el Tempozan. Un centro comercial grande y que alberga un auténtico tesoro. Algo de lo que no teníamos ni idea y que nos encantó: el Naniwa Kuishimbo Yokocho. Básicamente una galería enorme en la planta baja repleta de tascas y restaurantes con comida de la región. Primera sorpresa agradable: una réplica de la Torre del Sol. Tranquilos, que para los que no pillen el porqué de la foto, ya les contaré largo y tendido al respecto en siguientes entradas del diario de viaje… Había un porrón de restaurantes y tascas entre los que elegir, pero a mí se me antojó volver a comer okonomiyaki. Al final, fue el último que nos zampamos en Japón, y recuerdo que estaba de vicio. No he encontrado en mi ciudad restaurantes japoneses donde lo preparen. En Madrid por lo visto hay uno, así que ya lo probaremos, a ver qué tal. Y tras salir del restaurante, otro caprichito: taiyaki, el delicioso pastel relleno con forma de pez. Es una masa rellena, y la forma se obtiene gracias a unos moldes. En esa ocasión Pedro se lo pidió de chocolate y yo de crema. Pero lo mejor era que en el puesto tenían un gorro en forma de taiyaki para sacarte fotos con él. Y por supuesto, lo hicimos. De las fotos más épicas que nos sacamos, sin duda xD Y tras dar una última vuelta por el centro comercial (y entrar a cotillear a una tienda en la que todo era de One Piece, el famoso manga de Eichiro Oda), regresamos al ferry y luego a la loop line para descansar un rato en el hotel. ¿Pero había terminado nuestro día? ¡Nada de eso! A última hora de la tarde salimos para ir al centro y visitar el famosísimo Dontonbori de Osaka. Un pequeño adelanto: me encantó. Tanto que si me dan a elegir entre Akihabara en Tokyo o la Dotonbori de Osaka, me quedo con la segunda. Pero se los contaré en la segunda parte de esta entrada, porque hay un porrón de fotos y esta ya se ha quedado bien larga Etapas 13 a 15, total 16
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