![]() ![]() Costa este de EEUU septiembre 2013 ✏️ Blogs de USA
Relato de dos semanas recorriendo la costa este de EEUU: Boston, Acadia National Park, White Mountain National Forest, Nueva York, Lancaster y Washington DC.Autor: Lou83 Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (25 Votos) Índice del Diario: Costa este de EEUU septiembre 2013
01: Introducción
02: Día 0: Palma de Mallorca, Madrid, Boston con Iberia
03: Día 1, Boston: Public Garden, Beacon Hill, Freedom Trail, North End
04: Día 2, Boston: MIT, Harvard y otros
05: Día 3: De Massachusetts a Maine. Portsmouth, Cape Elizabeth, Bar Harbor
06: Día 4: Acadia National Park (1)
07: Día 5: Acadia National Park (2): Jordan Pond Trail, Eagle Lake
08: Día 6: Acadia y rumbo a New Hampshire. Bass Harbor, Echo Lake, North Conway
09: Día 7: White Mountain National Forest. Arethusa, Sabbaday & Glen Ellis Falls
10: Día 8: De White Mountain a Newburgh
11: Día 9: Compras en Woodbury Common Premium Outlet. Llegada a Z New York Hotel.
12: Día 10, Nueva York (1): Times Square, Estatua de la Libertad, High Line Park,
13: Día 11: Nueva York (2): Central Park, Whole Foods Market, New York Mets
14: Día 12: Nueva York (3): HBO Shop, Empire State & Flatiron Building, Brooklyn
15: Día 13: Condado de Lancaster, Tanger Outlet y llegada a Washington DC
16: Día 14, Washington DC: Capitolio. Jefferson, Roosevelt, Luther King, Korean War
17: Día 15: Washington DC (2): Arlington Cemetery, Smithsonian Air & Space y reg
18: Presupuesto
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Etapas 7 a 9, total 18
5 de septiembre de 2013
Nuestra segunda mañana a las puertas de Bar Harbor y del Parque Nacional de Acadia empieza… con lluvia. Persistente e intensa lluvia. Y según la predicción del Weather Channel, no parece que la situación vaya a mejorar hasta el mediodía. No queda más remedio que modificar la agenda y confiar en que nos baste con las horas de la tarde para ver todo cuanto hoy queríamos del parque. Los capítulos pendientes de Masterchef US son un buen remedio para pasar el tiempo hasta que llega la hora de desayunar. Y nosotros encantados con que nuestro concursante favorito, y contra todo pronóstico, haya alcanzado el “Top 4” por decisión de Gordon Ramsay y sus secuaces. Para no forzar el estómago (y porque la lluvia no invita mucho a dirigirnos al pueblo), hoy decidimos que el desayuno será del tipo “háztelo tú mismo”. Nuestra nevera de la habitación tiene sándwiches que nos han sobrado, tenemos leche, y en un sabio y previsor movimiento L trajo de España un tarro de café soluble de Mercadona. En la tranquilidad de la mañana, los 15 grados del exterior empiezan a adentrarse en la habitación… es decir, que empezamos a tener frío. Decidimos que la mañana irá dedicada a una de las actividades favoritas del estadounidense estándar: los centros comerciales. Volveremos a Acadia Crossing, el conglomerado de grandes almacenes (Walmart incluido) junto a la ciudad de Ellsworth, al norte de Mount Desert Island. ![]() Tras unas nuevas 15 millas de carretera esta vez con los limpiaparabrisas en marcha llegamos de nuevo al Walmart, y de nuevo con problemas para localizarlo por su ubicación justo tras una colina que lo oculta hasta que estás a escasos metros. ![]() ![]() Somos una pareja a la que le gusta observar y estudiar a la gente y sus comportamientos. Del mismo modo, últimamente ha aumentado nuestro interés por la cocina y la elaboración de recetas. Sumando esas dos cosas, tener una hora para perderse por los pasillos de un supermercado estadounidense es una gozada. Y si además se trata de un día laborable y cuando pocos tienen oportunidad de estar haciendo la compra, el gozo se multiplica. Tenemos casi toda la gran superficie para nosotros y aunque lo visitáramos 100 veces, en la ocasión 101 descubriríamos algún nuevo producto que por rocambolesco u ofensivamente dañino para la salud nos volvería a sorprender. Aunque pasáramos aquí toda una vida, nos faltaría tiempo para probar tantas cosas que nos llaman la atención. Eso si no sufriéramos antes un infarto por el exceso de grasas y calorías vacías. Tampoco puede faltar un clásico cada vez que visitamos el país tras una larga temporada y la memoria ya ha empezado a flojear. Ese momento en el que te encuentras la sección de armería del supermercado. En este caso y para más inri, justo a continuación de la sección de juguetería. Ver una estantería destacada como oferta en la que, como si de cartones de huevos se trataran, un montón de impolutos rifles y escopetas están al alcance de la mano, nunca deja de impresionar cuando no eres de aquí. Encontramos también en nuestra expedición por la zona de textil del hipermercado un mueble entero dedicado a camisetas con motivos “frikis”, en su mayoría referencias a películas, series de televisión y cómics. Me llevaría alguna relacionada con superhéroes de Marvel, Game of Thrones o The Walking Dead, pero por desgracia ya no quedan tallas M o L, que son a las que aspiro según el estándar de medida norteamericano. Había dos compras menores que me rondaban la cabeza desde varios días. La primera era conseguir un par de zapatillas deportivas “de emergencia”, ya que las Skechers que he traído están viviendo sus últimos días y temo que en cualquier momento decidan suicidarse y me quede descalzo en pleno bosque. Husmeando entre las secciones de gangas encuentro unas bambas que por aspecto encajan a la perfección, y solo cuestan 15… no, han bajado a 10… no, espera, aquí hay otra etiqueta… 5. Cinco puñeteros dólares. Por ese precio, como si se rompen a los 3 días. Ya enfilando el camino de salida y además de algo de embutido para los bocadillos que pensamos prepararnos, nos damos un último capricho: una caja de cookies de chocolate blanco y nueces de Macadamia que pensamos llevar en el coche y en nuestro próximo destino cuando no nos quede más remedio que prepararnos nuestro propio desayuno. La otra alternativa eran unos muffin de banana, pero las galletas tienen aspecto de que nos van a durar durante más tiempo. Todavía en Acadia Crossing y con tiempo por delante para que la tormenta se disipe, visitamos un establecimiento RadioShack sin demasiada esperanza de encontrar lo que busco. RadioShack es una franquicia con locales no demasiado grandes (que hayamos visto) especializados en electrónica para el hogar. Por buscar un equivalente, podría compararse con un Expert o un Miró en Barcelona o Mallorca. La otra compra que ando buscando es un trípode de peso ligero y que pueda replegarse lo suficiente para poder cargar con él a diario, y contra pronóstico lo encuentro. No es especialmente robusto, no es de ninguna marca conocida, pero por 21 dólares, es una preocupación menos para el resto del viaje. Misión cumplida. A la hora de pagar, y con esta ya van varias ocasiones, la tarjeta de débito Visa Electron da problemas con el terminal de pago y es rechazada constantemente. Afortunadamente, y es algo que aconsejo, siempre que salimos de viaje al extranjero procuramos llevar varias opciones de pago: en nuestro caso tarjetas de débito Visa Electron, tarjetas de débito Mastercard y tarjetas de crédito Visa. Con la tercera opción que intentamos pagar, ya no hay problema. Consultamos el reloj y son las 11 de la mañana, a 2 horas de que supuestamente la tormenta amaine y nos dé una oportunidad para seguir con nuestra visita a Acadia. Para estar preparados y ponerse en marcha enseguida cuando eso ocurra, recorremos ya las 16 millas de vuelta hasta nuestro motel. La temperatura esta mañana no ha superado en ningún momento los 15 grados, por lo que llegamos a ese punto en el que meterte en el coche tras estar aparcado al sol comienza a resultar agradable. Llega el mediodía y, efectivamente, la lluvia parece llegar a su fin. Ponemos rumbo a Bar Harbor y, antes de comer, llegamos al cruce entre West Street y un desvío que lleva a un pequeño mirador hacia Bar Island. Siendo la hora de comer las plazas de aparcamiento no abundan, pero tenemos suerte y conseguimos un hueco relativamente cerca. Bar Island es una “isla mareal” conectada con el pueblo de Bar Harbor. Por el tipo de isla del que se trata, es accesible a pie solo cuando la marea baja descubre el terreno que la conecta a Mount Desert Island, y cuando hay marea alta queda completamente rodeada por las aguas del Océano Atlántico. Se trata de una isla completamente inhabitada y con una superficie ocupada en su mayoría por pinares. Esta característica, viéndola desde la perfecta distancia del mirador al que llegamos, hace inevitable pensar en la misteriosa isla de Lost y evocar la banda sonora de Michael Giacchino. ![]() El mirador es pequeño, con un embarcadero aparentemente en desuso a mano izquierda y un espacio de aguas estancas con decenas de navíos anclados a mano derecha. Efectivamente, aproximadamente 500 metros totalmente ocupados por el agua nos separan de la isla, de la que cuesta creer que pueda explorarse a pie cuando la marea lo permite. Irónicamente, la isla no está bajo la jurisdicción de Bar Harbor si no del pueblo vecino de Gouldsboro. ![]() Los hoteles a lo largo de West Street y las calles colindantes tienen un aspecto inmejorable: grandes, señoriales, manteniendo el estilo clásico y colonial de cuando era territorio inglés. Sospecho que el precio por alojarse irá en consonancia a lo atractivos que son. ![]() Es hora de comer, y la estupenda cena que nos brindó la gente del West Street Café merece como recompensa que repitamos para la ocasión. Sigo con cervezas autóctonas, aunque en este caso sustituyo la Bar Harbor Ale por una Thunder Hole Ale. Igualmente tostada y llena de sabor. L se inclina por un pollo a la parmesana con una salsa marinara que sigue estando buena pero no al nivel de la que nos sirvieron ayer. El trono lo hereda la salsa que acompaña a mis pastelitos de cangrejo caseros, que parece hecha a mi medida: una combinación entre salsa rosa y salsa tártara. De las patatas fritas, poco se puede decir ya. Otra estupenda comida por 35 dólares más la propina. ![]() ![]() Seguimos notando, como en cualquier lugar y momento del día desde que abandonamos Boston, una absoluta mayoría de turismo local. No solamente es que toda la conversación ajena con la que nos cruzamos sea en inglés: es que siempre es con el mismo acento, lo que descarta turistas británicos. Mi teoría es que Nueva Inglaterra está llena de estadounidenses que viven en los estados cercanos del este y de canadienses procedentes del país vecino. Ahora sí, tras media jornada relativamente perdida por la climatología volvemos a las entrañas de Acadia con el objetivo de disfrutar de ese Jordan Pond con la esperanza de encontrar más facilidades para aparcar que ayer. Retrocedemos unas millas para tomar la Park Loop Road en su entrada más al norte, y así conseguir una ruta más directa que evite tener que dar toda la vuelta a la mitad este de la isla. El aparcamiento del lago está mucho menos concurrido, y en general parece que la cantidad de visitantes del parque ha bajado drásticamente. No descartaría que muchos estadounidenses alargasen hasta ayer martes un fin de semana ya de por si especialmente extenso a causa del Labor Day del pasado lunes. Iniciamos el Jordan Pond Trail: un sendero de 5,5 kilómetros que recorre todo el perímetro del lago, sin separarse en ningún momento más que un par de metros de la orilla. Marcado como de dificultad “moderada” en las guías debido a pequeños tramos con el piso irregular, en realidad queda muy cerca de la categoría “paseo placentero”. Lo primero que nos da la bienvenida son las “Bubbles”, esas dos pequeñas colinas que ya pudimos ver ayer desde otro ángulo. El lago se extiende metros y más metros con el agua en calma bañada por el sol, creando un espectacular escenario digno de postal. ![]() ![]() ![]() Desplazándonos en el sentido inverso de las agujas del reloj, la primera mitad del recorrido consiste en un camino de grava y entre uno y dos metros de ancho, siempre dejando frondosos bosques a la derecha y múltiples claros entre los arbustos por los que ver el lago a mano izquierda. La temperatura es casi perfecta (un par de grados más no harían daño a nadie), somos pocos los turistas que estamos recorriendo el sendero y se respira tranquilidad. Un auténtico lujo. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Superado el ecuador de la travesía, los dos últimos kilómetros cambian el escenario y dan paso primero a un tramo en el que atravesar grandes rocas que no presentan un gran obstáculo, y posteriormente un largo camino de tablones estratégicamente instalados sobre la zona más anegada de la orilla. Todo senderista nos saluda al cruzarse, haciéndolo un lugar perfecto para practicar tu “Hello! How are you?”. Nos adelantan un par de grupos de adolescentes haciendo footing, que por edad y atuendos podrían ser perfectamente universitarios de primer año. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() En los últimos metros previos a cerrar el recorrido, un claro tierra adentro ofrece un mirador excelente al Jordan Pond Restaurant. Otra imagen de postal, y llevamos unas cuantas en la última hora. Según el GPS de nuestro teléfono han sido 5,36 kilómetros recorridos en 1 hora y 10 minutos, múltiples paradas para hacer fotografías incluidas. Las 336 calorías supuestamente perdidas no marcarán ninguna diferencia, pero tampoco son una mala noticia. En conclusión, una visita altamente recomendada para todo el que dé con sus pies en Acadia y quiera una o dos horas de un escenario idílico con escaso coste de esfuerzo físico. ![]() ![]() Con dos horas de sol todavía por delante, decidimos conducir rumbo al sur para a continuación girar a la derecha y adentrarnos en la parte central de Mount Desert Island. Nuestra primera parada es en Northeast Harbor, un pequeño puerto tranquilo hasta el extremo con apenas un puñado de encantadoras casas, un hotel considerablemente grande y con muy buen aspecto y un embarcadero. ![]() ![]() Nuestra intención es atravesar completamente el tercio central de la isla de sur a norte. Sin embargo, la combinación de una mala estimación de las distancias en el mapa, haber prescindido del GPS y una señalización de las carreteras en ocasiones mejorable nos lleva hasta un giro que no encaja en nuestros planes y nos hace sospechar que no estamos siguiendo el camino esperado. Parando y estudiando el mapa confirmamos que, efectivamente, nos estamos yendo demasiado hacia el oeste. Por suerte hemos detectado el error a tiempo y corregirlo solo nos obliga a deshacer un par de millas. Ahora sí, la conducción esperada nos lleva por más y más carreteras rodeadas de vegetación, pero sin ningún punto de especial interés que merezca la parada. No es hasta que ya estamos de nuevo orientados hacia el este y acercándonos a Bar Harbor cuando se aparece el Eagle Lake, y un nuevo motivo para detener el vehículo. Estacionamos en el aparcamiento de uno de los muchísimos “Carriage roads” (carreteras para carruajes) que se pueden encontrar a lo largo y ancho del parque. A nuestro paso un ranger está dando la charla de introducción a un grupo al que previsiblemente va a acompañar durante una visita guiada. Nosotros seguimos por nuestra cuenta y tras atravesar por debajo un puente llegamos a la orilla de Eagle Lake. Nos recibe otro gran lago con el agua absolutamente estática y silencio, mucho silencio. También aquí podríamos tomar un sendero que aparentemente lo rodea por completo, pero ya no son horas para intentarlo. Otra gozada de lugar. ![]() ![]() ![]() Ahora sí, damos por terminada nuestra jornada de visita al parque de hoy, que nos deja muy buen sabor de boca considerando que la lluvia podría haberla convertido en un absoluto desastre. Antes de regresar al Barton’s Motel and Cottages, hacemos una nueva parada en el Family Market de Bar Harbor para hacer un par de compras sencillas y en esta ocasión llevarnos una de las típicas neveras de porexpan para conservar algunos alimentos durante la ruta que nos espera mañana. Originalmente por 3,99 dólares, gracias a una oferta nos cuesta solo 1,99. Toca una nueva hora de descanso en la habitación en la que ponerse al día de la actualidad de las últimas 7 horas, y pasar fotografías y notas. Para cenar procedemos a algo sencillo que se nos ocurrió ayer a nuestro paso por Hulls Cove: pasar por la pizzería Peppers justo en el punto donde dejamos el coche y llevarnos un par de porciones al motel. Prácticamente podríamos ir a pie dando un paseo de 30 minutos como mucho de no ser porque con la caída del sol el frío empieza a ponerse serio. Cuando entramos al local totalmente vacío y decimos a la dueña que solo queremos 2 porciones de pizza por cabeza, nos mira con cara rara. Dile rara, dile cara de “estos europeos no comen una mierda”. No hay mucho que elegir en cuanto a porciones, ya que lo habitual es que la gente pida pizzas enteras al gusto: tenemos que conformarnos con las de queso y pepperoni que se mantienen calientes en el mostrador. Las cuatro porciones en total nos cuestan 9 dólares. Para la bebida ya tenemos material de sobra en la nevera de la habitación. Al salir de Peppers alcanzamos la temperatura mínima del día: 13,5 grados. Sumado a la inevitable humedad del lugar, la sensación térmica es de unos grados menos y empiezan a ser visible nuestras exhalaciones. El Weather Channel pronostica temperaturas todavía más bajas para los próximos días en New Hampshire, por lo que pese al descenso de la humedad habrá que concienciarse de que las camisetas y pantalones cortos se van a quedar en la maleta. Las porciones de pizza en el silencio de nuestro cuarto nos saben a gloria. Aprovechamos la sobremesa para cerrar los planes de mañana, en el que tendremos apenas un par de horas en la zona antes de ponernos en marcha rumbo al oeste. Una de las mejores sensaciones que vives durante un viaje es cuando al acabar un día organizas los planes para el siguiente, y prácticamente los horarios cuadran por sí solos. ![]() El día casi ha terminado, pero todavía reserva uno de los momentos cumbre. Siendo ya hora de afeitarse, la suma de un espejo empañado por la ducha ya en marcha y estar absorto en mis pensamientos da lugar a un accidente que afortunadamente no fue a mayores. Digamos que, por arte de magia, aproximadamente el centímetro más exterior de mi ceja izquierda pasó a la historia. Corrí el riesgo (estúpido, sí, pero quedarme asimétrico durante a saber cuántos días no me hacía mucha gracia) de igualar el esquilado en la otra ceja, y parece que el resultado terminó siendo bastante digno y no perceptible a primera vista. Os voy a adelantar trabajo para que no tengáis que pensar en la mofa: sí, en los próximos días seré Mazinger Ceja. Y sí, mi grito de guerra será “Cejas fuera”. Mejor nos vamos a dormir antes de que me afeita algo más que no debo. Etapas 7 a 9, total 18
6 de septiembre de 2013
Por una vez no es el desfase horario o la adrenalina acumulada la culpable de que ya estemos despiertos a las 5 de la mañana. La culpa en esta ocasión la tiene los aterradores 7 grados a los que ha bajado la temperatura exterior y que empiezan a abrirse hueco en el interior de la habitación. Es hora de darle una oportunidad a los mandos de la calefacción que tenemos en la pared. Ya con un clima más agradable bajo nuestro techo y un par de horas más tarde, el sonido (o la ausencia de) nos da una pista acerca del día que nos espera antes de abrir las cortinas: soleado, tranquilo, con el único ruido del graznido de los cuervos que deben estar por Hulls Cove y el paso de un coche frente al motel cada minuto o más. Es hora de desperezarse, repasar una vez más que no nos dejamos nada por el camino, cargar hasta arriba el maletero del coche y tramitar la salida del Barton’s Motel and Cottages. Ha sido un motel sencillo, pero con una instancia en el interior mucho más acogedora de lo que insinúa el tétrico exterior. No hemos tenido problemas de absolutamente ningún tipo, y el precio ha sido bueno. Más que satisfechos. Nuestro último desayuno en Bar Harbor tiene lugar en Jordan’s Restaurant, un local frente al cual hemos pasado varias veces durante nuestro periplo y que no podíamos marcharnos sin probar de primera mano. Para no perder la costumbre, se encuentra en la misma Cottage Street que otros tantos y tantos locales, a apenas un puñado de metros del 2 Cats de nuestro primer desayuno y del Family Market que nos ha abastecido de provisiones durante estos días. Mientras que 2 Cats basaba su local en una estética hippie, este intenta ajustarse al estereotipo de “diner” americano de los años 50. Apenas nos hemos sentado en una de sus mesas cuando una camarera ya nos ha dedicado un clásico “Do you want some coffee, honey?”. ![]() No pensamos cortarnos un pelo hoy con el desayuno. Entre los dos juntamos sobre la mesa una tortilla de queso y patata y otra estilo “western” con jamón, pimiento verde y cebolla. A la primera le acompañan un par de tostadas, y para acompañar a la segunda, tras el no superado examen de los “lobster roll”, pedimos una “Blueberry muffin”. Junto a los rollos de langosta, los arándanos son el otro gran reclamo gastronómico de todos los locales de la zona. Y al igual que pasó con la langosta, la verdad es que no entendemos por qué. Irónicamente, en nuestros algo más de dos días en Bar Harbor hemos comido estupendamente a excepción de precisamente sus dos mayores reclamos comerciales. ![]() ![]() Los claros ganadores del desayuno son esas tostadas, pasadas por la sartén con mantequilla y acompañadas de mermelada de fresa a disposición de los comensales en todas las mesas. Otra vez el café, debidamente acompañado de varias cápsulas de crema, supera las expectativas. Jordan’s nos deja con las ganas de revisitarlo en horario de comidas, pero eso tendrá que ser si algún día regresamos a Bar Harbor. De momento, propina incluida, pagamos los 27 dólares del desayuno e iniciamos nuestra última travesía en Mount Desert Island. Nuestra despedida nos va a llevar hasta el punto más al sur de la isla y de Acadia National Park: el faro de Bass Harbor. Al poco de empezar la ruta L divisa en el río que estamos cruzando un puñado de ciervos bebiendo, pero para cuando hemos salido del coche cámara en mano ya han desaparecido. Retomamos la marcha y llegamos a Southwest Harbor, un pueblo de forma alargada muy buen surtido de servicios y que parece una buena opción si uno desea hospedarse totalmente rodeado de Acadia. Porque esa es una peculiaridad: los terrenos del parque comparten superficie con áreas municipales normales y corrientes, por lo que atravesar Mount Desert Island significa estar permanentemente entrando y saliendo de sus dominios. ![]() Llegamos a Bass Harbor a falta de unos minutos para que sean las 9 de la mañana, supuesta hora oficial a partir de la cual puede visitarse el faro. Sin embargo, ya hay un par de coches aparcados a nuestra llegada y no parece que nadie esté controlando que el horario se cumpla. Accedemos por la derecha hasta el pie del faro, en lo que se podría considerar el mirador “oficial” ya que se habilita un espacio abierto con vistas al océano y algo de información sobre el punto en el que nos encontramos. Sin embargo resulta algo decepcionante: estamos demasiado cerca de la construcción y eso limita las posibilidades fotográficas, y para acabar de arreglarlo el sol del amanecer queda justo tras la torre, por lo que el contraluz es un problema. ![]() ![]() ![]() Sin embargo todavía no habíamos terminado. Cuando ya nos dirigimos de vuelta al vehículo, en el otro extremo del aparcamiento vemos una señal indicando el inicio del trail, así sin más. Consultando los mapas de Acadia, se intuye que un pequeño camino que nace aquí recorre apenas unos metros y vira para acabar en la costa. Podría ser el punto que andamos buscando y desde el cual habíamos visto numerosas fotos del faro durante la planificación del viaje, así que le damos una oportunidad. Efectivamente, tras apenas 200 metros, el descenso por una escalera de madera y atravesar un puñado de grandes rocas, alcanzamos el mirador que merece la pena. ![]() ![]() Los mosquitos, que durante los días previos apenas estaban presentes y no eran especialmente ofensivos, aquí se multiplican y parecen ser más beligerantes. Eso no nos impide pasar aquí un rato disfrutando de la vista, el sonido del mar, y un día que se ha iniciado soleado. En cierto modo, la postal nos está sirviendo para despedirnos con todas las de la ley del Parque Nacional de Acadia, tras los algo más de dos días en los que hemos podido disfrutar de él y de los encantadores parajes que lo rodean. ![]() ![]() Volvemos al coche, junto al que hay aparcada otra más de esas furgonetas “pickup” reconvertidas en auto caravana. ![]() Iniciamos el regreso último hacia el norte, tomando una vía paralela a por la que hemos descendido y en lo que serán nuestras últimas millas en Mount Desert Island. Solo 3 millas después estamos haciendo otra parada improvisada en el aparcamiento de Echo Lake, prácticamente desierto. Nos espera la orilla de una pequeña playa en la que el baño está permitido si uno es lo suficientemente valiente para retar a la temperatura del agua. La extensión del lago se pierde en el horizonte, y sopla algo de brisa. Acadia piensa regalarnos lugares idílicos hasta el final. ![]() ![]() ![]() Ahora sí, los neumáticos de nuestro Golf recorren por última vez la superficie de Acadia National Park y Mount Desert Island. Nos marchamos absolutamente encantados. La naturaleza del parque, cuya posición en plena isla le permite ofrecer paisajes que combinan mar y montaña prácticamente a cada puñado de metros. La arquitectura y estilo clásico y colonial de los pequeños pueblos esparcidos por la isla, con especial atención a ese Bar Harbor del que tanto hemos disfrutado. La cortesía de la gente, que suele ser un denominador común al visitar este país pero en Nueva Inglaterra parece haberse acentuado. Definitivamente, la visita ha merecido la pena todas y cada una de las millas que nos costó llegar hasta aquí. Volvería y lo haría durante más días, sin duda. ![]() Nuestras desventuras en Mount Desert Island terminan igual que comenzaron: con una parada en el Walmart de Ellsworth. La tercera vez que lo visitamos en cuatro días, y seguimos encontrando cosas por sus pasillos con las que sorprendernos. L se lleva por 12 dólares una cazadora impermeable y paravientos en previsión de las previsibles temperaturas bajas y lugares elevados que protagonizarán nuestras próximas jornadas. Esta vez solo nos llevamos un par de cosas pensando en que los próximos días los desayunos y comidas van a correr por nuestra cuenta, ya que no estaremos alojados ni visitaremos una zona especialmente nutrida de servicios: en nuestra cabeza construimos una cena basada en algo de pasta, salsa de tomate, ajo y queso parmesano. Pasamos por la estantería de sopas Campbell, las clásicas con una lata de colores blanco y rojo. Nos llevamos tres: una de crema de brócoli, una de queso y pollo, otra de New England Clam Chowder con la previsión de llevárnosla de vuelta a casa. Cada una de estas latas en España, a través de una tienda de importación de productos americanos, nos cuesta un mínimo de 3 o 4 euros. Sobra decir que aquí por esa cantidad nos llevamos las tres, y todavía nos sobra. ![]() Buscamos, y no es la primera vez, alguna pequeña bolsa de frutos secos para poder darle a las ardillas que esperamos ir encontrando en parques diversos. Sin embargo, la cultura de darlo todo hecho y el mínimo esfuerzo hace presencia, y es imposible encontrar nada que conserve las cáscaras. Nos queda por delante el tramo de carretera más largo de nuestros 15 días de viaje: el que conecta la entrada la isla de Mount Desert en Maine con el pueblo de Bartlett, a las puertas del White Mountain National Forest en el estado de New Hampshire. 205 millas sin ningún punto relevante a visitar apuntado en el camino, y una estimación de 4 horas para alcanzar el destino. No ocultaré que uno de los momentos de más disfrute del viaje de carretera es subir el volumen de nuestra banda sonora y cantar a grito pelado “Ni tú ni nadie”. Hace poco que sufrimos la fiebre del programa “Alaska y Mario” en MTV España, y todavía me duran los efectos. Las primeras millas antes de enlazar con la autopista nos llevan a través de la ciudad de Ellsworth. Prácticamente todos los colegios e institutos junto a los que pasamos tienen instalados campos de fútbol “del nuestro” que han ido desplazando paulatinamente a los de fútbol americano. Visto como la moda del “soccer” está creciendo en Norteamérica, no creo que tarden muchos años en ponerse a un buen nivel competitivo. ![]() ![]() Dado el amplio margen de tiempo con el que hemos partido, aprovechamos que la interestatal 95 pasa junto a Newport, un pueblo de 3000 habitantes cuyo nombre recordamos haber leído de pasada en alguno de los diarios de viaje que hemos utilizado para documentarnos. Resulta un pequeño fiasco, sin una arquitectura especialmente destacable y con un lago totalmente desaprovechado, sin un solo mirador debidamente acondicionado. Lo más parecido que encontramos a ello es un saliente con varios coches aparcados que más bien podría ser un picadero para adolescentes. Solo bajamos del coche para intercambiar asientos, ya que L lleva un buen rato al volante y se hace necesario un relevo. El camino a New Hampshire nos sitúa al mediodía en el área de servicio de Waterville. En nuestros viajes a los Estados Unidos, parar en un local de McDonalds dejó de ser una opción cuando descubrimos que el estómago de L tiene algún tipo de intolerancia a algo que utilizan en sus cocinas. Sin embargo hoy ella está decidida a comer solo una ensalada, así que puede ser mi única ocasión para aparcar junto a la gran M amarilla. Comemos bien, aunque podría haber sido mejor si el aire acondicionado estuviera configurado un par de grados por encima del nivel “Polo Norte en el mes de enero de un año fresco”. En un gesto de plena integración con la cultura del “fast food” al volante, nos llevamos para el trayecto un “smoothie” de banana y fresa para L y para mí… sí, una vez más un frapuccino, de caramelo esta vez. La mayoría de los locales de restauración que hemos visitado durante la primera semana informan religiosamente de las calorías de absolutamente toda la carta, y eso puede ser buena idea… o no. Nuestro nuevo paso por las cercanías de Augusta varios días después de la primera vez supone el fin de la autopista interestatal, y la autopista 122 nos lleva a escasa distancia del pueblo de Poland. ¿Y qué tiene de especial este pueblo? Pues que aloja la industria y da nombre a una de nuestras marcas de agua mineral favoritas del país, Poland Spring. Y no solo eso, si no que la carretera nos lleva a pasar justo por delante de la entrada a su planta embotelladora cuando un camión cisterna sale de ella y nos precede en el camino durante varias millas. Todo en conjunto, una brutal casualidad. ![]() Al igual que en el resto de etapas de carretera, sufrimos la excesiva presencia de tramos en obras bajo la leyenda de “road work”. Estos tramos en el mejor de los casos nos obligan a aminorar la velocidad entre 10 y 20 millas por hora, pero en los peores como es el caso reducen la circulación a un solo carril, provocan tramos de una sola dirección en los que hay que ir alternando el sentido de la circulación, y nos obligan a detener el coche. Es por ocasiones como ésta que siempre conviene planificar las jornadas con trayectos de carretera de forma conservadora, reservando una o dos horas más de las que el GPS anuncia que nos costará llegar. Los últimos giros atravesando el pueblo de Poland vienen acompañados de carteles con forma de pato anunciando algo llamado “Duck race”. Una pena que las indicaciones no den muchas más explicaciones sobre el lugar y hora del acontecimiento, ya que parece diseñado a nuestra medida. ![]() Gran parte del viaje de hoy resultaría imposible de reproducir sin la ayuda de un navegador GPS. Apenas enlazamos más de 10 millas sin tener que tomar un desvío, y en ocasiones nos vemos obligados a callejear para enlazar un trozo autopista con la siguiente. Nos toca ahora atravesar varios pueblos y grandes lagos que se suceden a lado y lado de la calzada. Es el condado de Cumberland, una opción aparentemente recomendada para el que busque la Nueva Inglaterra más auténtica y menos turística. A unas 30 millas de nuestro final de etapa, un Centro de Visitantes de Maine marca la despedida del estado en el que hemos pasado los últimos 3 días. Dejamos las tierras de Stephen King para adentrarnos en las de Joshua Bartlet. Entramos en New Hampshire. No queda mucho para el destino cuando nos acercamos a North Conway, una villa separada del pueblo de Conway pero que no alcanza el estatus de localidad con ayuntamiento propio. Cuando desde casa intentábamos localizar hipermercados Walmart en los que hacer la compra para nuestro siguiente destino, el que se encuentra aquí se anunciaba como una versión reducida sin sección de alimentación. En cualquier caso paramos en él para estirar las piernas y comprar algo de beber. Efectivamente no hay secciones de productos frescos, pero eso no quita que varios pasillos tengan comida preparada y otros aperitivos para casos de emergencias. Por ahora, la gente que nos cruzamos desde nuestra llegada a New Hampshire tiene un aspecto más… desaliñado, sin querer con ello sonar demasiado peyorativo. La gente parece descuidar un poco más la apariencia, y en las conversaciones que vamos cazando la densidad de tacos por frase ha subido considerablemente. El hombre que ha estacionado junto a nosotros en el aparcamiento está ahora comprando munición en la sección de armas. Más vale que salga con cuidado de la plaza cuando nos marchemos. Apenas 3 millas hacia el noroeste llegamos a las calles de North Conway. Se nos planta ante nosotros un escenario que merece la pena visitar, así que volvemos a detener el coche. Tenemos una iglesia, varios restaurantes, un parque de bomberos, una antigua estación de tren, una gran extensión de césped y un grupo de adolescentes jugando a fútbol americano sobre él. Como para perdérselo. ![]() ![]() ![]() Nos quedan solo 10 minutos para llegar según el GPS, 10 minutos en los que atravesamos bosques de New Hampshire repletos de moteles y posadas, la mayoría respetando el estilo colonial. Finalmente, un desvío a mano izquierda nos permite entrar en nuestra nueva casa. A Better Life Cabins and Campground es un negocio local que ofrece hospedarse en pequeñas cabañas en lugar de recurrir a las habituales habitaciones de hotel o posada. Supimos de él gracias a buenas críticas de viajeros que nos precedieron, y cuando lo estudiamos a fondo supimos que era una buena ocasión para probar algo distinto. El coste final de alojarnos aquí durante dos noches en una cabaña de las más modestas fue de 110€, la mitad pagados al realizar la reserva por correo electrónico y la otra mitad abonados directamente en el mostrador de recepción. A nuestra llegada la cabaña que alberga la recepción está cerrada, pero en la puerta hay instalado un cartel que invita a los nuevos huéspedes a dirigirse directamente a sus cabañas. En nuestro caso se trata de la cabaña número 5, que encontramos abierta y con las llaves en el interior. La primera sensación es buena: una estancia de aproximadamente 30 metros cuadrados con cama, cocina, mobiliario básico que incluye mesa, sillas y una cómoda, un viejo televisor, cuarto de baño con ducha y una mesa de picnic con barbacoa en uno de los laterales exteriores. Apenas hemos comenzado a descargar el maletero cuando aparece un tal Rick que debe rondar los 40 años y nos da la bienvenida. No hay prisa por rellenar el papeleo y pagar el 50% restante de la reserva, y presume de poseer no solo el negocio, si no el vasto terreno que queda a nuestras espaldas. Al poco de entablar conversación aparece una pareja de vecinos que resultan ser canadienses, y se asombran al saber que venimos de España. Parece que en los próximos días continuará la tónica de vivir rodeados de turismo local y de los vecinos del norte. La conversación se alarga durante 15 minutos, en los que básicamente escuchamos que han hecho nuestros vecinos canadienses y tomando nota de sus recomendaciones de lugares a visitar. Al terminar, la amenaza de una noche fresca nos invita a probar la calefacción, que empieza a tener efecto en la cabaña de inmediato y sin ningún tipo de problema. ![]() ![]() ![]() El día recorriendo 300 millas nos ha dejado algo groguis, por lo que no pensamos aprovechar mucho más estas últimas horas de la jornada. Sacamos del equipaje lo mínimo necesario para las próximas 48 horas, sabiendo que el White Mountain National Forest probablemente requerirá una ropa de algo más de abrigo que la que hemos llevado los últimos días. Tal y como nos ha confirmado Rick no disponemos de conexión a Internet en la cabaña, lo cual sobre el papel resulta muy bucólico pero en la práctica echamos en falta. Cuando queramos reconectar con el mundo deberemos desplazarnos a un local cercano que tiene una conexión abierta. A falta de red, encendemos la televisión de tubo y nos topamos con la Tangled en el Disney Channel. Servirá. No tenemos una gran oferta de restauración en los alrededores, pero aunque la hubiera, no cambiaría la decisión de cenar en la cabaña. Toca estrenar las compras que hicimos esta mañana: la crema Campbell de brócoli con queso y esas salchichas italianas con un toque picante. Todo está bastante bueno, pero el colofón viene cuando al fin estrenamos las Pringles con sabor a cheeseburger que estamos reservando desde hace unos días. Son impresionantes, cada bocado es como estar comiéndose una Big Mac de McDonalds, impregnada de sabor a pepinillo. Al terminar toca fregar los platos bajo amenaza de pagar un suplemento de 25 dólares si la dirección de las cabañas encuentra algo sucio en el fregadero y se ven obligados a lavarlo. Al igual que en todas las del complejo, en nuestra cabaña nos estaba esperando un dossier que enumera las normas generales de las instalaciones, y luego pasa a ofrecer a sus clientes indicaciones útiles y puntos de interés a tener en cuenta durante nuestra visita a White Mountain. Todo con muchísimo humor, al igual que todos los pequeños carteles repartidos con la cabaña indicando normas específicas de cada rincón. Ese toque informal y cercano es muy de agradecer, infinitamente mejor que los típicos cuadernos llenos de publicidad y marketing que encuentras en la habitación de un hotel de franquicia. ![]() Sería el momento de irse a dormir, pero al llegar a la cabaña y verificar que no tenemos ningún núcleo urbano cercano, he caído en la cuenta de algo que no había pensado antes. El cielo. Estar en una zona elevada, sin contaminación lumínica, ni grandes fachadas que tapen un cielo esta noche despejada, provocan la situación propicia para que esta noche tengamos uno de esos cielos estrellados de infarto. Millones de puntos de luz de múltiples tamaños esperan sobre mí. Me falta tiempo para echar mano de cámara, trípode y disparador automático, pero por desgracia no estoy inspirado y no consigo dar con la configuración correcta para conseguir fotos dignas de lo que tengo a mi disposición. Antes de salir, aprovecho una manta que encontramos en la cabaña y de cuyo suave tacto suave caigo enamorado al instante. Así, en medio de la nada y arropado por la manta como si fuera Eddard Stark, es como termina nuestra séptima jornada de viaje. ![]() ![]() ![]() Los últimos minutos antes de caer rendidos en la cama nos sirven para, en primer lugar, comprobar que la limpieza de la cabaña no es mala, pero podría ser mejor: alguna telaraña queda por quitar en el aplique de algunas lámparas. Y en segundo lugar, que las tuberías de la calefacción puede resultar un poco ruidosas, en añadido a unos irregulares crujidos que parecen provenir de las ventanas. ¿Golpes de viento o termitas dándose un banquete en los marcos? Hay cosas que es mejor no saber. Etapas 7 a 9, total 18
7 de septiembre de 2013
Hay costumbres difíciles de perder, y al parecer abrir los ojos cada día durante el viaje a las 5 de la mañana es una de ellas. Según avanzan los días, empieza a quedar claro que no es una cuestión de jet lag, si no de exceso de adrenalina por la emoción del viaje que provoca que el cuerpo no me exija tantas horas de sueño. A la vuelta ya notaré las consecuencias, cuando la excitación desaparezca y me encuentre con una súbita falta de descanso. Una hora después el cielo que se ve desde la ventana de nuestra cabaña empieza a teñirse de azul, vaticinando un día perfecto para descubrir el White Mountain National Forest. Echamos mano para desayunar de la leche y cereales conseguidos en Walmart. Aquel producto de Baileys sin alcohol para echar en el café que descubrí días atrás está disfrutado y reincidido, por cierto. Diseñada una agenda pensando en aprovechar al máximo el día, dejamos sobre la mesa una “Hike safe slip” tal cual recomiendan en el dossier informativo. Se trata de un pequeño escrito en el que resumir qué puntos tenemos previsto visitar durante el día para que, en caso de suceder algún imprevisto, quede constancia de en qué zona es más probable que nos encuentren. ![]() Nos ponemos en marcha pero por poco tiempo, ya que nuestra primera parada es literalmente a 20 segundos en coche desde A Better Life Cabins. Tenemos junto a nuestro hogar el Bart’s Deli, uno de tantos híbridos entre supermercado y cafetería con la peculiaridad de ofrecer conexión a Internet gratuita. Como excusa para poder sentarnos en el amplio y cómodo salón repleto de sillones y sofás, pedimos sendas tazas de té cuya temperatura haría derretirse los círculos del Inferno de Dante. ![]() ![]() Pasamos aquí media hora poniéndonos al día en la red tras casi 24 horas desconectados. Inicialmente con el salón entero para nosotros, y luego con la compañía en una mesa cercana de un grupo de jóvenes entre los 20 y 30 años que, a falta de captar mejor los acentos, apostaría a que son canadienses. Ahora sí, iniciamos el trayecto hacia nuestra primera parada del día. Equipados con la “green sheet” del dossier informativo de la cabaña y cuyas indicaciones para alcanzar los puntos de interés parecen útiles, nos movemos hacia el oeste esperando encontrar al cabo de 5 millas tal y como la hoja informa el aparcamiento en el que se inicia la travesía a Arethusa Falls. Sin embargo, parece que la hoja verde no es tan infalible como deseábamos: pasan 5, 6, y hasta 7 millas y no hay ni rastro del desvío. Decidimos parar a preguntar en una encantadora posada visible desde la carretera, donde muy amablemente me informan de que todavía estamos a 2 o 3 millas de alcanzar el aparcamiento a mano izquierda, poco después de superar un General Store que veremos en el lado contrario. ![]() Efectivamente, en la posada sabían de lo que hablaban. Somos el segundo coche en aparcar donde se inicia el sendero que nos llevará a Arethusa Falls, supuestamente la caída de agua de mayor altitud de toda la zona. Nos esperan 1,3 millas definidas como “un poco rocosas al inicio”, y que empiezan justo después de atravesar una vía de tren. ![]() ![]() ![]() Lo de “al inicio” se convierte en un “a lo largo de toda la segunda mitad del camino”. El resto del sendero consiste en tramos de tierra, otros tramos embarrados por la lluvia y algunos puentes de madera. No es una superficie complicada de atravesar, si bien la pendiente en algunos momentos bastante pronunciada es el mayor reto para mantener un buen ritmo y llegar al destino. L sufre un poco al inicio dado que la pendiente no va creciendo de forma gradual, pero poco a poco su cuerpo va entrando en calor y parece llevarlo mejor. En el último tramo, los altos árboles van desapareciendo abriéndonos paso hacia el cielo y empieza a percibirse el rumor de agua a lo lejos. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Las Arethusa Falls compensan el camino. Una espectacular cascada rodeada de vegetación y que se inicia varios metros de altura por encima de nuestras cabezas. La caída principal, ahora que estamos en época de menos caudal, se sucede frente a una larga pared de roca oscura, la cual da un precioso contraste con el brillo del agua precipitándose hacia el río. Fotos, fotos, comerse un sándwich y más fotos. Gracias a nuestra costumbre de empezar las jornadas temprano, tenemos el lugar entero para nosotros solos… hasta que llega una pareja con un par de perros de raza boxer como avanzadilla que nos dan un susto de muerte. Estar en plena naturaleza, sentir que has oído algo a tu espalda y que al darte la vuelta tengas un hocico a un metro de distancia no es algo que te pase todos los días. Perros y dueños superan nuestra posición y se acercan hasta la cascada a través de las resbaladizas rocas. ![]() ![]() ![]() ![]() Iniciamos el camino de vuelta. Renunciamos a un desvío alternativo que la hoja verde anuncia que nos llevaría a Ripley Falls, ya que práctica doblaría la duración de la excursión y además la anuncian como no apta para gente que no conserve una forma física especialmente afinada. Durante el descenso ya empezamos a encontrar más gente, en su mayoría parejas o pequeños grupos familiares de 4 o 5 miembros. Toda esta gente, mientras nosotros estábamos ya ascendiendo, debía estar tomándose uno de esos nada ligeros desayunos con huevos y bacon. Me parecen especialmente dignas de mención las parejas de ancianos ya rondando los 70 años y que parecen llegar a las medianías de la cascada como una rosa. Envidiable. Las zonas embarradas que nos encontramos al subir son ahora un mayor problema, ya que durante el descenso el peso que recae sobre las pisadas es mayor y más probable es que el pie se hunda en la tierra. Recomendable pues hacer la travesía con un calzado que no lamentemos mucho ver teñido de marrón. La vuelta se nos hace mucho más amena que una ida que se prolongó en exceso, gracias a las sombras que los árboles nos proporcionan. Llegamos al aparcamiento con, según Endomondo, 800 calorías quemadas durante la excursión. Decidimos deshacer las 9 millas hasta la cabaña. Porque sí, al final eran 4 millas más que las que nos indicaba la famosa hoja verde cuya información ya hemos comprobado que no hay que tomarse al pie de la letra. Justo antes de llegar, volvemos a detenernos en Bart’s Deli para comprobar el correo y las redes sociales, en estos momentos monopolizadas por las expectación ante el posible triunfo o fracaso de la candidatura olímpica de Madrid 2020. Cuando finalmente llegamos a A Better Life, descubrimos la recepción abierta y aprovechamos para tramitar el papeleo de la reserva. Nos asiste una mujer, presumiblemente la esposa del Rick que conocimos ayer, que nos pone en serias dificultades con una velocidad al hablar digna de un personaje de Aaron Sorkin. ![]() ![]() Tras un breve descanso, nos volvemos a poner en marcha por la carretera 302 esta vez en dirección contraria, hacia el este hasta la Bear Notch Road, supuesta vía que nos llevará a nuevas cascadas. Durante el camino un nuevo repaso a la hoja verde nos informa de que precisamente nos dirigimos a una de las zonas más propicias para el avistamiento de alces. Decidimos probar suerte, aunque ya se advierte de que es preferible intentarlo en el amanecer o atardecer. A lo largo de la ruta encontramos numerosos apeaderos en los que contemplar la silueta de las montañas de New Hampshire. No hay suerte con los “mooses”, claro que tampoco estábamos dispuestos a esperar más de 5 minutos parados en el arcén guardando silencio. Mantenemos la mirada fija en el bosque junto a nosotros, con la esperanza de ver algo que se mueva más allá de las hojas acompañando al viento. Pero nada, ni una mísera ardilla sale a saludarnos. Seguimos con el plan original, que es continuar 3 millas más hacia el oeste en la carretera 102 en la que ya nos encontramos para finalmente girar a la izquierda en una señal que indica el aparcamiento para las Sabbaday Falls. En un primer recorrido no encontramos una sola plaza libre, pero en la segunda pasada tenemos más suerte y nos hacemos con un hueco que acaban de despejar. Todavía en el aparcamiento descubrimos el extraño mecanismo de pago para poder estacionar el vehículo. Junto al cartel con información del punto en el que nos encontramos, se habilita un pequeño buzón acompañado de un dispensador de sobres. El proceso consiste en tomar uno de los sobres, rellenar la octavilla de su interior con los datos, arrancar parte de dicha octavilla preparada para colgar en el retrovisor interior, y depositar en el buzón el sobre cerrado con el folleto rellenado y la cantidad en efectivo a abonar para la estancia prevista. En nuestro caso, 3 dólares servirán para aparcar durante un día tanto en este como en otros aparcamientos del National Forest que se rigen por el mismo sistema. ![]() No nos espera un camino especialmente exigente: apenas 0,3 millas hasta llegar a las Sabbaday Falls, aunque en constante ascenso y con una pronunciada pendiente de la que nadie nos había informado. No importa, porque al llegar junto a la cascada uno olvida todos los males. El lugar es espectacular, mucho más de lo que esperábamos. Un salto de agua dividido en dos tramos que puede observarse desde su altura gracias a una pasarela de madera y posteriormente desde el cauce del río tras un breve descenso. En lugares como este es cuando se amortiza la inversión no solo del trípode, si no también de tener una cámara que te permita configurar la fotografía a tu gusto y no decida la mejor manera de sacar la foto por ti. ![]() ![]() ![]() De vuelta al aparcamiento y comprobando que las fuerzas de L empiezan a flaquear por no estar del todo recuperada de la excursión de esta mañana, decidimos un pequeño cambio de planes. Los puntos restantes de la agenda que requerían paseos a pie quedan aplazados, y en su lugar nos ponemos en marcha rumbo al Monte Washington, a 23 millas de nuestra posición. Una vez más y aprovechando que coincide con nuestro itinerario, paramos en Bart’s Deli para conectarnos sin siquiera salir del coche. Lo primero de lo que nos enteramos es de que Madrid se ha quedado sin opciones olímpicas tras la primera eliminación. Pero más nos afecta lo que encontramos al comprobar nuestras cuentas corrientes: sendos cargos de Applebee’s y West Street Café no solo añadidos al cargo adicional, si no incluso mayores que estos. Enviamos un mail a La Caixa solicitando más información para averiguar lo que ha ocurrido, cosa que no tardaríamos en conocer. Volvemos a la carretera. Mount Washington es el techo del noreste de los Estados Unidos con sus casi 2000 metros de altitud. Evidentemente es una de las principales atracciones del White Mountain National Forest. Los 37 kilómetros que nos separan de él nos permite ver desde el mismo coche alguno de los famosos Covered Bridges, esos clásicos puentes cubiertos de madera que más adelante visitaremos con mayor atención. Aunque seamos bastante concienzudos a la hora de preparar un viaje, evidentemente no somos infalibles. Y la prueba llega cuando alcanzamos el pie de Mount Washington, al descubrir que subir a la cima con tu propio vehículo cuesta nada más y nada menos que 26 dólares, más 8 dólares adicionales por cada pasajero adicional además del conductor. Eso quiere decir pagar 34 dólares por poder recorrer una carretera de montaña que, para colmo, los carteles insisten en remarcar que no es apta para gente que no se sienta cómoda conduciendo a escasa distancia de altos precipicios. Lo inesperado del pago y lo intimidatorio de las informaciones nos llevan a decidir prescindir de subir hasta la cima… ya buscaremos fotografías en la red para saciar nuestra curiosidad. Un par de fotos desde la propia base de la montaña, incluido un pequeño campamento habilitado cerca de nuestra posición, y media vuelta. ![]() ![]() ![]() Para que el desplazamiento hasta esta zona del National Forest no haya sido en vano, aprovechamos el regreso para detenernos en un par o tres puntos marcados en un mapa que nos facilitó por correo postal la oficina de turismo de White Mountain. El primero de ellos nos sitúa en el aparcamiento para visitar las Glen Ellis Falls, que hace uso del mismo mecanismo de pago que hemos descubierto unas horas antes. Afortunadamente el mismo resguardo para el retrovisor que obtuvimos entonces sigue siendo suficiente. Las 0,3 millas que separan el aparcamiento de la cascada se inician con un paso subterráneo que atraviesa la carretera. Nada más volver al exterior, empezamos a descender en paralelo al río Ellis, que nace en el descartado Mount Washington y desemboca en el Océano Atlántico. Por último, debemos descender mediante varios tramos de escalera en buen estado los 60 pies (unos 18 metros) en los que consiste la cascada. ![]() ![]() Nos encontramos, y para nosotros solos ante la ausencia de turista alguno, otro lugar de ensueño. Una preciosa cascada a la que podemos acercarnos prácticamente hasta su base. Ligeramente salpicados por el agua que no deja caer, es un nuevo turno de trípode, cámara, y disparador automático para llevarse un bonito recuerdo. Fotos que encontraríamos en la red más adelante nos descubrirían que apenas semanas atrás el volumen de agua que caía era mucho mayor, pero no tenemos ninguna queja sobre el estado en el que hemos encontrado la cascada. ![]() ![]() Suficiente agua y gravedad por hoy. Es turno ahora de aprovechar la no demasiada jornada que nos queda para acercarnos a alguno de esos puentes cubiertos. Los Covered Bridge son un elemento clásico que puede encontrarse sobre todo en Europa y Norteamérica, y dentro de los Estados Unidos especialmente concentrados en New Hampshire y Lancaster (destino que también visitaremos en unos días). Los tablones de madera que permiten cruzar personas, carros y años después también vehículos se apoyan para soportar las inclemencias del tiempo en una cubierta completa a ambos lados y el techo que es la que los hace tan atractivos. El puente cubierto más cercano dada nuestra posición es el de Jackson, situado justo después de la entrada por carretera a dicho pueblo. No solo podemos contemplarlo, también atravesarlo, primero sobre ruedas y luego a pie. En el extremo del puente perteneciente al pueblo, encontramos una de las tiendas de souvenirs y otros artículos más pintorescas que haya visto… por lo menos en su exterior, que es lo único que vemos. ![]() ![]() Dejando Jackson, nuestro camino de vuelta a la cabaña coincide con un segundo puente, esta vez ya anexo al pueblo de Bartlett. A diferencia del de Jackson que todavía se usaba con fines similares a los que fue construido, el que encontramos ahora está no solo cerrado al tráfico, si no reconvertido en una tienda de recuerdos. Pese al cartel que indica que ya ha pasado la hora del cierre, su dueña nos invita a pasar de todos modos. Es la ocasión para hacerse con otro imán de nevera en el que llevarnos un pedacito del viaje, y de adoptar un nuevo amigo a ese extraño ser amarillo que nos ha venido acompañando. Pato, te presentamos a “Muse”. La dependienta, toda amabilidad, nos confirma que no se ven muchos españoles y ni siquiera europeos por esta zona. ![]() ![]() Volvemos a nuestra cabaña, que dado que nos alojaremos menos de tres días en ella no va a recibir visita de servicio de habitaciones alguno. Tras liberar a la espalda del peso de la mochila volvemos por última vez en el día al Bart’s Deli, esta vez para comprar un par de refrescos para la cena y luego, obviamente, volver a conectarnos a Internet desde el aparcamiento. Estudiando con más detenimiento esos cargos extra que descubrimos horas antes, creemos encontrar una explicación: en ambos establecimientos pagamos con tarjeta, y igualmente en sendas ocasiones tuvimos que indicar la propina a incluir en el ticket que firmamos una vez pasada por el lector. Por ese proceso, se acaban aplicando dos cargos en la tarjeta: uno con el importe original, y otro con el importe más la propina especificada, provocando que el primero de los cargos quede anulado… pero no inmediatamente, si no al cabo de unos días. Por lo menos nos quedamos más tranquilos sabiendo ya de qué se trata el equívoco. Mientras navegamos, a lo lejos suena una locomotora, que sin duda debe tratarse del tren de la ruta escénica Conway Scenic Railroad que lleva de North Conway a Crawford Notch atravesando varios puntos de White Mountain, y cuya estación de origen tuvimos frente a nosotros ayer mismo sin nosotros ser conscientes de ello. No seremos nosotros quien podamos recomendarlo de primera mano, pero desde luego el trayecto que realiza (las vías de tren que encontramos esta mañana en Arethusa Falls, sin ir más lejos) parece merecer mucho la pena. Dado que mañana ya dormiremos en un nuevo emplazamiento, enviamos lo que ya casi parece nuestra plantilla de preferencias deseables para la habitación del hotel: silenciosa, tranquila, en planta alta y lejos de zonas comunes como ascensores o máquinas de hielo. El e-mail del hotel Days Inn devuelve un error, así que repetimos el intento utilizando ahora un formulario de su web sin muchas esperanzas. Ya que estamos preparando la jornada de mañana, hago una simulación con el GPS para saber lo que nos espera: ni más ni menos que 360 millas y 6 horas de carretera. Sabíamos que sería una ruta larga pero no hasta que punto, y en parte es algo que nos obliga a truncar nuestros planes para las últimas horas en White Mountain con el fin de ponernos en marcha lo más pronto posible. Tras pasar el trámite de la cena (nuevamente salchichas italianas, esta vez con una muy rica sopa Campbell de pollo con champiñones) y la ducha, terminamos el día encontrando los ansiados subtítulos para la penúltima entrega de Masterchef US, entrega que disfrutamos en el silencio de la cabaña acompañados de un pack de palomitas que estábamos reservando para la ocasión. La pareja finalista que competirá la próxima semana incluye a nuestro inesperado favorito, así que nuestras ganas de intentar ver la gran final en directo desde nuestro hotel en Nueva York no hacen más que aumentar. Para cerrar la noche hubiera deseado volver a repetir la experiencia de salir a la intemperie trípode y cámara en mano esperando mejorar el muy flojo resultado de la jornada de fotografía astronómica de ayer, pero el cielo trunca mis planes. Una interminable capa de nubes que amenazan con una noche pasada por agua hace desaparecer todo rastro de la infinidad de puntos brillantes del cielo, así que esta noche no correré el riesgo de ser asaltado por un oso mientras admiro las estrellas refugiado en mi manta. Etapas 7 a 9, total 18
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