Me empiezo a preocupar. Vuelvo a mirar el mapa de Venecia y se me presenta la figura de un ojo. Una vez estuve leyendo sobre la Pareidolia, el fenómeno psicológico de percibir erróneamente formas reconocibles en las imágenes, en las nubes, en una piedra... Santa Croce, San Polo, San Marco y el Este de Dorsoduro, forman un globo ocular. Castello es el lagrimal, y Cannaregio es el párpado.
Entiendo que cualquier viajero sensato deje inmediatamente de leer este diario, pero en cualquier caso Cannaregio, como el párpado de un ojo, es el sestiere norteño que cubre Venecia como si fuera un paraguas, separado de los demás por la grieta del Gran Canal. Nosotros lo alcanzábamos rápido. Tan sólo debíamos superar el obstáculo de los escalones del puente dei Scalzi, que nos distanciaba de su orilla.
El sestieri, bautizado así por los juncos ("canne") que brotaban en sus marismas, tiene un aire más laborioso y comercial, un talante más popular y obrero, menos señorial y bohemio que Dorsoduro. Sin embargo, al igual que por Tintoretto, no podía dejar de sentir una debilidad especial, que me atraía hacia las fondamentas de su canal navegable, a las aguas abiertas más allá del puente Trei Archi, ...
... o a los dominios de Santa Madonna dell’Orto con el panteon y la cercana casa de Tintoretto, a unos pasos de la bocana de la Sacca della Misericordia, o a callejear por la fondamenta del mismo nombre y sus alrededores melancólicos o, ya de noche, ir a los bares más económicos y menos atiborrados, donde se entremezclan las voces y las copas de los universitarios cercanos de Ca’Foscari con las de los que se dejan caer o se pierden por la zona. Un placer.
Más al sur, todas las mañanas, se observa el bullicioso desembarco de los trabajadores que llegan desde el Mestre u otros lugares de la península, al final de la vía de tren, en la Estación de Santa Lucía, y se van desparramando hacia sus lugares de trabajo, mezclándose con los visitantes más madrugadores que ya patean por la calle o esperan en las paradas próximas del Vaporetto, y poco antes de que los puestos de fruta y verduras en Rio Terà Lista di Spagna empiezen a colorearse y a ser curioseados por el creciente gentío que inunda esta zona, de camino a San Marcos, San Rocco, Rialto, etc.
El ghetto
Entrando por la calle del Forno, en la fondamenta de la Peschería, en la margen derecha del canal de Cannaregio, se accede rápidamente al Campo del Ghetto Nuovo, epicentro del Barrio judío, pero nosotros preferimos seguir caminando y ver el ambiente de barrio y de tiendas de las fondamentas de este canal, y entrar ya cerca de la punta, ...
... por entre los bloques de viviendas de tejados rojos, pequeños parques a las puertas, y ropas tendidas entre edificios, hasta llegarnos al segundo canal paralelo al de Cannaregio, y pasear por la fondamenta de San Girolamo, o sus opuestas, primero Carlo Coletti y después degli Ormesini, y entrar al Campo del ghetto nuovo desde el norte.
El ambiente es relajado y no tiene precio. Aquí los visitantes están desperdigados y se funden de una manera coherente con el entorno. Las tiendas están abiertas y la gente hace lo que hace cada día, vivir. Nosotros, caminamos sin más, buscando un puente para cruzar, y caminando, atravesamos un grupo de parroquianos tomando algo y charlando en la puerta de un bar, y como me da envidia, lo retengo.
Seguimos adelante sin prisas, para encontrar el puente más cercano para cruzar, mirando esto y hablando de lo otro, hasta que unos metros más allá, poco ante del sotoportego del lustraferi, atravesamos el agua, para entrar al Campo del Ghetto nuovo.
La plaza está tranquila. Algún niño, algún adulto, algún esporádico visitante, pero nada que ver con palazzos o ajetreo. En el Campo del Ghetto, sinagoga, y memoriales. Los delatores rizos cuelgan de la sienes, y los escaparates de las tiendas ofrecen estrellas de David, manos de Fátima adaptadas y colgantes con enrollados versículos de la Torá.
Son las dos de la tarde, hora de vermut, así que tiramos de recuerdo y regresamos sobre nuestras huellas hasta el memorizado bar de los parroquianos, en la Fondamenta degli Ormesini. La charla sigue, y nosotros pedimos un spritz con ensartada oliva gigante, para envolvernos en cortinas rojas, máquinas rojas, líquido rojo, ropa roja, que se une para alimentar el bombeo del corazón.
Es la hora de comer, y tirando de guía, entramos en “Il Quattro Rusteghi”, con escaparate a la misma plaza, para ordenar menú anunciado en la puerta. Calamares fritos estupendos, ñoquis de queso golosos, gustosa pasta amatricciana, pescado de la laguna en su punto, y agua.
Más que honroso menú por 11 euros más el copperto (1'5 pax), en un lugar para meter calma en la hucha, y más tarde manar satisfechos en cualquier dirección, con la luminosidad del atardecer, hacia cualquier parte mientras va cayendo la noche.
Entiendo que cualquier viajero sensato deje inmediatamente de leer este diario, pero en cualquier caso Cannaregio, como el párpado de un ojo, es el sestiere norteño que cubre Venecia como si fuera un paraguas, separado de los demás por la grieta del Gran Canal. Nosotros lo alcanzábamos rápido. Tan sólo debíamos superar el obstáculo de los escalones del puente dei Scalzi, que nos distanciaba de su orilla.
El sestieri, bautizado así por los juncos ("canne") que brotaban en sus marismas, tiene un aire más laborioso y comercial, un talante más popular y obrero, menos señorial y bohemio que Dorsoduro. Sin embargo, al igual que por Tintoretto, no podía dejar de sentir una debilidad especial, que me atraía hacia las fondamentas de su canal navegable, a las aguas abiertas más allá del puente Trei Archi, ...
... o a los dominios de Santa Madonna dell’Orto con el panteon y la cercana casa de Tintoretto, a unos pasos de la bocana de la Sacca della Misericordia, o a callejear por la fondamenta del mismo nombre y sus alrededores melancólicos o, ya de noche, ir a los bares más económicos y menos atiborrados, donde se entremezclan las voces y las copas de los universitarios cercanos de Ca’Foscari con las de los que se dejan caer o se pierden por la zona. Un placer.
Más al sur, todas las mañanas, se observa el bullicioso desembarco de los trabajadores que llegan desde el Mestre u otros lugares de la península, al final de la vía de tren, en la Estación de Santa Lucía, y se van desparramando hacia sus lugares de trabajo, mezclándose con los visitantes más madrugadores que ya patean por la calle o esperan en las paradas próximas del Vaporetto, y poco antes de que los puestos de fruta y verduras en Rio Terà Lista di Spagna empiezen a colorearse y a ser curioseados por el creciente gentío que inunda esta zona, de camino a San Marcos, San Rocco, Rialto, etc.
El ghetto
Entrando por la calle del Forno, en la fondamenta de la Peschería, en la margen derecha del canal de Cannaregio, se accede rápidamente al Campo del Ghetto Nuovo, epicentro del Barrio judío, pero nosotros preferimos seguir caminando y ver el ambiente de barrio y de tiendas de las fondamentas de este canal, y entrar ya cerca de la punta, ...
... por entre los bloques de viviendas de tejados rojos, pequeños parques a las puertas, y ropas tendidas entre edificios, hasta llegarnos al segundo canal paralelo al de Cannaregio, y pasear por la fondamenta de San Girolamo, o sus opuestas, primero Carlo Coletti y después degli Ormesini, y entrar al Campo del ghetto nuovo desde el norte.
El ambiente es relajado y no tiene precio. Aquí los visitantes están desperdigados y se funden de una manera coherente con el entorno. Las tiendas están abiertas y la gente hace lo que hace cada día, vivir. Nosotros, caminamos sin más, buscando un puente para cruzar, y caminando, atravesamos un grupo de parroquianos tomando algo y charlando en la puerta de un bar, y como me da envidia, lo retengo.
Seguimos adelante sin prisas, para encontrar el puente más cercano para cruzar, mirando esto y hablando de lo otro, hasta que unos metros más allá, poco ante del sotoportego del lustraferi, atravesamos el agua, para entrar al Campo del Ghetto nuovo.
La plaza está tranquila. Algún niño, algún adulto, algún esporádico visitante, pero nada que ver con palazzos o ajetreo. En el Campo del Ghetto, sinagoga, y memoriales. Los delatores rizos cuelgan de la sienes, y los escaparates de las tiendas ofrecen estrellas de David, manos de Fátima adaptadas y colgantes con enrollados versículos de la Torá.
Son las dos de la tarde, hora de vermut, así que tiramos de recuerdo y regresamos sobre nuestras huellas hasta el memorizado bar de los parroquianos, en la Fondamenta degli Ormesini. La charla sigue, y nosotros pedimos un spritz con ensartada oliva gigante, para envolvernos en cortinas rojas, máquinas rojas, líquido rojo, ropa roja, que se une para alimentar el bombeo del corazón.
Es la hora de comer, y tirando de guía, entramos en “Il Quattro Rusteghi”, con escaparate a la misma plaza, para ordenar menú anunciado en la puerta. Calamares fritos estupendos, ñoquis de queso golosos, gustosa pasta amatricciana, pescado de la laguna en su punto, y agua.
Más que honroso menú por 11 euros más el copperto (1'5 pax), en un lugar para meter calma en la hucha, y más tarde manar satisfechos en cualquier dirección, con la luminosidad del atardecer, hacia cualquier parte mientras va cayendo la noche.