Bueno, lo prometido es deuda, así que empiezo mi relato de una semanita en el paraíso.
El viaje en realidad empezó hace más de dos meses, cuando decidimos dónde ir de vacaciones este año. Nos reunimos en cónclave la familia entera y fuimos perfilando el posible destino de este año. Tras arduas deliberaciones y negociaciones, llegamos a un acuerdo, este año tocaba playa y, a ser posible, lejos, sin familia, trabajo ni móvil.
Empezamos a mirar por Canarias, Lanzarote o Gran Canaria, en hoteles con Todo Incluido, porque nos repatea que, después de lo que cuesta un viaje, encima tengas que pagar cada la bebida de cada comida que hagas en el hotel.
En una agencia nos comentaron la posibilidad de visitar Túnez, tras pensarlo cambiamos de proyecto. Vuelta a mirar y estudiar posibilidades y hoteles.
Pero un día, en una de mis visitas a esta página, surgió la chispa ¿y si nos vamos al Caribe? Era un sueño de viaje. Hace años, cuando nos casamos no pudimos ir en viaje de novios allí y había quedado aplazado “sine die” por diversos motivos y ahora era nuestra oportunidad. Nos paraban dos cosas: el presupuesto y el viaje. Tras varias consultas y estudios económicos, y haciendo un importante esfuerzo, superamos el primer escollo, el presupuestario. Una vez superado este escollo, el tema del viaje, con las interminables ocho horas largas de avión para mi hija de 10 años tuvo una rápida solución: libro, videoconsola y dormir para superarlo.
¡Bien!, ya queda menos. Ahora empezó el gran problema: ¿dónde vamos? ¿Qué hotel? Consultas con la agencia de viajes y con los usuarios de Losviajeros para decidir el lugar y el hotel, hacer la pelota al jefe para conseguir las fechas de vacaciones que nos cuadraran a ambos dos, etc, etc, etc.
Por fin nos decidimos: Punta Cana y Hotel Grand Palladium. Ya lo tenemos. Contratamos el viaje y a contar los días que faltaban hasta la partida, recopilando información y consejos.
Y llegó el gran día: 2 de julio, mi cumpleaños, y día en que nos esperaba el avión. Por cierto ha sido el cumpleaños más largo de mi vida, ese día tuvo para mi 30 horas, me levanté en España y me acosté en República Dominicana.
Llegamos a Barajas con tiempo, visitamos las tiendas, compramos las correspondientes revistas que, junto a los libros y videojuegos que ya llevábamos, nos harían más llevadero el viaje. Nos ponemos en cola en el mostrador de Iberworld esperando que abrieran la facturación. El tiempo no pasa, los minutos se convierten en horas. Van llegando los demás viajeros, cada uno con su historia, sus ilusiones y sus vacaciones. Grupos de amigos que se esperan unos a otros, niños correteando por los pasillos, padres pendientes de ellos.
Por fin abren los mostradores de facturación, la cola se acorta por momentos, la gente se apretuja con los de delante intentando acortar la espera y por fin llega nuestro turno. Entregamos las maletas asustados por el exceso de peso. Llevamos tres maletas, y una de ellas pesa 30 Kg. Primer susto, el empleado de Iberia (que es quien entrega las tarjetas de embarque) nos dice que cada maleta no puede pesar más de 20 Kg.. Menos mal que aparece una representante de Iberworld, que indica que cada maleta puede llegar a 32 Kg., no pagando sobrepeso si el total de las tres maletas no supera los 60 Kg. (vamos tres personas). Uff, podemos pasar sin problemas. Comprobamos que los asientos que nos han dado coinciden con los que habíamos reservado y nos vamos hacia la T4S, con el famoso tren sin conductor. Nueva espera y por fin abren el embarque. Ahora sólo falta llegar en autobús hasta el avión (por cierto, podrían estirarse un poco y embarcar por el finger).
En el avión, los asientos parecen latas de sardina. Habíamos reservado la fila 1 central y bien, pudimos estar, aunque mis piernas llegaban casi hasta el baño.
Despegamos y empieza la espera de casi nueve horas de vuelo. Por cierto, en lugar de periódicos nos daban revistas (Semana, Men’s Health y otra que no me acuerdo del nombre). La comida del avión, pues eso de avión, ni fu ni fa, se podía comer y punto. Lo que repateó es que pedí vino y me lo hicieron pagar, porque ni el vino ni la cerveza entran en el menú. Cuatro euros que me clavaron por una mini botella de vino. El vuelo, entre libros, revistas y consola, se pasó bastante rápido, sobre todo por las ansias de llegar. De hecho, la última hora se hizo más pesada que todo el resto del viaje.
El viaje en realidad empezó hace más de dos meses, cuando decidimos dónde ir de vacaciones este año. Nos reunimos en cónclave la familia entera y fuimos perfilando el posible destino de este año. Tras arduas deliberaciones y negociaciones, llegamos a un acuerdo, este año tocaba playa y, a ser posible, lejos, sin familia, trabajo ni móvil.
Empezamos a mirar por Canarias, Lanzarote o Gran Canaria, en hoteles con Todo Incluido, porque nos repatea que, después de lo que cuesta un viaje, encima tengas que pagar cada la bebida de cada comida que hagas en el hotel.
En una agencia nos comentaron la posibilidad de visitar Túnez, tras pensarlo cambiamos de proyecto. Vuelta a mirar y estudiar posibilidades y hoteles.
Pero un día, en una de mis visitas a esta página, surgió la chispa ¿y si nos vamos al Caribe? Era un sueño de viaje. Hace años, cuando nos casamos no pudimos ir en viaje de novios allí y había quedado aplazado “sine die” por diversos motivos y ahora era nuestra oportunidad. Nos paraban dos cosas: el presupuesto y el viaje. Tras varias consultas y estudios económicos, y haciendo un importante esfuerzo, superamos el primer escollo, el presupuestario. Una vez superado este escollo, el tema del viaje, con las interminables ocho horas largas de avión para mi hija de 10 años tuvo una rápida solución: libro, videoconsola y dormir para superarlo.
¡Bien!, ya queda menos. Ahora empezó el gran problema: ¿dónde vamos? ¿Qué hotel? Consultas con la agencia de viajes y con los usuarios de Losviajeros para decidir el lugar y el hotel, hacer la pelota al jefe para conseguir las fechas de vacaciones que nos cuadraran a ambos dos, etc, etc, etc.
Por fin nos decidimos: Punta Cana y Hotel Grand Palladium. Ya lo tenemos. Contratamos el viaje y a contar los días que faltaban hasta la partida, recopilando información y consejos.
Y llegó el gran día: 2 de julio, mi cumpleaños, y día en que nos esperaba el avión. Por cierto ha sido el cumpleaños más largo de mi vida, ese día tuvo para mi 30 horas, me levanté en España y me acosté en República Dominicana.
Llegamos a Barajas con tiempo, visitamos las tiendas, compramos las correspondientes revistas que, junto a los libros y videojuegos que ya llevábamos, nos harían más llevadero el viaje. Nos ponemos en cola en el mostrador de Iberworld esperando que abrieran la facturación. El tiempo no pasa, los minutos se convierten en horas. Van llegando los demás viajeros, cada uno con su historia, sus ilusiones y sus vacaciones. Grupos de amigos que se esperan unos a otros, niños correteando por los pasillos, padres pendientes de ellos.

Por fin abren los mostradores de facturación, la cola se acorta por momentos, la gente se apretuja con los de delante intentando acortar la espera y por fin llega nuestro turno. Entregamos las maletas asustados por el exceso de peso. Llevamos tres maletas, y una de ellas pesa 30 Kg. Primer susto, el empleado de Iberia (que es quien entrega las tarjetas de embarque) nos dice que cada maleta no puede pesar más de 20 Kg.. Menos mal que aparece una representante de Iberworld, que indica que cada maleta puede llegar a 32 Kg., no pagando sobrepeso si el total de las tres maletas no supera los 60 Kg. (vamos tres personas). Uff, podemos pasar sin problemas. Comprobamos que los asientos que nos han dado coinciden con los que habíamos reservado y nos vamos hacia la T4S, con el famoso tren sin conductor. Nueva espera y por fin abren el embarque. Ahora sólo falta llegar en autobús hasta el avión (por cierto, podrían estirarse un poco y embarcar por el finger).
En el avión, los asientos parecen latas de sardina. Habíamos reservado la fila 1 central y bien, pudimos estar, aunque mis piernas llegaban casi hasta el baño.

Despegamos y empieza la espera de casi nueve horas de vuelo. Por cierto, en lugar de periódicos nos daban revistas (Semana, Men’s Health y otra que no me acuerdo del nombre). La comida del avión, pues eso de avión, ni fu ni fa, se podía comer y punto. Lo que repateó es que pedí vino y me lo hicieron pagar, porque ni el vino ni la cerveza entran en el menú. Cuatro euros que me clavaron por una mini botella de vino. El vuelo, entre libros, revistas y consola, se pasó bastante rápido, sobre todo por las ansias de llegar. De hecho, la última hora se hizo más pesada que todo el resto del viaje.