Por fin hemos llegado a nuestro destino. Hacía años que no aplaudía en el avión al aterrizar, pero cuando tocamos tierra, hubo ovación cerrada de todos los pasajeros, no se si por haber llegado a nuestro destino o por poder salir de las latas de sardinas en que se habían convertido nuestros asientos.
Nos levantamos en tropel, todos con prisas por salir del avión e intentamos salir a toda velocidad. Cuando ya aparezco por la puerta, cámara de fotos en ristre, bofetada de aire caliente, después del frío pasado en el avión, imaginaos (y encima todo el vuelo en las pantallitas de tele diciendo que la temperatura exterior era de -50º centígrados, mi sensación de frío era mayor que la temperatura real).
La primera impresión del aeropuerto: impresionante por lo bonito y diferente. Había visto fotos, pero la verdad es que está muy conseguido, no tiene nada que ver con los aeropuertos a los que estoy acostumbrado. Da la impresión de estar integrado en el paisaje, pero a la vez, con un toque de modernidad en el exterior.


Cuando entramos dentro, llegaron los primeros atracos a mano armada a los turistas que percibí durante todo el viaje. Digo lo de atraco con todo el cariño, es normal que se intente sacar hasta el último euro a cualquiera que aterrice por aquí, pero hay algunas situaciones vistas que rallan en el surrealismo, especialmente las auspiciadas o reguladas por el gobierno, como ocurre en el aeropuerto.
Nada más entrar en el aeropuerto, dos dominicanas, con vestido típico y foto al canto, que después te la ofrecerán en el vuelo de vuelta. Lo que no me gustó fueron los malos modos de la fotógrafa con personas que no querían hacerse la foto y a los que obligó a posar si querían entrar en el país.
Enseguida, una cajera, cobrando los famosos 10$ de entrada. A cambio te da una tarjetita muy bonita, con la bienvenida. Bueno, pensé, por lo menos ya tengo un recuerdo para la colección. Pero a los dos metros mi gozo en un pozo, otro funcionario te retira la tarjeta, pero si no hay manera de llegar hasta él sin pasar por la cajera.
Enseguida, control de pasaportes y ya estamos oficialmente en la República Dominicana, ahora a por las maletas. Cuando ya las tenemos, cola en la “oficina” de Iberojet (oficina: mostradores de madera, a consonancia con todo el aspecto del aeropuerto) para indicarnos la guagua que nos corresponde. Allá que nos vamos a por el autobús, esquivando hábilmente a la nube de maleteros (debidamente acreditados y uniformados por las autoridades) que nos pretenden llevar las maletas los 50 metros que hay hasta el parking.
Llegamos al autobús y, debido a que a nuestro hotel va más gente que plazas tiene el autobús, nos envían con otro que hace recorrido por varios hoteles. Por eso llegamos los últimos al Palladium, pero a cambio pudimos cotillear otros hoteles por fuera.
Por fin llegamos a nuestro hotel, los últimos, y nos ponen la famosa pulserita, mientras nos dan un cokctail de bienvenida y esperamos que nos asignen la habitación. En ese aspecto, la organización, perfecta, tienen un sobre para cada reserva con la información del hotel, actividades, plano, las tarjetas de la puerta, las pulseritas y las tarjetas de las toallas.

Cuando ya hemos firmado, el botones nos lleva las maletas hasta nuestra habitación, la 4029, al haber llegado los últimos, ya habían despejado los otros clientes y no tuvimos que esperar. La lástima es que como nuestro edificio estaba enfrente de la recepción, no nos montaron en los cochecitos con las maletas, pero sí que pudimos ver a otros clientes con circulando con el botones.
Mi primera impresión de la República Dominicana, a vista de autobusero, es que es un país a medio construir, en un proceso de crecimiento muy rápido, pero donde aún no hay suficientes infraestructuras para los cánones europeos. Me chocó que había muchos edificios en la zona que habían hecho la estructura y estaban paralizados, como si estuvieran a la espera de venderlos para acabarlos. Según comentó un guía, es una zona relativamente nueva que están promocionando y de hecho me recordó los pueblos turísticos de la costa alicantina, mucha vivienda de vacaciones, no tanto para vivir todo el año.
Después de lo poco que vi. cuando salí del hotel y de lo que comenté con los dominicanos con los que hablé mi conclusión es que se encuentra como España en los años 60 del pasado siglo, mejorando su situación poco a poco, aprovechando las divisas de los turistas y de la emigración para mejorar el nivel de vida.