Al despertarnos, un extraña sensación se confirmó al mirar por la ventana: ¡llovía a cántaros! Nos vimos obligados a cambiar el programa del día. Teníamos pensado ir a Chenonceau a primera hora, pero no nos apetece verlo en remojo si lo podemos evitar, así que con equipo de agua vamos a desayunar y a visitar el castillo de Amboise por dentro.
No se puede pasar al patio sin pagar. El conjunto es muy atractivo con la capilla que alberga supuestamente los restos de Leonardo da Vinci, las dependencias del castillo, los jardines y, sobre todo, las espectaculares vistas que se obtienen desde cualquier rincón; una lástima que la incesante lluvia oscurezca los paisajes y las fotografías, si bien es cierto que no merma nada su encanto.
Terminada la visita, sigue lloviendo y decidimos salir de Amboise y acercarnos a Loches. Acertamos de lleno: está muy nublado, pero según nos acercamos, llueve menos. Los paisajes verdes y boscosos que ofrecen las carreteras medio desiertas envueltos en bruma son impactantes, sobre todo cuando empiezan a filtrarse algunos pequeños rayos de sol entre las nubes negras. Tomamos un buen menú del día en un restaurante de Loches por 32 euros los dos.
Ha dejado de llover. Visitamos la ciudad medieval, la ciudadela, la iglesia (hay un encantador patio al que se accede por una verja lateral con unas vistas preciosas) y el Donjon.
Subo a lo alto del Donjon, las vistas abarcan muchos kilómetros alrededor pero tampoco me enamoran.
Seguimos hasta Montresor, bonito y solitario pueblo, con empinadas calles medievales engalanadas con flores.
El castillo se yergue altivo y las nubes amenazantes parecen darle un aspecto misterioso que nos atrae sin remedio.
Decidimos a entrar. Los dueños están en el patio de un edificio anejo tomando un café. La taquillera me presta un cuaderno en español con fotos y explicaciones de las salas que vamos a ver. El castillo es pequeño, más bien un pabellón de caza, pero las salas están paneladas en madera y completamente amuebladas con todo tipo de detalles. Muy interesante. Y los jardines son agradables y con buenas vistas al pueblo y al río. Nos gustó mucho, pero es uno de esos lugares que no se pueden recomendar porque puede gustar o no gustar. He oído comentarios de todo tipo.
Si no se quiere entrar, es posible fotografiarlo por fuera, desde el río hay unas bonitas vistas.
Luego, pasamos por Montpaupon y paramos a fotografiar el castillo desde la carretera.
El GPS nos desvía por un camino de cabras que nos hace maldecirle, aunque enseguida se nos pasa el enfado al ver la vista imponente que nos regala del castillo de Montpaupon. ¡Qué foto tan resultona! ¡Gracias tom-tom!.
El cielo empieza a mostrar retazos azules y sale el sol. El cambio de itinerario nos ha salido muy bien. Llegamos al castillo de Chenonceau a las seis y una caravana de vehículos y autocares desfilan. Se van las multitudes aunque todavía permanecen bastantes coches en el aparcamiento. El castillo cierra a las ocho y como hay una nube negra justamente encima, decidimos ver primero el interior, siguiendo el itinerario marcado en el folleto que te dan al entrar. Todavía hay gente, pero las fotografías se hacen sin agobios. Nos gusta mucho el interior y las vistas desde balcones y ventanas.
No puedo evitar sentir un escalofrío pues estoy sola y en penumbra en los aposentos enlutados de Luisa de Lorena.
Cuando salimos, ya no hay nube negra y los rayos del sol acechan entre las nubes dando un tinte dorado a la fachada sur del llamado “castillo de las damas”: la máquina de fotos echa humo.
Estamos bastante rato paseando pues aunque el interior del castillo y la verja de entrada cierran a las 8, te puedes demorar en los jardines bastante más. De regreso, desde la carretera vemos otro bonito castillo que no podemos identificar.
Muy satisfechos por el resultado de un día que parecía aguado, paramos en Montrichard para cenar, pero como está desierto seguimos hasta Amboise, donde hay más ambiente. Cenamos en un restaurante frente al castillo y luego vamos al puente a fotografiar la puesta de sol.
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