Amanece lloviendo con ganas. Pero las nubes empezarán a despejarse cuando vemos el desayuno: mantequilla, mermeladas y cuajada caseras y una sorpresa "gateaux breton" (pastel breton) casero, riquísimo. Luego vemos que la propietaria los hace por encargo. Tras este fantástico desayuno, entre la llovizna nos dirigimos al primer destino del día y no es un sitio para poder disfrutarlo bajo la lluvía: la Pointe du Raz (el Finisterre francés y símbolo de Bretaña). Los hados nos acompañan pues en el camino va despejando el día y cuando llegamos el tiempo es espléndido (Dicen que los bretones afirman que "aquí hace buen tiempo varias veces al día"). Todavía no ha llegado mucha gente pero posteriormente se incorpararán como veríamos más tarde. Es de pago por coche aunque se abona cuando se sale: 6 €.
Hay que hacer una buena caminata desde el aparcamiento pero las vistas lo merecen. El faro de La Vieille y entre la bruma la Isla de Sein, cuna de pescadores patriotas que no dudaron ni un momento de irse a Inglaterra a la llamada del General de Gaulle y dejar la isla sola con mujeres y niños. El viento sopla con fuerza.

Aquí nos pasó otra anécdota. En este caso a costa de la "garrafe d´eau" que, como en anteriores lugares, pedimos. Nos sirven una bolsa llena de hielo con una botella de las antiguas de gaseosa de un color anaranjado. Sorprendidos por la presentación y antes de tocarla pregunto al camarero: "Qu'est-ce que c´est?" . A lo que me responde medio en risas "D´eau!" (Agua). Mis hijas me dicen que se han reído de mí. Yo prefiero pensar que es la broma de la casa y no soy el primero que cae. Sea lo que sea , no quiero sorpresas y ya sabemos de la costumbre en otros lugares, como en Portugal, de servirte aperitivos que no pides, pero luego pagas.
Tras comer, entramos en la Ville Closé. Si exteriormente llama la atención por dentro nos quedamos "pasmaos". Es una preciosidad, pero eso sí invadida por turístas (incluidos nosotros). Se nota que hoy es sábado. Está llena de comercios, de souvenirs, galletas, conservas de sardinas (lo que nosotros podemos considerar una vulgaridad, en esta zona se llega a la más sofisticadas presentaciones y sabores), heladerías y restaurantes, con elegancia francesa. Recorremos la Rue Vauban que la atraviesa de extremo a extremo y disfrutamos. Curiosamente es pequeña pero tardamos una hora medido por el reloj de la entrada.

Seguimos ruta hasta Pont-Aven. Pueblito que puso en el mapa el pintor Paul Gauguin, antes de residir en la Polinesia.
Actualmente está llena de galeristas. Y hoy, de visitantes. Tiene rincones como el Paseo Xavier Grall de un bucólico extraordinario.


Al abandonarlo vemos que hay fiesta bretona y un grupo con trajes típico están bailando.
Seguimos ruta hacia los menhires de Carnac, pero de paso nos vamos a parar en la Isla de S. Cado en la Ría del Etel, así como en Galicia, buscando la famosa casa en una isla. Hay también fiesta cuando llegamos y unos cuántos bretones están con una cogorza de campeonato y felices, pero la luz en esos instantes y el paisaje merecen la visita.


En la región de Carnac hay numerosas zonas, donde se pueden ver estos megalitos. Nosotros vamos al de Le Menec. Están también el de Kermario, Locmariaquer, etc. Así que hay donde elegir para el que se quiere empapar en este interesante tema. El centro de interpretación está cerrado cuando llegamos. Cierra a las 7 de la tarde. Por tanto la "navette" que lleva ¡gratuitamente! por toda la zona no funciona. No obstante se pueden ver sin problemas pues lo único que les separa del visitante es una pequeña valla. Uno no deja de preguntarse qué motivo llevó a la humanidad a realizar este trabajo de colocar alineadas tantísimas piedras. Algunas de enorme tamaño, que seguramente tuvo que ayudar Óbelix a colocar. ¡Ja, ja!
